José Alexandre Altahyde Hage y Daniel Jurkewicz Freire
Mayo 2016
Los Estados, mientras les es posible, procuran proyectar poder en el ámbito internacional, aunque evidentemente su capacidad para hacerlo es desigual. Sin embargo, es innegable que todos los Estados poseen factores de poder nacional. Estos son elementos que se relacionan entre si y procuran trabajar en conjunto para que la unidad política pueda tener una inserción internacional mejor articulada.
Diferentes autores estudiaron minuciosamente los factores de poder nacional, entre ellos Hans Morgenthau y Karl Deutsch. De modo sintético, como lo hizo la Escuela Superior de Guerra de Brasil en la década de 1950, el poder nacional se puede identificar por medio de instituciones y organizaciones locales: la economía, la demografía, las fuerzas armadas, las riquezas naturales, el modelo diplomático y el perfil psicosocial de la sociedad, entre otras.
En este sentido, no existe una sola interpretación de poder nacional. El concepto se altera de acuerdo al tiempo y al Estado en cuestión: lo que era primordial para tener proyección de poder hace un siglo resulta irrelevante en la actualidad. Pese a que los factores tradicionales han perdido algo de importancia, se tornan fundamentales cuando se trata de asuntos más sofisticados, pues es innegable la importancia del tamaño del territorio o de las riquezas naturales para obtener poder. En este aspecto, Brasil, China y Rusia tienen un lugar privilegiado.
Por otro lado, se debe hacer esfuerzo para evitar reduccionismos. Hace 100 años, tener una gran demografía era fundamental para poder formar ejércitos poderosos y un Estado sin recursos -como acero o petróleo- sufriría restricciones por causa de las implicaciones de la política internacional. Sin embargo, en la actualidad, algunas potencias emergen o se mantienen independientes a pesar de la poca población o de no contar materias primas estratégicas.
Aunque existan marcos conceptuales novedosos, no deja de ser interesante analizar argumentos geopolíticos -que se concentren en factores de poder nacional- para comprender la situación de Brasil en el pasado reciente. Pese a contar con el quinto territorio más grande del mundo, con una demografía sustancial, con recursos naturales importantes y con el mayor parque industrial del hemisferio sur, Brasil pasa por un momento inestable en lo que se refiere a su proyección de poder, incluso en el ámbito regional.
A diferencia de lo ocurrido con Estados Unidos, la activa inserción internacional brasileña fue irregular. En la segunda mitad del siglo XIX, Brasil había impreso poder en la parte más sensible de América del Sur: en la Cuenca del Plata. Sin embargo, al entrar en el siglo XX el país no consiguió expresar su visión de mundo, pues le fue imposible acompañar las endelebles transformaciones en la política internacional implementadas por Alemania, Estados Unidos y Japón.
En la segunda mitad del siglo XX, Brasil buscaba afirmarse como una potencia capaz de proyectar poder, iniciando por América del Sur. En este momento emergió la industrialización brasileña en niveles más avanzados para la época: petroquímica, siderúrgica y mecánica. Existía también la preocupación de penetrar en nichos más complejos política y científicamente, como la energía nuclear y la obtención de industria de informática. En síntesis, durante la década de 1970 Brasil demostraba con ahínco la intención de convertirse en una potencia mundial.
El proyecto de integrar la industria nacional en un todo coherente, el avance de Petrobras como empresa de nivel internacional, el tratado de energía nuclear con Alemania y otros sucesos alimentaban la opinión según la cual la inserción brasileña como potencia mundial era un hecho. Sin embargo, las profundas crisis de la década de 1980 que afectaron a Latinoamérica derribaron bruscamente el empeño brasileño. El resultado fue la llamada «década perdida» en la cual Brasil renunció a su crecimiento por falta de recursos económicos y por los compromisos con el Fondo Monetario Internacional.
El Problema de la Actualidad
En la década de 2000, durante el gobierno Luiz Inácio Lula da Silva, se creía que Brasil cumpliría la promesa de ser una potencia creciente, superando así la concepción de que era un país grande pero con movimientos lentos. En el gobierno de dicho presidente, se hizo un esfuerzo para hacer de Brasil una potencia que proyectaría poder por medio de factores de poder blando, pues Brasil no tenía fuentes tradicionales de poder como imponentes fuerzas armadas. De esa plataforma, se desprendería la defensa de Brasil ante los ecosistemas globales.
No se puede negar que el gobierno de Lula había conseguido conquistas relevantes en la escena internacional, inclusive porque las grandes potencias fueron fuertemente golpeadas por la crisis financiera de 2008. De esta forma, Brasil entró en un selecto grupo de potencias emergentes de ámbito mundial: Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica, denominadas BRICS. Se trata de un grupo de Estados que tendría el mérito de asumir la responsabilidad de los principales problemas mundiales, con los miembros tradicionales del G-7, ahora G-20.
Sin embargo, el proceso de inserción internacional y de proyección de poder está comprometido para conseguir algo propio de las dimensiones brasileñas. Tanto la vía del poder blando como la tradicional política del poder son insuficientes para mejorar los asuntos de gran complejidad que atormentan a Brasil. Pese a que dichas cuestiones no fueron iniciadas en los últimos diez años, sin sus resoluciones no será posible afirmar que Brasil está en camino a ser una potencia ascendente, a no ser por condescendencia política.
Los grandes problemas de Brasil: desindustrialización
Durante los últimos 15 años, en Brasil se aceleró un proceso de desindustrialización que había marcado a los Estados industrializados de primera y segunda generación. Estados Unidos y el Reino Unido entraron en procesos de desindustrialización en el momento en que estas unidades políticas agotaron su modelo económico. En este sentido, los expertos consideran que la pérdida de dinamismo industrial en los Estados del hemisferio norte es normal debido a la emergencia de otros centros mundiales de producción -como China- así como al agotamiento del sector. Sin embargo, en el caso brasileño el proceso de desindustrialización es prematuro y se produce antes de que el modelo alcance su auge.
Hay razones que contribuyen a esto. Por un lado, la falta de una política propia que no permita una rápida devaluación cambiaria es una de las explicaciones. Además, las importaciones más baratas de productos industrializados cautivaron a un grupo de consumidores de electrodomésticos, electrónicos y, más recientemente, automóviles que no fueron aprovechados satisfactoriamente por el sector nacional debido a sus altos precios. En la década de 1990 los productos que amenazaban los brasileños eran norteamericanos y europeos, actualmente son asiáticos y vienen en grandes cantidades.
La agenda de las exportaciones nacionales viene de la década de 1960 y es liderada por materias primas como minerales, soya y carne de res. En este sentido, no se debe pasar por alto la exportación primaria porque, después de todo, es la que ha evitado que la actual crisis económica nacional se profundice. Sin embargo, es por la valoración de los productos industriales y su exportación que Brasil tendrá un lugar más importante en la política económica internacional.
Los grandes problemas de Brasil: logística
Desde la década de 1980 no hay nueva generación de infraestructura, especialmente en los sectores más sensibles para el Estado brasileño. La producción hidroeléctrica depende de las centrales construidas hace 40 años, principalmente Itaipú. Además, están siendo construidas tres nuevas plantas que causan una gran controversia entre los ambientalistas y opositores. La más polémica es la represa de Belo Monte, en Pará, que será la segunda planta más grande de Brasil. Sin embargo, su construcción es interrumpida cotidianamente debido a la presión de los grupos indigenistas y ambientalistas.
Aunque haya expertos y políticos que relativicen los efectos de la crisis logística, no se puede negar que a nivel internacional sus consecuencias son perjudiciales. Por ejemplo, en los esfuerzos de exportación la ausencia de una red ferroviaria y portuaria eficiente altera la dinámica de sectores que viven prácticamente del mercado exterior y la falta de esa estructura encareció los productos nacionales.
Los grandes problemas de Brasil: tecnología pobre
Uno de los grandes problemas de Brasil, que también afecta a la estabilidad de la industria, es la baja concentración en investigación y tecnología. En comparación con los Estados del sur, la ventaja brasileña en este aspecto tiende a disminuir, sobre todo cuando se piensa en la India y en su excelencia en energía nuclear e informática.
No hay duda de que el caudal de conocimientos que Brasil tiene en este momento es suficiente para darle comodidad en Latinoamérica, pues es el país que más invierte en investigación en la región. Sin embargo, si se trata de un Estado que pretende obtener una posición destacada a nivel internacional, lo que tiene no es suficiente.
Varias explicaciones resultan útiles para entender la dificultad que tiene Brasil para hacer investigaciones de alto nivel. Una explicación puede ser que los recursos financieros son inferiores a las necesidades existentes. Sin embargo, también se puede comprender por la forma en que la universidad es pensada y su relación con las empresas: no hay una sinergia entre las dos instituciones y, cuando se encuentran con una de ellas, es impregnada de dificultades burocráticas y a veces ideológicas.
Que un Estado tenga importancia tecnológica es algo que no se logra en una generación ni tampoco es resultado de acuerdos internacionales: adquirir tecnología es enfrentar retos y conflictos. Por lo general, las entidades políticas que han hecho progresos en este campo tuvieron que enfrentar las conformaciones políticas de su tiempo. Así fue con Alemania y Estados Unidos ante el Reino Unido y de la misma forma pasa con China y la India con relación a los primeros. Con Brasil no sería diferente.
Los grandes problemas de Brasil: el ejercicio del poder
Los tres problemas mencionados anteriormente no están divorciados de este último. Es por medio de una conformación política correcta que una élite específica consigue constituir proyecto de poder con el fin de hacer del Estado un proyecto exitoso. El modelo de ejercicio del poder, heredado de la redemocratización de la década de 1980, es el de la presidencia de coalición. Es decir que la eficiencia del comando de la Presidencia de la Republica es el resultado de acuerdos y de compromisos. Teóricamente, este modelo de ejercicio del poder en Brasil tiene un aire democrático ya que la presidencia tomaría en cuenta los intereses de casi todos los sectores sociales representados en el congreso. El resultado más entrópico es la parálisis de la «gran política» -como decía Raymond Aron- y la dificultad de diseñar un proyecto nacional que se concentre en las áreas más urgentes.
Con este estilo no hay manera de establecer un proyecto que seleccione los puntos más urgentes de una potencia media porque siempre será contraria a los intereses de cualquier aliado o grupos que pueden ofrecer una fuerte influencia en la opinión pública. Un claro ejemplo es el caso de los ambientalistas. Es cierto que en un sistema democrático al estilo estadounidense no se pueden ignorar las presiones de los movimientos sociales. Sin embargo, la dificultad es que no se puede resolver el nudo que a veces esta constelación de intereses genera.
La construcción de un proyecto nacional con el objetivo de proyectar poder a largo plazo debe tener en cuenta un pequeño número de asuntos que son más urgentes para el Estado brasileño. Sería virtuoso que la élite política pudiera darse cuenta por lo menos de dos de ellos.
JOSÉ ALEXANDRE ALTAHYDE HAGE es profesor en el Departamento de Relaciones Internacionales de La Universidad Federal de São Paulo. Contáctelo en el correo electrónico alexandrehage@hotmail.com. DANIEL JURKWICZ FREIRE es investigador de asuntos de geopolítica y política externa brasileña.
Tags:Brasil, Crisis, Geopolítica, Lula
LA CRISIS DE BRASIL Y LA GEOPOLÍTICA SUDAMERICANA
La crisis actual de Brasil no puede reducirse a un fenómeno puntual de mera
índole política o económica. Sus orígenes o raíces deben buscarse en su
pasado histórico próximo y remoto, y enla diagramación espacial y
geográfica
de su expansionismo territorial, de su colonialismo interno, y de su
malversada representación política y gerenciamiento empresarial.
Este pasado histórico, condicionante de la crisis actual, tampoco se debe
reducir exclusivamente a las fronteras brasileras pues alcanza también a
todos sus vecinos de la cuenca chaco-amazónica, y tiene por tanto en su
matriz histórica una dimensión espacial, que pone en tela de juicio la
subsistencia de los nacionalismos y chauvinismos sudamericanos, que no
supieron o no quisieron encarar obras de infraestructura hidráulica que
conectaran sus cuencas interiores. Sin embargo, estas cuencas fueron
explotadas por represas hídricas para extraer electricidad que era
reenviada
a los centros del litoral marítimo. En el caso específico del Brasil, esta
sobreexplotación hídrica fue en perjuicio del medio ambiente y de la
navegación fluvial, incurriendo sus autoridades en omisiones dolosas que
deberían ser punibles por la justicia brasilera.
Ahora bien, es sabido por las discusiones sobre las crisis mundiales
ocurridas en el pasado histórico moderno, que estas consistieron en
grandes
movimientos bélicos, unas veces anteriores y otras posteriores a tremendas
convulsiones sociales y políticas, ocurridas en suelo europeo, pero que se
trasladaban a sus colonias de Asia, África y América como “válvula de
escape
para ordenar su propio espacio interior” (Villacañas Berlanga, 2008, 256).
Estas conmociones políticas y sociales que provocaron las ordenaciones del
espacio interior europeoy que impactaron en la periferia mundial fueron
sucesivamente: a) las guerras de religión y las revoluciones inglesa y
portuguesa que culminaron en la Paz de Westfalia (1648) y en el nacimiento
del estado absolutista; b) las guerras napoleónicas y las revoluciones
emancipadoras latinoamericanas que culminaron con la Paz de Viena (1815) y
su frustrado intento restaurador del colonialismo español en América; y c)
las guerras mundiales del siglo XX que terminaron en la Paz de Versalles
(1918),que acabó con cuatro imperios centenarios (prusiano, zarista,
austro-húngaro y otomano), y en la Conferencia de Yalta (1945) que liquidó
el III Reich, la Italia Fascista y el Japón Imperial, pero que no alcanzó a
licuar o desmembrar el populismo de Brasil (Varguismo), Argentina
(Peronismo), y Venezuela (Perezjimenismo).
En cuanto a la América Latina en especial, es también sabido que como
consecuencia de la invasión napoleónica a España y la prisión de su monarca
en Bayona, si bien la colonia hispanoamericana se fragmentó en múltiples
naciones-estados, la colonia lusitana –amenazada por la misma invasión–
preservó su integridad política merced a la oportuna mudanza de la familia
real al Brasil, operada por la Armada Británica.
Pero lo que la historiografía latinoamericana no ha investigado con igual
pasión ha sido el impacto de la Guerra de los Treinta Años (1609-1640) y
de
la Paz de Westfalia (1648) en la profunda partición del sub-continente
sudamericano entre las metrópolis Española y Portuguesa. En efecto, como
resultado de dicha conflagración mundial, Inglaterra entró en una
prolongada guerra civil (1640-1660) que derivó en la ejecución del monarca
Carlos I Estuardo en 1649, que repercutió en la rebelión de la nobleza
portuguesa contra España y la Casa de Austria (dinastía Habsburga) y en
favor de la naciente Ilustración inglesa y francesa, y que culminó medio
siglo más tarde en el Tratado de Methuen (acuerdo comercial de 1703 entre
Portugal e Inglaterra) y en la toma de partido a favor de la Gran Alianza
anglo-austríaca durante la Guerra de Sucesión de España, que culminó en la
Paz de Utrecht (1713).
De resultas de la rebelión portuguesa, la nueva dinastía de la Casa de
Braganza no sólo reconquistó los territorios nordestinos del Brasil y las
colonias de África (Angola, Sao Tomé) que habían sido invadidas por los
holandeses al mando del Conde Maurice de Nassau, sino que bajo el mando
del
Príncipe Regente y luego Rey Pedro II (1668-1706) y bajo el influjo
ilustrado de Giuseppe de Faria inició una campaña expansionista al
interior
del espacio colonial brasilero que consagró la leyenda de la “Isla Brasil”,
una metáfora espacial que ilustraba la ambición lusitana por confinar al
Brasil entre dos grandes ríos, el Amazonas y el Plata (Paraná, Paraguay).
Estos ríos procedían, según la leyenda, de un gran lago interior hasta
entonces desconocido, como era en el continente africano (Victoria, Chad),
que ellos venían colonizando desde hacía un par de siglos (Cortesao, 1958).
Ese expansionismo territorial se inició en 1669 con la fundación de un
fuerte en el confín del río Amazonas con el río Negro (luego conocido como
Manaos), y se coronó una década más tarde (1680) con la fundación de la
Colonia del Sacramento en la margen oriental del Río de la Plata frente al
puerto de Buenos Aires.
Estas fundaciones portuguesas terminaron por dinamitar el Tratado de
Tordesillas (1493) pues su expansionismo en el Amazonas se extendió hasta
copar la boca de los ríos Putumayo y Caquetá, al oeste de Manaos, en
perjuicio del joven Virreinato de Nueva Granada (actual Colombia); y en
todo
el espacio amazónico, chaqueño, sabánico y litoraleño presionó a la
cancillería española (Consejo de Indias) al extremo de alimentar con el
correr del siglo XVIII la persecución política contra la Compañía de Jesús
(ligada al Papado) y contra las etnias indígenas que se resistieron a su
éxodo forzoso (guerra guaranítica). Este infausto conflicto desencadenó
finalmente la permuta de la Colonia del Sacramento (que depredaba con el
contrabando la plata del Potosí) a cambio del espacio interior del
Chaco-Amazónico, ocupado y recreado por las Misiones Jesuíticas, operación
de trueque sellada en 1750 con el Tratado de Madrid, pero que se
perfeccionó
recién con la expulsión de los Padres Jesuitas en 1767, con el Tratado de
San Ildefonso en 1777, y con las consiguientes Comisiones Demarcadoras de
Limites, que prosiguieron su tarea hasta los mismos inicios del siglo XIX.
Las consecuencias históricas de esos tratados y de la política de destierro
jesuítico fueron notoriamente negativas para la integración económica y
cultural del sub-continente por cuanto desamparó las etnias indígenas y
decapitó la interconexión fluvial de los espacios amazónicos. En especial,
desconectó el espacio Neogranadino (actual Colombia) del espacio amazónico
Peruano (Iquitos); el espacio amazónico de la Audiencia de Charcas (actual
Bolivia) del litoral de la Gobernación del Paraguay; y los espacios
paraguayo y litoraleño argentino y brasilero (ríos Paraguay, Paraná,
Uruguay, Ivaí, Iguazú,Tieté) de las capitanías y estados orientales del
propio Brasil (Parana, Sao Paulo, Mina Geraes). Posteriormente, ya en el
siglo XIX, la lucha por la libre navegación de los ríos exigió nuevos
tratados de límites (Convención Fluvial de 1851 y numerosos acuerdos
orquestados por el Barón de Rio Branco). Y más tarde, con el boom del
caucho el expansionismo territorial brasileño se extendió aún más hacia el
oeste, en perjuicio de las regiones amazónicas de Bolivia (Acre) y del
Perú
(Amuheya).
Por todo ello, y fundados en el análisis expuesto en el trabajo titulado El
Hinterland Sudamericano en su Trágico Laberinto Fluvial, se sobreentiende
que la salida de la actual crisis brasilera no puede estar circunscripta a
una política coyuntural, corto-placista, economicista, y auto-centrada
solamente en el colonialismo interno brasileño (estados de Amazonas,
Rondonia, Acre, Roraima, y estados del nordeste). Por el contrario, el
gobierno de Brasil debería formular en combinación con los países
limítrofes
una política infraestructural y de largo aliento que suponga una
reconfiguración espacial que acabe con la vieja partición continental,
donde
lo que debe contar es la internacionalización y la integración de la cuenca
chaco-amazónica.
Para unamayor claridad, esta cuenca debe desagregarse en media docena de
cuencas,comprendiendo las cuencas amazónicas boliviana, peruana,
ecuatoriana, colombiana, venezolana y brasilera, la sabana colombiana y
venezolana, y los chacos boliviano, paraguayo, brasilero y argentino. A su
vez, estas cuencas, sabanas y chacos deben interconectar sus vías y
afluentes fluviales: la boliviana,los ríos Madre de Dios, Beni, y Mamoré;
la
peruana, los ríos Ucayali, Urubamba, Huallaga, Marañón/Pastaza, Napo, y
Yavarí; la colombiana, los ríos Putumayo, Caquetá/Apaporis, y
Guainia/Vaupés; la brasilera, los ríos Negro/Branco, Madeira, Guaporé,
Cuiabá, y Paraguay; y la paraguayo-argentina, los ríos Paraguay, Paraná,
Iguazú, Bermejo, Pilcomayo, y Uruguay.Una obra de semejante tenory ambición
emularía la epopeya encarada por Gran Bretaña al estrenar en 1869 el Canal
de Suez, o la de USA al terminar en 1914 el Canal de Panamá, o la de
Alemania al inaugurar en 1994 la hidrovía Rhin-Mainz-Danubio, que une el
Mar
Negro con el Mar del Norte y el Mar Báltico.
En consecuencia, estas políticasde estado debenenhebrar una salida
estratégica para todo el hinterland de Sudamérica, y deben
estarmancomunadascon políticas de naturaleza bio-geográfica, etno-cultural
y
socio-demográfica. Por tanto, proyectos extractivistas como la red
ferroviaria trans-oceánica impulsada por China solo pueden significar el
retorno de la política de saqueo como lo fue la era del caucho, y el
continuismo de la corrupción de la actual clase política. Por el
contrario,un mega-proyecto fluvial integrador para todo el sub-continente
otorgaría la esperanza de un mundo mejor y de una nueva clase política y
empresarial para todos los pueblos que componen el hinterland sudamericano
y
que más pronto que tarde se derramará al litoral marítimo.
http://www.salta21.com/El-hinterland-sudamericano-en-su.html
Eduardo R. Saguier
http://www.er-saguier.org