Los dilemas y las potencialidades de la no alineación de Brasil en el conflicto en Ucrania

27 marzo, 2023 • AMEI, Artículos, Asia/Pacífico, Europa, Guerra Rusia-Ucrania, Latinoamérica, Portada • Vistas: 2176

Gobierno de Brasil

logo fal N eneMarta Fernández

Marzo 2023

Una colaboración de la de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales

Un año después del inicio de la guerra en Ucrania, los países que se denominan neutrales, como es el caso de Brasil y China, se han mostrado dispuestos a asumir un papel de liderazgo como mediadores en una solución negociada al conflicto. El 23 de febrero de 2023, el Viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Ryabkov, comentó que estaba evaluando una propuesta para promover la paz en Ucrania del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, quien sugirió un “club de la paz” constituido por países no involucrados en el conflicto. El día siguiente, el Ministerio de Asuntos Exteriores de China publicó en su página de internet un plan de doce puntos para la paz que incluyó una llamada al diálogo, el respeto por la soberanía y la integridad territorial, y el rechazo a las armas nucleares. Ese mismo día, el Presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, declaró que estaba dispuesto a discutir un acuerdo de paz con Rusia que involucrara a los países del llamado “Sur global”.

Mientras que Rusia y Ucrania vieron con buenos ojos al Sur global como una reserva de capital político para resolver el conflicto, los dos países continúan persiguiendo la victoria militar mediante nuevas campañas en el campo de batalla. Con ambos lados aún apostando por una victoria decisiva en el fondo, la apertura de un espacio diplomático propuesto por Brasil y China continúa siendo un espejismo. Incluso, el portavoz del Kremlin comentó con respecto al plan para la paz de sus amigos chinos que, por el momento, no ve una resolución pacífica para el conflicto.

China y su plan de paz

Si Rusia no parece buscar crear el espacio necesario para un plan chino para la paz, Estados Unidos y sus aliados mucho menos, pues ven con escepticismo un plan que ni siquiera llega a calificar la situación como una “guerra” o condena la invasión de Ucrania. China difícilmente será aceptada como un mediador creíble en esta fase del conflicto, ya que la percepción en Occidente es que ya eligió un bando e incluso está considerando enviar drones y municiones a Rusia. Por esta razón es importante que Beijing se rehúse a encuadrar la actual situación como una “nueva guerra fría”. El término fue acuñado para referirnos a la nueva configuración geopolítica producida por su acenso y las crecientes tensiones comerciales y políticas con Estados Unidos. La mentalidad de la Guerra Fría está separada de la narrativa china centrada en ideas de autonomía, imparcialidad, abogacía por el multilateralismo y un rechazo de la identificación de sus modelos de organización política como universales y exportables.

Quizá la ventana de oportunidad para que China entre en el juego diplomático aparezca después: por ejemplo, si Rusia encuentra contratiempos significativos y es necesaria la presencia de un actor suficientemente influyente para sensibilizarla a abandonar sus pretensiones imperiales. Después de todo, una derrota para Rusia será también vista como una derrota para China.

La “guerra” contra la OTAN

La no alineación requiere de una política de neutralidad activa frente a una configuración de poder cada vez más rígida donde, como en la Guerra Fría, Estados Unidos y Europa nuevamente hacen de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) un escudo en contra de los peligros del Este. Aunque los teóricos de las Relaciones Internacionales, como Kenneth Waltz, predijeron el fin de la OTAN, creada en 1949 para contener a la expansión de la Unión Soviética, la alianza no solo ha sobrevivido al fin del sistema bipolar, sino se ha expandido hasta incorporar varios Estados de Europa del Este que solían ser miembros de la esfera de influencia de la antigua Unión Soviética.

Sin embargo, como advirtió en 2014 John Mearsheimer, otro teórico estadounidense de las Relaciones Internacionales, este movimiento ininterrumpido de la expansión de la OTAN hacia el Este sería detenido lógicamente una vez que llegara a las fronteras físicas y estratégicas de Rusia, como es el caso de Georgia y Ucrania. Después de todo, como lo planteó Mearsheimer, ¿cómo es posible para Rusia tolerar el avance de la OTAN en Ucrania si ha fungido como un Estado colchón que tanto la Francia napoleónica como la Alemania nazi cruzaron para atacarla?

Al final, Brasil puede contribuir, simultáneamente, despolarizando y politizando.

Como lo ha demostrado en el último año, a pesar de que la OTAN no ha cumplido con su promesa de 2008 de aceptar la membresía de Ucrania, la ha apoyado robustamente alimentando su vigor militar y moral, frustrando las exceptivas rusas de una victoria en el corto plazo, y creando un ambiente complejo para una salida negociada del conflicto. La guerra, como resultado, está siendo percibida cada vez más no como una guerra entre Rusia y Ucrania, sino como un enfrentamiento entre Rusia y la OTAN. En ese sentido, cualquier lectura de un fracaso ucraniano, como un cese al fuego que congele las anexiones rusas, será automáticamente visto como un fracaso de Occidente: para la OTAN, para Estados Unidos y para Joseph R. Biden. Además, un fracaso de la alianza occidental en Ucrania podría deshacer las ambigüedades de la actual configuración de poder al delimitar un nuevo orden internacional multipolar y remover de manera permanente la hegemonía de la que Estados Unidos gozó inmediatamente después de la Guerra Fría.

Brasil al rescate

La política exterior brasileña tiene un enorme potencial para contribuir de manera positiva hacia el deshielo del conflicto. Como China, su compañero en el grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica), Brasil ha argumentado que no está interesado en el discurso que caracteriza el momento actual como una nueva guerra fría, que lo induciría a alinearse automáticamente con alguno de los lados. Frente a la lógica de guerra fría que divide el mundo en dos polos antagónicos organizados de manera maniquea (es decir, el bien contra el mal), y atrapado en una carrera armamentista, Brasilia está interesada en mover el orden internacional hacia un sistema multipolar y hacia una atmósfera de diálogo que abre el espacio para la política.

Al final, Brasil puede contribuir, simultáneamente, despolarizando y politizando. La polarización ha sido exacerbada por una batalla de narrativas basada en la demonización del enemigo. Como lo ha mostrado el filósofo Slavoj Zizek, el discurso oficial del Kremlin describe la guerra como una operación para desdemonizar a Ucrania.

La nueva guerra fría

En el caso de Occidente, las narrativas se informan, por ejemplo, de sinofobia fortalecida por la pandemia de covid-19 y la rusofobia. Tales narrativas pueden contribuir al ánimo bélico y vuelven a la nueva guerra fría una profecía que se cumple sola, lo que dificulta cualquier resolución pacífica derivada de concesiones por los combatientes.

Cabe mencionar el anuncio de Vladimir Putin sobre la suspensión del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas Ofensivas (START III), firmado con Estados Unidos, que se dio en represalia al apoyo que Washington y sus aliados de la OTAN le prestaron a Ucrania. Por otro lado, el lenguaje de la guerra fría 2.0, en vez de dividir a las potencias del Este, parece no ofrecerle a China otra alternativa que un mayor acercamiento con Rusia, lo que resulta en una suma única de poder militar y económico.

Es más, el actual conflicto ha contribuido al proceso de desglobalización y disrupción de las cadenas de suministro, ya avanzado por la pandemia de covid-19. En este sentido, el conflicto y las sanciones unilaterales impuestas a Rusia han fragmentado la economía mundial y han realineado las relaciones económicas con las consideraciones geopolíticas que reflejan la lógica de una guerra fría.

Entre dos bandos

Brasil puede contribuir a desescalar el conflicto al moderar las ansiedades fóbicas de ambos bandos, y aún tener la ventaja de no ser percibido como una amenaza directa a Occidente. La política exterior brasileña se ha resistido a afiliarse incondicionalmente a uno de los polos para moverse con autonomía y con espacio para maniobrar con base en un análisis de principios frente a cada temática (como la defensa de la “democracia” en la agenda con Biden) y los intereses del país (como los lazos comerciales de Brasil con Rusia, su principal proveedor de fertilizantes).

Sin embargo, la pregunta que no puede ser ignorada frente a una guerra que no parece tener un fin visible es por cuánto tiempo podrá Brasil buscar un papel protagónico en la arena internacional y, al mismo tiempo, balancearse hábilmente entre las partes en conflicto, mientras mantiene una buena reputación ante todos. Apenas en febrero de 2023, Brasil era el único miembro de los BRICS que votó a favor de una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas que llamaba al retiro inmediato e incondicional de las tropas rusas de Ucrania; fue reconocido por el Viceministro de Exteriores ruso, quien mencionó que apreciaba la decisión del presidente Lula de no enviar armas a Ucrania a pesar de la presión estadounidense; fue invitado por Zelenski para visitar Ucrania para lograr un mejor entendimiento de su realidad, y, por último, a finales de marzo, viajará a China (el mayor socio comercial de Brasil) para disipar el clima hostil producido por el gobierno de Jair Bolsonaro.

En este sentido, mientras que el mundo atestigua la intensificación de las brechas políticas, económicas e ideológicas internacionales, Brasil ha operado, por otro lado, en los espacios abiertos por su diplomacia. Mientras que el mundo está cada vez más convencido que vivimos en una nueva guerra fría y se enfrenta con una nueva iteración de la crisis de los misiles cubana de 1962, Brasil ha mostrado que también es posible pensar en el mundo actual desde otros imaginarios más cercanos a otro evento de esa década: la creación del movimiento de los no alineados, que fungió como una plataforma única para la concertación de los países del Sur global.

Es imposible entender la no alineación de Brasil hoy sin considerar que este país, en particular, y Latinoamérica, en general, fueron el objetivo de la arrogancia, los golpes de Estado y la doble moral de Estados Unidos en su llamado “patio trasero”. No se puede entender la posición actual de países como Brasil sin sus memorias neocoloniales sobre los peligros inherentes a un orden unipolar con los impulsos narcisistas a imponer valores morales e intereses en una escala mundial que caracterizan a las potencias hegemónicas.

MARTA FERNÁNDEZ es profesora adjunta en el Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Católica de Río de Janeiro (IRI-PUC/Rio). Además es Presidenta de la Asociación Brasileña de Relaciones Internacionales (ABRI). Sígala en Twitter en @MartaFe51868688.

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