Las puertas del desierto: prospectiva de los países del golfo Pérsico

27 diciembre, 2021 • Artículos, Medio Oriente, Portada • Vistas: 2557

Atalayar

Mauricio D. Aceves

Diciembre 2021

El agotamiento derivado de los interminables conflictos subregionales y las crisis humanitarias, las necesidades de los países relacionadas con la recuperación económica, los vacíos de poder heredados por el retroceso de poderes externos como consecuencia de la aparición de distractores geopolíticos en Asia-Pacífico y los esfuerzos por la diversificación de ingresos en una etapa en la que la conectividad y los flujos de las cadenas de suministro —ligadas la producción y las fluctuaciones de los precios del gas y petróleo—se han convertido algunos de los principales ejes de la competitividad global, y que componen realidades comunes en el golfo Pérsico y la península Arábiga. Se trata de un escenario que, paradójicamente, abre camino para la diplomacia, pero que, al unísono, intensifica las rivalidades y orilla al planteamiento de nuevas estrategias.

El desierto es, a menudo, un lugar para reencontrarse, sin embargo, a más de 10 años del inicio de la Primavera Árabe las identidades parecen olvidarse y la conformación de nuevas alianzas puede cambiar el destino de una región que incide directamente en la estabilidad y en la política internacional. Los actores no estatales y los nuevos mecanismos de intervención serán clave para comprender las dinámicas de las relaciones intra y extrarregionales en los próximos años, que coincidirán con una reestructuración global profunda, la consolidación de amenazas no tradicionales como realidades impostergables, así como el surgimiento de nuevas reglas y cadencias en la carrera armamentista.

A más de un año de los Acuerdos de Abraham y del fin del bloqueo comercial a Catar por parte de Arabia Saudita, Bahréin y Egipto, han surgido condiciones que en un breve lapso cambiaron el orden regional. Adicionalmente, el aparente cambio de posición de Arabia Saudita ante Israel, el posible reingreso de Siria a la Liga Árabe —después una década de ausencia— y un relevo en la presidencia de Irán, que experimenta mejores condiciones para negociar la eliminación de las sanciones económicas impuestas desde la salida de Washington del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) en el cada vez más lejano 2018, son solo algunos de los aspectos que distinguen un nuevo panorama regional en el que la economía, la seguridad y la política advierten un nuevo comienzo. En el escenario actual, los jugadores no han cambiado, pero sí lo han hecho sus atributos.

Reprogramación de la seguridad, la disuasión y el conflicto

El vacío de poder que deja Estados Unidos y la propia Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en la región, debido a un replanteamiento de la estrategia global, en la que el epicentro de la atención ha migrado fuera del Medio Oriente, así como una Unión Europea fragmentada al exterior y en mitad de un proceso de reestructuración política y social interna, posibilita un nuevo esquema en el que las potencias regionales obtienen mayor peso. Históricamente, Arabia Saudita, Catar, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Israel o Turquía han perseguido objetivos particulares a través, alrededor o en contra de acciones de poderes externos, que han competido por concesiones desde el preámbulo de la Guerra Fría mediante la intervención, favoreciendo o confrontado a gobiernos y liderazgos locales.

Actualmente, los actores de la región han incrementado su capacidad de incidencia en los conflictos colindantes, principalmente en Afganistán, Irak, Líbano, Libia, Palestina, Siria, Sudán, Somalia y Yemen, ya sea en cuanto a su capacidad para desplegar la diplomacia, la mediación o la conciliación, o, por el contrario, para influir mediante armas, activos y financiamientos a fin de obtener ventajas estratégicas. Por tal motivo, los actores de la región serán cada vez más importantes para la resolución de conflictos y procesos de paz, incluso trascendiendo en organismo internacionales y otros mecanismos como interlocutores protagónicos, como ha sucedido con Catar en su función de mediador en Afganistán, o la incidencia de Arabia Saudita en el golfo de Adén. El alcance diplomático y estratégico de la región, si bien es resultado, en parte, de una especie de retirada táctica de poderes extrarregionales, en mucho dependerá de la capacidad de gestión de los recursos propios y de la fiabilidad que construyan para continuar proliferando su influencia en el tiempo ante la comunidad internacional.

Para generar resoluciones integrales es necesario evaluar los factores que impulsan el conflicto, en los cuales la escasez, la tensión geopolítica, la migración forzada y la gestación de nuevas alianzas forman parte de la vida cotidiana. Por otro lado, el aumento de los actores desestabilizadores o el refuerzo de organizaciones insurgentes, en combinación con una fase menguante generalizada de las capacidades de los Estados, impulsada también por el descontento de las poblaciones, son algunos retos que ponen a prueba la estabilidad. En este sentido, el regreso de los talibanes al control del gobierno central afgano, abrió la puerta a una nueva narrativa que inspira insurgencias más allá del heartland. Los conflictos, al igual que sus resoluciones, no se ajustan a los límites territoriales demarcados por la cartografía y tienen impactos en otras latitudes.

Actualmente, la línea divisoria entre la fase activa y la fase posterior al conflicto es cada vez más difícil de reconocer, e incluso llega a desaparecer, principalmente por cuatro factores: su extensión temporal, los relevos de actores de incidencia, la normalización de algunos de los conflictos en el tiempo, o el cansancio y el desgaste de las misiones de paz provistos por organizaciones internacionales, como ha ocurrido en Libia, Palestina, Siria , Sudan y Yemen, cuyos avances han sido limitados. Se trata de escenarios en los que la intensidad del uso de la fuerza es descontinua, pero la violencia no desaparece y los días en las cronologías de las crisis humanitarias siguen acumulándose, generando daños irreversibles, que frenan el desarrollo regional y promueven la aparición de factores desestabilizadores adicionales.

Hay algunos focos especialmente preocupantes en el golfo Pérsico y en la península Arábiga que generan múltiples factores de inestabilidad y que pueden condicionar el futuro de la región. El primero de ellos se refiere a las prospectivas poco optimistas tras la reanudación de las negociaciones del PAIC relacionado al desarrollo del programa nuclear de Irán y a las sanciones económicas en su contra. La resolución de esta nueva ronda implica también la evolución del orden regional, que podría elevar las tensiones de Irán con países vecinos, principalmente con Arabia Saudita e Israel, países que no participan en los diálogos en Viena, pero que siguen con atención este proceso.

El segundo es el incremento de la presencia del Estado Islámico y otros grupos paramilitares en Irak, territorio que históricamente ha funcionado como una zona de amortiguamiento entre los principales poderes regionales en el Medio Oriente. El inicio aparente de una nueva ola de violencia en Irak, en la que las tácticas terroristas han emergido nuevamente como principal amenaza, ha obstaculizado las posibilidades de consensos incluso tras los comicios recientes. El tercero está ligado a la crónica del conflicto en Yemen que ya supera los 7 años desde su inicio, en los que la crisis alimentaria y el desastre humanitario permanecen a puerta cerrada. Sin embargo, el avance militar de los huthíes en Marib rumbo al mar Rojo, puede significar el inicio de un periodo de paz armada, a reserva de la apertura de una negociación improbable durante el ocaso del año o, por el contrario, una agudización del conflicto. La reacción de otros actores regionales y la presión internacional en materia de derechos humanos serán factores a tomar en cuenta.

El oasis y una nueva estrategia para el desarrollo

El endurecimiento de las condiciones financieras, los trastornos en la producción y las cadenas de suministro son factores que moldean las dinámicas económicas y políticas regionales. Estos desafíos han sido especialmente sensibles en los Estados contiguos al golfo Pérsico, afectados por conflictos y la violencia, como Afganistán, Irak, Siria, Sudán y Yemen, o aquellos países destino de flujos migratorios y de refugiados, por ejemplo, Irán, Jordania, Líbano, Paquistán y Turquía. Los sistemas de salud en estos países han enfrentado retos adicionales, como las limitaciones de suministros médicos, las dificultades para el acceso a servicios, la reducción de las importaciones, el aumento de los precios de los alimentos aunada a la inflación, los altos riesgos de proximidad en las ciudades y la dificultad para proveer de espacios que posibiliten el distanciamiento físico recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Lo anterior se suma a la reducción de otras fuentes de ingresos, como las inversiones directas, las remesas o el turismo en Jordania, Líbano, Marruecos o Túnez.

Los países del golfo Pérsico con amortiguadores fiscales, como Arabia Saudita, Catar, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait han contado con mejores capacidades para reaccionar ante la pandemia y han mostrado condiciones para adaptarse y obtener ventajas en un punto crítico para la economía, así como para la configuración de un nuevo orden regional, lo cual podría incrementar la disparidad en la región. Sin embargo, la necesidad de las importaciones de suministros básicos, la ralentización de los grandes proyectos de desarrollo, la conectividad y la infraestructura en estos países, conjuntamente con las crecientes dudas respecto a la celebración de grandes eventos internacionales previstos para 2022 debido a la aparición de nuevas variantes del covid-19, son factores que han ocasionado que el desarrollo, la recuperación económica y el posicionamiento regional y global, aún se encuentren ligados a las dinámicas que se adopten para incentivar la reanudación de actividades productivas y a la evolución de la pandemia a nivel mundial.

Los actores de la región han incrementado su capacidad de incidencia en los conflictos colindantes.

Si bien, las proyecciones de la región apuntan a convertirse en una de los principales centros de desarrollo tecnológico, como también en una capital para el sistema financiero internacional y para la conectividad, los esfuerzos en este sentido han sido mayormente individuales, como la Estrategia Nacional de Transporte y Logística de Arabia Saudita, que cuenta con la finalidad de convertirse en un polo de atracción para las cadenas de suministros entre tres continentes —África, Asia y Europa—, y la integración de industrias ligadas a la inteligencia artificial, la biotecnología y las industrias de alta especialidad. El proyecto de Israel para unir al puerto marítimo de Haifa con la red ferroviaria de Jordania o bien, la Ruta Internacional del Transporte Transcaspio, que uniría Estambul con el Sudeste Asiático a través del mar Caspio y Asia Central, son otros ejemplos que comienzan a tomar forma, sin mencionar la serie de proyectos interconectados de la Iniciativa del Cinturón y la Nueva Ruta de la Seda impulsada por China.

Una de las mayores dificultades para la recuperación económica regional se compone, fundamentalmente, por la existencia de economías competitivas en vez de complementarias, situación que predispone al conflicto en cualquier marco teórico. Hay múltiples metas compartidas, sin embargo, estas incentivan más la competencia que la cooperación, por ejemplo, la diversificación económica a fin de disminuir la dependencia al petróleo, la atracción de nuevos capitales, de turismo internacional y el desarrollo de industrias sustentables o de centros financieros. En esta etapa de recuperación económica y el replanteamiento de estrategias y papeles, sugieren el aumento de competitividad entre los actores de la región para alcanzar los mismos objetivos.

Comentarios finales

Los conflictos armados, el desplazamiento forzado, el acceso al agua, la inestabilidad en los precios de las materias primas y alimentos son algunos de los fantasmas que han acompañado a la región en las últimas décadas y que se han agudizado recientemente, en parte por las nuevas variables relacionadas a la presión que ha generado la pandemia de covid-19 en la región. Sin embargo, después de la reestructuración de la balanza de poder, en combinación con el desarrollo tecnológico para las comunicaciones y la ciberseguridad, son circunstancias que no volverán a tener la misma lectura. La reconfiguración de la rivalidad ante nuevos equilibrios de poder y un mayor margen de maniobra como consecuencia de mayor independencia política, son factores que delegan a los actores de la región más responsabilidad en razón de la estabilidad internacional, por lo tanto, también sugieren incentivos para la apertura y el diálogo, en un segmento de la historia especialmente sensible.

Por otro lado, si bien es cierto que el cambio de prioridades de la OTAN ha permitido el crecimiento de actores regionales, también ha propiciado mayor influencia de China y de Rusia en la región. Si bien se encuentran lejos de amasar el influjo en el Medio Oriente que Estados Unidos logró cohesionar en los últimos 20 años, ahora adquieren mayor influencia al acrecentar la cooperación con actores locales, amplificando sus relaciones con Arabia Saudita, Egipto, Irán, Israel, Siria y Turquía. En el caso de este último, destacan especialmente las aspiraciones de profundizar la cooperación militar con Rusia y de cooperación económica con China, a fin de crear contrapesos que sirvan para equilibrar la balanza regional entre los principales liderazgos y para contar con mejores recursos para negociar en Viena.

A pesar de que algunos de los países analizados en estas líneas han demostrado fortalezas para reaccionar ante retos coyunturales, no hay país inmune a los efectos adversos de las amenazas no tradicionales. La evolución de problemáticas adyacentes, transversales y paralelas al golfo Pérsico terminará por rebasar las líneas fronterizas con mayor velocidad de la que se supondría hace 10 años. La región ha sido siempre una variable condicional para los precios de los combustibles y las materias primas, lo mismo que para la conectividad, por lo que los sucesos en estas coordenadas repercutirán directamente en la certidumbre económica, en la paz y el reordenamiento internacional, por lo que los acuerdos y los desacuerdos intrarregionales implicarán cambios en la agenda en los organismos multilaterales, además de las modificaciones en los mecanismos de aproximación de países y otros actores con la región.

MAURICIO D. ACEVES es licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad del Valle de México (UVM), maestro en Seguridad Pública y Políticas Públicas por la IEXE Escuela de Políticas Públicas y diplomado en Dirección de Operaciones de Inteligencia y Contrainteligencia por el Campus Internacional para la Seguridad y Defensa. Es analista independiente sobre resolución de conflictos y autor de diversos artículos relacionados con la seguridad internacional y el Medio Oriente. Sígalo en Twitter en @DaanMaur.

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One Response to Las puertas del desierto: prospectiva de los países del golfo Pérsico

  1. […] de la energía hidroeléctrica, esta última en el caso de Kirguistán y Tayikistán. Al igual que en las economías del golfo Pérsico, las similitudes productivas entre los países de Asia Central dificultan el comercio y el […]

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