José Eustasio Rivera Salas, un diplomático en la selva

12 febrero, 2024 • Artículos, Portada • Vistas: 1452

Arte Futura

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Febrero 2024

En 2024 se cumple uno de los aniversarios más importantes de la literatura hispanoamericana, el centenario de la publicación de la novela La vorágine (1924), considerada la gran obra sobre la selva amazónica, escrita por el autor colombiano José Eustasio Rivera Salas, quien fue diplomático y pionero en la defensa de los derechos humanos. Un hombre que pudo haberle dado más gloria a Colombia, conforme sus proyectos e ideas, pero la muerte inesperada le sorprendió a los 40 años. Aquí, vamos a repasar una vida tan ilustre como prolífica.

Rivera Salas nació el 19 de febrero de 1888 en una pequeña población que, años más tarde, se rebautizaría con su apellido, por lo que no es extraño, si en sus biografías, que se mencione que el autor nació en Rivera o en San Mateo-Rivera, observando que algunos autores afirman que nació en Neiva, la capital del Departamento del Huila, la ciudad más importante del centro-sur de Colombia. José Eustasio fue uno de los once hijos que tuvo el matrimonio de Eustacio Rivera y Catalina Salas. Hacemos una necesaria aclaración, el nombre del padre, Eustacio, es con “c”, mientras que el del hijo con “s”. Al parecer, al autor lo habían bautizado con “c”, pero al cumplir la mayoría de edad, él habría cambiado la letra en una notaría pública.

Rivera Salas estudió primero en Neiva, y su vocación como escritor se expresó primero en la poesía, pues siendo jovencito escribió un sinnúmero de sonetos. De allí que no fuera extraño que su primer libro, Tierra de Promisión (1921), fuera una colección de poemas, en la que la geografía y los paisajes de su bella región salen a relucir. Posteriormente se trasladó a Bogotá e ingresó a la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Colombia. Al graduarse comenzó a trabajar en el Ministerio de Gobierno. El poemario fue muy elogiado por el público y la crítica, lo que le valió una inusitada celebridad en los círculos literarios, que incluía en aquella época a los políticos, pues, desde el Presidente de la República, todos los colombianos soñaban con ser poetas reconocidos.

El querido profesor Isaías Peña, uno de los colombianos que más sabe y ha escrito sobre su paisano José Eustasio, recuerda que la primera misión diplomática de Rivera Salas fue integrar, en 1921, una delegación que Colombia envió a las fiestas centenarias de la independencia de Perú y México, precisamente, por su condición de funcionario oficial y poeta.

El escritor y la vorágine mundial

Especial

En 1922 y luego de esa fugaz experiencia diplomática, es nombrado como Secretario Abogado de la Comisión Limítrofe Colombo-Venezolana. En desarrollo de su trabajo, comenzó su itinerario vital por las fronteras del país y las regiones apartadas del poder central de la fría y distante capital. La base de los trabajos de la Comisión se ubicó en la ciudad de Sogamoso, en el Departamento de Boyacá, en donde Rivera Salas inició la escritura de La vorágine, la novela que rompió los esquemas establecidos en la literatura latinoamericana, partiendo del romanticismo imperante, con una historia de amor contrariado, que transformó en una denuncia social sin precedentes. Conocedor de los abusos y los maltratos de los que eran víctimas indígenas, campesinos y colonos por parte de los explotadores caucheros, Rivera Salas envió una serie de denuncias, mediante cartas a las autoridades y los periódicos, pero no fue escuchado.

En particular, es conocido que, en 1923, Rivera Salas recopiló sus acusaciones sobre la grave situación de los compatriotas colombianos en las fronteras y se desplazó hacia el consulado de Colombia en Manaos (Brasil), desde donde las remitió a la sede central de la Cancillería en el Palacio de San Carlos en Bogotá, pero fue ignorado. Resulta muy diciente que, en el final abierto de La vorágine, aparece como personaje, el Cónsul de Colombia en Manaos, quien sería el que da cierre con una frase que ha pasado a la historia de la literatura, como una de las más contundentes: “¡Los devoró la selva!”

El proceso de escritura y publicación de La vorágine se dio en un periodo muy activo para Colombia en el plano internacional. El tratado que finalmente se firmó con Estados Unidos, por el cual Colombia recibió a manera de indemnización 25 millones de dólares por la pérdida de Panamá, algo con lo cual Rivera Salas siempre se opuso, pues opinaba que Colombia nunca debió reconocer la independencia panameña, auspiciada por Estados Unidos. De igual forma, se firmó el tratado de límites con Perú y se iniciaba la demarcación de límites con Venezuela, bajo la observación de una delegación técnica suiza.

Al mismo tiempo, se vivía en el mundo, la llamada fiebre del caucho, con la explotación de los árboles amazónicos, que producen el látex, materia prima de los neumáticos de la creciente industria automovilística. Rivera Salas no era un hombre cobarde ni timorato y se enfrentó a los poderosos, tanto colombianos como extranjeros, quienes se beneficiaban con las ganancias de la comercialización de este recurso, a costa de la violación de los derechos fundamentales de miles de seres humanos.

Es conocido que la redacción del texto se dio, de forma paralela al trabajo de Rivera Salas en la Comisión Demarcadora, la cual también sufrió momentos de abandono y desidia por parte de los Ministerios de Relaciones Exteriores de Colombia como de Venezuela, los cuales no brindaron los suficientes recursos para desempeñar una tarea fundamental: fijar el límite terrestre entre los dos países.

Rivera Salas no era un hombre cobarde ni timorato y se enfrentó a los poderosos, tanto colombianos como extranjeros, quienes se beneficiaban con las ganancias de la comercialización de este recurso, a costa de la violación de los derechos fundamentales de miles de seres humanos.

Sin embargo, las penalidades sufridas en carne propia por José Eustasio y conocer a personas que luego se convertirían en personajes en la novela, fueron fundamentales para darle toda la veracidad a una obra que tiene episodios de cruda realidad. La naturaleza innata de defensor de los derechos humanos condujo a Rivera Salas a tener diversas desavenencias, incluso con los ingenieros suizos, cuya conducta con los indígenas le parecía abusiva. Conoció y documentó situaciones como la venta de colombianos a hacendados brasileños y las condiciones de esclavitud en diversos puntos del territorio nacional por parte de la Casa Arana, empresa peruana explotadora del caucho, lo que además era flagrante violación de la soberanía nacional.

La vorágine, publicada el 24 de noviembre de 1924 por la editorial Cromos de Bogotá, fue un éxito automático no solo en Colombia, pues, en poco tiempo, traspasó las fronteras nacionales y cumplió con otro papel, no solo la función literaria de ser una obra atrapante para el lector, por sus historias y el escenario de la selva, sino porque fue la mejor forma de transmitir la denuncia social de su autor. Rivera Salas, convertido ya en decidido valedor de aquellos compatriotas que se encontraban prácticamente en un estado de esclavitud, fue designado miembro de la Comisión Investigadora de Relaciones Exteriores y de Colonización del Congreso de la República.

Es relevante exponer la dimensión internacional de la historia que narra Rivera Salas en su obra cumbre, porque, como hemos mencionado, la fiebre del caucho conformó verdaderas multinacionales relacionadas con la producción y la comercialización del látex. Esto suscitó temas de geopolítica internacional y de corrupción interna en los países amazónicos, pues era evidente que la desidia oficial escondía no solo incapacidad o falta de recursos, sino estrechas relaciones entre las autoridades y los empresarios caucheros, en un esquema que luego se repetiría entre empresas extranjeras y autoridades locales a la hora de explotar recursos como el banano o el petróleo.

El viaje final del diplomático

José Eustasio Rivera Salas consolidaría su papel como diplomático al representar a Colombia en la II Conferencia Internacional de Emigración e Inmigración (que no debe confundirse con la VI Conferencia Internacional Panamericana), celebrada en La Habana, Cuba, a inicios de 1928. Como se recordará, las conferencias panamericanas fueron una iniciativa de Estados Unidos para concertar temas comunes con los países latinoamericanos. En la IX Conferencia, celebrada en Bogotá, se creó la Organización de los Estados Americanos, que culminó el llamado panamericanismo.

La II Conferencia Internacional de Emigración e Inmigración, se realizó en La Habana, del 31 de marzo al 17 de abril de 1928, recordando que para entonces Cuba era un protectorado de facto de Estados Unidos, estos eventos multilaterales se efectuaban con la supervisión estadounidense. Se trató de una de las primeras reuniones internacionales en la que se trató el fenómeno de la migración internacional, que sigue siendo uno de los principales temas de la agenda actual, aunque en esa época la preocupación era por las corrientes migratorias que llegaban a América desde Europa. En ese momento, Rivera Salas era colaborador del periódico El Espectador, de Bogotá, el cual lo exaltó en un editorial: “Hermosa carrera la suya, que en plena juventud, fuerte y lozana, le ha permitido ya destacarse tan señaladamente así en la literatura como en el foro, en el parlamento como en la diplomacia”.

En abril de 1928, Rivera Salas llegó a Nueva York, con el doble prestigio de escritor de éxito y diplomático de renombre. Tenía tres objetivos básicos: adelantar la traducción al inglés de La vorágine, que iba por su quinta edición (a la cual se dice le hizo miles de correcciones); negociar los derechos de la novela para el cine, que era su gran sueño, y terminar la escritura de una nueva novela llamada La mancha negra (obra crítica sobre el petróleo), cuyo manuscrito se extravió en la ciudad estadounidense. La vida solo le alcanzó para concretar el primero de estos proyectos, pues falleció de manera fulminante en un hospital neoyorquino a los 40 años. No hubo un diagnóstico claro. Se dice que pudo ser consecuencia de una enfermedad (malaria cerebral), contraída en la selva.

Aunque en vida, Rivera Salas alcanzó a recibir algunos esporádicos reconocimientos, como el que le ofrecieron en la Universidad de Columbia en Nueva York, el desplazamiento de sus restos a Colombia se convirtió en un largo homenaje de despedida: su cuerpo embalsamado tuvo un recorrido por diferentes medios de transporte, el barco Sixaloa de la United Fruit Company, que lo llevó de Estados Unidos a Barranquilla, el vapor-correo Carbonell González a lo largo del río Magdalena y el ferrocarril central, hasta que arribó a Bogotá, un mes más tarde, en donde fue velado en el Capitolio Nacional. Rivera Salas sería enterrado en el Cementerio Central de Bogotá el 9 de enero de 1929, en una ceremonia multitudinaria, en la cual, miles de colombianos acompañaron sus despojos.

La figura de José Eustasio Rivera Salas es importante en la literatura en idioma español porque introduce elementos hasta el momento inexplorados, la denuncia social, la selva como escenario y personaje mismo, y la violencia como expresión y resultado de las injusticias en materia de la propiedad de la tierra y el acceso a la misma, algo que marcará no solo la producción literaria posterior, sino la vida política y social de Colombia durante el siglo XX.

Sobre los objetivos inconclusos de Rivera Salas, debe decirse que su novela fue traducida al inglés como The Vortex; y expertos anglosajones la consideran una obra épica que, con su carga de violencia en la jungla, en medio de la fiebre mundial por el caucho, se equipara a los trabajos de Joseph Conrad, especialmente El corazón de las tinieblas (1899). Debe agregarse que La vorágine ha sido traducida a multitud de idiomas y seguramente, en este año de su centenario, verán la luz nuevas versiones.

En cuanto a la adaptación al cine, en 1949 se realizó en México la única cinta basada en el libro, aunque más centrada en la historia romántica, titulada La vorágine: abismos de amor, dirigida por Miguel Zacarías, quien escogió como protagonista a Alicia Caro, actriz colombiana radicada en México, quien eligió su nombre artístico por el de Alicia, el personaje de la novela. En televisión ha tenido dos versiones, como telenovela en 1975, protagonizada por Mariela Hijuelos, remplazada por María Cecilia Botero, al morir la primera durante la producción. La otra, una miniserie dirigida por el cineasta Lisandro Duque, con Florina Lemaitre, Armando Gutiérrez y Frank Ramírez como protagonistas.

Después de 100 años de ver la luz en la imprenta, La vorágine sigue siendo una obra vigente, porque la Amazonía, sus recursos y pobladores, potencialidades, amenazas y riesgos, se encuentra en primer orden en la agenda internacional y de los países que integran esa gigantesca región, en la que muchos ponen sus esperanzas, en medio de la crisis climática mundial, con temas como la transición energética y la necesidad de preservar el medio ambiente.

Quizá llegue el día en que volvamos a ver La vorágine en la pantalla grande o en alguna de las plataformas que se convierten en alternativa audiovisual. Mientras tanto, la lectura sigue siendo la mejor opción para conocer una obra impactante por su descarnada carga de realidad, la misma obra que en su primera frase, ya resumía lo que le esperaba al lector: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”.

DIXON MOYA ACOSTA es diplomático colombiano de carrera, en el rango de Embajador. Es autor de Relatos Diplomáticos: Apuntes imaginarios desde San Carlos (Pandora Lobo Estepario Productions, 2019), con su nombre literario Dixon Acosta Medellín. Sígalo en X en @dixonmedellin.

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