¿Quo vadis, Latinoamérica?

23 febrero, 2017 • Latinoamérica, Opinión, Portada • Vistas: 6709

Los procesos de integración regional en el fin de un ciclo

Juan Mabromata

  Miguel Barreto Henriques

Febrero 2017

Desde la década de 1960, el regionalismo latinoamericano ha conocido distintas etapas y ciclos. En su origen, fue profundamente marcado por la experiencia europea. La Comunidad Económica Europea y, posteriormente, la Unión Europea sirvieron de modelo y referente para los procesos de integración regional en Latinoamérica, especialmente para organizaciones como el Mercado Común del Sur (Mercosur) y la Comunidad Andina.

La Unión Europea se había afirmado a nivel internacional como un modelo de paz, desarrollo y prosperidad. El énfasis de su integración estaba en el componente económico, pero pretendía asegurar objetivos manifiestamente políticos. En primer lugar, promover la paz y prevenir nuevos conflictos en un continente martirizado por dos guerras mundiales. En segundo lugar, fomentar una identidad e interés comunes europeos, enraizados en los principios democráticos, la cooperación política, la cohesión social y la superación de los nacionalismos agresivos.

Este ideal europeo de integración y poder blando atrajo a muchos en Latinoamérica, especialmente en la década de 1990, pareciendo en ese momento marcar una hoja de ruta para la región. Así, en este periodo, se profundizaron considerablemente los procesos de integración regional en Latinoamérica, particularmente en el marco del Mercosur, con la constitución de un mercado común suramericano.

Sin embargo, el avance fue paulatino y moderado. Los contextos sociales y estructurales de ambas regiones eran distintos, pero también sus culturas políticas. El valor de la soberanía nacional era más arraigado en Latinoamérica, dificultando que los procesos se profundizaran en temas políticos y que dinámicas de supranacionalidad se afirmaran, contrariamente a lo que había pasado en Europa.

En la década de 2000, se asistió a una nueva etapa y ola de regionalismo en Latinoamérica. Con Hugo Chávez como timonero y principal protagonista, proliferaron nuevas organizaciones regionales. Nació la Unión de Naciones Suramericanas  (Unasur), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), al mismo tiempo que la Comunidad Andina y el Mercosur entraron en una crisis. El consenso de Washington estaba en retroceso en la región, una «ola rosa» barría el continente y se afirmaban regímenes de «socialismo del siglo XXI». En esta medida, las prioridades políticas del regionalismo cambiaron y se extendieron más allá de la dimensión comercial. Nuevos temas fueron colocados en las agendas de integración regional, y se asumió una vocación del regionalismo como resistencia al imperialismo estadounidense y alternativa al proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). A esta dinámica la llamó José Antonio Sanahuja «regionalismo posliberal», mientras que Pía Riggirozzi y Diana Tussie lo nombraron «regionalismo poshegemónico».

EFE

No obstante, este nuevo ciclo parece haber llegado a su fin. La salida de escena de Chávez en la región dejó huérfano el liderazgo en estos procesos y, con la actual crisis política y económica en Venezuela y Brasil, parece no haber alternativas. Asimismo, la conformación en 2011 de la Alianza del Pacífico entre Chile, Colombia, México y Perú puede significar un nuevo retorno a una visión de la integración regional estrictamente centrada en el ámbito comercial.

Al mismo tiempo, el modelo político, social y económico europeo entró también en colapso. La crisis económica iniciada en 2008 no solo puso en entredicho la moneda única, sino que también se convirtió en una crisis existencial para la Unión Europea: los conflictos nacionales reemergieron; países como Grecia y Portugal fueron subyugados a las imposiciones e intereses de Berlín; el brexit colocó afuera de la Unión Europea a uno de sus principales actores; y la imagen de Europa como referente de prosperidad, desarrollo y solidaridad entre los pueblos se esfumó. La Unión Europea no es más hoy para Latinoamérica el modelo a seguir.

Asimismo, la profusión de organizaciones regionales volvió al regionalismo latinoamericano un proceso complejo, difuso, confuso y fragmentado, lo cual para algunos es indicador de su agotamiento y estancamiento. Por ello, más que un regionalismo latinoamericano deberíamos hablar de regionalismos, una colcha de retazos de procesos e instituciones, que ponen en entredicho la unidad política y económica de Latinoamérica. Por lo demás, la prioridad para diversos países de la región, como Chile, Colombia y Perú, pasó a ser la celebración de acuerdos bilaterales de libre comercio, factor que desafía y obstaculiza la afirmación de un bloque regional latinoamericano a escala global.

Así, el regionalismo latinoamericano parece encontrarse en una encrucijada, mostrándose incapaz de definir una ruta y objetivos claros para la región, de hacer frente a sus mayores problemas políticos, económicos y sociales, y de imponerse a una sola voz a nivel mundial. Su futuro dependerá en gran medida de los líderes políticos que surjan en la región en los próximos años, así como de su capacidad para construir consensos y una visión común de región en un mundo globalizado y en crisis.

MIGUEL BARRETO HENRIQUES es profesional en Relaciones Internacionales y doctor en Política Internacional y Resolución de Conflictos de la Universidad de Coimbra, en Portugal. Actualmente, es director del Observatorio de Construcción de Paz y profesor titular del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en Bogotá. Sígalo en Twitter en @miguelbarretoh.

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