Occidente y Rusia

14 febrero, 2022 • Artículos, Asia/Pacífico, Asuntos globales, Europa, Guerra Rusia-Ucrania, Portada • Vistas: 9502

Geopolítica del pasado para comprender el presente

BBC

Adrián Rocha

Febrero 2022 

La historia de Rusia ha estado marcada por problemas de naturaleza geopolítica, debido a cuestiones inherentes a su geografía, que determina y seguirá determinado su forma de concebir la política exterior. La relación de Rusia con lo que podría denominarse “el mundo occidental” tal vez sea el capítulo más importante de esa historia signada por la geopolítica. La categoría de “mundo occidental” es difusa debido a que conlleva distintas implicaciones, dependiendo de la época en que situemos el análisis. Sin embargo, cuando se observa la historia de Europa a partir del siglo XVI (desde una perspectiva historiográfica rusa), ese mundo occidental configurado primero por el Renacimiento y luego por la Ilustración (inglesa, francesa y alemana), apareció para Rusia como un desafío a sus diagnósticos respecto del lugar de poder que le tocaría en el concierto internacional, creando así una percepción muy escéptica y suspicaz en Rusia para con Europa. Esta percepción gestará una visión de los asuntos externos y geográficos que permanecerá a lo largo de los siglos y de los avatares de la historia rusa.

El desafío que Rusia percibió desde el siglo XVI y que en ocasiones puede traducirse en una concreta percepción de amenaza por parte de Rusia, la cual es evidente, por ejemplo, en el actual conflicto en torno del ingreso de Ucrania a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), no es arbitrario y tiene raíces históricas atendibles. A mediados del siglo XIII, Rusia fue “víctima” de su geografía y sufrió una invasión que marcaría para siempre su concepción de las fronteras: la invasión mongola encabezada por Betú Kan ⸺nieto de Gengis Kan⸺ acabaría haciendo de Rusia un territorio políticamente dependiente de Mongolia durante 2 siglos y medio, aun cuando muchos príncipes rusos conservaran su poder, pues los mongoles no querían ejercer un dominio absoluto sobre Rusia sino disponer de un control centralizado a través de príncipes locales mediante un eficiente sistema burocrático de recaudación de impuestos (por cabeza y no por familia), centralización administrativa y el meticuloso conocimiento de la estructura poblacional; por eso, como bien indica Hélène Carrère D’Encausse: “El primer censo de población de toda la historia rusa es obra suya”, refiriéndose a los mongoles.

La autora agrega que “de este balance contradictorio ⸺aportaciones políticas, principalmente, y no culturales, como subrayó Aleksandr Pushkin⸺ se deriva la constatación de que la ocupación mongola separó entonces Rusia de Europa, impidiéndole participar en los grandes movimientos del desarrollo histórico europeo que condujeron al Renacimiento y a la Reforma. El retraso en que se sumió en esa época la historia rusa no puede ponerse en duda y la dominación de los kanes es, sino la única, al menos sí una de sus explicaciones principales”, hipótesis que suscriben numerosos historiadores rusos, entre ellos Nikolái Karamazin, fundador de la escuela histórica rusa.

 Después de su independencia del yugo mongol y de consolidarse como potencia terrestre, Rusia se convirtió en un imperio. El poder ruso se revelaba entonces como eminentemente terrestre y este factor fue decisivo en las numerosas contiendas que le tocó afrontar, desde el ataque al kanato de Kazán, en 1551, hasta la guerra de Crimea de 1853. Durante este proceso de expansión y consolidación de un imperio, Rusia comprendió que su poder consistía en la práctica de un realismo ofensivo de tipo existencial, el cual le permitía expandirse al tiempo que contenía la proliferación de conflictos fronterizos. Pero esta fortaleza es asimismo su debilidad. De allí que ante cada desafío (percibido como amenaza) a esa naturaleza enteramente geopolítica que la caracteriza, Rusia se vea obligada a mostrarse decidida a pagar los costos que sean “necesarios” con tal de no padecer lo que podría denominarse como un “síndrome de fronteras” basado en la paradójica cuestión de su multiplicidad de fronteras: en lugar de volverla más poderosa, sus múltiples fronteras crearon en Rusia sensación de inestabilidad o amenaza. Debido a ello, Rusia siempre ha sido muy celosa de sus estados fronterizos. Por ejemplo, cuando la Unión Soviética se encontraba en su momento de mayor debilidad y de inminente desintegración, entre 1989 y 1991, Mijail Gorbachov y numerosos oficiales rusos continuaban rechazando la idea de una Alemania “unificada”, ya que la Unión Soviética siempre exigió la neutralidad alemana e insistió en la necesidad de que las dos Alemanias se mantuvieran divididas, pues esta fragmentación blindaba la seguridad fronteriza soviética.

Se trata de un proceder basado en un diagnóstico geopolítico caro tanto para la Rusia imperial, la Unión Soviética o para la Rusia actual, porque, bajo el modelo político que sea ⸺zarista, comunista o populista⸺, Rusia está obligada a diagnosticar e implementar su política exterior priorizando la variable geopolítica. Esta suerte de fatalismo geopolítico debe ser comprendido más allá de la opinión que se tenga sobre Vladimir Putin, y no debería sorprender que en los planes de la inteligencia militar rusa se encuentre la intención de que Ucrania se parta en dos: quedando la zona este dentro de Rusia, y que el tramo occidental pase a conformar una nueva república, que sin duda se incorporaría a la OTAN, lo cual replicaría el problema actual, pues esta nueva república sería una vez más frontera de la “zona roja” de Rusia. Cabe recordar que, además, Ucrania significa, precisamente, “frontera”.

En este punto es conveniente ser muy claros: Bielorrusia, Georgia y Ucrania constituyen para Rusia una “zona roja” en materia geopolítica. Son tres áreas sensibles para la inteligencia rusa y, a raíz de lo ocurrido en 2008 en Georgia, se puede interpretar que Putin había anticipado de alguna manera su accionar, cuando en la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2007 advirtió acerca de su renuencia para con el orden unipolar que, según afirmaba, Estados Unidos procuraban sostener.

Por esta razón, resulta evidente que el conflicto por el ingreso de Ucrania a la OTAN debe ser leído en clave geopolítica, pues si Rusia buscara perjudicar a Ucrania en aspectos que no involucren la geopolítica, podría hacerlo con mayor efectividad, como lo demuestra Elisabeth Braw en su artículo en Foreign Policy “Russia Can Win in Ukraine without Firing a Shot”, en el que indica con claridad que “los negocios en Ucrania son cada vez más difíciles de asegurar”.

Ucrania, la OTAN, Europa y Estados Unidos

Tanto George F. Kennan como otras figuras destacadas de la diplomacia y la política exterior estadounidense han señalado en diferentes momentos el error que conllevaba la ampliación de la OTAN, cuyos fines, como se sabe, estaban limitados a la Guerra Fría. Una vez disuelta la Unión Soviética, la OTAN solo tenía sentido en un moderado marco de seguridad y apoyo a Europa. Sin embargo, desde la década de 1990 los países europeos comenzaron a desatender la esfera de defensa para enfocarse en la integración comercial, cultural y política, razón por la cual la OTAN quedó, en cierto modo, obligada a suplir ese asumido rechazo o negación de la geopolítica europea.

Ahora bien, el ingreso de Ucrania a la OTAN comprende cuantiosos asuntos, algunos de orden histórico, otros de tipo estratégico, y muchos de naturaleza inercial. Los asuntos históricos no son difíciles de identificar: un sector muy importante de la sociedad ucraniana es muy escéptico con Rusia debido a los resabios que aún quedan del Holodomor e incluso por la visión que el imperio ruso tuviera sobre Ucrania como una “pequeña Rusia”, ya que, estrictamente, la cuestión nacional ucraniana es de orden presoviético y se remonta a las disputas entre el Reino de Polonia y el imperio ruso.

Hay que prestar atención a este elemento inercial, pues muchas veces es en la imposibilidad de resolver, o en la falta de vocación por encontrar una salida, en donde se gestan esos conflictos para los cuales cuesta explicar, en la posteridad, el fracaso diplomático.

Así, gran parte de la sociedad ucraniana y, fundamentalmente, sectores nacionalistas y militares, rechazan severamente la intromisión de Rusia en su territorio, que, como se sabe, se realiza mediante tácticas clásicas como el uso de fuerzas de inteligencia paralelas a las oficiales de Rusia y la guerra psicológica por medio de operaciones en prensa, redes sociales y la promoción de movimientos políticos internos, muchos de los cuales, sobre todo en la región del Donbass, comparten fuertes lazos lingüísticos, políticos y culturales con Rusia. Este factor profundiza el conflicto, ya que las fronteras políticas no reflejarían, en este caso, las integraciones geoculturales. Siguiendo a Robert Kaplan: “Los mapas no siempre dicen la verdad”.

Los asuntos de tipo estratégico refieren a algo mucho más profundo: la hipótesis sobre la intervención de Rusia en las elecciones estadounidenses que dieron como ganador a Donald Trump, el posible financiamiento de movimientos populistas en Europa, incluyendo al Reino Unido, así como las probadas iniciativas de actores vinculados con Rusia en la agitación del separatismo catalán, han creado alarmas en la comunidad de inteligencia occidental, debido a que en estos casos Rusia estaría operando con modalidades basadas en la creación deliberada de conflictos para desestabilizar el orden internacional. El ingreso de Ucrania a la OTAN sería entonces un modo de advertirle a Rusia que su proyecto de debilitar Europa y su espíritu expansivo tienen consecuencias directas sobre su “zona roja”. Pero otro aspecto clave del ingreso de Ucrania a la OTAN reside en la búsqueda por parte de Estados Unidos de frenar la influencia que Rusia busca establecer en Europa y Alemania sobre todo con el gasoducto Nord Stream 2.

En este contexto, los aspectos de naturaleza inercial surgen debido a que, una vez escalado el conflicto, en cierto nivel, resulta muy difícil para los actores involucrados encontrar un punto de mitigación. Hay que prestar atención a este elemento inercial, pues muchas veces es en la imposibilidad de resolver, o en la falta de vocación por encontrar una salida, en donde se gestan esos conflictos para los cuales cuesta explicar, en la posteridad, el fracaso diplomático. Tal como sugiere Margaret MacMillan respecto de la Primera Guerra Mundial: hay que enfocarse en las razones que hicieron fracasar la paz, antes que en aquellas que llevaron a la guerra, pues estas últimas suelen tener, históricamente, características similares, contrariamente a esas razones y mecanismos que evitan la conflagración, los cuales poseen dotes específicos producto de la habilidad de los actores involucrados en un determinado tiempo y espacio.

Es muy probable que las últimas amenazas de Putin respecto de una “guerra nuclear” sean más un síntoma de desesperación que otra cosa, a raíz del “juego de la gallina” al que el mandatario ruso se ve constreñido. Sin embargo, es precisamente de ese temperamento, el de la desesperación, de donde pueden surgir las peores decisiones.

ADRIÁN ROCHA es licenciado en Ciencia Política por la Universidad Abierta Interamericana, Buenos Aires. Es consultor y miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI).

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2 Responses to Occidente y Rusia

  1. Guillermo Montoya dice:

    Muy buen análisis. Equilibrado académicamente y lejos de ser ideologizado.

  2. El análisis histórico , fundamenta las razones porque Rusia invadió Ucrania, lo hizo anteriormente en Georgia y controla Bielorusia, aunque no las avala, sin embargo, la geoplítica Rusa de seguridad de fronteras, es neutralizar a Europa Occidental, especialialmente los paises fronterizos, en momentos en que Europa Occidental ha bajado la guardia y paso indirectamente esa responsabilidad a Estados Unidos.´Da la impresión que Rusia nunca se ha consolidado, al menos esa es la percepción y actua bajo una psicologia del temor. La invasión a Ucrania lo confirma. ECONOMISTA ROBERTO LOPEZ PORRAS GUATEMALA

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