Los desafíos de Latinoamérica en la pospandemia

7 junio, 2021 • Artículos, Latinoamérica, Portada • Vistas: 2541

Cuba en Resumen

Adrián Rocha

Junio 2021

Latinoamérica se encuentra ante un escenario adverso. Las convulsiones sociales registradas en los últimos años dan cuenta de una severa crisis de representación. Entre 2018 y 2019 hubo manifestaciones en Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Chile, Haití. Estos conflictos continuaron en 2020 ⸺como ocurrió en Perú⸺ y se extienden hasta hoy, como se ha observado en Paraguay y hace poco en Colombia. Se trata de fenómenos concatenados, de orden rizomático, cuyas causas no son unívocas, aunque pueden ser identificadas y, en alguna medida, reducidas a dos variables dependientes que explican el creciente clima de inestabilidad. En primer lugar, una problemática estructural en torno del modelo de desarrollo que decanta en genuinas disconformidades sociales. En segundo lugar, la falta de mecanismos por parte de los partidos políticos y los grupos representativos para canalizar esas disconformidades; es decir, dificultades económicas cuya traducción social se plasma en las calles. Comencemos por esta última.

A primera vista, el diagnóstico general es el siguiente: las democracias de Latinoamérica están amenazadas por el populismo (de izquierda y derecha, confusamente similares), fenómeno que en sus múltiples estribaciones repite patrones de comportamiento. Las estrategias discursivas de Jair Bolsonaro, del chavismo (tanto en su versión primigenia como en la de Nicolás Maduro), de Daniel Ortega, así como las de Nayib Bukele o del actual candidato Pedro Castillo, en Perú, comparten una forma de hacer política que consiste en señalar conspiraciones, demonizar adversarios, incentivar la política facciosa y precipitar un clima de trincheras que distorsiona deliberadamente la discusión pública.

Estas estrategias de comunicación trabajan sobre dos elementos siempre complementarios: la guerra psicológica y la creación de enemigos. Así, el lawfare (que en Argentina es un dogma para un sector de la política), las teorías conspirativas, el feminismo (que Bolsonaro supo convertir en un enemigo), el patriarcado (como lo hace la izquierda populista), los medios de comunicación o la globalización son algunos de los elementos utilizados por las políticas identitarias con el fin de alimentar una dinámica orientada a suscitar la peor hipótesis respecto de las intenciones del adversario. Se imponen así incentivos propios de un juego de suma nula.

¿Un falso Behemoth del siglo XXI?

Si bien la política está relativamente constituida por una deontología de la desconfianza, esto es, por la permanente suspicacia acerca de las intenciones “reales” de los adversarios, la historia ha demostrado con creces que cuando tal factor se exacerba y se apodera de la vida civil y de las élites los resultados tienden a ser muy regresivos. La historia, no obstante, conoce sobradamente de distinciones.

Por ejemplo, si se analizan las razones que minaron la confianza de las fuerzas enfrentadas en la guerra civil europea (de 1914 a 1945), como denominaron muchos historiadores a ese periodo, se observa que la dialéctica entre comunismo-fascismo y dictadura-democracia partía efectivamente de intenciones de suma cero: los enfrentamientos entre las diversas facciones que actuaban en ese tramo atávico de la historia estaban signados por la búsqueda de la victoria total, pues se trataba de guerras totales en medio de las cuales la guerra civil aparecía como un instrumento de resistencia o de defensa.

Las democracias de Latinoamérica están amenazadas por el populismo (de izquierda y derecha, confusamente similares), fenómeno que en sus múltiples estribaciones repite patrones de comportamiento.

Esas antinomias, con sus respectivas resignificaciones, se trasladaron a su modo a Latinoamérica, pero en el contexto posterior: el de la Guerra Fría, en el que la Revolución cubana y las apologías nacionalistas ⸺al calor de una expansión significativa del ciclo económico⸺ crearon las condiciones para la proliferación de enfrentamientos entre civiles y de estos con fuerzas estatales y paraestatales, grupos que alimentaron un escenario de violencia extrema que, luego, las dictaduras militares profundizarían mediante el terrorismo de Estado.

Sin embargo, las democracias latinoamericanas actuales están muy lejos de ese estado. En efecto, la situación parece ser exactamente la inversa: aun cuando los precios de las materias primas estén aumentando y haya liquidez en el mercado mundial, la región transita por un complicado momento económico, mientras su institucionalidad resiste los embates de las facciones que, directa e indirectamente, contribuyen a deteriorarla.

Esta suerte de falso o fallido Behemoth hobbesiano, que proyecta las ansias de buena parte de las sociedades de profundizar un clima de “guerra civil” simbólica, ha instalado niveles de conflictividad que, si bien no trascienden por ahora los límites de la democracia, no deben subestimarse. Baste observar la importancia que adquirieron los militares en Venezuela y en otros países de la región. No obstante, de esta latencia no deben seguirse interpretaciones lineales. Como bien enseñara Carl Schmitt, las dinámicas conflictivas ⸺ontológicamente ínsitas en lo político⸺ no implican una ineluctable reducción de la política a la guerra. Lo que demuestran es la necesidad de atender a las condiciones que hacen que determinadas antinomias escalen hacia intensidades potencialmente destructivas.

La cuestión afinca, entonces, en identificar qué limites están encontrando las democracias latinoamericanas a la hora de sostener un orden social cada vez más desafiado por un clásico patrón de conflictividad configurado por el desequilibrio entre la legitimidad de la coerción y los incentivos del consenso. En las condiciones mismas del consenso político y constitucional parecen encontrarse los quiebres que subyacen a la efervescencia social.

Las condiciones del consenso: un problema económico

En un artículo de 2012, el economista Richard Baldwin analizó las cadenas globales de valor mediante la “curva de la sonrisa”, elaborada en 1992 por Stan Shih, fundador de la empresa Acer. La curva de la sonrisa identifica una tendencia en los sectores intensivos en desarrollo tecnológico ⸺aunque no solamente en ellos⸺ hacia el incremento del valor agregado en las etapas de previas y posteriores de la producción. Esto significa que las fases intermedias de fabricación o ensamble son relativa e históricamente menos rentables que aquéllas, por lo que las inversiones en investigación y desarrollo, el diseño, así como la mercadotecnia, la gestión de la reputación, la infotecnología y la digitalización impactan con mayor fuerza en las cadenas globales de valor.

Las causas profundas de las conflictivas realidades de Latinoamérica parecen enmarcarse necesariamente en problemáticas económicas.

La aplicación de este análisis al caso latinoamericano resulta de interés, pues echa luz sobre una problemática histórica que, con el advenimiento de la pandemia, tenderá a profundizarse: la dificultad de casi todas las economías de Latinoamérica para sortear los conflictos derivados de la trampa del ingreso medio y de la dependencia de materias primas. A ellos cabe agregar otros asuntos que el mismo Baldwin enumeró en La gran convergencia (2016): los costos de transportar bienes, ideas y personas. La globalización económica está plenamente imbricada con estos costos, como bien sostiene Baldwin, y este proceso comienza a mostrar una brecha creciente (la del conocimiento) que pone en evidencia las limitaciones de los países latinoamericanos para mejorar sus niveles de empleo, debido a que las exigencias del mercado laboral se enfocan cada vez más en los procesos previos y de posproducción, mientras las actividades de fabricación y ensamble continúan corroborando la tesis de Baldwin del año 2012.

El desacople entre los países que ofrecen mejores condiciones para las inversiones, por ser más competitivos en mano de obra y en desarrollo tecnológico, y los de Latinoamérica ⸺especialmente los del Cono Sur⸺ es, a la luz del ciclo 1970-2021, preocupante. En efecto, desde 1970, el Sudeste Asiático ha ido absorbiendo más y mejores inversiones. Así, cabe preguntarse qué papel desempeñan los países latinoamericanos en el escenario posterior a la pandemia, ya que es altamente probable que el desplazamiento de capitales hacia el mercado asiático empeore las condiciones de las economías latinoamericanas, creando así las condiciones para la intensificación de los conflictos preexistentes.

Desarrollo, integración y democratización

Las causas profundas de las conflictivas realidades de Latinoamérica parecen enmarcarse necesariamente en problemáticas económicas. Ciertamente, el escenario pandémico expande este factor a todo el mundo. No obstante, América Latina enfrenta su propio desafío histórico, precisamente por estar constreñida a canalizar los conflictos inherentes a una crisis de representación anclada, asimismo, en significativos deterioros de las condiciones de vida de sus sociedades: crecientes niveles de pobreza; dificultades para invertir de pequeños y medianos empresarios y productores; pujas distributivas entre sindicatos y patronales; tensiones entre gobiernos y sociedades a raíz de reformas tributarias o aumentos de tarifas, y oposiciones sujetas al constante dilema del prisionero de la gobernabilidad, cuyos incentivos sugieren que no colaborar con los oficialismos es usualmente más rentable a efectos electorales (aun a costa de la estabilidad política, subestimando así el efecto búmeran).

Se trata de antinomias que marcan la realidad de la política latinoamericana, a partir de las cuales narrativas extremas que hace 10 años se consideraban irrelevantes adquieren significativas reverberaciones en las disputas electorales y en la sociedad civil. Los países de Latinoamérica se ven así ante el desafío de edificar un sólido sistema de representación sobre la base de un modelo de desarrollo económico que esté a la altura de las exigencias ya no “del mañana”, sino de un acuciante presente que recae con la fuerza de lo que alguna vez se vislumbrara como “el futuro”, el cual ya se encuentra entre nosotros.

Pero hablar de Latinoamérica siempre resultará confuso, pues los países que la integran no parecen estar en condiciones de establecer un modelo de desarrollo conjunto. Tal vez esta crisis mundial permita un replanteo de tal imposibilidad, dando así lugar a un debate serio respecto de lo indispensable de la realpolitik en el plano internacional y de la inevitable democratización de la política tradicional, que exige a su vez una moderna estrategia de descentralización en el plano intrarregional.

ADRIÁN ROCHA es licenciado en Ciencia Política por la Universidad Abierta Interamericana, Buenos Aires. Es consultor y miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI).

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One Response to Los desafíos de Latinoamérica en la pospandemia

  1. Guido Romero dice:

    Excelente artículo.

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