La relevancia de la divulgación científica

29 junio, 2020 • Artículos, Asuntos globales, CEI Gilberto Bosques, Portada • Vistas: 3371

Los riesgos de la desinformación, la omisión y la premura durante una pandemia

TRT

 José Carlos San Germán López

Junio 2020

Una colaboración del Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques

El jueves 23 de abril de 2020, William N. Bryan, Subsecretario Interino de Ciencia y Tecnología del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, presentó una investigación sobre el impacto de la luz ultravioleta, el calor y la humedad en los mecanismos de transmisión del SARS-CoV-2. Los resultados indicaron que estos factores afectan su supervivencia, tanto en las superficies como en el aire. También detalló el efecto de algunos desinfectantes: el blanqueador lo elimina en 5 minutos, mientras que el alcohol isopropílico lo hace en 30 segundos. Minutos después, el presidente estadounidense Donald Trump expresó una sugerencia: hacer pruebas con desinfectantes en humanos, ya que “podrían tener buenos resultados”. El Centro para el Control de Envenenamientos de Nueva York reveló que, en las 18 horas posteriores a estos comentarios, recibieron treinta llamadas de emergencia por exposición a sustancias tóxicas: diez relacionadas con blanqueadores, nueve con Lysol y once con otros productos de limpieza doméstica. Al día siguiente, Trump alegó que su comentario había sido “sarcástico”. El sábado 25 de abril, ante la crítica, amenazó con cancelar los informes diarios sobre la epidemia en el país, al considerarlos “una pérdida de tiempo”. El domingo 26 de abril, en medio de una confusión de declaraciones, la Casa Blanca confirmó que los informes no serían cancelados.

Episodios como este revelan que comunicar la ciencia, especialmente durante una crisis sanitaria, es un ejercicio complejo y esencial. La ciencia no es una labor individual; requiere de un trabajo colectivo. Hay todo un sistema para registrar, comprobar y difundir los descubrimientos científicos. Regularmente, los miembros de la comunidad científica no logran un consenso inicial sobre los resultados de sus investigaciones. En esta lógica, el sistema se basa en la reflexión en torno a los enfoques teóricos y metodológicos utilizados y en la comprobación de los resultados obtenidos. Se trata de un proceso por medio del cual el conocimiento obtiene validez y legitimidad. Sin embargo, convertir este conocimiento en información útil para diversos sectores sociales implica una dinámica completamente diferente. La divulgación científica nace en el siglo XVII como un género literario para comunicar los fundamentos y descubrimientos de la ciencia mediante un discurso sin lenguajes didácticos ni especializados. Se trata de una herramienta con un gran potencial educativo y social, debido a que genera información útil y democratiza el conocimiento. También es un factor asociado al desarrollo social en los campos de la salud, la agricultura, la producción de energía, la conservación del medio ambiente, la educación, etc.

Comunicar la ciencia, especialmente durante una crisis sanitaria, es un ejercicio complejo y esencial.

La divulgación científica se estructura alrededor de tres fenómenos históricos e institucionales: 1) sucede por medio de los medios de comunicación públicos, privados, físicos, digitales, genéricos o especializados; 2) en ocasiones utiliza “argumentos de autoridad”, que omiten fundamentos lógicos básicos para comprender los fenómenos estudiados, y 3) la mayoría de las veces se genera un canal de comunicación unidireccional. Dentro de estos hay al menos tres factores para que el conocimiento científico no tenga una divulgación efectiva: los sociales, como el analfabetismo, los bajos niveles educativos y que la ciencia sea, en el imaginario colectivo, un objeto complejo y ajeno; los intereses comunitarios, ya que algunos científicos y autoridades académicas se enfocan en evaluar la producción, relegando a la divulgación a un papel secundario, y los objetivos políticos del apoyo gubernamental que recibe el desarrollo científico.

Antes de la crisis internacional desatada por las diversas respuestas al brote infeccioso en seres humanos del nuevo coronavirus, la divulgación y la discusión de los avances científicos se enfocaban, en buena medida, en el cambio climático, la inteligencia artificial, las telecomunicaciones y la medicina. No obstante, el estatus de pandemia le confirió a la enfermedad un lugar preponderante e inamovible en los medios de comunicación, en la comunicación oficial de los gobiernos y en las interminables interacciones en redes sociales. En este contexto, ¿cuáles son los riesgos de la proliferación de la desinformación y de la omisión o la premura en la toma de decisiones políticas al margen del conocimiento científico?

Regímenes políticos de conocimiento

Toda dinámica entre el conocimiento científico y la administración pública se inscribe en un contexto histórico determinado. Por ejemplo, en el siglo XX se consolidó el vínculo entre el Estado, las instituciones académicas y las industrias, que hasta la fecha determina la distribución de fondos y refleja valores y objetivos políticos. El politólogo uruguayo Adolfo Garcé propone a los regímenes políticos de conocimiento como un concepto útil para analizar este fenómeno. Se trata de entender la dinámica entre el conocimiento científico, las decisiones políticas y su aceptación social; específicamente, la aprobación social frente a la implementación de políticas públicas basadas en aspectos técnicos y científicos. Entonces, el conocimiento de los expertos puede legitimar las decisiones de la clase política. En cambio, eliminar, manipular o ignorar el discurso científico en la esfera pública genera desinformación, limitando su capacidad de influir en la solución de problemas y dificultando la comprensión de las razones que sustentan la toma de decisiones para hacer frente a la crisis vigente.

En términos matemáticos, una pandemia es un evento inconmensurable: es imposible medir, en tiempo real y en términos absolutos, la cantidad de personas enfermas y fallecidas. Aunado a esto, un ejercicio censal de tal magnitud es logística y económicamente inviable. De igual forma, se trata de un fenómeno asincrónico: a pesar de ser mundial, las dinámicas de transmisión tienen factores locales y tiempos variables. En este sentido, el debate internacional se ha centrado en las medidas de distanciamiento social, que buscan evitar que los sistemas de salud colapsen, pero generan elevados costos socioeconómicos a largo plazo. En la práctica, el equilibrio es difícil. La respuesta de algunos gobiernos se ha basado en utilizar el Sistema de Vigilancia Epidemiológica Centinela, creado en 2006 y actualizado en 2014 por los Centros para la Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos y las Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de la Salud para el monitoreo de las infecciones respiratorias agudas graves.

El impacto negativo de las actividades humanas en el equilibrio natural y sus formas comunitarias desiguales de convivencia son el origen de las crisis contemporáneas más importantes.

Este sistema recopila una muestra representativa del total de casos de una enfermedad infecciosa para generar información que permita, mediante herramientas estadísticas, documentar la propagación, estimar su magnitud y diseñar respuestas efectivas. Por un lado, busca identificar los patrones de distribución geográfica y social de la enfermedad para precisar qué grupos poblacionales son los más afectados. Para ello, recolecta indicadores demográficos y datos de las enfermedades crónicas asociadas a los niveles de mortalidad y letalidad. Por otro lado, implementa un monitoreo de los niveles de ocupación de los servicios generales y especializados de salud. A pesar de ello, como todo modelo para comprender e intervenir la realidad, tiene limitaciones. Por ello, es indispensable que los gobiernos y los medios de comunicación tengan una capacidad explicativa enfocada en la divulgación científica para evitar pánico, confusión e ignorancia. Un hecho esencial es comunicar que, a pesar de que se trata de un evento mundial, la respuesta epidemiológica y económica de cada país debe considerar sus factores geográficos, socioeconómicos y culturales propios.

También hay un riesgo en la premura de tomar decisiones basadas en investigaciones científicas en desarrollo. El análisis de una enfermedad nueva puede tomar años, pero ante la situación actual se han realizado avances sin precedentes para identificar la estructura genética del nuevo coronavirus y para buscar tratamientos efectivos y una vacuna. Las publicaciones sobre este proceso han alcanzado grandes volúmenes en poco tiempo. La empresa de inteligencia artificial Primer estima que el número de publicaciones se duplica cada 2 semanas: entre el 21 de enero y el 23 de junio de 2020, se registran 30 018 artículos publicados. Además, en febrero de 2020 surgió un acuerdo para que más de setenta organizaciones hicieran públicas sus investigaciones. Participaron grandes editoriales, como Nature y The Lancet, e instituciones, como la Academia de Ciencias Médicas Británica y los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos. El problema de estos repositorios, conocidos como preprint, es su fiabilidad, ya que no han sido examinados por otros científicos.

Conclusión

Es innegable que la crisis presente está atravesada por privilegios y desigualdades. La ciencia no solo nos ayuda a combatir las enfermedades, también permite comprender que el paradigma del libre mercado está vinculado con el desmantelamiento sistemático de la salud pública y con el monopolio del conocimiento científico. También esclarece el impacto de la desinformación en redes sociales y su compleja relación con la aceptación de la ciencia y la libertad de expresión. En el ámbito político, algunos mandatarios han minimizado la importancia del conocimiento científico para tomar decisiones, afectando directamente a la población. De acuerdo a los datos de la Universidad John Hopkins al 24 de junio de 2020, los ejemplos más significativos de este fenómeno son el presidente Trump en Estados Unidos, el país más afectado del mundo, con 2 348 956 casos confirmados y 121 279 muertes; y el presidente Jair Bolsonaro en Brasil, el segundo país más afectado, con 1 145 906 casos confirmados y 52 645 muertes. El impacto negativo de las actividades humanas en el equilibrio natural y sus formas comunitarias desiguales de convivencia son el origen de las crisis contemporáneas más importantes. Sin conocimiento, cooperación y empatía, será cada vez más complicado prevenirlas o resolverlas.

JOSÉ CARLOS SAN GERMÁN LÓPEZ es maestro en Estudios Políticos y Sociales y licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es investigador en el Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques del Senado de la República y profesor adscrito al Centro de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Sígalo en Twitter en @jocsaintgermain.

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