El dilema del nexo euroasiático en la crisis venezolana

5 septiembre, 2019 • Artículos, Asuntos globales, Portada • Vistas: 4208

Archivo

Ariel Gonzalez Levaggi

Septiembre 2019

Venezuela atraviesa una crisis multidimensional desde hace años, pero 2019 fue particularmente crítico dada la situación de legitimidad dual que existe entre el régimen de Nicolás Maduro -mediante el control del poder institucional- y Juan Guaidó, reconocido por el grueso de los países occidentales como Presidente encargado. A dicha dualidad hay que sumar el factor internacional. Estados Unidos, la mayoría de los países europeos y el Grupo de Lima apoyan una transición a la institucionalidad democrática mientras que China y Rusia, junto a Irán y Turquía se han colocado del lado de Maduro, respaldando sus múltiples acusaciones sobre excesiva injerencia en asuntos internos.

El caso venezolano refleja dos tipos de asimetrías. A nivel interno, el control territorial del régimen se inclina por el eje euroasiático. A nivel regional, hay una clara asimetría a favor de la posición de Washington, por ejemplo, en el caso del Grupo de Lima. Dichas asimetrías operan con lógicas diferentes, con base en las visiones internas y de política exterior de las grandes potencias en cuestión, en las que China y Rusia enfatizan la existencia de un mundo multipolar y ven con preocupación cualquier iniciativa de cambio de régimen.

El vector internacional de la trágica crisis venezolana no se puede comprender del todo si no se contextualiza dentro de una renovada competencia geopolítica entre grandes potencias.

De este modo, el vector internacional de la trágica crisis venezolana no se puede comprender del todo si no se contextualiza dentro de una renovada competencia geopolítica entre grandes potencias, Estados Unidos y la Federación Rusa y la República Popular China, estos últimos principales socios globales del régimen de Maduro.

Un tenso escenario internacional

Desde hace tiempo, las relaciones entre Estados Unidos y la Rusia de Vladimir Putin se encuentran fuera de los canales normales, especialmente luego de la anexión de Crimea. Ni que hablar de las acusaciones de Washington y aliados europeos sobre interferencia rusa en los procesos electorales. Sin embargo, la guerra comercial y la competencia estratégica y tecnológica con la República Popular China es algo más novedoso.

Si bien el gobierno de Barack Obama había iniciado tibiamente una estrategia de balance comercial en Asia-Pacífico, la irrupción de Donald Trump ha iniciado una era de tensión con Beijing con un horizonte incierto. La imposición de aranceles de un 10% adicional a las importaciones chinas y la posterior devaluación del yuan a niveles de 2008, son claros ejemplos de las tensiones y respuestas en diferentes planos entre los dos países.

El nexo euroasiático

Dentro del creciente escenario multipolar, uno de los datos más llamativos en los últimos años ha sido el progresivo reacercamiento entre China y Rusia. Las principales expresiones de esta nueva entente se manifiestan en el fortalecimiento de la cooperación regional en el marco de la Organización para la Cooperación de Shanghái y el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda.

China y Rusia también convergen en otros temas estratégicos y grandes proyectos de infraestructura, como el acuerdo de intercambio de divisas, proyectos energéticos claves para el desarrollo de la industria china -como la construcción del gaseoducto Poder de Siberia, con una provisión asegurada de las principales reservas rusas por 30 años- y la cooperación en diversos campos de la seguridad nacional desde contraterrorismo hasta venta de armamento. En esta línea, el desarrollo de la primera patrulla aérea conjunta de largo alcance sobre el mar Meridional de China es un claro indicio sobre la actualización de la relación bilateral hacia una asociación estratégica integral, aunque cabe resaltar que esta aproximación no significa el desarrollo de una alianza militar formal.

Sin embargo, esta aproximación estratégica no necesariamente se traduce en convergencia absoluta en regiones distantes como Latinoamérica. Esto queda muy claro en el caso de Venezuela, en el que, aunque comparten una posición y ambos son países acreedores –17 000 millones de dólares en el caso ruso y 67 000 millones para China– no necesariamente actúan como bloque.

Rusia ha priorizado los factores geopolíticos sobre los económicos, al contrario que China, que asume una carga principalmente financiera con un porcentaje importante de riesgo crediticio dada la dificultad de cobrar los préstamos por petróleo por la caída abrupta de la producción de crudo, los límites de intercambiar deuda por acceso a recursos y los escasos resultados de las inversiones para rescatar la alicaída industria de hidrocarburos venezolana.

Rusia ha priorizado los factores geopolíticos sobre los económicos, al contrario que China, que asume una carga principalmente financiera con un porcentaje importante de riesgo crediticio.

En el caso de Moscú -si bien la crisis afectó internamente el peso de Igor Sechin en el círculo áulico de Putin- su perspectiva geopolítica le ha provisto dos tipos de ganancias laterales. En primer lugar, la presencia de asesores militares y paramilitares, como el Wagner Group, le permitió realizar demostraciones de fuerzas para subir el «precio» en la región que Moscú considera el patio trasero de Estados Unidos, un típico juego tic tac toe. En segundo lugar, la implementación de una estrategia de bajo costo y gran visibilidad le permitió negociar su posición en Venezuela como una baza geopolítica transaccional en relación a sus intereses más vitales en el espacio posterior a la Unión Soviético y el Medio Oriente.

Poca capacidad de interolución

Expuesto lo anterior, las acciones de las potencias euroasiáticas no han sido demasiado auspiciosas para la resolución de la crisis. Rusia intentó negociar su «grado» de involucramiento directamente con Estados Unidos, pero sin mayor suerte. China quedó a un costado con líneas abiertas con el régimen, pero también con la oposición, mientras que progresivamente ha retirado su apoyo a Maduro.

Estos resultados obligan a preguntarse si la presencia de los gigantes euroasiáticos estuvo sobrevalorada por analistas y funcionarios estadounidenses, o si hubo un cálculo errado de Beijing y Moscú que generó una innecesaria sobrextensión con un socio poco confiable. La evidencia nos aporta pruebas para cada uno de estos argumentos. Ni Rusia intentó seriamente desplazar grandes cantidades de tropas ni establecer una base, mientras que tanto China como Rusia se excedieron en sus compromisos con un deudor de dudosa capacidad de pago.

De todas formas, si el nexo euroasiático de la crisis venezolana algo pudo hacer para resolver el empate estratégico, fue forzar negociaciones. Prueba de ello es la última ronda de diálogo auspiciada por el Reino de Noruega en Barbados que busca generar consensos entre el régimen y la oposición con aval de la comunidad internacional. Si las conversaciones abren la posibilidad de una transición democrática, la crisis política no habrá sido en vano.

ARIEL GONZALEZ LEVAGGI es Secretario Ejecutivo del Centro de Estudios Internacionales del Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica Argentina. Es autor de Confrontational and Cooperative Regional Orders: Managing Regional Security in World Politics (Routledge, 2019). Es doctor en Relaciones Internacionales y Ciencia Política por la Universidad Koç, Turquía. Sígalo en Twitter en @arielsgl.

Tags:, , ,

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Cargando…