Cambio climático: riesgo y catástrofe

13 abril, 2020 • Artículos, Asuntos globales, Portada • Vistas: 5020

El año cero y la resaca que se viene

Urna Bios

Daniel Flores Gaucin

Abril 2020

No cabe duda que 2019 será recordado como un año en el que el mundo experimentó un despertar en torno al cambio climático. El movimiento “Fridays for Future” convocó con éxito a millones de personas en las primeras cuatro huelgas climáticas mundiales, y su promotora Greta Thunberg, la estudiante sueca que inspiró el movimiento global contra el cambio climático, fue nombrada “Persona del año” por la revista Time. Por su parte, el movimiento social “Extinction Rebellion” alcanzó gran relevancia mundial por sus manifestaciones en el Reino Unido y otras movilizaciones en varias ciudades de Europa. Lo anterior, muestra que el cambio climático es un tema efervescente que se irá volviendo cada vez más relevante conforme aumenten las partículas contaminantes en el ambiente y sigan sucediendo acontecimientos climatológicos cada vez más extremos y erráticos. El año cero del cambio climático es apenas un despertar parcial, porque aún traemos a cuestas la somnolencia de quien ha dormido por demasiado tiempo. Ahora, la labor radica en dejar atrás aquella somnolencia que nos nubla la mirada. Para poder hablar de un verdadero despertar, tendríamos que superar lo que considero son tres formas comunes de la negación, mismas que se encuentran fundamentadas sobre ideas equivocadas relacionadas con la ciencia del cambio climático o que simplemente no se adaptan a la realidad.

No existe, es un problema del futuro y solucionarlo es fácil

La primera forma es la más oscurantista y es promovida por quienes niegan por completo la existencia del cambio climático o su carácter antropogénico. Dudo mucho que este negacionismo tan obtuso pueda mantenerse por más tiempo. Si bien, la evidencia científica no ha sido un factor que acabe de dinamitar escepticismos dogmáticos (lo vemos con los antivacunas o los terraplanistas); lo que resulta bastante convincente es la cruda realidad de una naturaleza hostil. No hay nada más real que perder tu casa en un huracán que rompe records históricos de intensidad o como consecuencia de un incendio forestal causado por las altas temperaturas, o atestiguar la manera en la que tu país desaparece bajo las aguas por el aumento del nivel del mar. Aunque siempre habrá quien, pese a cualquier evidencia, seguirá renuente a cambiar su perspectiva, seguramente, Donald Trump, Vladimir Putin y Jair Bolsonaro, pertenecen a la última generación de jefes de Estado que podrán darse el lujo de cuestionar la existencia del cambio climático o su carácter antropogénico.

La segunda forma del negacionismo es la que defiende que el cambio climático es un problema del futuro y lo tendrán que enfrentar las próximas generaciones. Los reportes que ha elaborado el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático dejan en claro que cualquiera que tenga planeado seguir vivo en 2030 habría de empezar a preocuparse mucho desde hoy. Además, que los gobiernos de todo el mundo deben hacer cambios rápidos, de largo alcance y sin precedentes, en todos los aspectos de la sociedad, puesto que la situación para 2030 es preocupante. Actualmente, que la temperatura global se encuentra cerca de 1 grado Celsius por encima de los niveles preindustriales, en 2019 vivimos un año plagado de eventos climatológicos extremos. Toda vez que los efectos del calentamiento global no pueden ser revertidos inmediatamente, aun en un escenario ficticio de cero emisiones en 2020, este y los años sucesivos serán cada vez más catastróficos, pues los efectos de cada año se irán acumulando. En otras palabras, aunque dejemos de contaminar el planeta hoy, los ecosistemas del mundo tendrán que experimentar, año con año, una anomalía de 1 grado Celsius de aumento en la temperatura global que solo irá agravando (y acumulando) los problemas. Si tomamos en cuenta que, en primer lugar, es poco probable que para 2030 se alcance un cese definitivo de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y, en segundo, que habremos experimentado 10 años continuos de fenómenos climatológicos cada vez más intensos, correríamos con suerte si para entonces no tuviéramos que enfrentar una severa crisis de refugiados climáticos o la proliferación de conflictos bélicos a nivel mundial.

Finalmente, la tercera forma de negacionismo (y quizá la más difícil de disipar) es la de quienes, a pesar reconocer la gravedad del problema, minimizan al punto de lo banal, lo difícil que resulta encontrar alguna solución. Esta minimización está sustentada por la (falsa) idea de que, para lograr una mitigación del cambio climático, es suficiente con que las personas cambien algún aspecto de su vida o sus hábitos de consumo, cuando el problema, y por lo tanto su solución, es de mucho mayor envergadura.

¿Ignorancia o ingenuidad?

Por ejemplo, Michelle Bachelet, Expresidenta de Chile y ahora Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, en el marco de la fallida Conferencia de las Partes (COP-25) de 2019, dijo que era necesario pensar en soluciones y declaró: “No se trata solo de las políticas de gobierno, necesitamos cambiar hábitos de consumo, porque eso va a ser un incentivo para que las empresas cambien sus patrones de producción”. Igualmente, Patricia Espinosa, Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, mencionó que, sumado a que los gobiernos continúan subsidiando a las industrias de combustibles fósiles, en general, nuestros hábitos de consumo habían cambiado muy poco. Las emisiones de la industria de los combustibles fósiles no pueden compararse a las emisiones que podríamos ahorrar modificando nuestros hábitos de consumo. El único hábito de consumo compatible con un escenario de cero emisiones (se supone que debemos alcanzar esta meta para 2050) requiere que nos vayamos a vivir todos al bosque, renunciando a todo aparto tecnológico y a la civilización por completo. La razón es muy sencilla: los combustibles fósiles son trasversales a todos nuestros posibles hábitos de consumo tal y como los conocemos hoy (65% de la electricidad a nivel mundial es generada mediante la utilización de combustibles fósiles, y el sector energético es responsable del 72% de las emisiones totales). Además, mientras empresas, como ExxonMobil, falsamente prometen a sus inversionistas que podrán explotar cerca del 90% de sus reservas petroleras, y que esto es compatible con las metas internacionales de mitigación, los líderes de la mejor gobernanza global con la que contamos siguen hablando de hábitos de consumo como solución al cambio climático.

El año cero del cambio climático es apenas un despertar parcial, porque aún traemos a cuestas la somnolencia de quien ha dormido por demasiado tiempo.

¿Será ignorancia o ingenuidad? Por supuesto que el cuidado de los bosques y los ríos, el reciclaje, el modificar nuestros patrones de consumo, el respetar a las especies, la biodiversidad y los diferentes ecosistemas es algo importantísimo para el medio ambiente, y sería elemental que nos avoquemos a ello si no queremos que nuevos problemas ecológicos se desaten sin control. Sin embargo, debemos aceptar que el cambio climático es un problema tan grave que todo lo anterior apenas tiene un impacto en su mitigación. Aun si cambiáramos la lógica económica de buscar el crecimiento sin límites y la misma noción que tenemos de lo que entendemos por crecimiento (cualquier producción que entre dentro del flujo financiero, así sea una producción de desperdicio), el problema seguiría ahí, puesto que, para combatir el cambio climático lo único indispensable es acabar con las emisiones de GEI.

Es cierto que, para verdaderamente poder mitigar el problema, es necesario que los ciudadanos del mundo desarrollen una inusitada conciencia ecológica, de carácter colectivo, y, sobre todo, sustentada en datos científicos. En las instituciones, la estrategia ha sido movilizar a las personas haciendo énfasis en lo que pueden hacer. Sin embargo, este esfuerzo ha palidecido frente a Thunberg, quien, encendiendo las alarmas y declarando la situación como catastrófica, logró movilizar a miles de personas en un año, más de lo que la CMNUCC ha logrado hacer en 25 años de amable optimismo institucional. Si Thunberg o “Extinction Rebellion” mueven a tantas personas es, en gran medida, porque se fundamentan en datos científicos, y sus convocatorias se dirigen hacia la acción colectiva y no hacia un kantiano puritanismo ecológico que deba darse exclusivamente en el plano de lo privado cambiando hábitos de consumo. Solo en lo colectivo podrá concretarse ese primer gran paso: alcanzar un gran despertar en los seres humanos en relación al problema que los rodea.

Escenificar (en teoría) el despertar climático

El tema del despertar parece lógico, puesto que todos hemos escuchado alguna vez que “el primer paso para resolver un problema es reconocer su existencia”. Sin embargo, lo que rodea a este despertar no es nada fácil de concretizar, es algo a lo que el sociólogo alemán Ulrich Beck dedicó gran parte de su obra y sobre lo que aún queda mucho por estudiar. Para este autor, estaríamos viviendo en la sociedad del riesgo, una en la que los ciudadanos del mundo estaríamos expuestos a una inconmensurable cantidad de riesgos que han sido producidos como consecuencia de una modernidad sin control. Para escapar de esta situación, considera Beck, tendríamos que llegar a establecer una dicotomía clara entre quienes toman las decisiones y quienes se ven afectados por ellas. La idea es que esta dicotomía nos permitiera hacer valer la voz de los afectados y hacer evidente la necesidad de una transformación en las decisiones productoras de riesgos, y en la manera misma en la que estas decisiones son tomadas. No obstante, el gran obstáculo que enfrenta esta teoría es que los riesgos necesariamente obedecen a circunstancias inciertas, posibilidades futuras cuya existencia depende de la forma en que las personas las interpretan y se encuentran rodeadas de una subjetividad que difícilmente puede alinearse en torno a una narrativa uniforme.

Como se expuso anteriormente, la ciencia no es suficiente para lograr despejar todos los dogmas, prejuicios e intereses que hacen que una persona sea incapaz de despertar frente a los riesgos que vive y organizarse para hacer algo al respecto. Es necesario, considera Beck, escenificar los riesgos, es decir, dotarlos de una dimensión de realidad y darles un contenido material que las personas experimenten de manera similar. De esta forma, habrá menos espacio para disonancias cognitivas entre unos y otros y será más probable que, quienes experimenten esta escenificación, se organicen colectivamente como afectados. Escenificar el riesgo no es más que la realización de una serie de acciones encaminadas a anticiparlo. En World at Risk, Beck ejemplifica la escenificación en el agudo incremento en la seguridad aeroportuaria como consecuencia del 11-S o la prohibición del humo de tabaco en espacios cerrados. El prevenir un nuevo ataque terrorista a gran escala o prevenir que los fumadores pasivos contraigan cáncer de pulmón, ha llevado a todos a experimentar una misma escenificación del riesgo, tanto quienes estaban preocupados por estos riesgos como los que los negaban o minimizaban su importancia, se han visto obligados a ser parte de, en el caso del humo de tabaco, un apartheid que separa a los fumadores de los no fumadores.

La ciencia no es suficiente para lograr despejar todos los dogmas, prejuicios e intereses que hacen que una persona sea incapaz de despertar frente a los riesgos que vive y organizarse para hacer algo al respecto.

Así pues, se podría decir que el riesgo del cambio climático ha empezado a escenificarse en el 2019, porque el tema se ha mediatizado por completo y las movilizaciones que ha provocado han comenzado a tener un impacto real en la sociedad. De esta forma, creyentes, negacionistas y desinteresados por igual, experimentarán de manera similar la escenificación que este riesgo tendrá dentro de la esfera pública y experimentarán, además, las medidas gubernamentales que los países irán adoptando con el tiempo. Probablemente el mejor ejemplo de la escenificación del cambio climático fue lo sucedido en octubre de 2019 en el metro de Londres, cuando un grupo de activistas de “Extinction Rebellion” impidieron, en hora pico, que los trenes siguieran su flujo normal. A los pocos minutos la acción derivó en una confrontación directa entre los activistas y los usuarios. Se trata de una manifestación que fue altamente criticada, incluso integrantes del propio movimiento desaprobaron las formas y el lugar elegido para llevarla a cabo. Sin embargo, desde el punto de vista de la teoría, lo realizado por estos activistas tiene mucho sentido: se trata de llevar esta crisis severa hasta aquellas personas que, en términos relativos, la padecen muy poco, con el objetivo de que despierten, adquieran conciencia y se unan a quienes están dispuestos a hacer algo por que la situación cambie.

Claramente esta acción puede considerarse como un fiasco, pues si lo que se buscaba era hacer conciencia y sumar personas a la movilización, cuando se les agrede y se interfiere de manera negativa en aquello que representa para ellos su modo de subsistencia, lo más seguro es que se obtenga lo contrario a lo originalmente pretendido. Pero, por otra parte, si se apela a toda la complejidad que rodea al problema del cambio climático, se podría decir que, frente a las personas que lo han perdido todo como consecuencia del aumento de la temperatura y del consecuente aumento en la anuencia de fenómenos climatológicos extremos, una demora de 20 minutos provocada sobre un centenar de londinenses parece poca cosa. Así que, independientemente de si este tipo de acciones resultan contraproducentes de cara a los objetivos de los movimientos ambientalistas, es posible pronosticar que este tipo de enfrentamientos, entre quienes se movilizan en pos de mitigar el cambio climático y el ciudadano común que quiere vivir su vida sin más disrupciones de las que ya experimenta día a día, se volverán más y más comunes en los años por venir.

Sociedad de la catástrofe

Sin duda, el cambio climático no es solo un riesgo, sino también es una catástrofe. Es un riesgo porque, mientras continúen las emisiones de GEI, existirá peligro de que el calentamiento global sea mayor en el futuro. Pero también es catástrofe porque ya se están experimentando sus desastrosas consecuencias. Así que, mientras unos intentan llevar esta problemática a todos los foros posibles y otros intentan mantenerse ajenos a toda señal de alarma, surge una segunda sociedad que, tristemente, irá sumando adeptos: la sociedad de la catástrofe. Esta sociedad estaría conformada por quienes lo han perdido todo como consecuencia de la catástrofe climática y, ante la imposibilidad de ignorar el problema, ya no estarían tan preocupados por la mitigación del cambio climático sino por la adaptación al mismo. Los millones de refugiados climáticos que progresivamente irán tocando a las puertas de Europa y otros países, con toda seguridad habrán de terminar por reventar esa situación, que ya es de crisis.

Sin duda, se habrá de redoblar la exigencia por unas medidas de mitigación más adecuadas. Pero esto vendrá acompañado, además, de una serie de reclamos de justicia en términos de adaptación, por medidas encaminadas a que las personas puedan resistir los efectos del cambio climático. Quienes lo han perdido todo, como consecuencia de las emisiones de otros, tendrían que ser acreedores a varias formas de compensación, pues son las víctimas de una desgracia de la que no son responsables. Lamentablemente, los reclamos de justicia de quienes lo perderán todo serán seguramente denegados, puesto que estas personas (en su mayoría) habrán de ser los “perdedores de siempre”, aquellos habitantes del hemisferio sur menos preparados para soportar las futuras inclemencias de la naturaleza y con menos capacidad como para hacer oír su voz y sus reclamos. En este sentido, las fricciones habrán de volverse insoportables cuando los propios habitantes de los países desarrollados se empiecen a sumar a los damnificados y la sociedad de la catástrofe entre de lleno en conflicto con quienes, en medio de esta crisis, aún tengan algo que perder.

El despertar

Si alcanzamos a despertar frente al cambio climático y estamos dispuestos a asumir los sacrificios necesarios para prevenir el posible colapso de la civilización humana como la conocemos, podremos hacer que la sociedad se convierta en una fuerza que los gobiernos del mundo no podrán continuar ignorando. Es desde las democracias del mundo que se tiene que fraguar el cambio. Si nos hemos organizado en unidades políticas llamadas Estados es para garantizar la paz y el orden. Forcemos, entonces, los engranajes de las comunidades políticas a las que pertenecemos para lograr preservar la paz, el orden y a nosotros mismos.

DANIEL FLORES GAUCIN es doctor del programa de Derecho, Gobierno y Políticas Públicas en la Universidad Autónoma de Madrid. Desde la teoría política, investiga sobre las implicaciones del fenómeno del cambio climático y el reto que representan para la política. Sígalo en Twitter en @kadenian.

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