Bolsonaro redobla la apuesta y profundiza la crisis en Brasil

29 mayo, 2020 • Artículos, Latinoamérica, Portada • Vistas: 4859

LMNeuquen

Matías Mongan

Mayo 2020

Mientras la crisis sanitaria generada por el covid-19 ya ha dejado, hasta principios de mayo de 2020, más 7300 muertos y 105000 contagiados (aunque varios estudios consideran que el nivel de infectados en realidad es quince veces mayor al registro oficial), la crisis política se acelera en Brasil igual de rápido que la pandemia y amenaza el futuro del presidente Jair Bolsonaro. A pesar de contar con más veinte solicitudes de juicio político en su contra y de haber sufrido la renuncia de aliados importantes, como el Exministro de Justicia y Seguridad Pública, Sergio Moro –quien el 24 de abril de 2020 dejó su cargo realizando fuertes denuncias contra el mandatario y acusándolo de remover de forma irregular al Director General de la Policía Federal, Maurício Leite Valeixo, con el fin de bloquear investigaciones judiciales en contra de su familia–, el Presidente no parece dispuesto a dejar a un lado su discurso radical que contribuye a profundizar su aislamiento político y que sumerge al país en una grave crisis institucional.

El componente racional del populismo

Bolsonaro parece haberse enamorado del discurso nativista con el cual llegó a la presidencia, contradiciendo la máxima populista que plantea que los líderes deben priorizar el pragmatismo electoral por sobre todo tipo de pureza ideológica. Una capacidad de maniobra que, por ejemplo, demostró Donald Trump (el “espejo” en el que le gusta mirarse a Bolsonaro), quien ante el incremento del número de muertos y contagios en Estados Unidos se vio en la necesidad de dejar atrás su discurso que priorizaba la economía sobre el cuidado sanitario. Para no perder iniciativa política de cara a las elecciones presidenciales de noviembre de 2020, el mandatario estadounidense está abocado a construir una serie de “enemigos dialécticos” para intentar sacar al problema del coronavirus de la agenda pública, una posición que seguramente contribuirá a aumentar las tensiones en un ya de por sí caótico sistema internacional. A diferencia de su padrino político, el Presidente brasileño sigue empecinado en minimizar el impacto de la pandemia y no dudó en echar al Ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, por oponerse a su forma de manejar la enfermedad, desconcertando a buena parte de la sociedad y poniendo en riesgo el propio futuro de su gobierno. Para entender lo que está pasando actualmente en Brasil y el errático comportamiento de Bolsonaro es necesario comprender la lógica política con la cual funciona el populismo. Para deconstruir un fenómeno tan “huidizo” como el populismo resulta imprescindible separar las dos facetas que lo conforman, la discursiva y la ideológica/programática, las cuales están intrínsecamente conectadas a pesar de actuar muchas veces de forma autónoma. La primera, por ejemplo, es clave para que la segunda se expanda al interior de un colectivo social y genere consenso sacando provecho de la crisis de representatividad que atraviesan las democracias liberales.

El “pueblo” ocupa un papel central en el entramado discursivo utilizado por los líderes populistas. A pesar de que suelen verlo como una masa homogénea, el pueblo no es un objeto concreto (Laclau 2005); es más que nada una construcción discursiva que engloba a la vez a toda la sociedad y más precisamente a un sector de la misma: los excluidos. “El concepto de pueblo es central en la manera en que el populismo entiende la democracia. El discurso populista construye al pueblo y a las élites como polos antagónicos. Los líderes populistas dicen encarnar los deseos y virtudes del pueblo, prometen devolverle el poder y redimirlo del dominio de élites políticas, económicas y culturales. Pero, como señala la filósofa política Sofia Näström, el pueblo es uno de los conceptos más usados y abusados en la historia de la política” (De La Torre 2013).

A pesar de contar con más veinte solicitudes de juicio político en su contra y de haber sufrido la renuncia de aliados importantes, Bolsonaro no parece dispuesto a dejar a un lado su discurso radical.

Esta construcción narrativa no es casual, ya que para el discurso populista pueda prosperar es necesario que los líderes construyan discursos plagados de “significantes vacíos” –entendidos estos como “términos polisémicos que pueden inscribirse en proyectos hegemónicos distintos, incluso opuestos y en pugna” (Montero 2012)–y lo más amplios posibles para que las personas encuentren motivos emocionales y racionales para adherirse al proyecto populista y así poder transformar la sociedad mediante una lógica de “arriba hacia abajo”(Laclau 1987, Freidenberg 2007,De La Torre 2010).

En este marco, podemos considerar que el objetivo principal de los populistas es presentar un discurso lo más “competitivo posible” para incrementar sus oportunidades de llegar al poder, en desmedro de cualquier tipo de pureza ideológica como sostiene el enfoque ideacional (Mammone 2009). A diferencia de lo que considera buena parte de la literatura que suele ver al populismo como un fenómeno eminentemente irracional e indescifrable, lo cierto es que los referentes populistas deben demostrar cierto nivel de racionalidad a la hora de tomar decisiones para evitar que las mismas comprometan la viabilidad de su proyecto político. Una dinámica que, como veremos en el caso de Bolsonaro, se torna aún más difícil cuando estos acceden a puestos ejecutivos y se ven en la necesidad de dejar a un lado las predicas contra el poder establecido “vacías de contenido” para implementar un muchas veces ambiguo programa electoral.

Durante la campaña presidencial de 2018, Bolsonaro aprovechó las potencialidades de la “lógica política populista” (Laclau 2005), y en pocos meses pasó de ser un personaje casi desconocido y exótico a convertirse en el candidato con mayor capacidad de aglutinar el voto castigo contra el Partido de los Trabajadores. El ex capitán del ejército dejó en el pasado su discurso desarrollista y designó una serie personalidades provenientes de diversos sectores sociales para ampliar su nivel de consenso. De esta forma, la designación del ultraliberal Paolo Guedes al frente del Ministerio de Economía y del ex juez Moro en el Ministerio de Justicia actuaron como una suerte de “significante vacío” orientado a conseguir el respaldo de los mercados y de las clases medias que tradicionalmente votaban por el Partido Socialdemócrata Brasileño y que en ese momento estaban desencantadas con la política como consecuencia del proceso judicial Lava Jato. A la postre, esta estrategia resultó exitosa.

Pero una vez que llegó al Palacio de Planalto, Bolsonaro abandonó el pragmatismo y retomó su discurso ideologizado y estático que solo sirve para contentar a su base electoral más radicalizada, pero lo aleja de muchos de los votantes independientes que lo llevaron a la presidencia. Una tendencia que queda claramente en evidencia en las encuestas, en las que a pesar del rechazo popular que genera su posición negacionista sobre el coronavirus, el Presidente, según Datafolha, aún conserva el respaldo del 33% del electorado. El problema es hasta qué punto esto le basta para mantenerse en el poder, sobre todo teniendo en cuenta el cada vez mayor aislamiento político que enfrenta el mandatario. Durante estos últimos meses, no solo echó a los dos ministros más populares del gabinete, sino que también se peleó con importantes aliados políticos, como el Gobernador de São Paulo, João Dória, y el Gobernador de Rio de Janeiro, Wilson Witzel, quienes decidieron distanciarse de Bolsonaro ante el progresivo desgaste del gobierno y no ocultan su intención de remplazarlo en las elecciones presidenciales de 2022.

Una tormenta política y sanitaria que no tiene visos de terminar pronto y que pone en jaque el futuro del gigante sudamericano.

El debilitamiento político del Presidente fue aprovechado por el sector evangélico, que ya manejaba el Ministerio de Mujer, Familia y Derechos Humanos y ahora se hizo con el control del Ministerio de Justicia donde su nuevo titular, André Mendonça (abogado y pastor de la Iglesia Prebisteriana Esperança de Brasilia), tendrá la difícil tarea de contener los daños políticos generados por la renuncia de Moro. Más allá de esto, el principal beneficiado con lo ocurrido en los últimos meses sin dudas ha sido el ala militar del gobierno, la cual ha venido aumentando progresivamente su incidencia dentro del gabinete (actualmente hay nueve ministros militares sobre un total de veintidós) sobre todo luego de la designación, el 18 de febrero de 2020, del general Walter Braga Netto al frente de la estratégica Casa Civil.

El bloque militar buscó sacar provecho del desconcierto imperante y el 22 de abril de 2020 anunció el lanzamiento del programa de infraestructura Pro-Brasil, un paquete de ayuda que, según Braga Netto, contará con un presupuesto 30000 millones de reales (5500 millones de dólares) y que empezará a ejecutarse a partir de octubre de 2020 con el fin de reactivar la economía, una vez que Brasil logre superar la pandemia del coronavirus. Esta medida de corte desarrollista no solo implicaría avasallar la ley sancionada a fines de 2016 por el gobierno de Michael Temer que ata el nivel de gasto público al aumento de la inflación, sino que también va a contramano de las directrices macroeconómicas ortodoxas impulsadas por el ministro Guedes (quien curiosamente no estuvo presente al momento de difundir la iniciativa). Al ser consciente de que no podía perder uno de los pocos capitales políticos no ideológicos que aún posee su gobierno, Bolsonaro salió a respaldar al Ministro y señaló que es la única persona que define el rumbo económico de Brasil. “El hombre que decide la economía es uno solo. Se llama Paulo Guedes”, remarcó el mandatario. Este gesto fue aprovechado por Guedes para fortalecer su autoridad: “¿Para qué derrumbar el techo si es lo que nos protege de la tempestad? La política económica sigue, es la misma. El mundo está gastando más por la crisis, nosotros también, pero es un año excepcional. Incluso, este año volvemos a las reformas y el año que viene ciertamente vamos a estar creciendo”.

La encrucijada de Bolsonaro

El futuro de Guedes, y de Brasil, en gran parte está atado a lo que haga Bolsonaro para intentar salir de la crisis. Fiel a sus características, por el momento el mandatario ha dado señales contradictorias: por un lado, negocia con el grupo parlamentario Centrão para conseguir apoyo en el Congreso a cambio de cargos en el Estado (lo que le permitiría detener los procesos de juicio político en su contra), y por el otro, exacerba su perfil de independiente y moviliza a sus bases a partir de discursos autoritarios y antidemocráticos. “Tengan certeza de una cosa, nosotros tenemos al pueblo de nuestro lado, tenemos a las fuerzas armadas del lado del pueblo. (…) No queremos cerrar el Congreso, cerrar el Tribunal Supremo, pero que nuestro Presidente pueda gobernar. La gente no permitirá que los ministros, con un bolígrafo, impidan que nuestro Presidente gobierne”, remarcó Bolsonaro el 3 de mayo de 2020 en un acto realizado por sus simpatizantes en las puertas del Palacio de Planalto.

Al igual que en El doctor Jekyll y el señor Hyde, la clásica novela escrita por Robert Louis Stevenson en 1886, dentro de Bolsonaro parecieran convivir dos identidades contrapuestas: el populista pragmático que logró llegar a la presidencia cuando nadie lo esperaba y el líder autoritario deseoso de restablecer la dictadura militar en Brasil. De cómo el mandatario resuelva su particular puja interna dependerá hasta dónde llegue la crisis institucional en el país, todo esto en medio de la pandemia. Una tormenta política y sanitaria que no tiene visos de terminar pronto y que pone en jaque el futuro del gigante sudamericano.

MATÍAS MONGAN es licenciado en Comunicación Social y maestro en Relaciones Internacionales por la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es autor de El populismo de derecha. Ha trabajado en distintos medios periodísticos, tanto escritos como radiofónicos. Sígalo en Twitter en @matiasmonganm.

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