20 años del Parlamento escocés

19 agosto, 2019 • Artículos, Europa, Portada • Vistas: 12771

Europa Press

José Miguel Calderón López Figueroa

Agosto de 2019

El 1 de julio de 1999, la reina Isabel II celebró oficialmente la inauguración del Parlamento escocés en el palacio de Holyrood, sito en Edimburgo, capital de Escocia. El acto significó un hecho sin precedente en la historia del parlamentarismo británico. Por primera vez desde 1707 -año de la unión de los Parlamentos inglés y escocés y del nacimiento del reino de Gran Bretaña- Escocia alcanzaba su anhelado objetivo político de contar con una institución competente de regir el destino de los escoceses en asuntos internos, tales como agricultura, educación, transporte, turismo, fuerzas de orden, entre otros. De igual manera, se creaba un poder ejecutivo capaz de representar a la nación escocesa en el mundo, en la figura del nuevo Ministro Principal de Escocia.

A la luz de la nueva ley -la Ley de Escocia de 1998- la política monetaria, la seguridad nacional y las relaciones internacionales quedarían reservadas al Parlamento británico en Westminster, Londres. A diferencia de un sistema federal, como es el caso de Estados Unidos y las repúblicas latinoamericanas, las prerrogativas del Parlamento escocés están supeditadas a la citada ley del Parlamento británico. En otras palabras, Westminster permanece como el cuerpo legislador de la Constitución británica.

En aquel momento, el apoyo del gobierno laborista, encabezado por Tony Blair, hizo posible el proceso de devolution (traspaso de poderes de un poder central), lo que significó la transferencia de competencias de Westminster hacia el nuevo Parlamento de Holyrood. Sin embargo, el Partido Nacional Escocés (SNP) continuó la frenética batalla política para alcanzar la completa independencia de Escocia, lo que suponía riesgos políticos incalculables.

En otras palabras, Westminster permanece como el cuerpo legislador de la Constitución británica.

La historia de Escocia como nación integrante del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte ha estado marcada por una relación de tensión y distensión entre Edimburgo y Londres. Los escoceses, tras la fusión de los Parlamentos en 1707 y el surgimiento del Parlamento británico en Westminster, gozaron plenamente del auge del Imperio británico, lo que se tradujo en la apertura de importantes vías comerciales con el mundo atlántico. Ciudades como Edimburgo y Glasgow se alzaron como importantes centros europeos de la industria y del pensamiento moderno. Sin embargo, la preminencia política y demográfica de Inglaterra en el conjunto de las islas, en detrimento de la posición minoritaria de Escocia, ha provocado la irrupción de discursos nacionalistas que propugnan la separación formal del país.

Adicionalmente, Escocia fue beneficiada por el avanzado estado del parlamentarismo británico. La Revolución de 1642 conllevó la derrota del poder real frente a la pujanza parlamentaria -lo que condujo a la muerte al rey Carlos I- mientras que la Revolución Gloriosa de 1689 consolidó la situación de los anglicanos frente a los atisbos autoritarios del rey católico Jacobo II. Los resultados de las guerras civiles en Inglaterra enriquecieron ostensiblemente el parlamentarismo. Escocia, en consecuencia, integrada plenamente desde 1707, fue beneficiada por la incipiente democracia británica. Durante los siglos XIX y XX, Escocia haría grandes contribuciones al forjamiento del Imperio británico, a los esfuerzos de guerra y a la exportación del parlamentarismo británico a los dominios de Australia y Canadá.

No obstante, el restablecimiento del Parlamento en 1999, el nacionalismo escocés, caracterizado por una voluntad secesionista, obtuvo importantes victorias políticas tras la derrota del Partido Laborista en Holyrood. El argumento central de los independentistas escoceses radica en la capacidad local de hacer frente a los desafíos nacionales e internacionales sin el apoyo del gobierno británico. En este tenor, el descubrimiento de yacimientos petroleros cercanos a las costas de las Highlands fortaleció el discurso separatista. En los comicios locales de 2011, el SNP alcanzó la mayoría absoluta en el Parlamento escocés, lo que brindó a Alex Salmond, carismático líder del SNP, una invaluable fortaleza política frente al gobierno de Londres.

Tras la consolidación del SNP como partido mayoritario en el Parlamento escocés, el gobierno independentista negoció con el Partido Conservador del primer ministro David Cameron la celebración de un referendo sobre la separación de Escocia del Reino Unido. Una intensa campaña política iniciada por miembros del gobierno británico -como el propio Cameron- hizo posible que el 54% de los escoceses optaran en contra de la independencia, lo que garantizó la integridad del Reino Unido y el tormentoso camino conjunto (ingleses y escoceses) hacia el brexit.

Tras los resultados del referendo sobre el brexit -conviene recordar que Escocia votó mayoritariamente contra el brexit– la Ministra Principal de Escocia, Nicola Sturgeon, sucesora de Salmond, anunció la voluntad del gobierno de Edimburgo de buscar la negociación de un nuevo referendo en torno a la independencia escocesa, pues el voto del brexit reflejaba la disparidad poblacional y, en consecuencia, política, entre Escocia e Inglaterra. Sturgeon, consciente del torbellino político que las negociaciones entre Bruselas y Londres significarían para Escocia, decidió pertinentemente posponer la búsqueda de un nuevo referendo escocés.

Escocia ha resistido, por el momento, las tentaciones del nacionalismo.

El rumbo hacia el brexit conlleva nuevos derroteros. El gobierno británico es encabezado por un nuevo Primer Ministro: Boris Johnson, ferviente partidario del brexit. Tras la dimisión de Theresa May, Johnson tendrá la compleja responsabilidad de unificar al partido en torno a los términos de la negociación con la Unión Europea. Labor que se antoja compleja, pues la Comisión Europea buscará términos desfavorables para el Reino Unido; en la forma de un mensaje político dirigido a los Estados miembros que buscasen activar el artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, procedimiento legal por el cual los países pueden solicitar la retirada de la organización internacional. En otras palabras, el auge de los partidos euroescépticos en Europa ha obligado a Bruselas a endurecer su posición frente al brexit.

En suma, el Reino Unido, en los últimos 5 años, ha atestiguado dos votaciones de enorme envergadura en la historia reciente del país. Por un lado, los escoceses acudieron a las urnas en 2014 para manifestar su deseo de permanecer como nación del Reino Unido, mientras que en 2016 el mundo quedó atónito frente al rechazo de los británicos a la Unión Europea, tras el voto favorable a la salida británica de la organización internacional. El 1 de julio de 2019 Escocia celebró los 20 años de la fundación del Parlamento escocés. La reina Isabel II, acompañada por Carlos, Príncipe de Gales, pronunció un emotivo discurso frente a Nicola Sturgeon y los diputados escoceses reunidos en Holyrood. En el evento, la Jefa del Estado reiteró la centralidad de la institución en la vida del país.

Escocia ha resistido, por el momento, las tentaciones del nacionalismo. Los líderes políticos, tanto en Westminster como en Holyrood, deberán redefinir el nacionalismo escocés, no como un movimiento secesionista que lacere los intereses en ambos lados del muro de Adriano, sino como una reivindicación nacional en el seno de un Estado plural.

JOSÉ MIGUEL CALDERÓN LÓPEZ FIGUEROA es licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad del Valle de México y maestro en Estudios de la Unión Europea por la Universidad de Salamanca. Es especialista en política europea e historia de la integración. Sígalo en Twitter en @JosMiguelCalde4.

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