Presos, asentamientos y negociaciones

1 noviembre, 2013 • Artículos, Medio Oriente, Portada, Sin categoría • Vistas: 3250

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Noviembre 2013

Uno de los acuerdos para retomar las negociaciones de paz entre Israel y Palestina fue la liberación de 104 prisioneros palestinos en Israel, misma que al darse, elevó voces disidentes al interior del gobierno de Netanyahu, en Palestina misma y en Estados Unidos, pues también fue aprovechada por el primero para la extensión de asentamientos poblacionales en el territorio disputado. Aquí quien pierde es el nuevo intento por la paz.

En el mes de julio del corriente, se retomaron las negociaciones de paz palestino-israelíes. Una de las medidas de confianza acordadas por las partes fue la liberación de 104 prisioneros palestinos en cuatro fases que se prolongarían durante nueve meses, periodo en el cual debería alcanzarse un acuerdo definitivo, al menos, teóricamente. El 14 de agosto fueron liberados los primeros 26 prisioneros y el 29 de octubre otros tantos; la mayoría habían sido encarcelados antes de 1993, año en que se firmó el Acuerdo de Oslo, y estaban a punto de cumplir sus condenas.

La aplicación de este acuerdo no ha sido fácil, puesto que ha topado con fuertes resistencias no sólo por parte de la sociedad israelí, sino también en el seno del Gobierno de Netanyahu, ya que únicamente 13 de los 22 ministros de su gabinete aprobaron la medida. El frente opositor ha sido encabezado por Casa Judía, de Naftalí Benet, e Israel Nuestra Casa, de Avigdor Lieberman; el primero claramente identificado con el movimiento de colonos, y el segundo, defensor de los intereses de la comunidad judía de origen ruso. Tanto Benet como Liberman son estrellas ascendentes en el firmamento israelí y disfrutan de un creciente crédito político a pesar, o precisamente por, su radicalismo: ambos se oponen frontalmente al establecimiento de un Estado palestino. Durante la campaña electoral, Benet propuso anexar unilateralmente la mitad de Cisjordania. Lieberman, reciente absuelto de las acusaciones de fraude y tráfico de influencias, se ha manifestado favorable a la transferencia de la población árabe-israelí (cerca de 1.400.000 de personas) a los territorios palestinos.

En el bando palestino también ha habido numerosas voces discrepantes, puesto que el acuerdo sólo afecta a un 2% de los presos en cárceles israelíes y de los 5.000 palestinos encarcelados en Israel, 137 ni tan siquiera han sido juzgados y 180 son menores de edad. Como no podía ser de otra manera, el movimiento Fatah ha presentado el acuerdo a bombo y platillo y Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina, recibió en la Muqata al primer contingente de liberados en un intento de recuperar parte de su credibilidad, muy erosionada debido a la falta de avances en las negociaciones. Hamás, su principal rival, por su parte, no ha tardado en recordarle que hace dos años consiguió la liberación de más de un millar de palestinos a cambio del soldado Gilad Shalit.

No sólo eso. La liberación de presos ha tenido, además, un elevado costo, pues el gobierno israelí ha aprovechado la coyuntura para anunciar la ampliación de sus asentamientos y la profundización de la colonización del territorio palestino ocupado. Tras la liberación del primer contingente, se anunció la construcción de 2,100 nuevas viviendas y coincidiendo con la salida del segundo se aprobaron otras 1,700 viviendas. Este último anuncio se produjo poco antes de la llegada a Israel del secretario de Estado estadounidense, John Kerry.

Todos estos movimientos han sido hábilmente orquestados por Uri Ariel, ministro de Vivienda y antiguo responsable del movimiento de colonos, y cuentan con el respaldo de la mayor parte de gobierno israelí. El primer ministro Netanyahu es plenamente consciente que el factor tiempo juega a su favor y que mientras las negociaciones se prolonguen de manera indefinida, podrá seguir apostando por su política de hechos consumados destinada a hacer inviable un Estado palestino o, al menos, reducirlo a su más mínima expresión territorial. De hecho, el número de colonos israelíes se ha duplicado en estos veinte años de negociaciones, pasando de 275,000 a 550,000, algo difícilmente justificable aludiendo al ‘crecimiento natural’.

El pasado martes, el movimiento Paz Ahora denunció que el gobierno israelí tenía la intención de construir en los próximos años otras 24.000 viviendas (4.000 de ellas en Jerusalén Este). Tras hacerse pública la noticia y ante las presiones de Estados Unidos, Netanyahu decidió dar marcha atrás. Sus declaraciones posteriores son toda una muestra de que el primer ministro se inclina por la política del paso a paso para tratar de evitar la condena de la comunidad internacional: «En los últimos meses hemos construido miles de viviendas en Judea y Samaria y en los próximos meses construiremos miles más. Nunca ha sido fácil, pero lo hemos hecho de forma responsable a pesar de la presión internacional. En estos momentos no tiene sentido gastar recursos, energía y capital político en algo que no tendrá resultados».

Estas decisiones, unidas a la falta de voluntad política, han colocado a las negociaciones en una situación extremadamente delicada. Debe tenerse en cuenta que ya han transcurrido tres de los nueve meses que la Administración de Obama había dado a las partes para que trataran de resolver sus discrepancias en torno a las fronteras del Estado palestino, las cuestiones de seguridad o el futuro de Jerusalén Este. Aunque las negociaciones se desarrollan en el más estricto de los secretos, la prensa ha empezado a filtrar parte de sus contenidos y no hay demasiadas razones para el optimismo.

Un refrán árabe dice que para aplaudir se necesitan dos manos y parece que existe un evidente desinterés de la parte israelí para alcanzar un acuerdo. Ante la presión norteamericana, Netanyahu eligió a la cara más amable de su gobierno, la ministra de Justicia Tzipi Livni, para que se encontrase con el palestino Saeb Erekat- negociador en jefe del bando palestino-, pero es plenamente consciente que el avance de las negociaciones provocaría la disolución del gobierno de coalición y la salida de dos de sus principales aliados: Casa Judía y Israel Nuestra Casa. Tampoco en el seno del Likud parece haber demasiados partidarios de un acuerdo con los palestinos.

Con estos mimbres parece que los tímidos esfuerzos de la Administración de Obama están condenados al fracaso. Así las cosas, cabe preguntarse qué ocurrirá en el caso de que, como todo parece apuntar, las negociaciones vuelvan a interrumpirse sin alcanzarse ningún acuerdo. En su última visita a Israel, John Kerry advirtió de que no se puede negociar indefinidamente y de la posibilidad de que estalle una tercera Intifada que ponga de manifiesto la creciente soledad y el aislamiento de Israel. Las tirantes relaciones entre Netanyahu y Obama son tan sólo una pequeña muestra de un problema mucho mayor: el creciente distanciamiento entre los intereses de Israel y Estados Unidos en Medio Oriente. Un eventual éxito de las negociaciones de Ginebra en torno al programa nuclear iraní podría contribuir a acentuar este desencuentro.

IGNACIO ÁLVAREZ-OSSORIO es profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante.

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