La era Putin en Latinoamérica

6 abril, 2020 • Artículos, Asuntos globales, CEI Gilberto Bosques, Europa, Latinoamérica, Portada • Vistas: 7477

Reciprocidad en la hostilidad por el “extranjero cercano”

Life

Jacaranda Guillén Ayala

Una colaboración del Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques

Abril 2020

Para Vladímir Putin, el artífice del resurgimiento ruso, el colapso de la Unión Soviética significó la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. Por lo que, una vez en el poder, su tarea principal ha sido regresar al país su tradicional estatus de potencia mundial y regional, y con ello su participación e influencia como actor en las relaciones internacionales y en la estructura de poder mundial. Para lograrlo, ha implementado una estrategia en la que combina lo interno con lo externo en los ámbitos político, económico y militar.

En los inicios, la recuperación interna que el país alcanzó, principalmente en lo económico, le otorgó confianza en su actuar externo, la misma que poco a poco le facilitó independencia y autonomía en el exterior para trabajar en sus intereses y objetivos. Entre estos, una prioridad fue restaurar el poder en la esfera exsoviética, el “extranjero cercano”, con la finalidad primero de retomar el peso regional y, en consecuencia, el papel de actor global.

Si se mira en la historia, Rusia es una potencia tradicional del escenario internacional, por lo que su actuación en la estructura de poder mundial no es nueva. Sin embargo, su intervención en el escenario global se perdió con el fin de la Unión Soviética, y la desintegración territorial le restó influencia y control en el espacio exsoviético. Adicionalmente, la estructura mundial unipolar bajo la influencia estadounidense y la política exterior con tendencias prooccidentales implementada por los gobiernos de Mijaíl Gorbachov y Borís Yeltsin, condicionaron la reinserción de Rusia en el mundo.

A su llegada, Putin mantuvo cierta cooperación con Occidente –Estados Unidos, Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)– y buscó balancear la relación bajo un enfoque pragmático. Sin embargo, la rápida renovación interna y el unilateralismo de Occidente en su constante intromisión en el “extranjero cercano”, viraron su actitud en el mundo para adoptar una posición activa, firme e incluso agresiva. Cabe recordar que desde antes de que Putin asumiera el poder, ya se había acusado a la OTAN de violar su promesa de no intervenir en la zona de influencia rusa –bombardeos a objetivos serbo-bosnios y a la ex Yugoslavia–.

Para la Rusia de Putin, el entrometimiento de Occidente amenaza su seguridad y obstaculiza su pretensión de retomar el predominio geopolítico de las repúblicas exsoviéticas. En el marco de esta hostilidad, Rusia ha intervenido en los diferentes conflictos con la finalidad de evitar la occidentalización en su “extranjero cercano”. A pesar de esto, la alineación occidental de los países de esta región y el poder duro utilizado en la estrategia rusa han sumado más enemigos que aliados y socios, lo que significa mayores desafíos futuros al reposicionamiento regional.

En reciprocidad a la injerencia occidental, Rusia ha volteado su mirada al “extranjero cercano” estadounidense con el objetivo de replicar el modelo de desacreditación que Occidente mantiene en su zona de influencia, en el que ambos casos combinan tanto elementos de poder duro como de poder blando. Sin embargo, aun cuando la era de Putin ha encontrado oportunidades y factores en Latinoamérica que han favorecido las relaciones, los mismos condicionan el futuro de Rusia en esta región.

La política exterior rusa en el “extranjero cercano” y la hostilidad con Occidente

Desde la disolución de la Unión Soviética, las repúblicas exsoviéticas, hoy el “extranjero cercano” de Rusia, han significado para este país la zona geopolítica y geoestratégica de mayor importancia, por las siguientes razones: comparten lazos históricos, étnicos, lingüísticos y culturales; el espacio post soviético en su totalidad posee inmensos recursos energéticos; el control e influencia rusa en esta zona garantiza su soberanía, seguridad e integridad territorial, y, en términos de política exterior, la presencia y la participación rusa, ya sea por influencia o control, o bien por cooperación en cualquier ámbito, permite el reposicionamiento de Rusia como actor regional.

En la actualidad las repúblicas exsoviéticas se encuentran divididas en cinco grupos regionales: 1) Báltico: Estonia, Letonia y Lituania; 2) Asia Central: Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán; 3) Cáucaso: Armenia, Azerbaiyán y Georgia; 4) Europa del Este: Bielorrusia, Moldavia y Ucrania, y 5) Eurasia: Rusia. Es de enfatizar que, desde la desintegración, estos países han tratado de encontrar una identidad propia. Algunos comenzaron por adherirse a los proyectos integracionistas occidentales, como la OTAN o la Unión Europea; otros intentaron tomar el mismo camino, sin conseguirlo aún; varios más estudiaron los modelos asiáticos, y solo algunos cuantos permanecieron en la órbita rusa. En la búsqueda de esta identidad, se enmarcan las Revoluciones de colores en Georgia, Kirguistán y Ucrania, la continuidad de conflictos posteriores en Georgia y Ucrania, entre otros que involucran a toda la región y que han generado cambios en la estructura de poder regional.

Para la Rusia de Putin, el entrometimiento de Occidente amenaza su seguridad y obstaculiza su pretensión de retomar el predominio geopolítico de las repúblicas exsoviéticas.

Rusia confirma que estos conflictos han sido alentados por Occidente y que son contrarios a sus intereses esenciales. Específicamente, luego de las Revoluciones de colores, Putin consideró que las primeras medidas utilizadas y enmarcados en el poder blando –integración regional, construcción de alianzas, inversiones en modernización, mejora en sectores energéticos, exención de visados, expansión de su presencia, difusión en los medios de comunicación locales, entre otras–, debían ser complementadas con medidas coercitivas de poder duro. Occidente pasó entonces a ser considerado un rival geopolítico. Para resguardar el espacio ante cualquier injerencia externa, Rusia desarrolló medidas preventivas al amparo de una política y doctrina de contención y disuasión. Al tiempo que, en su política de seguridad nacional, de visión defensiva, planteó absolutamente necesario el control de sus vecinos para evitar cualquier hostilidad a sus intereses, para que se acercaran a Occidente o que adquieran de facto plena autonomía.

En las medidas de integración regional y construcción de alianzas, destaca primeramente el intentó de Rusia por fortalecer a la Comunidad de Estados Independientes (CEI), mecanismo cuya creación selló la disolución del bloque soviético. Bielorrusia, Rusia y Ucrania participaron como Estados fundadores, a los que más tarde se adhirieron otras nueve repúblicas exsoviéticas. Actualmente, la Comunidad está integrada por nueve de las quince repúblicas exsoviéticas y un miembro asociado, Turkmenistán. Los países que no participan en este mecanismo son los Estados bálticos, Georgia y Ucrania. En palabras de Putin, la CEI representa un espacio geoestratégico y un cinturón geopolítico de protección a la “Madre Rusia”, luego de la pérdida de territorio y el descontrol fronterizo a causa de la desintegración.

El retiro de algunos miembros, o bien la no adhesión a la Comunidad, han significado pérdidas en términos geopolíticos y geoestratégicos para Rusia. La primera llegó con la oposición de los Estados bálticos y Georgia de firmar su adhesión a la CEI, porque argumentaron que fueron forzados a incorporarse a la Unión Soviética. Contrariamente, los primeros se unieron en 2004 tanto a la OTAN como a la Unión Europea; mientras el caso de Georgia es diferente. Georgia se adhirió a la Comunidad en 1993 luego de que las tropas rusas intervinieran en la guerra civil, pero se retiró en 2009 tras la guerra de Osetia del Sur. El tercer inconveniente es el de Ucrania, pese a ser un Estado fundador nunca ratificó el estatuto y hoy solo participa de facto, en tanto abandonó su condición de miembro en 2014 como respuesta a la adhesión rusa de Crimea y Sebastopol. Una amenaza adicional a estas pérdidas ha sido la política de intención expansionista de la OTAN en Azerbaiyán, Georgia, Moldavia y Ucrania, así como el establecimiento de bases militares en los Balcanes.

En el seno de la CEI, Rusia trabajó por conseguir una integración más profunda en los ámbitos económico y de seguridad, otorgando beneficios políticos, militares, económico-comerciales y energéticos a cambio del alineamiento con sus intereses y políticas. No obstante, ante la inoperancia de esta estructura, otras iniciativas se pusieron en marcha, como la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva y su componente militar la Fuerza Colectiva de Reacción Rápida, la Comunidad Económica Euroasiática y algunas más, como la Unión Euroasiática y la Organización de Cooperación de Shanghái. Por otro lado, algunas de las medidas coercitivas que Rusia ha implementado ante la oposición regional han mantener destacamentos militares bajo el concepto de “fuerzas para el mantenimiento de la paz”, forjar alianzas a cambio de protección militar, impulsar nuevas minorías rusas, sanciones y bloqueos económico-comerciales, amenazar con repatriar a trabajadores extranjeros, diversidad en los precios de los suministros energéticos justificados con criterios políticos, amenazas de embargo energético, entre otras.

Mientras las posibilidades de cooperación se estrechan a países como Armenia, Bielorrusia, Kazajstán, Kirguistán –el único país en las Revoluciones de colores que regresó a la esfera de influencia rusa– y Tayikistán, el acercamiento con Occidente prevalece en Georgia –hoy considerado el país más radical a la CEI–, Ucrania, Moldavia, Azerbaiyán, e incluso la propia Bielorrusia. En un balance general y más allá del reposicionamiento militar ruso y las victorias en Georgia y Ucrania, el reposicionamiento de Putin en la región encuentra resultados inesperados, la búsqueda de la occidentalización en los países del “extranjero cercano” y las medidas represivas de Rusia han restado socios y aliados en la región, lo que podría derivar en un cerco geopolítico a los intereses geopolíticos y geoestratégicos de Rusia, en una zona donde la competencia con Occidente seguirá condicionando la estabilidad.

La visión estratégica en Latinoamérica: el contrapeso a Occidente

Los contactos entre Rusia y Latinoamérica fueron escasos hasta la etapa posterior a la Guerra Fría. Las primeras relaciones se establecieron con Brasil, Uruguay, Argentina y México, y en el periodo de la Guerra Fría, la Unión Soviética se concentró en apoyar a regímenes afines como los de Cuba y Nicaragua. Con la disolución del bloque soviético, Rusia redujo su presencia e influencia en el mundo, lo que deterioró los escasos contactos existentes con Latinoamérica, y no fue hasta la llegada de Putin cuando una nueva etapa comenzó.

En esta nueva etapa, los países latinoamericanos han representado un espacio clave geoestratégico para la política exterior rusa por las siguientes condiciones: 1) apertura de mercados y promoción de intercambios, tanto para su industria de defensa y los negocios energéticos, como para hacer frente a las sanciones impuestas por Occidente y que golpean su economía, así como ante los desequilibrios económicos internacionales –precio del petróleo–; 2) coincidencias y afinidades político-ideológicas, para sumar apoyos políticos a la acción externa rusa; 3) por su proximidad geográfica a Estados Unidos y al ser su área de influencia natural, la presencia rusa intenta ser el contrapeso a la injerencia de Occidente en su “extranjero cercano”, y 4) contribuir a las aspiraciones de reinserción e influencia como actor global.

Desde la llegada de Putin, diversas visitas oficiales de primer nivel se han llevado a cabo entre ambas partes, las que se han traducido en la adopción de acuerdos en distintas materias, como cooperación técnico-militar, energía, tecnología nuclear, armas y equipos, transporte, telecomunicaciones, sector aeroespacial, recursos naturales, biotecnología, farmacéutica, otras. No obstante, la cooperación en el sector técnico-militar prevalece sobre cualquier otro aspecto. Como resultado, Rusia se ha posicionado como proveedor de armas, contratista de proyectos energéticos (petróleo, gas y ductos) y promotor de plantas nucleares.

En esta nueva etapa, los países latinoamericanos han representado un espacio clave geoestratégico para la política exterior rusa.

La cooperación técnico-militar, el eje central de la estrategia rusa en Latinoamérica, se ha desarrollado principalmente con Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, México, Nicaragua, Perú, Uruguay y Venezuela, aunque la relación militar más importante ha sido con este último país. Mientras los contratos energéticos han sido significativos con Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela. A pesar de esto, es de mencionar que las ventas de armamento ruso en la región no son muy relevantes, ya que el sector está dominado por empresas europeas y estadounidenses, y, en el caso de Venezuela, China se posiciona como el primer proveedor de armas. En el aspecto comercial, las cifras continúan siendo insignificantes, y aunque los mayores intercambios se concentran con Argentina, Brasil, México y Venezuela, Rusia se enfrenta a la competencia comercial y de inversiones chinas y estadounidenses en la región.

En el marco de la relación, el factor que más ha favorecido al establecimiento y continuidad de los lazos ha sido el de las coincidencias y afinidades en las tendencias político-ideológicas latinoamericanas. El auge de gobiernos de izquierda a principios del nuevo siglo permitió el restablecimiento de relaciones con los antiguos socios (Cuba y Nicaragua) y el acercamiento con otros (Bolivia y Venezuela). Al mismo tiempo, esta situación propició un diálogo compartido y conjunto en foros del ámbito regional (Unión de Naciones Suramericanas, Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, BRICS) e incluso internacional (G-20), en donde los enfoques ideológicos coinciden en temas de la agenda internacional, como la defensa del multilateralismo y el equilibrio de poder, la no injerencia en los asuntos internos de otros países, la solución pacífica de los conflictos internacionales, el fomento a la cooperación en las relaciones internacionales y la supremacía del Derecho Internacional. Otros elementos que han beneficiado a la presencia rusa han sido la búsqueda de los países latinoamericanos por una mayor diversificación en las relaciones comerciales y políticas, la oposición al enfoque estadounidense, el abandono de Estados Unidos –particularmente durante la presidencia de Donald Trump– de la región y las medidas estadounidenses unilaterales y las sanciones implementadas a los regímenes contrarios, entre otros.

En la convergencia de las relaciones, Rusia ha concedido a sus socios latinoamericanos petróleo, ayuda, créditos, oportunidades de desarrollo económico, seguridad nacional, apoyo político, solidaridad en causas similares como la imposición de sanciones, transferencia de tecnología, entre otros, como la omisión de críticas a los derechos humanos y la democracia, siempre a cambio de la condición de sumar apoyos políticos a su acción externa. Sin embargo, además de que en las relaciones predomina el ámbito diplomático sobre los intercambios económico-comerciales y de inversión, el panorama electoral ha cambiado inclinando la balanza política regional hacia la derecha, y es posible que el cambio ideológico-político y el escaso intercambio comercial no favorezcan la estrategia rusa de cooperación técnico-militar en el largo plazo. Más aún, para Rusia los beneficios en la región continúan siendo menores a los obtenidos en otras regiones.

Ante los tiempos convulsos que atraviesa Latinoamérica, las oportunidades y los retos en la relación dependerán de los procesos internos en cada uno de estos países, a la par de la coyuntura regional y de una mayor presencia diplomática rusa para construir nuevas alianzas más allá de la afinidad ideológica-política, como ya lo ha hecho en otras ocasiones, y con ello procurar impulsar nuevos campos en la cooperación. Mientras tanto se observará un mayor uso de herramientas del poder blando en los países latinoamericanos, razón por la cual, en términos geopolíticos Estados Unidos no debería subestimar la posibilidad de una mayor presencia rusa en su “extranjero cercano”.

JACARANDA GUILLÉN AYALA es licenciada en Relaciones Internacionales y maestra en Estudios México-Estados Unidos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Desde 2010 es miembro de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales (AMEI). Fue asesora parlamentaria en asuntos internacionales en la Consultoría Jurídica del Senado de la República. Actualmente es investigadora del Centro de Estudios Internacionales Gilberto Bosques del Senado de la República. Sígala en Twitter en @jackyga3.

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2 Responses to La era Putin en Latinoamérica

  1. […] exterior aquí es clave para el reposicionamiento de Rusia como actor regional e, incluso, la estrategia de expansión de Putin ha llegado a América Latina. En la era de Putin, el diseño de la política exterior se consolidó mediante objetivos sumamente […]

  2. […] Latina, ora sono più visibili le opportunità economiche, soprattutto per quanto riguardal’apertura dei mercati e la promozione degli scambi, sia per l’industria della difesa e del […]

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