Centroamérica entre muros

14 enero, 2020 • Artículos, Asuntos globales, Latinoamérica, Portada • Vistas: 6101

Nuevo número de Foreign Affairs Latinoamérica

Jordi Bacaria Colom

Enero 2020

FAL

En este número, nos ocupamos de Centroamérica, sus encrucijadas y sus retos: un mosaico de países con realidades distintas y soluciones diferentes para cada problema, que muchas veces requieren un enfoque común; una región que, en 2019, tuvo un triste protagonismo por la violencia en algunos países, en particular los del Triángulo Norte, por sus caravanas migratorias hacia Estados Unidos y el bloqueo de todas sus esperanzas en las fronteras; un espacio caracterizado por Estados autócratas, refugios fiscales y países con capacidades, aunque atrapados entre las trampas de la pobreza.

Asistimos a una concatenación de sucesos disruptivos, de descontentos en el ámbito político sudamericano, que se suman a los enquistados desde hace meses, como la situación hasta el momento irresoluble de Venezuela o la renuncia de Evo Morales en Bolivia después del fraude electoral auditado por la Organización de los Estados Americanos, denunciada después como golpe de Estado. Somos testigos de los graves incidentes en Ecuador, resultado de una aplicación desmedida de las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional por parte de Lenin Moreno, o de las repetidas revueltas en Chile, iniciadas por un aumento de los precios del transporte que no fue más que la gota que derramó el vaso. También Colombia se incorpora al coro de revueltas contra las políticas del gobierno, y en Argentina se da un vuelco electoral, después de que el gobierno de Mauricio Macri no pudiera revertir la siempre complicada situación económica estructural del país: los argentinos no le han tenido paciencia a las medidas liberales aplicadas a destiempo. En Brasil, la democracia iliberal de Jair Bolsonaro tuvo un punto de inflexión con la puesta en libertad de Luiz Inácio Lula da Silva, cuya acusación de corrupción fue clave en la victoria del ultraconservador. Y México, en este último año, y como consecuencia de la política de Donald Trump, se ha visto atrapado entre la necesidad de mantener su dependencia económica de Estados Unidos y la incómoda tarea de ser Estado tapón de la migración que recorre el país, todo ello en medio de la violencia del crimen organizado y de una polarización política creciente. La única ventaja es que México vive en una aparente estabilidad social, a diferencia de los otros países de Latinoamérica, fruto de la indiscutible y arrasadora victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador en 2018. Esto debe verse sin excesiva complacencia, pues las experiencias recientes de los países sudamericanos enseñan que todo puede revertirse rápidamente.

Si bien es cierto que las revueltas, los desórdenes y las manifestaciones en las ciudades de Latinoamérica no son exclusivas ―en Beirut, en Barcelona, en Hong Kong, en Londres, en París y en Teherán se producen fenómenos similares por causas aparentemente distintas―, el elemento común es que a la acción sigue la reacción. Hay hartazgo social por el aumento de la desigualdad, desconfianza hacia los políticos, descrédito institucional y una población joven frustrada. El resultado es el ascenso del populismo y el incremento de la represión. Los 3 años de mandato de Trump han influido en la degeneración y el desmantelamiento de las instituciones, no solo en Estados Unidos, sino en el mundo en general. Se consolida la idea de que “mi país es primero” y se derrumban los paradigmas multilaterales, incluso para hacerle frente al cambio climático. Lo peor: no se vislumbran posibilidades de regeneración política. Y Trump ha pateado el tablero.

Ángel Boligán

Centroamérica, tal como lo apunta Cristina Eguizábal, le dio la bienvenida al siglo XXI llena de optimismo. Sin embargo, las esperanzas en la democracia, la integración regional y la inserción en la globalización se frustraron con la crisis de 2008 y la desintegración consecuente del orden internacional establecido después de la Segunda Guerra Mundial. Sus efectos, el populismo y el autoritarismo, han encontrado un espacio propicio en los países centroamericanos, donde los vientos autoritarios han fortalecido a los grupos conservadores tradicionales y a los grupos cristianos fundamentalistas que, a pesar de la democratización, no habían desaparecido. La política exterior de Trump ha tenido un impacto directo en los países centroamericanos, con las amenazas a sus aliados de aplicar medidas proteccionistas como táctica de negociación, su retórica de gran garrote dirigida a Centroamérica y a México debido a los flujos migratorios, y la hostilidad creciente en contra de Cuba y Venezuela. A la reaparición de la agresividad de Estados Unidos, se suma el declive de la presencia europea y el aumento del interés de China en la región, que forma parte de su megaproyecto mundial de infraestructura.

Gema Kloppe-Santamaría nos ofrece una perspectiva de la violencia en los países del Triángulo Norte y en Nicaragua, país que ya ha producido un éxodo de 60 000 personas. Kloppe-Santamaría destaca que esta violencia no puede reducirse al problema de las pandillas conocidas como “maras”: para entenderla, es necesario dar cuenta de las repercusiones de las políticas militarizadas y represivas impulsadas por los gobiernos de la región. Señala también que la raíz social e histórica de la crisis actual tiene que ver con que la enorme desigualdad económica y la pobreza provocan que los ciudadanos de estos países sean más susceptibles a incorporarse, de forma voluntaria o forzada, a actividades delictivas. Además, el feminicidio, la violencia de género y la violencia doméstica han forzado a miles de mujeres a migrar hacia el norte, muchas veces con sus hijos, en busca de refugio y protección.

Maximiliano Reyes Zúñiga explica cómo ha cambiado el rumbo de la política exterior de México para establecer una nueva relación con los países de la región, impulsada por López Obrador desde su elección. La primera reunión de alto nivel entre las autoridades de El Salvador, Guatemala y Honduras con el equipo de transición mexicano coincidió con la salida de la primera caravana de migrantes de Honduras hacia la frontera norte de México. El nuevo gobierno retomó el espíritu del Grupo Contadora de la década de 1980 y su ampliación en el Grupo de Río; con esto se demostró que por medio de la cooperación latinoamericana e internacional, el diálogo y la promoción de la paz pueden solucionarse los problemas regionales. Aunque hoy los retos son distintos y no hay conflictos armados, no deben considerarse un mal menor. Basándose en el diagnóstico de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) sobre los problemas migratorios, la pobreza, la mala distribución de la renta a pesar del crecimiento económico y el desafío del cambio climático, el 1 de diciembre de 2018 se firmó en México la declaración política que impone a las cancillerías el diseño de un plan de desarrollo integral con el apoyo de la CEPAL. El plan estipula cuatro objetivos: 1) garantizar los derechos fundamentales, 2) mejorar el desempeño económico, 3) promover el acceso a los derechos sociales y 4) fomentar la sostenibilidad y la resiliencia al cambio climático.

Axel Cabrera también examina la relación entre México y Centroamérica. Recuerda que no son nuevos los flujos migratorios centroamericanos por México, solo que a partir de octubre de 2018, con la primera caravana de migrantes ―y gracias a la hiperconectividad y a la democratización del acceso a internet―, la crisis migratoria centroamericana y los problemas del Triángulo Norte de Centroamérica cobraron visibilidad. Las situaciones de pobreza, violencia, crimen, narcotráfico y corrupción que afligen a El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua han provocado el aumento de los flujos migratorios hacia Estados Unidos, cuya respuesta ha sido el cierre de fronteras. México, en medio, ha sufrido un chantaje arancelario y una serie de exigencias, como la incorporación de al menos 6000 efectivos de la Guardia Nacional a labores de patrullaje en la frontera con Centroamérica, a pesar de la voluntad histórica de México de establecer mecanismos de cooperación y desarrollo regionales. Es vital que la sociedad mexicana comprenda que México es ya un país de tránsito y destino de migrantes.

Gabriela Rodríguez analiza las causas de la crisis migratoria centroamericana: la violencia, la pobreza, los factores familiares y el cambio climático. La autora considera que el cambio climático es el factor de mayor peso en la decisión de migrar, ya que ha trastornado la actividad agrícola de la región (una de las principales fuentes de trabajo y de sobrevivencia familiar) con sequías y otros fenómenos meteorológicos que afectan principalmente el cultivo de granos como maíz, frijol y arroz. Esta presión afecta a México, ya que las crecientes dificultades para ingresar a Estados Unidos hacen prever que los migrantes de Centroamérica no se desplacen a ese país, sino a México. Ciertamente, mientras que Washington construye un muro de concreto, México levanta un muro militar, pero ninguno de los dos logrará contener la migración: solo la harán más peligrosa, más expuesta al crimen, a los abusos de autoridad, a la delincuencia organizada y a la violación de derechos.

Sergio Vázquez Meneley explica la situación a la que se enfrenta México al quedar excluido del nuevo plan de ayuda a los países del Triángulo Norte de Centroamérica a partir de enero de 2020, cuyo objetivo es fortalecer las capacidades de los gobiernos para atender las causas del éxodo y disminuir los flujos de migrantes irregulares que intentan llegar a territorio estadounidense. Además de las amenazas arancelarias a los países del Triángulo Norte y a México, el gobierno estadounidense también ha intentado imponer a sus vecinos el esquema de “tercer país seguro”, por el cual los solicitantes de asilo a Estados Unidos pueden ser devueltos u obligados a esperar en el territorio de un país por el que hayan cruzado mientras se resuelve su situación migratoria. Este esquema fue rechazado por el gobierno mexicano, aunque lo aceptaron los gobiernos del Triángulo Norte y ahora forma parte de los Acuerdos de Cooperación en Materia de Asilo, cuya firma es condición para que se les otorgue ayuda y financiamiento.

Darío Castillejos

En Diálogo Ñ, los autores analizan el problema de la informalidad laboral en Latinoamérica. Thibaud Deguilhem y Michelle Vernot-López parten de la definición de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que distingue actividades informales y empleo informal. La definición no abarca las novedades del empleo traídas por sucesivas olas de desregulación en los países en desarrollo y, en particular, en Latinoamérica, donde las formas de empleo se han vuelto heterogéneas, han aparecido ambigüedades y se ha perdido la solución de continuidad entre el trabajo asalariado y el independiente, y entre la formalidad y la informalidad. Finalmente, todo está relacionado con la calidad del empleo. Los autores toman el caso colombiano para reflexionar sobre las políticas públicas destinadas a controlar esta nueva situación.

En este mismo tenor, Rosella Nicolini y José Luis Roig Sabaté destacan que la situación de informalidad no es binaria, sino que empresas y trabajadores pueden adoptar distintos grados de informalidad de acuerdo con sus necesidades y en el marco regulatorio del país. Según estadísticas de la OIT, el porcentaje de empleo informal en América Latina y el Caribe en un año reciente alcanza el 53%, del cual el 37% corresponde a empleo informal en empresas informales y empleo por cuenta propia, el 12% a empleo informal en empresas formales y el 4% a hogares, con notables diferencias entre países. La falta de productividad y, por ende, de competitividad, explica la gran proporción de trabajadores en el sector informal, pero también las regulaciones excesivas que estimulan la informalidad al aumentar los costos de la formalidad. En consecuencia, la flexibilidad de la estructura administrativa puede aminorar la actividad informal.

Reuters/Kacper Pempel

El tercer bloque está dedicado a la memoria histórica y a la memoria colectiva de Latinoamérica, Estados Unidos, Alemania, China y Sudáfrica, relacionada con episodios específicos que es necesario reinterpretar para iniciar procesos de conciliación.

En su enfoque sobre la memoria histórica en Latinoamérica, Adán Baltazar García Fajardo abarca los casos de la era de las dictaduras que, desde el golpe de Estado en Paraguay en 1954, se sucedieron con regularidad: Argentina, Guatemala, Brasil, Bolivia, Uruguay, Chile, El Salvador. Con la llegada de las democracias y en espera de una transición ordenada, los regímenes autoritarios aceptaron investigar su pasado mientras no hubiera consecuencias penales para los involucrados. Las memorias confrontadas son parte de un duelo que no se ha resuelto, y las heridas siguen abiertas. Se debate en el presente la interpretación del pasado.

Annette Gordon-Reed aborda el tema de la esclavitud en Estados Unidos que, por su componente racista, va unida a la dominación blanca. Enfrentar las secuelas de la esclavitud requiere luchar contra la supremacía blanca que precedió a la fundación de Estados Unidos y sobrevivió al término de la esclavitud legalizada. Una vez abolida la esclavitud, la tez blanca seguía siendo un valor, incluso si no se ligaba a una posición socioeconómica. La negritud todavía tenía que ser devaluada para ensalzar la superioridad blanca. Actualmente, la segregación legal es letra muerta, pero en los hechos subsiste en buena parte del país.

Richard J. Evans explica la rapidez con la que Alemania borró toda identificación con el nazismo. Los aliados iniciaron un programa complejo de desnazificación, realizaron juicios por crímenes de guerra y tomaron medidas de reducación, dirigidas no solo a los antiguos activistas nazis, sino también a quienes abrazaban las creencias y los valores militaristas que, en opinión de los aliados, le habían granjeado apoyo al régimen de Adolf Hitler. Así consiguió Alemania la aceptación colectiva de la responsabilidad moral por crímenes terribles en su pasado reciente.

Por otro lado, los “movimientos masivos” letales impulsados por Mao Zedong, según Orville Schell, tuvieron lugar porque el Partido Comunista Chino permitía la persecución e incluso la eliminación de una gran pluralidad de “elementos contrarrevolucionarios”. Sin embargo, pese a todas las aflicciones y las muertes que causó, el Partido nunca admitió oficialmente su culpa ni permitió ningún acto en memoria de las víctimas, ya que una confesión de culpabilidad plantearía el riesgo de socavar su legitimidad y su derecho a gobernar unilateralmente. En China, la censura ha neutralizado a la sociedad y la ha transformado “en una criatura deslustrada, irracional y desinteresada”. De esta forma, el país se ha convertido en “la República Popular de la Amnesia”.

Sisonke Msimang relata la historia del apartheid y su final en Sudáfrica, así como lo lento e insuficiente que fue el proceso de reconciliación y verdad, a pesar de ser considerado un modelo de unidad nacional. Mandela fundó la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), de la que Tutu fue nombrado Presidente. El trabajo de la CVR se fundamentaba en la idea de que la verdad era un primer paso esencial para sanar. Por primera vez en la historia de Sudáfrica, los blancos se verían obligados a escuchar a los negros. Las víctimas tenían incluso el derecho a cuestionar a los perpetradores, quienes a su vez fueron alentados a decir la verdad en nombre de la unidad y la reconciliación nacional. Pero al fetichizar las violaciones a los derechos humanos en lo individual, se dejaron de lado los efectos estructurales del apartheid. Hoy parece que los blancos sufren amnesia colectiva. Después de 25 años de la transición a la democracia, persisten las grandes desigualdades sistémicas raciales y económicas que han mantenido pobre a la mayoría de los sudafricanos negros, mientras se preservan la riqueza y los privilegios de los que disfrutaron los blancos durante el apartheid.

Reuters-Ueslei Marcelino

En la sección Mundo, destacamos artículos sobre Rusia, Estados Unidos, China y la India. Susan B. Glasser traza un perfil de Vladimir Putin, el dirigente con más tiempo en el cargo desde Yosef Stalin, lo que ha conseguido siguiendo el modelo de Pedro el Grande. Glasser describe a Putin desde su época de agente encubierto de la KGB, Jefe del Servicio Federal de Seguridad ―que sustituyó a la KGB soviética―, Primer Ministro y Presidente interino con Boris Yeltsin y así hasta sus actuales 2 décadas de presidencia. Occidente se equivocó al subestimar a Putin.

Richard McGregor sigue la trayectoria del dirigente chino Xi Jinping. Desde que asumió el poder, Xi acabó con los disensos internos, emprendió una campaña anticorrupción de gran envergadura y adoptó una política exterior osada y expansionista en una actitud de desafío a Estados Unidos. Pocos anticiparon las dimensiones de la ambición de Xi antes de que tomara las riendas del país. Probablemente el vicepresidente Joe Biden y sus asesores lo subestimaron en su primera entrevista con él en 2011. Comoquiera que sea, tarde o temprano, como lo demuestra la historia reciente de China, el sistema le va a pasar la factura. La pregunta es cuándo.

Chad P. Bown y Douglas A. Irwin critican el ataque de Trump al sistema de comercio mundial, pues, al incumplir las reglas comerciales, ha lastimado el prestigio de Estados Unidos y ha llevado a otros países a considerar el uso de las mismas herramientas para limitar arbitrariamente los intercambios económicos. Asimismo, ha adoptado medidas para debilitar a la Organización Mundial del Comercio, de las cuales algunas dañarán sin remedio el sistema multilateral. Y en su movimiento más temerario, intenta utilizar la política comercial para desvincular las economías china y estadounidense. Aunque un futuro gobierno quisiera remediar los daños, como las amenazas arancelarias a México y la innecesaria renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en ciertos aspectos no habría vuelta atrás. Incluso si Trump perdiera las elecciones de 2020, el comercio mundial nunca volvería a ser el mismo. La época de capitalismo mundial podría estar llegando a su fin. Lo que muchos pensaron que era la nueva normalidad fue quizá una breve anomalía.

Ernest J. Moniz y Sam Nunn plantean un escenario hipotético que podría derivar a una situación catastrófica, pero plausible, de guerra nuclear entre Estados Unidos y Rusia, ya que están dados los antecedentes y solo se requiere una chispa que encienda la flama. Desde la crisis de los misiles en Cuba en 1962 no se corrían tantos riesgos de un enfrentamiento nuclear entre estas potencias. La primera grieta apareció en 2002, cuando Estados Unidos se retiró del Tratado sobre Misiles Antibalísticos. Más tarde, Rusia dejó de cumplir sus obligaciones en el Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa de 1990, y luego la Organización del Tratado del Atlántico Norte hizo lo mismo. En 2019, Washington decidió retirarse del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio y Moscú suspendió su aplicación, con lo que le asestaron un golpe mortal. El destino del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares también se encuentra en duda y no está claro el futuro del nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, que expirará en 2021. Este es el riesgo del “regreso del fin del mundo”, según los autores.

Robert D. Blackwill y Ashley J. Tellis afirman que Nueva Delhi sigue siendo la mejor opción de Washington en Asia y que deberían forjar una asociación orientada a promover intereses comunes sin esperar ninguna alianza. Para lograr esa meta, los funcionarios de Estados Unidos y la India deben pensar en la relación de forma diferente a la de gobiernos anteriores, que consideraban a la India como un contrapeso de China, incluso en el campo nuclear. Pero con Trump todo ha cambiado, ya que no se preocupa por nada que vaya más allá de la balanza comercial de Estados Unidos con los países más grandes de Asia. La pregunta incómoda que tienen frente a sí los formuladores de políticas públicas indios es si cuentan aún con la cooperación de un Washington que parece haber abandonado el orden internacional liberal y que muestra poco entusiasmo por conservar su altruismo estratégico con Nueva Delhi. Las relaciones de la India con Irán y Rusia irritan a Washington, aunque Estados Unidos debería preocuparse, junto con la India, del poder ascendente de China.

En su texto, Michael O’Hanlon se refiere a la capacidad de Estados Unidos de proteger a sus aliados. La disuasión consistía en que, al elevar desmesuradamente los costos de una guerra, las partes esperaban mantener la paz. Para Washington, la disuasión nunca consistió en proteger solo su territorio nacional, sino que construyó el sistema de alianzas de la posguerra, que forma una parte básica del orden internacional, como una estrategia de “disuasión extendida”. Realmente no se sabe si tales estrategias puedan disuadir las agresiones que probablemente lancen China y Rusia contra Estados Unidos en el siglo XXI. Trump ha cuestionado el valor de las alianzas estadounidenses y ha denigrado a sus aliados clave. Para el autor, la estrategia de disuasión de Washington debería evitar, tanto como sea posible, atacar primero a otra gran potencia. En cambio, la guerra económica debería ser la base de la estrategia, con la fuerza militar solamente de respaldo.

Cierto pesimismo rezuma esta Carta. Parece que, de la lectura de algunos artículos de esta sección, solo cabe esperar o el fin del capitalismo o el fin del mundo. Esperemos que 2020 nos traiga mejores augurios.

JORDI BACARIA COLOM es Director de Foreign Affairs Latinoamérica. Sígalo en Twitter en @bacaria_jordi.

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