¿Por qué México mantuvo ante la OPEP+ su compromiso de reducir 100 000 barriles de petróleo?

14 abril, 2020 • Asuntos globales, Norteamérica, Opinión, Portada • Vistas: 8912

Tomado del perfil de Twitter @Riteshoswal001

 Moisés Garduño García

Abril 2020

El factor interno

Durante el primer trimestre de 2020, la Comisión Nacional de Hidrocarburos aprobó trece nuevos proyectos de perforación de pozos petroleros en tierra, aguas someras y aguas profundas. Aunque la nueva estrategia de México prioriza los proyectos terrestres y de aguas someras (porque es donde Petróleos Mexicanos, Pemex, tiene más experiencia y donde cree que hay más hidrocarburos), en 2020 figura la aprobación del proyecto exploratorio del pozo Ameyali, por parte China Oil Shore Corporation, el cual promete unos 1318 millones de barriles de crudo. La perforación de pozos (exploratorios, de evaluación y de desarrollo), es una de las actividades más importantes de la cadena de valor de hidrocarburos porque se trata de una de las de mayor inversión e importancia para reclasificar reservas probables (2P) y posibles (3P) a reservas probadas (1P). Esto último permite incrementar la relación entre las reservas probadas y la producción de un país. Desde el punto de vista financiero, las reservas probadas son las que sustentan los proyectos de inversión y, en el caso de México, estas reservas han venido disminuyendo dramáticamente en los últimos 15 años, al grado de contar con solo 7000 millones de barriles en 2019.

De los once objetivos primordiales del Planteamiento Estratégico Institucional de Pemex, después de la regulación financiera, el aumento de las reservas probadas y el incremento de la producción de hidrocarburos son los dos objetivos prioritarios para mantener la sostenibilidad de la empresa. La estabilidad en el número de pozos, las reservas probadas y de la producción de crudo permite a Pemex buscar un equilibrio en el que México, como cualquier otro país petrolero, se preocupe no solo por el precio del petróleo que produce, consume y exporta, sino también por el valor que le da al petróleo que está en su subsuelo, el cual no solo es un componente esencial para nuestra seguridad nacional y energética, sino un criterio indispensable para cumplir con nuestros compromisos internacionales ante la Agencia Internacional de Energía, a la cual México se adhirió en 2018.

México necesita dinero para seguir inyectando recursos a Pemex, por lo que consideró injusto reducir el mismo porcentaje de petróleo que un país que produce más de 12 millones de barriles al día.

Y es que, si revisamos un poco la situación, ciertamente la renuncia al rescate de Pemex significaría prácticamente su desaparición. De acuerdo con su actual Plan de Negocios, de 2012 a 2019, la cantidad de pozos de desarrollo disminuyó de manera considerable, al pasar de 1201 a solo 319 (considerando que en 2017 se llegó a trabajar solo con 55 pozos). Este fenómeno influyó directamente en la caída de la producción de crudo, la cual se mantuvo en picada prácticamente durante los últimos 14 años. En 2019, Pemex produjo 1.67 millones de barriles diarios en promedio, lo que significó una nueva baja de 7.3% con respecto a lo producido en 2018. Como es sabido, estas caídas se relacionan con el peso que Pemex ha dejado de tener en el PIB nacional y con la enorme deuda que aún guarda. En pocas palabras, en México se están experimentando los primeros pasos de una nueva política energética que insiste en el rescate de Pemex para convertirlo en un factor de fortaleza económica en el futuro y contar con autosuficiencia energética. Estos pasos comenzaron con el tortuoso combate al robo de combustible desde 2019, y ahora persiste en los escenarios internacionales mediante la posición tomada por México durante la reunión con los países miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo Plus (OPEP+). En el pensamiento estratégico del gobierno mexicano, a pesar de las condiciones precarias en las que se encuentra la empresa y de las múltiples carencias que necesita resolver, la petrolera todavía genera las herramientas que sostienen parte de la base económica de México. Sin Pemex, la industria energética no solo estaría en manos extranjeras, sino que México perdería un ingreso de aproximadamente 35 000 millones de dólares anuales.

El factor externo

Debido a la situación particular de Pemex, es comprensible que México se negara ante los miembros de la OPEP+ a aceptar recortes de suministro por 400 000 barriles por día, y en su lugar ofreciera una reducción de solo de 100 000 barriles. México necesita dinero para seguir inyectando recursos a Pemex, por lo que consideró injusto reducir el mismo porcentaje de petróleo que un país que produce más de 12 millones de barriles al día.

Pero siempre es necesario conectar la política interna con el factor externo, pues cuando México anunció que Estados Unidos reduciría los 300 000 barriles restantes para salvar el acuerdo global con la OPEP+, en realidad la Presidencia, la Secretaría de Energía y la Secretaría de Relaciones Exteriores, lo que estaban mostrando al vecino del norte era la urgencia de llegar a un acuerdo que no castigara la ya debilitada economía mexicana, la cual, en caso de una recesión mayor a la pronosticada por algunas calificadoras, ocasionaría un escenario de inestabilidad nada favorable a Washington.

A pesar de que Irán propuso sacar el acuerdo sin México, esto hubiera sentado una excepción que no era nada recomendable pues, en un futuro, cada país podría apelar a las mismas razones que apeló México para bloquear acuerdos posteriores, por lo que, en realidad, la negativa de México ciertamente estaba poniendo en riesgo el acuerdo global. Pero si este acuerdo no se alcanzaba, hubiera significado la quiebra de algunos productores de esquisto en Estados Unidos, una meta perversa que mantenían algunos sectores gubernamentales en Arabia Saudita y Rusia, principales promotores, directa o indirectamente, del desplome de los precios del crudo. Además, es menester recordar que en nuestro vecino del norte al menos unos 6.7 millones de trabajadores dependen del sector energético, por lo que evitar esta sacudida en este rubro era algo imprescindible desde la óptica de Washington. Para bien o para mal, México ya contaba desde 2001 con un seguro adquirido contra las caídas de precios por medio de una cobertura anual, una de las operaciones más grandes y secretas en los mercados petroleros, la cual le garantiza a Pemex un precio de 49 dólares durante todo 2020 por el volumen de crudo exportado.

Entendiendo ambos factores, la hipotética crisis en Estados Unidos y la necesidad del gobierno mexicano de lastimar lo menos posible la producción de Pemex para contar con recursos suficientes que sostengan sus programas sociales, es como se puede entender la colaboración entre México y Washington en esta coyuntura. En palabras del académico Lorenzo Meyer, es preciso recordar que “desde finales del siglo XIX, la obsesión de Estados Unidos ha sido monitorear la estabilidad política mexicana por razones económicas y de seguridad, particularmente por razones migratorias y de narcotráfico”. Así, en estos momentos de la historia, como en episodios de crisis anteriores, Washington no se puede dar el lujo de permitir un desequilibrio económico mexicano por las repercusiones globales actuales, por lo que es altamente probable que los cálculos de nuestra propia debilidad hayan servido para animar a Donald Trump a reducir esos 300 000 barriles de petróleo, por el bien de ambas economías, sobre todo, en tiempos de amplia incertidumbre, de emergencia sanitaria y de cambios multidireccionales en el sistema internacional.

La hipotética crisis en Estados Unidos y la necesidad del gobierno mexicano de lastimar lo menos posible la producción de Pemex para contar con recursos suficientes, es como se puede entender la colaboración entre México y Washington en esta coyuntura.

Dada la asimetría de poder, y lo complicada y tan multifactorial que es nuestra relación con Estados Unidos, “el miedo puede hacer maravillas en las relaciones entre países, y son particularmente interesantes cuando no se trata de un miedo bélico, sino de un colapso económico, como es el caso de la crisis actual”, apunta Meyer. De hecho, vale la pena recordar cuando en 1994 vino “la crisis del tequila” y William Clinton tuvo que declarar un estado de emergencia en los condados fronterizos por el eminente colapso económico que se les vino encima a unos meses de entrar en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Ahora, a unos meses de haber firmado el Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), la relación bilateral y la del mercado de Norteamérica es mucho más intrincada y las repercusiones para Washington, aunque naturalmente dispares, se extienden por toda la región y en casi todas las industrias, desde la agrícola y restaurantera, hasta los sectores más modernos en el siglo XXI, donde el episodio petrolero con México puede ser visto como una reacción natural de regionalización económica ante la coyuntural “desglobalización” que ha causado la emergencia del COVID-19. A diferencia de años anteriores, el gobierno mexicano utilizó efectivamente la carta petrolera para defender su interés nacional, apelando a los riesgos regionales que la crisis global nos está planteando.

La disputa por el mercado

Finalmente, hay que decir que una vez logrado el acuerdo con la OPEP+, estos días de abril serán utilizados para ganar mercado donde todos los productores estarán tratando de vender a los actores menos golpeados por esta crisis, particularmente a China (dada la situación de incertidumbre en los países europeos). Por ejemplo, existen países que exportan a China, como Arabia Saudita, que necesitan un precio que ronda los 80 dólares para mantener sus ambiciosos planes de desarrollo, en donde el proyecto NEOM es uno de los más importantes. A mediados de enero de 2020, China y Estados Unidos firmaron el llamado acuerdo comercial “fase uno”, en virtud del cual China se comprometió a impulsar sus compras de petróleo y productos petroquímicos estadounidenses. Ante esto es necesario revisar hasta dónde se puede llevar a cabo este acuerdo. Por su parte, Rusia tiene sus propias ventajas, incluida la proximidad geográfica con China, lo que hace que exportar petróleo sea más barato y más rápido para Moscú.

En este panorama, México es el segundo socio comercial más importante de China en Latinoamérica y se mantienen excelentes relaciones con ella tras las compras de insumos para atender la crisis del COVID-19, además de la mencionada participación del gigante asiático en proyectos de exploración de pozos en aguas profundas mexicanas. Sin embargo, si bien México exporta petróleo a China, nuestro país no está entre sus principales surtidores. Con la desaceleración económica y la dura competencia en el mercado energético es muy poco probable que México pueda ganar más mercado en China, por lo que el mantenimiento de sus cuotas de venta nacionales en Estados Unidos, Latinoamérica, la India y Japón, contando con una estabilidad de los precios de la mezcla mexicana (particularmente el crudo maya), pueda ser suficiente para las metas establecidas por Pemex en su Plan Estratégico, al menos en el corto y mediano plazos.

Si bien la posición de México pudo haber sido juzgada como arriesgada o vergonzosa, lo cierto es que oponerse a países como Arabia Saudita o Irán, y a los principales productores de petróleo del mundo, y al final conseguir un trato respaldado por Estados Unidos, fue un movimiento que nadie vio venir pero que servirá para mejorar el precio de la mezcla mexicana, organizar mejor las finanzas de Pemex, trabajar por una mejor calificación crediticia y, lo más importante, lastimar lo menos posible el proyecto petrolero mexicano que, como se mencionó al principio, se trata de una labor titánica en términos internos y externos. Con esto, se puede concluir que el gobierno mexicano se anotó un triunfo diplomático pues prefirió defender su política energética ante el mundo, en lugar de esperar que una reducción ordenada desde la OPEP+ le permitiera justificar la baja producción de PEMEX ante una crisis que estamos viviendo en todo el mundo y que apenas comienza.

MOISÉS GARDUÑO GARCÍA es doctor en Estudios Árabes e Islámicos Contemporáneos por la Universidad Autónoma de Madrid y maestro en Estudios de Asia y África con especialidad en el Medio Oriente por El Colegio de México. Es profesor de tiempo completo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) de México. En 2018 fue acreedor al reconocimiento Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en el área de docencia en Ciencias Sociales que otorga la UNAM, y actualmente es Coordinador del proyecto de investigación “Justicia social y sectarismo en el Medio Oriente del siglo XXI” en la UNAM, así como colaborador del proyecto “Representaciones del islam en el Mediterráneo local: cartografía e historia conceptuales” de la Agencia Estatal de Investigación de España. Sígalo en Twitter en @Moises_Garduno.

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One Response to ¿Por qué México mantuvo ante la OPEP+ su compromiso de reducir 100 000 barriles de petróleo?

  1. Alejandra Medina dice:

    Gracias Doctor por ayudarnos a entender temas complejos como este. Ante el vacío de una opinión pública seria en México y la ignorancia del pueblo. Infinitas gracias.

    Egresada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. UNAM

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