No es el metro… es la dignidad de una sociedad

25 noviembre, 2019 • Latinoamérica, Opinión, Portada • Vistas: 4068

VOA Noticias

Eduardo Rivas y M. Angélica Rodríguez

Noviembre 2019

Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

Salvador Allende

Durante la presidencia de Salvador Allende, la cultura chilena tuvo un gran auge plasmado internacionalmente con la obtención del premio Nobel de Literatura otorgado a Pablo Neruda en 1971. La música no fue la excepción, grupos musicales y cantautores acompañaban desde su lugar la vía chilena al socialismo que el presidente Allende procuraba implementar desde La Moneda. Inti Illimani, Los Jaivas, Quilapayún, Víctor Jara, entre otros, musicalizaban el proceso histórico. Y sobre todos ellos se arrojó la dictadura, casi todos se exiliaron, pero a Jara lo asesinaron por cantar las cosas que muchos pensaban pero pocos decían.

Una de las cosas que Jara cantó, también en 1971, fue una adaptación al castellano del tema Little boxes, original de Pete Seeger, que tituló Las casitas del barrio alto, que describía la sociedad chilena de una manera poética pero cruda. Reflejaba de manera contundente la realidad chilena de principios de la década de 1970, que el proceso allendista quería cambiar de raíz y contra el que se alzaron las fuerzas armadas chilenas y los Carabineros, bajo las directivas de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense, y a pedido de ITT (empresa que manejaba la Compañía de Teléfonos de Chile), tal como lo había denunciado Allende en diciembre de 1972 ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.

El presagio de Allende se cumplió en 1973, y al mando de Augusto Pinochet se instaló en el país latinoamericano una de las más largas y sangrientas dictaduras de la región. Esta no solo asesinó y desapareció chilenos, sino que además buscó desterrar (casi) todo atisbo de política allendista en el país.

Lo que pasa hoy en Chile es mucho más complejo que la mera protesta por el aumento del boleto del metro. El descontento de los chilenos no es algo que se generó en los últimos días, ni siquiera en los últimos meses, es algo que se viene fraguando desde mucho tiempo atrás.

La respuesta del gobierno fue la represión, desmedida y fuera de la ley, lo que generó un mayor nivel de protesta.

El “milagro chileno”, generado por los Chicago boys, que se hicieron cargo de la economía chilena tras el golpe de Estado, consistió en la implementación de una economía no regulada, abierta al mundo, con un Estado pequeño y subsidiario, de riguroso equilibrio fiscal ¾limitó el gasto público y la burocracia¾, y el funcionamiento libre del mercado. Este sistema entró en crisis en 1982, en ocasión de la crisis de la deuda latinoamericana. Posteriormente, tuvo un segundo auge a partir de mediados de la década de 1980, cuando se implementaron políticas para generar una fuerte reducción del gasto en el sector público, con medidas como rebajar el gasto social y las jubilaciones, una política de devaluación del peso en función del dólar muy fuerte, que sobrepasaron la inflación para favorecer las exportaciones, se privatizaron las empresas que seguían siendo estatales y los bancos intervenidos por el gobierno durante la crisis, entre otras. Estas políticas provocaron, en términos macroeconómicos, un crecimiento económico que llevaría a Chile a duplicar su PIB en 10 años.

Para el mundo, lo de Chile era un milagro, pero ¿lo era para los chilenos? Sin duda que lo fue para quienes, al amparo de la dictadura, fueron favorecidos, incluso ilegalmente, por las políticas de la dictadura, pero no lo fue para el ciudadano común que, desprotegido, debía hacer frente a las políticas implementadas para el beneficio de una ínfima porción de la sociedad chilena. Entre los beneficiados, sin duda, se encontraba el presidente Sebastián Piñera, quien poco tiempo atrás describía la realidad chilena como “un oasis” en medio de Latinoamérica, y su esposa, Cecilia Morel, quien en el transcurso de la crisis actual, se quejaba de que “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”.

El hartazgo chileno

Pero, ¿qué ocurre en Chile en estos días? ¿Es una guerra, como dice Piñera, dejando atrás la descripción idílica de oasis? La protesta fue como aquel verso de Violeta Parra: “Se va enredando, enredando, como en el muro la hiedra. Y va brotando, brotando, como el musguito en la piedra”. Y brotó tras el anuncio del gobierno de aumentar por cuarta vez, desde febrero de 2018, el precio del boleto del metro, que acumuló un 12% en menos de 2 años, estableciéndose precios diferenciados para horas de gran demanda y de baja demanda, lo que fue explicado, cínicamente, por el Ministro de Economía quien afirmó que “se ha abierto un espacio para que, quien madrugue, pueda ser ayudado mediante una tarifa más baja”. Como era de esperarse, la medida generó reclamos y quejas, y la defensa oficial generó una gran indignación, por lo que, con los estudiantes al frente, los chilenos se lanzaron a la calle a protestar.

La respuesta del gobierno fue la represión, desmedida y fuera de la ley, lo que generó un mayor nivel de protesta. Era claro que la protesta estudiantil era tan solo la punta del iceberg de una realidad que quería salir a la luz, y este fue el momento de hacerlo, por lo que no lograron aplacarse cuando el presidente Piñera anunció la marcha atrás del aumento tarifario. La protesta ya se había diseminado por todo el país y exhibía que por más que el gobierno quisiera presentarlo como algo focal, el descontento ciudadano era mucho más amplio y complejo.

Lo curioso es que no se exhiben públicamente ni se discuten las causas que motivan tales protestas, tan solo se pone la lupa en las protestas violentas, sin destacar las multitudinarias movilizaciones pacíficas que, pese a ser pacíficas, han sido reprimidas de manera brutal, y mucho menos, sin intentar entender el porqué de la protesta ciudadana. Como suele ocurrir, se pone el foco en las consecuencias sin atender las causas que las provocan.

Más allá del metro

Y las causas hunden sus raíces en las reformas económicas implementadas por Pinochet en la década de 1970, al amparo de las ideas de Milton Friedman, y por las que los chilenos aún están sufriendo las consecuencias. Porque, como decía un volante que circulaba en las protestas, “No es el metro. Es salud, es educación, es pensiones, es vivienda, es el sueldo del parlamentario, es el aumento de la luz, es el aumento de la bencina, es el robo de las fuerzas armadas, es el perdonazo al empresariado. ¡Es la dignidad de una sociedad!”.

No es el metro. Es que el 30% de los ingresos van a parar en manos del 1% más rico de la población.

No es el metro. Es que Chile es uno de los quince países más desiguales.

No es el metro. Es que el 48% de los ciudadanos se endeudan para llegar a fin de mes. No es el metro. Son los créditos bancarios a los que tienen que recurrir los estudiantes para poder estudiar en las universidades.

No es el metro. Es que las Administradoras de Fondos de Pensión se quedan con el 25% de los aportes de los ciudadanos.

No es el metro. Es que los militares, como herencia de la dictadura, no son parte de este sistema de pensiones, sino que tienen su propio sistema, uno de seguridad social con ventajas enormes respecto de la que tiene el pueblo chileno.

No es el metro. Es que parte del dinero generado por la medida socialista de nacionalizar el cobre va a las arcas de las fuerzas armadas y no al pueblo.

No es el metro. Es la corrupción y el robo de las fuerzas armadas y del empresariado, la colusión de precios y la evasión tributaria por parte de las grandes empresas, la impunidad frente a los delitos de cuello y corbata.

No es el metro. Es la acumulación de abusos y la desigualdad estructural de la sociedad chilena.

Queda claro que la protesta pasa por otros carriles más complejos que el mero aumento de 30 pesos en el pasaje de metro. Quizá la mejor síntesis sea la de Silvia a Raúl, quienes marchando en La Serena portaban un cartel con su mensaje a su nieta Valentina (tal vez como un guiño de la historia, como aquella canción de la Parra, Ayúdame Valentina, en el que le decían:

Esto lo hacemos para que tengas un país con oportunidades para todos. Para que puedas estudiar sin endeudarte, para que tengas una salud de calidad y una pensión digna en tu vejez, para que los que están arriba no te puedan robar ni aplastar. Nosotros… no importa. Ya perdimos nuestra oportunidad, los de siempre nos han quitado todo y los otros nos han traicionado, y nunca llegó alegría, nos destruyeron la esperanza… pero no nos han quitado la dignidad y las ganas de luchar por un país mejor para ustedes. Te legamos el ejemplo de luchar siempre por tus derechos. ¡Siempre de pie, nunca de rodillas! Tus abuelitos, Silvia y Raúl. La Serena 21/10/19… en estado de emergencia.

En definitiva, es la protesta de quienes habitan las casitas de los barrios bajos y medios, que quieren un país para todos. ¿Y cuál fue la respuesta del gobierno? Declarar que “estamos en guerra”, al decir del presidente Piñera. Declarar el estado de excepción y el toque de queda. Reprimir. Detener ilegalmente. Secuestrar. Violar derechos humanos. Asesinar.

Ese Chile tiene que ser uno que incluya a todos sus ciudadanos y no solo un modelo para pocos.

Como 4 décadas atrás, sostienen su política económica con violencia, actuando al margen de la ley, y apoyados en quienes gozan de beneficios especiales, las fuerzas armadas y Carabineros. Queda claro que Chile no es el oasis que anunciaba Piñera, y que el problema no es, solamente, el aumento del boleto de metro. El problema es que, como cantaba Isabel Parra: “Chile limita al centro de la injusticia”.

Las causas son mucho más profundas y se encuentran sostenidas por un sistema constitucional que, paradójicamente, es producto de una dictadura militar que, casi 30 años después de su finalización, aún sigue cerniendo su sombra sobre el país. Hoy en Chile lo que está en discusión es el Chile que viene, el del futuro. Y ese Chile tiene que ser uno que incluya a todos sus ciudadanos y no solo un modelo para pocos.

Hay muchos que en las manifestaciones exigían la renuncia de Piñera, pero no es solo eso, no es solo lo que se deja atrás, fundamentalmente es lo que se construye para adelante, porque como cantaba Inti Illimani en la campaña electoral que llevara a la presidencia Salvador Allende: “Porque esta vez no se trata de cambiar un presidente, será el pueblo quien construya un Chile bien diferente”.

¿Hacia una nueva Constitución?

Mientras tanto, el gobierno de Piñera sigue intentando encontrar la salida a la crisis, aunque pareciera que cada vez está más lejos de hallarla. A medida que se aleja del objetivo, la respuesta es la misma: más policía, más Carabineros, más represión, pues en su entender, el problema central es de seguridad, más no en la matriz de organización estatal como consecuencia de la dictadura militar.

A un mes del inicio de las protestas, que no pierden presencia en las calles pero corren el peligro de naturalizarse, perdiendo visibilidad ante las nuevas realidades de la región para quienes las vivimos desde fuera, el presidente Piñera realizó una presentación más o menos articulada de su propuesta para sobrellevar la situación, dado que la tan promocionada Nueva Agenda Social anunciada pocos días después del estallido social no fue más que una puesta en escena carente de soluciones concretas.

Desde el Palacio de la Moneda, Piñera presentó un acuerdo “por la paz, por la justicia y por una nueva Constitución”. Paso seguido afirmó que “todos los chilenos tenemos que unirnos en torno a un acuerdo por la justicia, para poder impulsar todos juntos una robusta agenda social”, en relación con su anuncio de finales de octubre de 2019. Finalmente, anunció que “todos los chilenos tenemos que unirnos en torno a un acuerdo por una nueva Constitución, dentro del marco de nuestra institucionalidad democrática”.

Aunque se anunció el acuerdo entre gobierno y oposición, aun no queda claro cuál será el proceso para arribar a esa nueva Constitución, que es una deuda de la dirigencia chilena para con la democracia, puesto que la Carta Magna vigente, aún con pequeñas reformas, fue sancionada por la dictadura pinochetista. Sobre todo, porque el acuerdo no se hizo con la participación ciudadana, sino que fue un acuerdo de cúpulas políticas a espaldas de la ciudadanía.

Piñera esbozó alguna propuesta al sostener que es necesario “un plebiscito ratificatorio para que los ciudadanos no solo participen en su elaboración, sino que tengan la última palabra en el pacto social que Chile necesita”. Su propuesta, entonces, es que el pueblo apruebe la nueva Constitución antes de su entrada en vigor, pero falta saber cuál sería la hoja de ruta para comenzar a transitarla cuanto antes. Con menos anuncios y más acciones concretas, se podrán aportar atisbos de solución a un conflicto que ya se extiende por un mes. Chile despertó, y no van a dormirse nunca más.

EDUARDO RIVAS es licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires y maestro en Estudios de la Unión Europea por la Universidade da Coruña. Sígalo en Twitter en @eduardorivas07. M. ANGÉLICA RODRÍGUEZ es licenciada en Trabajadora Social por la Universidad de Chile, maestra en Sociología por la Université Catholique de Louvain y doctora en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).

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2 Responses to No es el metro… es la dignidad de una sociedad

  1. Rodrigo dice:

    Ya intentaron lo mismo en Brasil, en 2013. Todo igual: protestas por aumento de los buses, black blocs, propuesta de una nueva Constituyente…siempre los representantes del atraso, de la pobreza e de la violencia. Todos rojos, por supouesto.

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