Irán y el giro sororario

3 octubre, 2022 • Artículos, Medio Oriente, Portada • Vistas: 1599

RCN Radio

logo fal N eneMoisés Garduño García

Octubre 2022

Las protestas en Irán a causa de la muerte de Mahsa (Gina) Aminí, de 22 años y de origen kurdo, se han extendido a más de 80 localidades, incluyendo ciudades importantes como Teherán, Sanandaj e Isfahán. Resulta interesante saber que las protestas emergen con fuerza ante rumores sobre el estado de salud del Líder Supremo, Alí Jamenei, de 83 años, quien, según la prensa occidental, se encuentra en tratamiento para superar el cáncer de próstata desde 2014.

Este asunto ha hecho que la Oficina del Líder Supremo haya cancelado múltiples apariciones de Jamenei en público, en una situación que, combinada con la firma de un decreto presidencial de Ebrahim Raisi para fortalecer la ley del hiyab ⸺y con ello la presencia de la llamada policía moral⸺, ha desatado un nivel de politización interna que no solo conecta a los movimientos obrero, estudiantil, reformista y ambientalista, como en el pasado, sino, también, lo hace con el movimiento kurdo y un movimiento de mujeres liderado por las nuevas generaciones (también llamada generación Z). Este mosaico político es el que, al tiempo de escribir estas líneas, coexiste con la base social del gobierno iraní no solo en los medios de comunicación y las redes sociales, sino también, en el espacio público iraní, particularmente en las calles, las cuales están en una constante disputa tanto narrativa como material.

¿Se trata realmente del uso del velo?

Es imposible dejar de preguntarse qué tanto ha cambiado la situación política iraní desde el estallido del Movimiento Verde en 2009. El orden internacional y regional ha presentado elementos de continuidad y cambio, en tanto seguimos teniendo un contexto marcado por las sanciones económicas estadounidenses, pero ahora con una tasa de inflación cercana al 40%, a razón del impacto de la pandemia y el conflicto ruso-ucraniano. Este contexto ha provocado una evidente brecha de desigualdad que tiene al 40% de los hogares iraníes viviendo por debajo de la línea de pobreza, a pesar de que Irán es uno de los países más ricos de todo el Medio Oriente.

En una carta enviada a los medios de comunicación iraníes, en junio de 2022, 61 economistas destacados advirtieron que el país había llegado a una “situación explosiva” de malestar social debido a la mala gestión económica que el gasto en defensa y el apoyo a organizaciones como Hamás o Hezbolá siguen provocando en la economía interna. Los expertos revelan una reducción del índice de confianza internacional de inversión en Irán, la disminución de las importaciones de 70 000 millones, en 2011, a 35 000 millones, en 2021, y el estancamiento de los ingresos por exportaciones de petróleo, a pesar de los altos precios de los combustibles a nivel mundial.

 El hecho de ver reducido el ingreso económico, conectado con el aumento de restricciones, impunidad y corrupción, ha provocado que las jóvenes, particularmente pero no exclusivamente, universitarias que viven en grandes ciudades, reaccionen con fuerza a las nuevas restricciones de la ley del hiyab que incluyen el uso de la tecnología del reconocimiento facial para “portar adecuadamente el hiyab”, la posibilidad de ser multadas en el trabajo por el uso indebido en el código de vestimenta e incluso por publicar una foto en redes sociales sin acatar estas normas.

Por tanto, el incendio colectivo de prendas, como el velo, parece ser solo la expresión de algo mucho más amplio, socialmente hablando, y con profundas implicaciones políticas. Pese a que el asunto fue seguido por el propio presidente Ebrahim Raisi, provocando que el Jefe de la Policía Moral (gesht irshad), Ahmed Mirzaei, fuera destituído, el discurso oficial causó múltiples maniestaciones sociales que juntaron expresiones verbales en farsi y kurdo (algo que ni el Movimiento Verde pudo hacer en sus mejores tiempos de activismo político).

También, la cerrazón del gobierno al fortalecer la presencia de la policía moral ha llevado a muchas mujeres a cortarse el cabello en público, provocando una antiestética que convoca a preferir la pérdida de parte de su cabello a ocultarlo por una ley absurda, misógina y profundamente autoritaria. La precarización y la imposición del velo son dos formas de humillación social que resultan en un digno sentimiento de rechazo, movilización política y apropiación del espacio público, a pesar de los riesgos que esto ha implicado en la historia de las protestas en Irán.

El fallecimiento de Gina Aminí hizo recordar otros casos de abuso de poder policial, como el de Zahra Kazemi Ahmadabadi, una periodista irano-canadiense que, en 2003, fue asesinada por tortura durante un interrogatorio, mientras estaba detenida en el Hospital Militar Baghiyyatollah al Azam, en Teherán. También, se recordó el caso de Zahra Bani Yaqoub, que, en 2007, fue detenida junto con su pareja en un parque público de Hamedán porque no portaban un certificado de matrimonio, recibiendo una serie de prácticas intimidatorias que presuntamente terminaron con su vida. En ambos casos, como ocurrió con el caso de Aminí, las autoridades negaron la brutalidad del uso de la fuerza, alegando “embolia” y “suicidio”, respectivamente, a pesar de que las versiones de los familiares de las víctimas siempre mostraron evidencias claras de que los golpes en la cabeza de sus hijas no eran otra cosa que un método policial sistemático que utiliza el gobierno iraní para someter a los detenidos desde hace varios años.

¿Irán está al borde de una revolución?

Las mujeres están en el centro de la protesta; esto en sí mismo ya es revolucionario. No se trata solo de decir que “las mujeres antes ya habían participado en distintas movilizaciones en Irán” pues, aunque eso es cierto, la visibilidad mundial que han alcanzado ahora no tiene comparación en la historia de las protestas sociales del país. También, la movilización iraní se conecta con otros movimientos de mujeres altamente influyentes en la mentalidad de la sociedad, tanto en regímenes democráticos como autoritarios, pero que reciben menos atención mediática, como se ha visto con la cuestión del aborto en Estados Unidos, el asunto de la prohibición del velo en Francia, o con el movimiento de mujeres en Arabia Saudita, una sociedad joven, dinámica y crítica que, sin embargo, vive bajo un gobierno ampliamente autoritario, que es el principal comprador de armamento a Estados Unidos.

Las mujeres están en el centro de la protesta; esto en sí mismo ya es revolucionario.

El asunto es que la protesta iraní es también una protesta mundial en el sentido de que ninguna autoridad política debería imponer códigos para determinar cómo vestir un cuerpo. Este elemento fortalece lo que llamo el giro sororario, una forma de ver a la mujer no solamente como un actor central de las protestas iraníes, sino como un sujeto emancipador de grandes problemas de injusticia social que están ocurriendo en todo el mundo y que transversaliza cuestiones de clase y género en la política pública y en la cultura popular.

No obstante, ante cualquier proceso de este tipo, siempre es difícil predecir una revolución. De hecho, una de las características de toda revolución es justamente su naturaleza espontánea y sorpresiva con la cual alcanza los mayores efectos. A su vez, muy pocas revoluciones son planeadas y, en el caso del proceso actual en Irán, lo más importante a notar es el cambio de mentalidad que proyecta esta nueva generación de jóvenes que no vivió el proceso político de 1979 y que, por lo tanto, resulta ser un factor explicativo para comprender que no se sienta familiarizada con los valores fundacionales que inauguró el ayatolá Jomeiní en su momento y, mucho menos, cuando estos valores restringen los elementos más íntimos de la subjetividad humana, como la libertad de decidir sobre el propio cuerpo.

Importancia de este movimiento

Con lo anterior, es posible argumentar que uno de los puntos más sensibles del movimiento actual en Irán es que sus demandas están tocando un pilar ideológico del gobierno. La obligatoriedad sobre el código de vestimenta ha hecho reaccionar a importantes figuras al interior de la propia élite jurídica, como el gran ayatolá Bayat Zanjani, que, en una carta en su sitio de internet, publicada el 17 de septiembre de 2022, criticó directamente a la policía moral describiéndola como “un cuerpo ilegal ante los propios instrumentos jurídicos del sistema”. El gran ayatolá Hossein Nouri Hamedani, otra figura importante de Irán, en un comunicado similar reportó que “los líderes iraníes deben escuchar las demandas de la gente, resolver sus problemas y mostrar sensibilidad por sus derechos”.

Estas dos evidencias muestran que las voces de muchas mujeres que están arriesgando su vida en las calles del país están llamando la atención de figuras que, en algún momento, pudieran haber sido indiferentes a este tipo de movilizaciones. Sobre todo, son de particular relevancia en un momento en el que la sucesión del Líder Supremo está cada vez más cercana y consume mucho tiempo de la élite política al momento de organizar una sucesión del poder ordenada.

Naturalmente, la sociedad civil iraní, sobre todo las mujeres, sabe muy bien el tiempo político en el que se da su movilización, y algunos grupos estarían buscando aprovechar estos momentos como un detonador de un cambio jurídico y político, no solo para revocar la ley del hiyab, sino para exigir justicia sobre la gubernamentalidad de los cuerpos, que incluye el abuso de poder en la policía y la brutalidad mostrada por las fuerzas paramilitares contra disidentes políticos y cualquier organización que desafíe dicha gubernamentalidad.

Además, al tiempo político de la protesta se debe agregar que el impulso de las jóvenes iraníes está siendo secundado por sus madres que usan velo y que, en conjunto, componen alrededor de 70% de la sociedad que está a favor de que el código de vestimenta no sea una obligación en Irán, sino un derecho de la gente. Este dato resulta revelador porque, más allá de la reforma que puede sacudir al gobierno, la crisis de instituciones que se experimenta en el mundo y la mala reputación de los políticos, podrían ser elementos de un verdadero cambio que lleve a la mujer iraní a contribuir al movimiento mundial contra el patriarcado que, históricamente, tiene mucha responsabilidad en la crisis que actualmente se vive en términos de desigualdad y abusos del militarismo internacional.

Sobre la oposición iraní en Estados Unidos y Masih Alinejad

A propósito de la forma en la que trabaja una voz iraní en el exilio, Masih Alinejad, es necesario tener reservas. Como todo movimiento social, la valentía de las mujeres iraníes corre el riesgo de ser instrumentalizada por intereses políticos que están más preocupados por derribar al régimen iraní que por la integridad de las manifestantes, sus derechos y su futuro político. En su momento, el sha de Irán pensó que con prohibir el velo se alcanzarían mejores niveles de desarrollo en Irán orbitando alrededor de Estados Unidos, de igual forma que Jomeiní lo pensó al imponer su código de vestimenta como símbolo del fin del servilismo hacia las potencias occidentales. En realidad, ambas fórmulas no solo han fallado, sino que también han instrumentalizado el cuerpo de las mujeres para ensalzar proyectos políticos distintos en la geopolítica mundial, pero muy similares si se piensa en las aspiraciones que siempre ha tenido una élite en el poder que es realmente la que concentra la riqueza nacional, mientras alimenta su propio complejo militar industrial en guerras provocadas en los países más pobres del mundo árabe, como Siria y Yemen.

Alinejad trabaja en la Voz de América, un título paradójico para proyectar las voces de las iraníes. Desde su aparición al lado de personajes como Mike Pompeo, ha logrado insertarse en el discurso público estadounidense, alentando a las mujeres a quitarse el hiyab como una forma de protesta social, pero que deja dudas sobre las intenciones de la gente con la que trabaja en Nueva York. Si bien, se debe respetar la forma en la que Alineyad trabaja, la sociedad iraní sabe muy bien lo que significa entrar en contacto con personajes como los Muyahidín al Jalq, los monarquistas o cualquier otra organización que reciba apoyo de Estados Unidos, en el entendido de que las mujeres iraníes no carecen de pensamiento estratégico y no son ajenas al estudio de la política mundial.

Lo aprendimos de las mujeres en Sudán, quienes no quisieron repetir los errores que ocurrieron en la protesta egipcia. La sociedad civil iraní sabe lo que significa una transición del poder en un país de 80 millones de personas, con un programa nuclear activo, en medio de un contexto internacional marcado por la guerra ruso-ucraniana, considerando lo que ocurrió en Egipto y Siria. Si bien, la élite iraní no es como la siria, poco le falta para llegar a contemplar elementos de altos niveles de control. El cambio en Irán, nos guste o no, compete a las iraníes que están arriesgando sus vidas a diario y no responden a ningún gobierno extranjero. El gobierno iraní tiene una oportunidad de escuchar y atender a la sociedad y sus derechos, o bien, de comenzar a pensar en cómo la represión con lujo de violencia provoca olas de protestas cada vez más grandes que pueden convertirse, tarde o temprano, en un tsunami.

MOISÉS GARDUÑO GARCÍA es doctor en Estudios Árabes e Islámicos Contemporáneos por la Universidad Autónoma de Madrid y profesor de tiempo completo en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es coordinador del proyecto IN301822 “Autoritarismo y militarismo en el Medio Oriente tras la pandemia de Covid-19” y colaborador del proyecto “Representaciones del islam en el mediterráneo glocal: cartografía e historia conceptuales” REISCONCEP (RTI2018-098892-B-100). Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel II, del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Sígalo en @Moises_Garduno.

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