La transformación del poder internacional en la era de la información

10 febrero, 2020 • Artículos, Asuntos globales, Portada • Vistas: 5351

UCQ

Juan Francisco Morales Giraldo

Febrero 2020

Las tecnologías han ocupado un lugar preponderante en la política internacional. Y, como en otras épocas, las relaciones entre las grandes potencias resultan paradigmáticas. En 2019, el gobierno de Estados Unidos incluyó a la empresa china Huawei en un listado elaborado por el Departamento de Estado que sanciona a entidades extranjeras bajo sospecha de participar en actividades contrarias a los intereses estadounidenses. ¿Qué está en juego? La medida es un episodio más en una pugna que tiene como principales elementos de valor el control de tecnologías clave para la conectividad basada en redes de alta velocidad y ultrabaja latencia, la expansión de la economía digital, el internet de las cosas y el uso extensivo de la inteligencia artificial para la gestión de redes de alta complejidad. En otras palabras, un mayor control de la infraestructura física y virtual detrás de la cuarta revolución industrial en curso. La estandarización de las redes de quinta generación (5G), por ejemplo, con empresas como Huawei a la cabeza, es uno de los campos más disputados. En esta batalla por el control de las nuevas tecnologías de la era digital, se contraponen intereses económicos inmediatos, pero también modelos de desarrollo opuestos. Paul Triolo y Kevin Allison, analistas de Eurasia Group, en un informe de 2018, llaman a este episodio “la geopolítica del 5G”.

En este y otros casos —por ejemplo, la Iniciativa de Procesadores Europeos—, lo nuevo entre lo tradicional es el papel de las modernas tecnologías de la información y el conocimiento como una dimensión del poder internacional que adquiere cada vez mayor importancia. Si aceptamos esta premisa, diríamos que las bases mismas de la política internacional estarían transformándose en la misma medida en que evolucionan los diversos aspectos de la práctica tecnológica en las sociedades digitales. En este panorama de transición, ¿qué es lo que debemos tener en consideración para determinar quiénes poseen la capacidad y los recursos para influir de manera determinante en el curso de los acontecimientos de lo que está por venir?

Las estructuras de poder prexistentes

Primero, las viejas estructuras de poder no están desapareciendo, sino adaptándose. En una reconsideración de las tesis acerca de lo que llamaron interdependencia compleja, Robert Keohane y Joseph Nye advertían que, pese a los múltiples canales de interrelación abiertos por las nuevas tecnologías, la información y el conocimiento no fluyen en un vacío sino en una estructura política prexistente. En otras palabras, la antigua jerarquía de poderes que ha definido la política mundial de los últimos 30 años sigue manteniéndose pese al cambio de paradigma. Contrario a lo que pregonaban los proponentes más optimistas de la globalización, los Estados-nacionales siguen siendo la forma de organización política más importante. Sus fronteras siguen definiendo los alcances de los flujos trasnacionales. En modelos de desarrollo no occidentales, grandes corporaciones operan en economías planificadas sujetas a la tutela y el control de Estados autoritarios. En Occidente, los gobiernos avanzan hacia regulaciones más estrictas sobre la industria digital. “¿Obstinado u obsoleto?”, se preguntaba Stanley Hoffman sobre el papel de los Estados-nacionales frente a procesos que ponían en entredicho su relevancia hacia la década de 1950. Hoy, con la revolución de la información y el conocimiento a plena marcha, no parece haber dudas acerca de la obstinada continuidad de las viejas estructuras de poder global.

El dominio de las nuevas tecnologías de la información y la producción de contenidos

La transformación del poder en la era de la información no tiene que ver con la obsolescencia de sus dimensiones tradicionales, sino con una doble dinámica entre lo tradicional y lo nuevo. Por una parte, relaciones de dependencia basadas en el control del acceso a tecnologías sensibles para la producción, la gestión y el consumo. Por otro lado, el control y la ocupación de los espacios de flujo informacionales que conectan a las sociedades-red.

En primer lugar, la distribución heterogénea de los recursos tecnológicos, en un sentido amplio, crea asimetrías que exponen a los países a situaciones de vulnerabilidad que pueden ser explotadas políticamente. El origen de esas asimetrías se encuentra en el desempeño desigual que los países despliegan respecto al dominio de nuevas tecnologías que hoy inciden decisivamente en la productividad y el trabajo, la economía de consumo, las comunicaciones y la seguridad interna. Entonces, además de las brechas en las condiciones iniciales heredades de la era industrial, los países con un menor dominio de los sistemas tecnológicos informacionales enfrentan los mismos retos técnicos, organizativos y culturales para adaptarse a los nuevos esquemas de producción, gestión, comunicación y consumo de la era de la información. En el campo político, el potencial de un país para hacer uso de las nuevas tecnologías como un recurso de poder estará condicionado por el logro de sus avances técnicos (materiales y cognitivos), la complejidad de su organización político-económica (por ejemplo, impulsando la adaptabilidad de sus estructuras políticas y económicas mediante la integración de nuevas tecnologías en la producción, la gestión, la investigación y el consumo) y la predisposición de sus patrones culturales (por ejemplo, en cuanto al valor social otorgado a la innovación, la creencia en el progreso, o la tolerancia frente al cambio social). ¿Es realista pensar que todas las sociedades son capaces por igual de abordar estos retos como parte de su propio desarrollo? En todo caso, las estructuras de poder prexistentes condicionarán de antemano las perspectivas de éxito de cada nuevo proyecto.

La transformación del poder en la era de la información no tiene que ver con la obsolescencia de sus dimensiones tradicionales, sino con una doble dinámica entre lo tradicional y lo nuevo.

Lo segundo en cuanto a la transformación del poder internacional tiene que ver con el carácter de la inserción de las sociedades nacionales en las redes de comunicación globales. A decir del sociólogo estadounidense Scott Lash, ampliando una idea simple pero razonable, debemos entender la política de la era de la información concentrándonos en las cualidades primarias de la propia información: el flujo (las sociedades digitales conforman una red de comunicaciones globales digitalizadas), el desarraigo (la no territorialidad frente a la universalidad del nuevo lenguaje de las redes digitales), la compresión espacial y temporal (o la importancia de la inmediatez en la era de la cultura efímera, del traspaso de la ideología a la identidad en lo político), y las relaciones en tiempo real (esa intuición de lo que ocurre en todas partes). No se trata, entonces, del solo dominio de las tecnologías sino del dominio de lo que contribuyen a producir: “el medio es el mensaje”, decía McLuhan. Se trata del predominio de la producción de contenidos sobre categorías anteriores como la narrativa (que funciona sobre una estructura argumental que enmarca una sucesión de acontecimientos causa-efecto) o el discurso (el apego a los marcos conceptuales, la lógica proposicional y los argumentos legitimadores), que ahora mismo parecen muy alejadas de las cualidades primarias de la información. En el nuevo paradigma de la era de la información, las sociedades que aspiran a asumir un papel político protagónico deben poder, además, proveer contenidos que se ajusten a las exigencias del desarraigo, la inmediatez y las comunicaciones en tiempo real. Además de las desigualdades asentadas en un dominio heterogéneo de los sistemas tecnológicos, ¿todas las sociedades son capaces por igual de producir contenidos que influyan decisivamente en la percepción de los usuarios? La jerarquía del poder informacional la encabezan los proveedores de contenido.

Las problemáticas del poder internacional en la era de la información

El análisis de estas desigualdades, tanto en el dominio de las tecnologías de la información como de lo que se produce a partir de ellas, permiten plantear tres aspectos pertinentes para entender la transformación del poder en la era digital y sus consecuencias: 1) el impacto que ejercen las nuevas tecnologías de la información en los modos de vida y el carácter del desarrollo de las sociedades inmersas en estos procesos (¿agravan las anomias o contribuyen a un cambio positivo?); 2) las posibilidades abiertas por los nuevos sistemas tecnológicos para integrar poblaciones a un vasto sistema de redes global (¿bajo qué condiciones?), y 3) la autonomía relativa, o una capacidad de respuesta efectiva, frente a la morfogénesis de una nueva dinámica del poder internacional basada en la lucha por ocupar los flujos comunicacionales que conectan las sociedades-red (¿quiénes ejercen un mayor control sobre los medios y contenidos virtuales, los nuevos espacios en pugna?). El resultado podría evaluarse en función de dos categorías: la descentralización en la producción de contenidos y la concentración de los medios.

Adelantando una hipótesis al respecto, desde la perspectiva de los países en desarrollo, en las periferias del capitalismo informacional, la dependencia resultante, tanto del dominio desigual de las nuevas tecnologías de la información como de la ocupación por parte de los grandes estados virtuales de los espacios de flujo que conectan las sociedades-red, da lugar a dinámicas y patrones que refuerzan las estructuras de poder prexistentes en un proceso de recursividad sistémica entre lo tradicional y lo nuevo. En el orden internacional de la era de la información, el doble paradigma de la desigualdad y la exclusión tiende a quedar definido tanto por la dependencia material (especialmente con la distribución de las capacidades tecnológicas) como la dependencia de contenidos (los flujos comunicacionales), y la consiguiente estructuración de una jerarquía del poder internacional que tiende a ahondar en las viejas relaciones de dependencia. Entonces, se descubre un elemento reflexivo en este análisis que nos conduce a constatar, sin sorpresa, que la transformación del poder en la era de la información no supone un cambio semejante en las condiciones que lo sostienen.

JUAN FRANCISCO MORALES GIRALDO licenciado en Ciencia Política por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y maestro en Sociología en Estudios Políticos por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Es miembro del Instituto de Estudios Políticos Andinos (IEPA) e investigador del Grupo de Trabajo “Integración y Unidad Latinoamericana” del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Ha desempeñado labores de docencia en la UNMSM y en la PUCP.

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