La guerra tecnológica entre China y Estados Unidos

20 septiembre, 2021 • Artículos, Asuntos globales, PJ Comexi, Portada • Vistas: 7857

Xataca

Isauro López Rosso

Septiembre 2021

Una colaboración del Programa de Jóvenes del Comexi

De Shenzhen para el mundo

En 2010, por primera vez, la revista Forbes incorporó una empresa de tecnología china en la lista Fortune 500, ubicándola en el lugar 397. Relativamente desconocida entonces, Huawei Technologies Co. Ltd. había establecido una presencia comercial fuerte en el sector de telecomunicaciones en la República Popular China, así como en otra decena de países. En ese momento tenía ventas por casi 22 000 millones de dólares y coordinaba a más de 23 000 empleados desde su centro de operaciones en Shenzhen, ciudad vecina de Hong Kong. Además, Huawei tenía una particularidad de entre las multinacionales del país asiático: era de las pocas empresas chinas en la lista de Forbes que provenía completamente de capital privado. La gran mayoría de las otras eran empresas estatales, paraestatales o de propiedad accionaria mayoritaria del gobierno chino.

Durante la próxima década, Huawei se convertiría en punto de referencia de las empresas de emprendimiento de base tecnológicas chinas y su expansión en el mercado mundial. El modelo económico antiguo en el que predominaban las empresas estatales y la maquila para conglomerados extranjeros estaba cambiando en favor del desarrollo de productos y servicios directamente de empresas chinas. Huawei tomó ventaja de su ubicación privilegiada en Shenzhen, el Silicon Valley de China, al aprovechar la infraestructura industrial y la experiencia tecnológica que habían sembrado multinacionales como Apple, Samsung, LG y Microsoft décadas atrás. En 2020, Huawei se convirtió en la empresa privada de más valor de China, al alcanzar ingresos de 130 000 millones de dólares, una planta laboral de 200 000 empleados y presencia comercial en 170 países. Actualmente, ocupa el lugar 44 en la lista del Fortune 500, por encima de las automotrices Ford, Honda y General Motors.

Hoy, además de ser líder internacional en tecnología de telecomunicaciones, la empresa vende todo tipo de electrónicos para el consumidor, incluyendo teléfonos inteligentes, computadoras personales, tabletas, televisiones, relojes digitales, audífonos y bocinas. En línea con el lucrativo modelo de negocios desarrollado por Steve Jobs, sus ejecutivos buscan crear y controlar un ecosistema de software unificado entre todos sus dispositivos. Por si fuera poco, Huawei posee una cuota del mercado mundial de teléfonos inteligentes de 13%, estableciéndolo como el tercer distribuidor más grande por debajo de Samsung y Apple. Además, la empresa es pionera en China al no solo fabricar los componentes de los dispositivos que vende, sino que desarrolla, maneja y regula el software que utilizan más de 400 millones de usuarios activos de sus celulares en el mundo.

Ni con China ni sin China

El meteórico ascenso de Huawei es solo un ejemplo del creciente poder económico y tecnológico que han adquirido las empresas chinas a nivel mundial. Sin embargo, este éxito ha llevado a la empresa a toparse con obstáculos no convencionales, ya no del mundo de los negocios, las finanzas o la investigación tecnológica, sino de la política internacional y la rivalidad entre superpotencias.

En 2018, el Congreso de Estados Unidos introdujo una “lista negra” de empresas chinas con las que el gobierno federal tiene prohibido hacer negocios, incluyendo Huawei, ZTE y Xiaomi. Esto surgió debido a los alegatos de que sus dispositivos electrónicos y redes de telecomunicaciones facilitan el espionaje por parte del gobierno chino. En 2019, los países miembros de la alianza de cooperación en inteligencia Cinco Ojos (Australia, Canadá, Estados Unidos, Nueva Zelanda y el Reino Unido) cerraron filas para impedir que Huawei instalara la nueva infraestructura inalámbrica 5G en sus territorios bajo los mismos argumentos de espionaje. Desde entonces, Estados Unidos y el Reino Unido han intentado disuadir a los gobiernos de Latinoamérica y Europa de aceptar contratos de instalación y manejo de telecomunicaciones por corporaciones chinas. Quizá el caso más resonado ocurrió el mismo año cuando Google canceló el servicio de su tienda de aplicaciones a dispositivos Huawei ante la prohibición a entidades privadas por parte del gobierno estadounidense de hacer negocios con esta y otras empresas chinas.

El avance tecnológico, para bien o para mal, es intrínsecamente difícil de controlar, y cualquier intento de China o de Estados Unidos de frenar, contener o dirigir su rumbo probablemente será fútil.

Además del espionaje, dos elementos más han mantenido a Estados Unidos en un alto grado de alerta con respecto a las corporaciones chinas. El primero es bien conocido: el robo de tecnología y diseños industriales propiedad de empresas extranjeras. Este lleva gestándose desde hace décadas y se argumenta que ha sido la fuente del éxito del desarrollo de productos realizados en casa por las empresas de China. En segunda instancia está la ciberseguridad, elemento que ha llegado a ser prioridad en el manejo de riesgos y de seguridad nacional. Vulnerabilidades en este aspecto han permitido la manipulación de redes sociales, sabotaje a redes de infraestructura y ataques a sistemas digitales, tanto del gobierno como de empresas privadas. Estos tres riesgos (espionaje, robo de información industrial y vulnerabilidades en ciberseguridad) están intrínsecamente relacionados y explican en gran medida las represalias que han experimentado Huawei y otras empresas de tecnología chinas.

La posición defensiva de Estados Unidos y sus aliados ante el auge de estas megacorporaciones no es sorpresa, después de todo no es la primera vez que Estados-nación entran en conflicto con entidades privadas extranjeras. Basta recordar a la Compañía Británica de las Indias Orientales, que abrió paso al Reino Unido para la colonización de la India; Standard Oil, que financió a revolucionarios en México, o la United Fruit Company, que depuso gobiernos en Centroamérica. Sin embargo, la diferencia de estos ejemplos históricos con la situación contemporánea es que hoy las tensiones son entre dos superpotencias y sus respectivas empresas. Ni siquiera el antiguo conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética funge como punto de referencia, ya que estos dos países nunca llegaron a tener el nivel de intercambio comercial e inversión mutua que poseen hoy China y Estados Unidos. Esta interdependencia, la hiperconectividad que ha brindado el internet y el poderío que han acumulado las empresas multinacionales están dando pie a una dinámica nunca antes vista en la historia de las relaciones internacionales.

El futuro ya está aquí

En la teoría de las cadenas de valor hay un diagrama conocido como la curva sonriente, la cual relaciona el valor agregado de un producto con cada etapa consecutiva de su concepción, desarrollo, manufactura, distribución, venta y servicio. A los extremos de la sonrisa están los trabajos de mayor valor, aquello que haría un ingeniero en Silicon Valley al concebir el diseño inicial de un dispositivo o a un ejecutivo de Nueva York que diseña la estrategia de ventas. Siguiendo hacia el centro están las tareas de valor medio, como la mercadotecnia en redes sociales o el uso de la marca en el empaque del producto que podría realizarse en metrópolis importantes, como Ciudad de México, Nueva Delhi o São Paulo. Finalmente, hasta abajo de la sonrisa están los trabajos de menor valor y complejidad, como la manufactura y la transformación de materias primas. Estos se realizan típicamente en países en desarrollo, en ciudades como Dhaka o Ciudad Juárez.

Para visualizar el papel que desempeñan los conglomerados chinos es importante entender que hoy estos manejan la totalidad de la curva, desde sus trabajos de menor valor hasta los que requieren un mayor nivel de habilidades técnicas, complejidad y remuneración. Los días en que China meramente manufacturaba productos a un bajo costo han quedado firmemente en el pasado.

Este elevado grado de control sobre la cadena de producción por parte de las corporaciones chinas trae un cambio radical en los juegos de poder mundiales. En el pasado, Occidente podía entorpecer la industria y la economía de sus rivales con regulaciones, sanciones o embargos al cortarle el acceso a alguna parte esencial de su cadena de valor. A Cuba, por ejemplo, se le ha impedido recibir inversión o vender sus productos en Estados Unidos, al tiempo que a Irán se le ha imposibilitado la adquisición de maquinaria e insumos relacionados con la energía nuclear. El acceso a los mercados, el capital y la alta tecnología de Occidente se habían usado para castigar y recompensar. En la actualidad, cualquier esfuerzo similar contra China será en vano; menos del 28% de sus exportaciones se dirigen a Estados Unidos y la Unión Europea, además de que sus empresas son financiera y tecnológicamente autosuficientes. Esto también tiene implicaciones para el resto del mundo, ya que cualquier país puede adquirir insumos, capital y tecnología tanto de China como de Estados Unidos y Europa.

Lo que viene será una intensa pelea tecnológica entre superpotencias que no se veía desde los inicios de la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética. La diferencia es que esta vez la batalla está potenciada por la competencia, la demanda y el capital de un sistema de libre mercado internacional.

Tenemos dos desenlaces posibles; el más optimista es que esta competencia traiga consigo una mejora acelerada de la tecnología, y que se vuelva cada vez más barata y accesible para la población en general. El caso de los teléfonos inteligentes es el ejemplo perfecto, ya que en tan solo una década pasaron de ser un producto de lujo y de capacidades limitadas a que casi la mitad de la población mundial posea uno, y sea además la principal fuente de acceso a internet. Por otro lado, el escenario más desfavorable es una desarticulación de las industrias tecnológicas. Las restricciones que Estados Unidos ha impuesto a Huawei y otras empresas chinas son solo una cara de la moneda, ya que China ha prohibido desde hace años la entrada a su territorio de productos y servicio digitales de Google, Facebook, Microsoft, Netflix y decenas de empresas más.

Nos encontramos frente a la posibilidad de que consumidores, empresas y países enteros tengan que escoger entre tecnología China u Occidental, y sufrir represalias económicas o políticas por realizar esta decisión. Sin embargo, ante estos dos escenarios es importante tener en cuenta esta realidad: el avance tecnológico, para bien o para mal, es intrínsecamente difícil de controlar, y cualquier intento de China o de Estados Unidos de frenar, contener o dirigir su rumbo probablemente será fútil.

ISAURO LÓPEZ ROSSO es licenciado en Relaciones Internacionales por el itam. Es analista de la Unidad de Inteligencia Económica Global en la Secretaría de Economía de México y miembro del Programa de Jóvenes del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (PJComexi). Sígalo en Twitter en @IsauroLR.

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