El escudo antimisil: la principal amenaza a la seguridad internacional

12 agosto, 2021 • AMEI, Artículos, Asuntos globales, Portada • Vistas: 3377

ABC

Roberto Peña Guerrero

Agosto 2021

Una colaboración de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales

El desarrollo de la estrategia de defensa antimisil, el denominado “escudo”, que ha venido desarrollando Estados Unidos durante casi 4 décadas, pero desplegado principalmente en el siglo XXI, pone en peligro el proceso de la disuasión nuclear, que es el que ha mantenido en estabilidad relativa la seguridad internacional desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Por ello, la estrategia del “escudo antimisil” se ha convertido en la principal amenaza militar internacional, que pone en vilo a la humanidad, al pretender anular y convertir en obsoletas la capacidad disuasiva de los arsenales nucleares de los adversarios potenciales; lo que implica, prácticamente, pretender desarmarlos o amenazar con desarmarlos. De acuerdo con Raymond Aron, el efecto más visible del armamento termonuclear ha sido el de disuadir a las grandes potencias nucleares y a sus respectivos aliados, de hacerse la guerra total, de incitarlos, a unos y a otros, a la moderación y de quitarles la idea de atacar los puntos vitales de los demás.

La especificidad de la disuasión nuclear

Con el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945, la historia de la correlación de fuerzas internacionales político-militares sufrió un vuelco radical, transformando cualitativamente las teorías de la guerra, de la paz y, consecuentemente, de las relaciones internacionales. En 2021 se cumplieron 76 años de ese terrible acto, que puso fin a la Segunda Guerra Mundial, pero también considerado como la primera acción política de demostración del poder de destrucción masiva con la que se inició la “era de las armas nucleares” que llegó para quedarse y “acompañar a la humanidad por siempre”.

El proceso que ha venido acompañando el desarrollo y la proliferación de estas armas es el de la disuasión nuclear, que lo definimos como la doctrina estratégica político-militar basada en las armas nucleares, que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial han venido adoptando varios países, mediante la cual un Estado busca, con base en la amenaza de represalia con dichas armas, disuadir a otro u otros Estados que lleven a cabo una agresión militar que ponga en peligro su existencia, porque la magnitud del castigo que se aplicaría al agresor o agresores sería de un costo infinitamente mayor que la ganancia que pudieran obtener.

La correlación de fuerzas internacionales político-militares está determinada por los arsenales nucleares que, de acuerdo con el Informe Anual del SIPRI de 2021, a la fecha suman, entre los nueve países con este tipo de armas, un total aproximado de 13 400 ojivas, manteniendo en activo y desplegadas 3720, cuya mayoría se encuentran en alerta operativa alta o permanente, prestas a ser utilizadas. La distribución por país de estos arsenales reproduce la estructura jerárquica de poder militar de la sociedad internacional, concentrando el mayor número de ojivas Estados Unidos (1750 desplegadas y 4050 almacenadas) y Rusia (1570 desplegadas y 4805 almacenadas). Les siguen a gran distancia el Reino Unido (120 desplegadas y 95 almacenadas), Francia (280 desplegadas y 10 almacenadas), China (sin determinar el número de desplegadas y 320 almacenadas), la India (sin determinar las desplegadas y 150 almacenadas), Pakistán (desplegadas no determinadas y 160 almacenadas), Israel (desplegadas sin determinar y 90 almacenadas) y Corea del Norte (desplegadas no determinadas y de 30 a 40 almacenadas).

Las armas nucleares representan en la estrategia de disuasión el poder de represalia, en donde se sustenta el elemento de la amenaza y la intimidación. Las represalias, que serían llevadas a cabo si no se cumple el objetivo de disuadir, se fundamentan en la calidad y la cantidad de los arsenales nucleares que, por su naturaleza, requieren de un mantenimiento permanente y, a su vez, de una constante adecuación con el desarrollo científico-tecnológico.

Por lo tanto, los requisitos para mantener al día una fuerza de represalia, siguiendo a Alfred Wohlstetter, son: 1) los arsenales de armas nucleares deben estar bajo la custodia y la protección del Estado, que tiene la responsabilidad del control y supervisión del complejo militar-industrial; 2) el sistema de represalias debe ser capaz de sobrevivir a un ataque enemigo para que pueda entrar en operación; 3) los instrumentos y los medios de represalia y contra-represalia deben alcanzar el territorio enemigo, ya sea por medio de vectores (bombarderos y submarinos), o bien, por medio de los ingenios balísticos de alcance continental o intercontinental, y de los satélites nucleares, y 4) las represalias deben causar daños y destrucciones suficientemente considerables, a pesar de las medidas de defensa que se puedan tomar ante un ataque de esta índole.

Las armas nucleares representan en la estrategia de disuasión el poder de represalia, en donde se sustenta el elemento de la amenaza y la intimidación.

La especificidad de la disuasión nuclear solo se puede entender desde la perspectiva de la “ciencia militar” y la relación de sus dos opuestos fundamentales: el ofensivo y el defensivo. En el caso de la disuasión nuclear, estos opuestos se relacionan de manera cualitativamente diferente a todas las doctrinas militares anteriores, en tanto que esta estrategia conduce a los Estados nucleares a plantear su defensa en el territorio del enemigo potencial, con base en la amenaza de represalias nucleares, cuyo sistema es esencialmente ofensivo. De tal forma, el aspecto ofensivo de la disuasión le da significado al aspecto defensivo, lo que en conjunto, en términos dialecticos, permite que la disuasión nuclear se convierta en un instrumento de poder político internacional. En resumen, la interrelación entre estos dos aspectos se fundamenta en la necesidad que la disuasión tiene de organizar medios ofensivos con un objetivo-defensivo.

El arma termonuclear obliga a los adversarios a plantear su defensa en el territorio enemigo por medio de la amenaza de represalias masivas (medio ofensivo). Si la disuasión se limita a impedir a un adversario desencadenar sobre sí mismo una acción que lo atemoriza, su efecto es defensivo; mientras que si ella impide que el adversario lleve a cabo una agresión por las represalias, la disuasión es entonces ofensiva.

Como se señaló, el factor esencial de la disuasión nuclear es mantener la invulnerabilidad de la fuerza de represalias, la cual debe resistir un ataque nuclear para castigar al agresor de la misma forma. Por lo tanto, la credibilidad de la amenaza de la réplica nuclear se sustenta en la capacidad de mantener intactas las armas estratégicas encargadas de llevar a cabo las represalias. Al respecto, Thomas Schelling apuntaba que el objetivo inmediato contra un ataque nuclear es el de la salvación de los arsenales, más que la salvación de la población.

El sistema que los expertos denominaron, desde mediados de la década de 1970, como “destrucción mutua asegurada” sintetiza el significado de la disuasión, en tanto que cada bando toma como rehén a la población civil del otro, al tiempo que es capaz de absorber un ataque del adversario antes de destruirlo totalmente. La certidumbre del holocausto logra que nadie se interese en ser el primero en atacar. Así pues, con la disuasión nuclear se abandonó la concepción tradicional de la “defensa”, al ubicarse ya no en el territorio propio de cada país, sino en el territorio del enemigo potencial por medio de la amenaza de su destrucción.

La pregunta obligada

¿Por qué la estrategia de seguridad de Estados Unidos, a partir de la presidencia de Ronald Reagan, viene desarrollando e instrumentando, de manera simultánea al objetivo de mantener una fuerte disuasión, un ambicioso sistema de “defensa antimisil”, con las consecuencias negativas que ello implica para la estabilidad y la seguridad internacional? La respuesta la encontramos en Carl von Clausewitz, quien expone en su clásico De la guerra (1832), la definición, el objetivo y el propósito de la confrontación entre Estados adversarios. De acuerdo con Clausewitz, la guerra es un acto de fuerza física para imponer nuestra voluntad al adversario. Esta fuerza, que no tiene límites, es el medio para lograr el objetivo de imponer la voluntad de un Estado a otro. Pero, para asegurar tal objetivo, se debe desarmar al enemigo, que es el propósito de la acción militar. Concluye Clausewitz: “La peor posición a que puede ser llevado un beligerante es el desarme completo. Por lo tanto, sí por medio de la acción militar obligamos a nuestro oponente a hacer nuestra voluntad, debemos, o bien desarmarlo de hecho, o bien colocarlo en tal posición que se sienta amenazado por la posibilidad de que lo logremos. De aquí se desprende que el desarmar o destruir al enemigo (cualquiera sea la expresión que elijamos), debe ser siempre el propósito de la acción militar”.

Tal parece que desde el gobierno de Reagan, los estrategas del Pentágono están obsesionados con seguir al pie de la letra el pensamiento clásico de Clausewitz, sin considerar los cambios cualitativos que han significado las armas atómicas y el lugar obligado que les ha correspondido en el proceso de la disuasión nuclear.

Origen de la estrategia del escudo antimisil

Reagan anunció, el 23 de marzo de 1983, la puesta en marcha del programa del sistema antimisil estadounidense, por medio de la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE), popularmente conocida como la “Guerra de las Galaxias”. Fue elevada a tarea prioritaria de la política de seguridad nacional el 6 de enero de 1984, mediante la orden ejecutiva 119. Desde entonces se ha considerado como el programa militar más peligroso y desestabilizador de los “equilibrios” alcanzados entre los Estados nucleares.

La IDE implicó un “viraje estratégico” de la seguridad estadounidense. Sus objetivos eran desechar el sistema de destrucción mutua asegurada que había prevalecido entre las superpotencias, socavar la “paridad nuclear” y lograr una supremacía militar decisiva sobre la Unión Soviética. Estos objetivos se buscaban concretar por medio de una intensa y acelerada restructuración tecnológica del sistema nuclear ofensivo y defensivo. Respecto al arsenal ofensivo, Washington recuperó la doctrina de contrafuerza nuclear, propuesta por primera vez en 1974 por el Secretario de Defensa, James R. Schlesinger, la cual se basa en la capacidad de proporcionar un primer ataque nuclear y llevar a cabo “guerras nucleares limitadas”. Por lo que toca al arsenal defensivo, la IDE concentraría su desarrollo con base en el despliegue de un “escudo espacial antimisil”, mediante una red de sistemas con bases en tierra y en el espacio, capaces de interceptar y destruir los misiles balísticos soviéticos durante su vuelo.

La IDE se perfiló como el programa militar más desestabilizador de los últimos años de la Guerra Fría, al estar enfocado directamente sobre el objetivo de anular la fuerza disuasiva de la Unión Soviética, razón suficiente para que Moscú considerara tal iniciativa como una amenaza inaceptable. Temor comprensible, puesto que el propio Caspar Weinberger, Secretario de Defensa de Reagan, señalara que un sistema soviético similar al de la IDE, sería para los estadounidenses “una de las perspectivas más aterradoras imaginables”.

Desarrollo del escudo antimisil en el contexto posterior a la Guerra Fría

En los albores posteriores a la Guerra Fría, en enero de 1991, George H.W. Bush anunció, en su discurso del estado de la Nación, la reducción del programa de la IDE, no su cancelación, centrándose en la protección contra ataques balísticos limitados. El proyecto fue denominado Protección Global contra Ataques Limitados (GPALS). Supuestamente su objetivo era proteger el territorio estadounidense contra lanzamientos “accidentales, no-autorizados o deliberados” de terceros países o de las antiguas repúblicas soviéticas, en particular Bielorrusia y Ucrania, en cuyo territorio se encontraban desplegados silos con un número considerable de ojivas nucleares.

William Clinton heredó el programa GPALS, que mantuvo activo hasta 1996. Después se ajustó a un modesto programa de investigación denominado 3+3 NMD Deployment Readiness Program, privilegiando el desarrollo de las capacidades de defensa contra misiles de teatro. Durante su segundo mandato, presionados por la Comisión para Evaluar la Amenaza de Misiles Balísticos, liderada por Donald Rumsfeld, uno de los principales halcones de la política estadounidense, Clinton aprobó, en 1999, la Ley Nacional de Defesan contra Misiles (NMD), que ordenaba la ejecución de un sistema balístico de defensa nacional que protegiera todo el territorio estadounidense, lo que violentaba los límites establecidos en el Tratado sobre Misiles Antibalísticos (ABM) que se mantenía con Rusia. Sin embargo, en septiembre de 2000, se canceló el sistema NMD.

Durante la primera década posterior a la Guerra Fría, los gobiernos de Bush y Clinton mantuvieron en un bajo perfil el desarrollo del escudo antimisil, dándole especial atención a la renovación de los arsenales nucleares, para contar con una fuerza disuasiva de represalia de primer orden. Por su parte, Rusia se centró en reorganizar su estructura militar y arsenal nuclear, negociando con Bielorrusia y Ucrania el desmantelamiento de los silos atómicos emplazados en sus territorios.

Con el arribo de George W. Bush a la presidencia, en enero de 2000, se reactivó el programa del escudo antimisil. Toda iniciativa militarista se justifica ante los atentados terroristas del 11-S. En este contexto, se presentó el Sistema de Defensa de Misiles Balísticos (BMDS), como una garantía de seguridad ante los “Estados gamberros” y patrocinadores del terrorismo internacional (Corea del Norte, Irak e Irán). Quedaba claro que el Tratado ABM no iba ser un obstáculo para el gobierno estadounidense, que procedió a denunciarlo, y en junio de 2002 se retiró del mismo, sin la oposición rusa. En 2004 se anunció el inicio de la operación del BMDS con el emplazamiento de interceptores de las dos primera “patas antimisil” en Alaska y California. La implementación de este sistema también consideraba a Europa para el emplazamiento de interceptores, por lo que en 2006, el Pentágono propuso la instalación de una “tercera pata” en Polonia que incluía el despliegue, entre 2011 y 2013, de diez interceptores; además del establecimiento en la República Checa de un radar fijo de banda X y otro radar transportable en un país cerca de Irán, que nunca se identificó.

Con la disuasión nuclear se abandonó la concepción tradicional de la “defensa”, al ubicarse ya no en el territorio propio de cada país, sino en el territorio del enemigo potencial por medio de la amenaza de su destrucción.

Barack Obama inició su presidencia sustituyendo el proyecto antimisil europeo de su antecesor, por el Programa Europeo de Fases de Adaptación e Identificación (EPAA), que contempla una amplia cobertura regional, cuyos alcances tiene una cobertura de protección de toda Europa, incluyendo Arabia Saudita, Egipto y Turquía. Para Israel, el sistema de Obama reforzaba su sistema de defensa Arrow. La implementación del EPAA contempló la participación de varios países europeos, con los que se suscribieron acuerdos para el despliegue en su territorio de interceptores en 2015 (Polonia y Rumania) y radares (Turquía) o para utilizar alguna de sus bases militares (España).

De manera paralela a la implementación del programa en Europa, el gobierno de Obama llevó a cabo la etapa correspondiente a la región de Asia-Pacífico, instalando en Corea del Sur la “pata antimisil”, completando así la última fase del escudo estadounidense. La Casa Blanca anunció, en septiembre de 2017, que se había concluido el despliegue del sistema antimisil de Defensa Terminal de Área a Gran Altura en dicho país. Justificó la instalación por la amenaza que ha venido representado para Corea del Sur y demás aliados en la región, en especial para Japón, el desarrollo durante las 2 últimas décadas de la estrategia de disuasión nuclear de Corea del Norte, que apareció en la lista de países que poseen armas nucleares a partir del Informe Anual del SIPRI de 2013, con un estimado, no comprobado en ese entonces, de un arsenal entre seis y ocho ojivas nucleares.

Con la instalación de la “pata” en Corea del Sur, Obama logra cerrar el círculo del escudo antimisil estadounidense en el entorno geográfico de China y Rusia, con el que se pretendía encapsularlos, con el apoyo de aliados estratégicos en Europa, el Medio Oriente, Asía Central y Asia-Pacífico. Por ello, solo los ingenuos aceptan como válidas las justificaciones que la Casa Blanca ha manejado, de que el despliegue de las “patas” en el mundo es para defender a Estados Unidos y sus aliados de los “Estados gamberros”. Los principales “blancos” son China y Rusia.

Donald Trump heredó el sistema antimisil en pleno funcionamiento, por lo que su proyecto, presentado en enero de 2019, aunque se denominó como “la nueva estrategia de defensa antimisil de Estados Unidos”, se centró en reforzar y mantener tecnológicamente actualizado el “escudo” ante el desarrollo de los nuevos misiles supersónicos y de crucero de China y Rusia, lo que implicó instalar más interceptores y nuevos radares y sensores. El anuncio de este proyecto se acompañó del retiro formal de Estados Unidos del Tratado de Eliminación de Misiles de Corto y Mediano Alcance en Europa, suscrito con Rusia y en vigor desde 1987. Trump priorizó en su política exterior a China como el mayor riesgo para la seguridad de Estados Unidos y sus aliados en Asia-Pacifico. De ahí la atención personal que les dedicó a las negociaciones, fallidas, con Corea del Norte, sobre la desnuclearización de la península, tema que involucró directamente a China, que ejerce influencia hegemónica en su vecina Corea del Norte.

Con la llegada de Joseph R. Biden a la presidencia cambió el estilo de gobernar, pero las prioridades de la seguridad la seguirán dictando el Pentágono, institución que elabora el plan de la Estrategia de Defensa Nacional de cada gobierno. En marzo de 2021, la Casa Blanca difundió la Guía Estratégica de Seguridad Nacional, documento provisional al plan definitivo del Pentágono, donde se señala a China y, en menor medida a Rusia, como las principales amenazas para Estados Unidos y sus aliados. En este sentido, Biden va a proseguir con el reforzamiento y la actualización tecnológica del escudo antimisil, dándole especial atención al frente de Asía-Pacifico, ya que adicionalmente al mantenimiento de la “pata” en Corea del Sur, la tendencia se encamina a endurecer la contención de China en la región.

Conclusiones

El programa antimisil estadounidense, en los 38 años de existencia, ha tenido dos principales consecuencias. La primera ha sido una más compleja espiral armamentista (que involucra principalmente a China, Estados Unidos y Rusia), en cuanto a cantidad y calidad de los arsenales nucleares, al promover de manera simultánea, por un lado, una fuerza disuasiva suficiente en número de ojivas y moderna tecnológicamente, capaz de evadir los sistemas antimisiles y, por el otro, el desarrollo de sistemas antimisiles con radares de alerta temprana y el fortalecimiento de las defensas aéreas y espaciales para proteger las armas nucleares estratégicas. La segunda consecuencia es el efecto devastador en las negociaciones internacionales sobre desarme, control de armas y contención a la proliferación nuclear, que ha conducido no solo a un total punto muerto, sino también a un retroceso y colapso de los acuerdos previos. Asimismo, están perdiendo vigencia los acuerdos multilaterales existentes sobre la utilización del espacio ultraterrestre con fines pacíficos. Estas dos consecuencias nos proyectan un presente complejo que recrudece las amenazas militares a la seguridad internacional y, en consecuencia, un futuro más incierto para la “paz nuclear”.

ROBERTO PEÑA GUERRERO es doctor en Relaciones Internacionales, Unión Europea y Globalización por la Universidad Complutense de Madrid. Es licenciado en Relaciones Internacionales y maestro en Ciencia Política por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es profesor e investigador en el Centro de Relaciones Internacionales de dicha Facultad, y miembro del Consejo de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales (AMEI).

Tags:, ,

One Response to El escudo antimisil: la principal amenaza a la seguridad internacional

  1. asdasas dice:

    Señor ROBERTO PEÑA GUERRERO, como experto en la materia, ¿Qué opina usted del homologo Ruso del sistema antimisiles que existe desde aun antes que el Estadounidense?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Cargando…