El Ártico, ¿la última frontera por conquistar?

22 marzo, 2018 • Artículos, Asuntos globales, PJ Comexi, Portada • Vistas: 6540

Oil and Gas People

Aranzazú Martínez Galeana

Marzo 2018

Una colaboración del Programa de Jóvenes del Comexi

Con una extensión de 30 millones de kilómetros cuadrados, de los cuales 14 millones corresponden a ocho territorios de los llamados «Estados árticos» (Canadá, Dinamarca por Groenlandia y las Islas Feroe, Estados Unidos, Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia y Suecia), la región del hemisferio norte es una pieza clave para entender no solo la configuración geopolítica futura sino los intereses actuales que giran en torno a ella.

¿Qué está en juego?

En términos de biodiversidad, el Ártico posee una riqueza única y un frágil equilibrio que amenaza con romperse. Según el sitio The Arctic, es la casa de alrededor de 20 000 especies de plantas, animales y microorganismos de los cuales muchos son endémicos de la región (al menos la mitad de las aves costeras del planeta viven ahí; 10 000 especies de mamíferos marinos habitan en la región; incluso, en la profundidad de sus aguas se estima que viven al menos 4000 especies marinas). En aras de preservar la región, en la medida de lo posible, los Estados árticos se comprometieron a convertir ciertos territorios en parques naturales y reservas; por ejemplo, dentro del Ártico ruso se encuentra: Beringia, la Biósfera de Laponia, Gydan, Nenetsky y la Reserva Natural Gran Ártico. Sin embargo, desde hace décadas, el cambio climático constituye su principal amenaza.

Según la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA), el hielo marino del Ártico ha disminuido en un 13.2% cada década; a la par, el nivel del mar ha aumentado 3.2 milímetros por año. Por su parte, Greenpeace señala que la región se calienta a más del doble que cualquier otra zona en el planeta y que tres cuartas partes del hielo flotante han desaparecido en los últimos 30 años.

Por otro lado, el Ártico incluye al archipiélago Ártico Canadiense, la bahía de Baffin, la cuenca Foxe, Groenlandia, las islas Novosibirsk, el océano Ártico (y sus mares, el de Barents, de Beaufort, de Chukotka, de Groenlandia, de Kara, de Láptev y el de Siberia Oriental), el norte de los océanos Atlántico y Pacífico y las islas de Wrangel, entre otras. Es decir, es una región que conecta a los continentes de América, Asia y Europa; sin embargo, debido a las condiciones naturales y climáticas que poseía hasta hace unos años era impensable acortar distancias a menos que se usaran barcos rompehielos o se atravesara en verano. No obstante, el dramático deshielo que la región ha experimentado ha abierto esta posibilidad. A menor extensión y menor espesor, las rutas antes ocultas por el hielo se han hecho visibles y la lucha por el control de ellas también. Por ejemplo, la distancia de Hamburgo a Shanghái por el canal de Suez es de 20 000 kilómetros; si se hiciera por el paso del noreste, se reduciría en 6000 kilómetros. Esta ruta no solo disminuiría la distancia, sino también sería una alternativa más viable frente a los riesgos que implica cruzar por una región altamente inestable y con presencia de amenazas como la piratería.

En términos de biodiversidad, el Ártico posee una riqueza única y un frágil equilibrio que amenaza con romperse.

 

En el caso de su potencial energético, de acuerdo con The Arctic, la extracción comercial de petróleo inició en 1920 en el Ártico canadiense; para 1960, ya se habían encontrado yacimientos de gran importancia en Alaska, Canadá, Noruega y Rusia. Actualmente produce una décima parte de la producción total de petróleo y una cuarta parte del gas natural del mundo; el Ártico ruso concentra la mayor cantidad de crudo y gas seguido de Alaska, del Ártico canadiense y Noruega. En 2008, el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS) por medio del Circum Arctic Resource Appraisal realizó un estudio a las 33 provincias geológicas del Ártico. Se estimó que al menos 90 000 millones de barriles de petróleo, 1669 trillones de pies cúbicos de gas natural y 44 000 millones de barriles de líquidos de gas natural se encuentran en esa región. El 70% del petróleo estimado se localiza en cinco provincias: Alaska Ártica, cuenca de Amerasia, cuencas del Este del Mar de Barents, cuencas de la Falla del Este de Groenlandia, y al oeste de Groenlandia (este de Canadá). Por otro lado, el 70% del gas no descubierto se concentra en tres provincias: Alaska Ártica, cuencas del Este del Mar de Barents y la cuenca Oeste de Siberia. El USGS también estimó que el 13% del crudo y 30% del gas no descubierto se encuentran en esa región. Además de sus reservas de petróleo y gas, el Ártico es rico en minerales como el cobre, carbón, oro, uranio, plata, zinc, níquel, molibdeno, diamantes, entre otros. Por esta razón, la minería también es una actividad económica de relevancia principalmente en Alaska, Siberia (Rusia) y Yukón (Canadá).

¿Quiénes y cómo juegan?

Félix López Martínez en El reparto del Ártico: realidad jurídica, política, escenarios de control y relación entre Estados describe dos escenarios en los que se han desarrollado las relaciones entre los Estados árticos: coexistencia y cooperación. También, plantea otros dos posibles escenarios: concertación y confrontación. Sin embargo, al poner a la luz el texto, uno se ha ido confirmando y el último, se encuentra iniciando.

Con la Guerra Fría como telón de fondo y un claro enfrentamiento entre dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, se vieron atados geográficamente por su cercanía con el Ártico. Durante este conflicto, la militarización de la zona fue inminente, así como el deseo de mantener y ampliar sus zonas de influencia. Con la llegada de Ronald Reagan, Estados Unidos dictó una narrativa realista en la cual la geopolítica era piedra angular arguyendo la importancia vital de la seguridad nacional. El resto de los Estados árticos se vio relegado a mantener un frágil balance en la zona y alejarse de todo conflicto.

Con el resquebrajamiento del sistema bipolar, la comunidad internacional, aún resentida por la Guerra Fría, creó los cimientos del actual andamiaje institucional de la región bajo el liderazgo de Estados Unidos. La cooperación se tradujo en organismos internacionales, acuerdos multilaterales y la creencia de que el Ártico era un patrimonio común que debía ser preservado. Con esto en mente, el 19 de septiembre de 1996, por medio de la Declaración de Ottawa se estableció el Consejo Ártico; compuesto por los 8 Estados árticos, 6 representantes permanentes de comunidades indígenas de la región y 32 miembros no árticos en calidad de observadores (incluyen a distintos países como Alemania, China, Francia, la India, el Reino Unido y organizaciones como el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente). El Consejo es uno de los principales espacios de comunicación, así como de enfrentamientos, entre Estados árticos y actores no tradicionales. La inclusión de más actores permitió establecer una agenda cuya prioridad era el medioambiente, seguida muy de cerca por las implicaciones geopolíticas de la región.

El esquema de cooperación que imperó en 1990 cambió drásticamente con la priorización de la seguridad energética nacional dando paso al escenario de concertación. Siguiendo el ejemplo ruso, el resto de los Estados árticos han optado por renacionalizar sus posturas sobre el reparto de la región y reforzar sus demandas territoriales, para Estados Unidos el poner fin a la dependencia energética fue uno de los estandartes de Barack Obama mientras que la Rusia de Vladimir Putin ha enfatizado de manera poco sutil sus deseos de aumentar su alcance en la región. En 2007, un pequeño submarino plantó en el fondo marino del Polo Norte una bandera de la Federación Rusa. Además, en 2015, y por segunda ocasión, solicitó a la Comisión de Límites de la Plataforma Continental de Naciones Unidas extender su territorio, lo que se contrapone con las demandas de Canadá y Noruega. Con esto, han excluido tácitamente a otros actores como organismos no gubernamentales o países observadores que en la fase de cooperación fueron considerados.

El esquema de cooperación que imperó en 1990 cambió drásticamente con la priorización de la seguridad energética nacional dando paso al escenario de concertación.

 

En esta etapa de confrontación, por medio de un incremento en la militarización de la zona por parte de todos los Estados árticos y medidas de presión económicas y energéticas, los contendientes han hecho abiertamente reclamaciones sobre el territorio. En fechas recientes, Estados Unidos, bajo el mandato de Donald Trump, ha desdeñado su deber frente al cambio climático y ha optado por cambiar la narrativa demócrata de disminuir su dependencia energética con el exterior a la de «dominación energética global». Aunado a esto, el mandatario estadounidense pretende abrir las perforaciones de petróleo y gas a zonas anteriormente restringidas por el gobierno anterior, incluido el Ártico. Incluso, Estados no árticos como China o Japón, se han mostrado interesados en la posibilidad de usar rutas marítimas antes congeladas. Además de los Estados, otros actores han dejado claros sus intereses. Por ejemplo, en 2015, la empresa holandesa Shell desistió de sus pruebas de perforación en la costa de Alaska, argumentando los altos costos en los que incurriría si continuaba y los malos resultados de las extracciones. Por otro lado, organizaciones no gubernamentales como Greenpeace han lanzado campañas masivas que buscan concientizar a los gobiernos, empresas y a la sociedad en general de los graves riesgos que resultarían de continuar por este camino.

El último escenario, el de confrontación, ha dejado de ser una posibilidad para volverse el escenario en el cual los contendientes ya han fijado sus posturas sin atisbo de buscar contenerlas. Actualmente, el Ártico se ha convertido en la siguiente frontera a conquistar por su potencial comercial, económico, energético y geopolítico. Sumado a lo anterior, la multiplicidad de actores e intereses hacen prácticamente imposible detener la carrera en la que encuentran enfrascados; o al menos, desacelerarla lo suficiente como para no hacer irreversibles las consecuencias que su destrucción traería.

ARANZAZÚ MARTÍNEZ GALEANA es licenciada en Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM). Es consultora de impacto social en Integralia. Colaboró en Seva Mandir en la India y en el Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (Comexi). Se especializa en desarrollo social, evaluación y monitoreo de programas sociales y energía. Sígala en Twitter en @ari_mtzg.

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