Efectos del discurso trumpista

19 agosto, 2021 • Artículos, FEG Anáhuac, Norteamérica, Portada • Vistas: 2002

HK

 Gerardo Trujano y Yussef Núñez

Agosto 2021

Una colaboración de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México

Han pasado poco más de 6 años desde que Donald Trump declaró públicamente sus ambiciones políticas con miras a las elecciones presidenciales de 2016. Lo que comenzó como una candidatura subestimada terminó con un resultado inesperado hasta para los expertos académicos y analistas políticos. Desde entonces, el panorama interno estadounidense y la política internacional han presenciado tendencias de inestabilidad en las diversas esferas sociales. Enlistar los eventos sucedidos desde entonces ha sido objetivo central de centenares de artículos académicos, de opinión e incluso libros.

El interiorizado malestar social de la población anglosajona-protestante permaneció apaciguado hasta el despertar del incendiario discurso trumpista. Una narrativa populista plagada de simbolismos xenófobos, transfiguraciones de la verdad y ataques directos hacia el poder político establecido. Lamentablemente, los elementos de la narrativa se incrustaron en la investidura presidencial en vez de concluir a la par de la campaña.

Un comportamiento propio de personalidades populistas es precisamente el estado perpetuo de la campaña política, así como gobernar exclusivamente para su base. Durante los 4 años de su gobierno, Trump se enfocó en difundir su mensaje con el propósito de extender su presidencia, con visiones que favorecen el proteccionismo, el unilateralismo y aislacionismo de la realidad internacional. Estos, enfocados (nostálgicamente) en hacer a “Estados Unidos grande otra vez”.

El discurso propagandístico del entonces Presidente no sufrió modificaciones entre las campañas de 2016 y 2020, en todo caso, fue intensificado. Sin embargo, los resultados del Colegio Electoral no favorecieron al candidato republicano en esta ocasión. Surge entonces la interrogante de qué le falló a Trump.

Panorama nacional

El impacto del fenómeno Trump ha intensificado la polarización social, reflejando la fragmentación institucionalizada que emana la población estadounidense. Debe entenderse a este como un amplificador y no asociarse como una causa por sí misma; es decir, Trump no es el responsable de la intolerancia o los actos de violencia hacia las minorías: el agravio viene de la normalización de los actos de odio y de capitalizarlos políticamente.

A pesar de que el partidismo estadounidense simboliza vehementemente la realidad política del país, la división electoral denota la inmensa desigualdad en oportunidades educativas o económicas, distribuciones demográficas o el respectivo impacto que ha tenido la globalización en la población; así, la identidad política ha pasado a ser parte de la cotidianidad del ciudadano. En consecuencia, Francis Fukuyama retoma en Identidad la icónica frase de Carol Hanisch donde “lo personal es político” en el contexto de malestar social del siglo XXI.

El impacto del fenómeno Trump ha intensificado la polarización social, reflejando la fragmentación institucionalizada que emana la población estadounidense.

En el proceso de reformulación identitaria, enclaves demográficos de ambos partidos se cuestionaron si el rumbo optado por sus partidos les representaba. Por tanto, sectores socioeconómicos clave para los demócratas, como los obreros, perdieron la fe en el partido que favorece a la globalización; mientras que la comunidad hispana abandonó rotundamente el Partido Republicano, que en el siglo XX favorecían a la migración latina.

Surgió un vacío de poder a raíz de la crisis identitaria planteada, donde el estandarte que unificó a los demócratas fue el rechazo hacia Trump, pero carecieron de una ideología coherente que convenciera al votante moderado y al del extremo izquierdo. Paralelamente, el fenómeno Trump arrastró a buena parte de los partidarios conservadores hacia el extremo del espectro político.

Como consecuencia de la identidad política, un vívido sentido de pertenencia de la población o electorado, surge la política identitaria. Esta es la capitalización política del fenómeno social por los partidos representantes. La política identitaria, rescata Ezra Klein, se utiliza para disminuir y desacreditar las preocupaciones de los grupos minoritarios a expensas de las mayorías. Estas enmarcan sus intereses como temas más racionales y adecuados para el debate político, en contraste con el de las minorías sociales; un proceso disimulado detrás del partidismo donde se desacreditan las demandas de las minorías.

El quiebre interno del Partido Republicano, así como la falta de una estrategia coherente para hacer frente al bloque demócrata, terminó por polarizar a la derecha entre simples conservadores y nacionalistas. Es decir, el incendiario discurso de Trump no solo apartó a los polos opuestos del espectro político, sino que polarizó al mismo conservadurismo.

La presidencia de Trump se negó a enfrentar las raíces de las disparidades raciales en el país y redobló su mensaje de agravio por parte de la población anglosajona, comentaron Brian Bennett y Tessa Berenson en TIME. De tal forma, al conservar los elementos narrativos de su campaña de 2016, el ataque hacia la élite política concentrada en Washington D.C. resultó en un auto sabotaje político. Esto dado a que él pasó a personificar el poder político establecido al encabezar la investidura presidencial: al criticar al gobierno, se criticaba a sí mismo.

No obstante, y a pesar de la falta de una estructura de políticas públicas coherentes, los indicadores económicos favorecían a Trump como preferencia del electorado estadounidense sobre el entonces rival electoral y candidato demócrata Joseph R. Biden. De acuerdo con diversas encuestas de ambos extremos políticos, Trump tenía 44% de preferencia, una significativa ventaja, en contraste con el 38% de los demócratas.

De forma independiente al buen o mal manejo de la economía estadounidense, la percepción que tenía el electorado era favorable a las políticas económicas de Trump. Aunque la economía hubiese sido perfecta, el gobierno se enfrentó a un rival inesperado: el covid-19.

Panorama internacional

La narrativa trumpista se ha manifestado en contra de la globalización y todo lo que implica una sociedad “mundializada”. Desde la migración laboral al Sudeste Asiático hasta la multiculturalidad transfronteriza que define las relaciones internacionales del siglo XXI, el ser humano tiene acceso al desplazamiento con mayor facilidad que nunca.

De forma paralela a la migración humana, las enfermedades se esparcen más fácilmente que en décadas anteriores. Conforme se ha propagado el SARS-CoV-2, los gobiernos del mundo han estado a prueba de forma cotidiana. De tal forma, el pobre manejo de la pandemia por parte del gobierno de Trump convirtió a Estados Unidos en el epicentro del covid-19 rumbo a las elecciones de noviembre 2020.

La narrativa trumpista se ha manifestado en contra de la globalización y todo lo que implica una sociedad “mundializada”.

Aunado a los decesos ocasionados por la enfermedad, el desempleo ocasionado por el impacto macroeconómico de la pandemia terminó por derrumbar la popularidad de Trump en el electorado volátil (aquellos ciudadanos que oscilan entre derecha e izquierda según la elección, o bien aquellos que están terminando por definir qué partido representa actualmente sus intereses de acuerdo con su identidad política).

Los chivos expiatorios, centrados en culpabilizar a China por ser la cuna del nuevo coronavirus, no fueron suficientes para desviar la atención del electorado del pobre manejo epidemiológico. La campaña, que busca encarnar los simbolismos que proyecta, quedó sujeta a la ilusión de que las farmacéuticas anunciaran la efectividad de las vacunas previo a la campaña. De tal forma, la vacuna contra el covid-19 pasó a simbolizar la esperanza electoral de Trump; sin embargo, no fue hasta semanas después de la elección que se anunció su disponibilidad, en aras de no tener un impacto en el resultado electoral.

Nuevos actores

De igual forma, hay un actor fundamental en el desarrollo de las campañas presidenciales de 2020: las redes sociales. A diferencia del papel que desempeñaron en 2016, las plataformas de difusión asíncrona pasaron de ser un canal con alcance masivo a convertirse en un jugador autónomo en el proceso político. La evolución del papel pasivo a activo se vio en las etiquetas emanadas en los videos, publicaciones o fotos compartiendo información falsa con relación al proceso electoral, o aquellos temas de interés público relacionados con las elecciones.

En consecuencia, las plataformas que facilitaron la propagación masiva del discurso incendiario trumpista pasaron a regular el contenido que se expone en sus plataformas. Claramente, las acciones de carácter político ocasionaron tanto críticas como celebraciones. La consecuencia de este acto es el surgimiento del debate en torno a la delgada línea entre libertad de expresión, discursos intolerantes y censura por parte de plataformas digitales.

Por lo tanto, la propagación de la desinformación como herramienta política en 2020 fue limitada, en contraste con 2016. Posterior a la jornada electoral, y a raíz del rechazo al ejercicio democrático que resultó en los ataques al Capitolio el 6 de enero de 2021, las plataformas digitales tomaron un acercamiento más drástico al suspender la presencia de Trump en sus comunidades.

El Expresidente ha continuado activamente su vida política apegado a la nostalgia de su discurso. Con los mítines políticos en los bastiones republicanos, Trump ha demostrado que la falta de una cuenta en Twitter, Instagram o Facebook no es impedimento para satisfacer los intereses de la identidad del republicanismo contemporáneo. El Partido Republicano se encuentra fragmentado entre aquellos leales a Trump, por convicción o conveniencia política, y aquellos que ven el ataque al Capitolio como una advertencia al daño institucional que ha causado la investidura del empresario a la democracia estadounidense. Constitucionalmente, Trump puede aspirar a un término más como presidente estadounidense; el impedimento radica en las causas naturales que experimente con la edad. Pero, dado lo activo que se encuentra y aunado a la inmensa polarización social, cuenta tanto con la base política, como con el sentimentalismo que ha explotado en los últimos años.

GERARDO TRUJANO VELÁSQUEZ es articulista de análisis económico internacional en columnas de diversos diarios de difusión nacional. Es maestro en Desarrollo Urbano por El Colegio de México y especialista en Estudios Avanzados en Intervención Pública y Economía Regional por la Universidad del País Vasco. Actualmente es Coordinador Académico del área de Economía en la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México. Sígalo en Twitter en @gtrujano64. YUSSEF FARID NÚÑEZ es egresado de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México y articulista de análisis políticos. Sígalo en Twitter en @YussefNunez.

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One Response to Efectos del discurso trumpista

  1. Juan Germán dice:

    WRONG! Sigan viviendo en la mentira!

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