Difícil una guerra convencional entre Estados Unidos e Irán

24 mayo, 2019 • Artículos, Medio Oriente, Portada • Vistas: 7107

Lo que tenemos es un ejemplo de «estado de emergencia»

Newsweek

Moisés Garduño García

Mayo 2019

La actual escalada de tensiones entre Estados Unidos e Irán ha generado especulaciones sobre el posible estallido de un conflicto armado convencional. No obstante, existe una serie de elementos que es necesario considerar antes de reproducir un discurso belicista que actores como John Bolton insisten en imponer en la esfera pública trasnacional y así evitar que se repita el mismo camino que tomó Washington durante la intervención militar contra Irak en 2003. Actualmente es difícil hablar de una guerra convencional entre Estados Unidos e Irán, más bien lo que tenemos es un claro ejemplo de «estado de emergencia» que está dejando ganancias a algunos grupos que impulsan este ambiente al momento de escribir estas líneas.

El factor energético: el petróleo estadounidense en el mercado energético mundial

Los declives recientes de la producción de crudo en Irán y Venezuela están conectados. Si bien las malas gestiones internas y algunos temas de corrupción han coadyuvado a la falta de infraestructura e inversión en sus industrias nacionales, el peso del factor externo ha sido un elemento determinante para ver cómo la producción petrolera de Irán y Venezuela ha ido en picada mientras la producción de otros participantes en el mercado energético mundial se ha mantenido, o incluso mejorado, tal como son los casos de Arabia Saudita y Estados Unidos respectivamente.

Durante el periodo que comprende la segunda mitad de 2018 y la primera mitad de 2019, la producción petrolera venezolana cayó de 1 500 000 barriles diarios a poco más de un millón, mientras que la producción iraní lo hizo de 3 800 000 a 2 554 000 barriles diarios. Reuters informó que la producción iraní había alcanzado apenas los 500 000 barriles en mayo de 2019. En el mismo periodo, Arabia Saudita mantuvo una producción cercana a los diez millones de barriles diarios, mientras la de Estados Unidos aumentó al rebasar la barrera de los once millones de barriles diarios, convirtiéndose en el mayor exportador de crudo del mundo.

Las crisis políticas en Irán y Venezuela, aunadas con la inestabilidad prevaleciente en Argelia y la escalada militar en Libia son elementos que, en conjunto, han llevado a desacelerar el suministro mundial de crudo de estos países en los últimos meses en un fenómeno que Washington espera aprovechar por medio de la promoción de su petróleo de esquisto como compensación del crudo que ha salido del mercado.

La campaña de «máxima presión contra Irán» se convierte en una especie de «estado de guerra».

El hecho de que en estos momentos Texas esté produciendo más petróleo que Irán es un indicador que sirve para leer cómo Estados Unidos está buscando exportar más petróleo al continente asiático, donde Corea del Sur, Japón y la India son sus clientes más recurrentes. En dicha estrategia, el objetivo principal de Washington es China, un país que carece de fuentes propias de crudo pero que intenta posicionarse como la gran refinería de Asia y que, además, compra poco más de 600 000 barriles diarios a Irán. En otras palabras, la presión política de Donald Trump sobre la República Islámica de Irán radica, en parte, en lograr que China reduzca la cantidad de petróleo que compra a Irán y contemple, por otro lado, la posibilidad de comprar el esquisto estadounidense, una actividad que Beijing suspendió en octubre de 2018 como consecuencia de la guerra comercial entre ambos países.

Lo anterior claramente indica que la estrategia seguida por Trump no pasa, por ahora, en una guerra convencional contra Irán. Un enfrentamiento podría disparar los precios del petróleo por encima de los 140 dólares por barril y comprometería el paso del energético de sus aliados sauditas a través del estrecho de Hormuz y el mar de Omán, un asunto que Riad no se puede dar el lujo de arriesgar pues necesita de manera vital mantener su cuota de mercado para completar su ambicioso Plan de Desarrollo 2030 donde, además, participan decenas de empresas estadounidenses. Irán, a su vez, tampoco quiere cerrar el Estrecho, pero en un contexto donde todo se puede salir de control Teherán debe demostrar que tiene la capacidad de hacerlo. De hecho, se trata del único actor que ya ha implementado esta estrategia anteriormente, esto durante la guerra Irán-Irak.

No hay guerra, sino un «estado de guerra»

Aunque es evidente que en el gobierno estadounidense hay personas como Bolton que están convencidas de que un ataque militar contra Irán resolvería los problemas estratégicos de Washington y de sus aliados en la región, la campaña de «máxima presión» es la que Trump y el actual Secretario de Defensa, Patrick Shanahan, han decidido impulsar dado que los militares estadounidenses piensan que no es tiempo de intervenir en Teherán. Entre otras cosas, es sabido que Irán cuenta con una alta capacidad disuasiva por medio de su alianza con grupos no estatales en Gaza, Irak, Líbano y Yemen, una alianza basada en el apoyo a grupos que han experimentado algún tipo de ocupación militar extranjera y que, dada la retórica de Trump, se fortalece con cada acto de presión proveniente de Washington, Tel Aviv o Riad. De hecho, la guerra en Siria, así como la intervención saudita en Yemen, han sido dos escenarios que han permitido a las fuerzas aliadas de Irán poner en el terreno su experiencia militar y mejorar sus estrategias disuasivas contra ejércitos mejor equipados, siendo Hezbolá, Hamás y los Houthis las milicias que más han avanzado en los últimos 5 años. Aunque Trump aspira a que Teherán reconsidere este tipo de alianzas en una nueva mesa de negociación, donde la producción de misiles sería central, es claro que para Teherán este asunto nunca ha sido negociable ni lo será pues de eso ha dependido su estrategia de seguridad en la última década.

Además, los países árabes del golfo Pérsico están divididos desde el diferendo con Catar; los aliados europeos no están seguros de que la guerra sea una estrategia sustentable tal como lo demostró España cuando retiró su fragata Méndez Núñez del grupo de combate estadounidense que se dirigió al Golfo a mediados de mayo de 2019 y, por si fuera poco, países aliados como Egipto o Jordania no se encuentran en condiciones políticas y económicas para acompañar una aventura de este tipo.

Por tal motivo, la campaña de «máxima presión contra Irán» se convierte en una especie de «estado de guerra»; es decir, en la producción de condiciones de tensión, miedo e incertidumbre que orientan a la opinión pública a creer que el estallido de una guerra convencional es «inminente» y para la cual es necesario estar listos, pero que en realidad se trata de una estrategia retórico-política para el manejo de una crisis que puede producir ganancias importantes sin la necesidad de que estalle un conflicto armado, al menos por ahora.

El «estado de guerra» cobra fuerza cuando Estados Unidos envía al portaviones Abraham Lincoln a las aguas del golfo Pérsico, o cuando se enlista a la Guardia Revolucionaria de Irán como supuesta organización terrorista, una situación que debe analizarse como la producción de un caldo de cultivo para generar condiciones que resulten en accidentes controlables que puedan escalar el conflicto y llevar las tensiones a niveles de alta preocupación mediática sin necesariamente provocar un enfrentamiento armado que pueda salirse de control para los bandos implicados. Los actos de sabotaje contra barcos de Emiratos Árabes Unidos, o contra instalaciones petroleras saudíes, independientemente de quien haya sido el responsable, son dos evidencias para este argumento.

Las ganancias preliminares de la guerra psicológica

El actual contexto ha dejado dividendos a varios actores involucrados. Por ejemplo, los actos de sabotaje han producido ganancias entre las empresas aseguradoras en la zona del golfo Pérsico, muchas de ellas inglesas y estadounidenses. Sin la necesidad de un conflicto armado, Trump está demostrando a su base social que Estados Unidos está haciendo todo lo posible por debilitar a Irán, hechos que deberán conectarse con el reconocimiento que hizo de la soberanía israelí del Golán y con la presentación de lo que él llama el Acuerdo del Siglo a principios de junio de 2019. Con esto, el mandatario estadounidese busca ganar votos y consensos rumbo a las elecciones de 2020 nublando de una vez por todas el debate de la colusión rusa en las elecciones pasadas y el asunto de la violencia juvenil, la crisis demográfica en la que está entrando el país y el aumento del supremacismo blanco como problema de seguridad nacional, mientras pone sobre la mesa el crecimiento de la economía del 3%, su combate al desempleo y, por supuesto, sus esfuerzos por debilitar a Irán.

En estos mismos términos, el estado de guerra en el Golfo empodera también a Rusia pues Vladimir Putin se perfila como un actor imprescindible para negociar en este y otro tipo de crisis, tal como ha ocurrido en los casos de Siria, Turquía y Venezuela, donde el papel ruso ha sido determinante para evitar el avance de intereses estadounidenses en dichos países. La reciente visita de Mike Pompeo a Sergey Lavrov en Sochi es una evidencia para este argumento, pues es sabido que el tema iraní ocupó un espacio importante en la agenda junto con el tema ucraniano y que esto sirvió para fortalecer la imagen de Rusia como potencia los asuntos más importantes de seguridad internacional.

Pueblos como el iraní o el venezolano no necesitan de Estados Unidos para deshacerse de los componentes dictatoriales de sus respectivos regímenes de gobierno.

Este ambiente psicológico también empodera a los grupos conservadores en Irán quienes ven en la retórica de Trump el escenario perfecto para llegar al poder y sustituir al gobierno moderado de Hasan Rohani. Los grupos cercanos a la Guardia Revolucionaria lograron que el Parlamento de Irán etiquetara como terrorista al ejército de Estados Unidos en respuesta a lo que hizo Trump con los Pasdaran, dando muestra de indignación no solo contra Washington, sino también contra el actual gobierno iraní al que han tachado de «débil e ineficiente» al defender incansablemente el acuerdo nuclear de 2015. El empoderamiento de cuadros cercanos a la Guardia Revolucionaria tiene duros efectos en el proceso de reforma y democratización de Irán, pues da pie a la existencia de más actos de represión contra movimientos disidentes a quienes se les puede juzgar de actuar en contubernio con poderes extranjeros, tal como lo ha hecho en varias ocasiones.

Los regímenes de Arabia Saudita e Israel también se benefician de este tipo de coyunturas pues, tal como ha ocurrido en el pasado, cuando la opinión pública internacional se encuentra distraída en las aguas del golfo Pérsico, estos regímenes aprovechan para castigar a los grupos disidentes que desafían sus agendas de seguridad, siendo la población civil en Palestina y Yemen la que paga las consecuencias más caras sin nungún tipo de atención mediática internacional.

Un rotundo «no a la guerra contra Irán»

Si bien es cierto que en Irán el gobierno ha reprimido la libertad de expresión y ha negado una serie de derechos a la parte de la sociedad que piensa diferente, el actual gobierno de Estados Unidos, con Trump al frente, no tiene la legitimidad necesaria para hablar en nombre de los derechos humanos de iraníes, venezolanos, norcoreanos, sirios o iraquíes cuando en la frontera entre Estados Unidos y México el mandatario estadounidense ha ordenado poner a niños migrantes y sus familias en jaulas y mientras fomenta el racismo y la segregación contra el fenómeno migratorio, particularmente frente al fenómeno de las caravanas provenientes de Centroamérica. En otras palabras, pueblos como el iraní o el venezolano no necesitan de Estados Unidos para deshacerse de los componentes dictatoriales de sus respectivos regímenes de gobierno y, en el caso particular de Irán, los jóvenes iraníes saben muy bien que las credenciales de Arabia Saudita e Israel, aliados de Estados Unidos en el Medio Oriente, no son las ideales para hablar de democracia y seguridad en Irán después de las atrocidades cometidas por sus ejércitos en Yemen y Gaza. Esto debe ser suficiente para proyectar un rotundo «no a la guerra contra Irán» en el estado actual de las cosas, pues el mayor golpe a un régimen dictatorial debe provenir desde la organización popular autónoma de la sociedad civil y no de un puñado de actores desacreditados por sus actos de arrogancia y militarismo.

MOISÉS GARDUÑO GARCÍA es doctor en Estudios Árabes e Islámicos Contemporáneos por la Universidad Autónoma de Madrid y maestro en Estudios de Asia y África con especialidad en el Medio Oriente por El Colegio de México. Es profesor de tiempo completo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) de México. En 2018 fue acreedor al reconocimiento Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en el área de docencia en Ciencias Sociales que otorga la UNAM, y actualmente es coordinador del proyecto de investigación «Justicia social y sectarismo en el Medio Oriente del siglo XXI» en la UNAM, así como colaborador del proyecto «Representaciones del islam en el Mediterráneo local: cartografía e historia conceptuales» de la Agencia Estatal de Investigación de España. Sígalo en Twitter en @Moises_Garduno.

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One Response to Difícil una guerra convencional entre Estados Unidos e Irán

  1. Jaime Santos dice:

    Muy bueno y sustentado análisis .
    Solamente no veo como Irán y Venezuela puedan acceder por sí mismos a un régimen no autoritario y represor
    Un abrazo

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