De paradigmas tecnoeconómicos, relaciones internacionales e historia

31 octubre, 2019 • Artículos, Asuntos globales, Europa, Portada • Vistas: 4133

Archivo Hulton

Micaela Zapata

Noviembre 2019

¿Acaso existe una constante histórica que determina que aquellos Estados centrales del pasado aún guarden tal estatus en la actualidad? ¿Es una linealidad histórica la que ha prescripto que las periferias del pasado continúen siendo las del presente?

Al comparar un mapamundi del siglo XIX que proyecte la disposición geográfica de los centros y periferias a nivel mundial, con uno de la actualidad, sería posible observar que no hay diferencias abismales entre uno y otro. Europa era un centro mundial en el pasado, y lo sigue siendo hoy. Latinoamérica se insertaba al mundo como una periferia, y lo sigue haciendo hasta hoy. De esta manera, se presenta como una opción tentadora el responder con un amplio sí a las preguntas iniciales: sí, es verdad que existe tal cosa como una constante histórica que determina el destino central o periférico de los Estados.

Ante la enunciación del anterior argumento es probable que emerja una cierta incomodidad e, incluso, deseos de interpelación. Pues, cómo explicar, apelando solo a una constante histórica, el recorrido que ha hecho Estados Unidos desde sus humildes orígenes como colonia británica hasta llegar a ser una potencia mundial, o cómo analizar el ascenso chino. La interpelación es válida. Sucede que, caer en una argumentación como la que fuera expuesta en los precedentes párrafos, representa una explicación rebuscada que sobrexplota correlaciones y antecedentes históricos por igual.

Entonces, en lugar de recurrir a una constante histórica tan dura en su linealidad, se hace necesario un trabajo histórico más holístico. Sin necesariamente abandonar la búsqueda de tendencias y continuidades históricas, es posible realizar otro tipo de observaciones, más ricas y valiosas, enraizadas en el pasado.

Al comparar un mapamundi del siglo XIX que proyecte la disposición geográfica de los centros y periferias a nivel mundial, con uno de la actualidad, sería posible observar que no hay diferencias abismales entre uno y otro.

Una de estas observaciones sería notar que desde el siglo XIX, con la consolidación de industrialización y la profundización de la globalización, el ascenso y el descenso de las sociedades ha tenido una estrecha relación con cuan exitosas son las estrategias nacionales de inserción en dos ámbitos claves: el del paradigma tecnoeconómico dominante y el ámbito de lo internacional. Fueron justamente un capitalismo industrial asentado en avances tecnocientíficos de punta, y una agresiva y activa inserción internacional, los elementos claves que hicieron que el siglo XIX se configurase alrededor de la hegemonía europea.

En relación al paradigma tecnoeconómico dominante, en 1800, Europa habría de superar la fase inicial de la industrialización y así comenzaba a transitar lo que se conoce como la Segunda Revolución Industrial. Esto significó que aquellas que habían sido nuevas tecnologías y que habían marcado la trayectoria de la primera fase de la industrialización, como las máquinas de vapor, ya evidenciaban un enraizamiento en expansión al interior de los entramados socioproductivos de las sociedades europeas. A su vez, nuevos desarrollos como la electricidad o la química industrial, demostraban los lineamientos de un nuevo paradigma tecnoeconómico. Tales condiciones sirvieron para consolidar el despegue de Europa, como así también, incrementar la brecha del resto del mundo con respecto a este centro mundial.

En este escenario, los europeos fueron activos en construir redes globalizantes, tanto de carácter material como ideacional, que proyectasen y apoyasen su integración al núcleo de ese nuevo paradigma que proponía la Segunda Revolución Industrial. Esta última venía a profundizar una industrialización de creciente carácter tecnocientífico, que servía para intensificar una división internacional del trabajo anclada en centros productores de bienes y servicios terminados, y periferias productoras de materias primas. Como resultado, el siglo XIX va a construirse sobre una Europa que dispone sobre las reglas del orden internacional y un resto del mundo relegado a un mero papel periférico y reactivo.

El caso ilustrativo por excelencia de lo descripto es Gran Bretaña, pues habiendo logrado una integración coherente entre su participación en la Revolución Industrial y su proyección exterior, Londres logró ser protagonista clave del siglo XIX.

A medida que la Revolución Industrial entró en su segunda fase, la extensión colonial de hecho se convirtió en un freno para el avance de Gran Bretaña.

El temprano desarrollo, adopción y extensión del ferrocarril, así como de la mecanización de la producción textil, le permitieron a Gran Bretaña colocarse a la punta del nuevo modelo de cambio y crecimiento socioeconómico que comenzaba a desenvolverse con la primera fase de la Revolución Industrial. Al mismo tiempo, este país fue epicentro de un diligente tendido de redes mundiales funcionales al fomento de tales industrias de punta. Piénsense, por ejemplo, lo vital que fue para la industria textil británica la política económica colonial impuesta a la India, la cual determinaba una apertura irrestricta del mercado indio a los tejidos industriales de la metrópolis y un desaliento a las exportaciones y a las producción de los tejidos locales.

A partir de lo anterior, se hace tentador desestimar toda relación con paradigmas tecnoeconómicos o proyecciones internacionales, para directamente vincular la posición central de Gran Bretaña al hecho que esta poseía y explotaba a su favor vastos dominios coloniales. El argumento sería algo así como dominio colonial igual a preeminencia mundial.

Sobre esto, resulta conveniente tener presente que correlación no significa causalidad, por lo que la dominación sobre otras sociedades no necesariamente asegura un lugar central en el tablero mundial. A medida que la Revolución Industrial entró en su segunda fase, la extensión colonial de hecho se convirtió en un freno para el avance de Gran Bretaña. Mientras que las redes de intercambio extendidas hacia sus colonias, ayudaron a la consolidación de las industrias británicas ancladas en las que habían sido las tecnologías de punta del comienzo de la Revolución Industrial, desincentivó el desarrollo de aquellas otras industrias vinculadas a las innovaciones que se abrían paso con la Segunda Revolución Industrial, tal como la electromecánica o la química. Si bien esto no significó la «periferización» de Londres, sí dio paso al comienzo de su declive frente a poderes emergentes como Alemania o Estados Unidos.

Evaluar el ascenso o descenso de las sociedades en función de cómo logren interactuar con el paradigma tecnoeconómico dominante y su contexto internacional, no solo sirve a la hora de mirar el panorama del siglo XIX. También supone un punto de abordaje para aproximarse al escenario que el siglo XXI va develando. Tanto si se trata de vaticinar quién será el vencedor de la contienda entre grandes poderes que se desata entre China y Estados Unidos, como si se pretende trabajar sobre los desafíos de los países en desarrollo ante la Cuarta Revolución Industrial, observar la actuación nacional en materia de inserción internacional y tecnológica, constituye un interesante punto de partida analítico.

MICAELA ZAPATA es licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad Siglo 21, Argentina, y diplomada en Innovación Social por la Universidad Católica de Córdoba. Es profesora e investigadora en la Universidad Siglo 21. Sígala en Twitter en @MikZapata.

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