Cuba ante su futuro

17 diciembre, 2019 • Artículos, Latinoamérica, Portada • Vistas: 6125

Mercopress

Álvaro Díaz Navarro

Diciembre 2019

Se avecinan tiempos de cambio en Cuba. La elección de un dirigente no perteneciente a la vieja guardia revolucionaria y la redacción de una nueva Constitución han dado lugar a una serie de interrogantes sobre el futuro del Estado caribeño. Sea como sea, la isla se ve abocada a una inevitable serie de reformas con las que buscar el mantenimiento de la herencia revolucionaria y armar un nuevo imaginario para las generaciones venideras de cubanos, cada vez más demandantes de cambios políticos y económicos, y menos representadas por aquellas élites revolucionarias que entraron triunfantes en La Habana el 8 de enero de 1959.

Miguel Díaz-Canel y el cambio generacional de las élites políticas

Uno de los retos más acuciantes y delicados que afronta la política cubana tiene relación con el cambio generacional de la isla. La Revolución de 1959 contra el régimen autoritario de Fulgencio Batista queda ya muy lejano en la memoria. Muchos de los cubanos que vivieron aquellos acontecimientos han fallecido o se encuentran en edad muy avanzada. Fidel Castro, y más tarde su hermano Raúl, llegaron al poder aupados por una imagen de libertadores, lo que se tradujo en apoyo popular y fuente de legitimidad del nuevo régimen, pero el paso del tiempo es inevitable y termina haciendo mella en la población, sobre todo en aquellos nacidos tras la Revolución. El paso de las décadas, y la consecuente aparición de nuevos cubanos, ha dado lugar a un desgaste natural de la llamada generación histórica. El sistema político del país necesitaba sangre nueva y eso es algo que Raúl Castro supo leer.

En este contexto surge la figura de Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Nacido en 1960, en el segundo año tras la caída de Batista, Díaz-Canel cursó estudios de ingeniería electrónica. Su relación con la política apareció a mediados de la década de 1980, cuando se introdujo en las secciones locales de la Unión de Jóvenes Comunistas. A partir de ahí, su figura fue en ascenso hasta entrar, en 2003, al Buró Político del Comité Central gracias al apoyo de Raúl Castro. En palabras del histórico dirigente, Díaz-Canel “poseía un alto sentido del trabajo colectivo y de exigencia con los subordinados, predicaba con el ejemplo en el afán de superarse cotidianamente y mostraba una sólida firmeza ideológica”.

En 2009 fungió como Ministro de Educación y, en 2012, fue Vicepresidente del Consejo de Ministros. En los años sucesivos, y ante el anuncio de Raúl Castro de abandonar el puesto de Presidente del Consejo de Estado y de Ministros, Díaz-Canel fue preparándose para el puesto asumiendo un papel de altavoz dentro del régimen y representando al país en cumbres iberoamericanas y visitas oficiales a otros Estados. En abril de 2018, la Asamblea Nacional lo eligió como sustituto de Raúl Castro y, desde octubre de ese año, como Presidente de la República, un cargo restituido por la nueva Constitución del país.

Uno de los retos más acuciantes y delicados que afronta la política cubana tiene relación con el cambio generacional de la isla.

Astuto, paciente, de perfil bajo, Díaz-Canel es un fiel seguidor de las políticas socialistas, un comunista ortodoxo, que no se sale del guion y que, a diferencia de otros defenestrados por el Partido Comunista de Cuba (PCC), nunca ha coqueteado con las élites occidentales ni se ha aventurado con propuestas demasiado radicales. Su camino hacia la presidencia se ha caracterizado por la ausencia de ruido y por no contrariar a sus jefes, por lo que difícilmente se puede prever un cambio en la isla que provenga de su más alto dirigente. Es más, ya desde su elección, el nuevo mandatario cubano insistió en la “continuidad” del proyecto “sin rupturas” de ninguna clase.

No obstante, hay quien opina que Díaz-Canel podría terminar siendo una especie de Gorbachov cubano que inicie reformas de mayor calado una vez consumado el retiro de Raúl Castro en 2021. Por ahora, tiene por delante 5 años de legislatura (10 si es reelegido para un segundo mandato) en las que se verá si las reformas afectan al poder político en profundidad o si se está hablando de un mero cambio cosmético. No hay que olvidar tampoco que Díaz-Canel viene respaldado por una nueva Constitución con ínfulas de apertura democrática y protección de los derechos humanos, pero que sigue redirigiendo las cuestiones clave al omnímodo PCC y al ordenamiento jurídico establecido, contrario a normativas internacionales como los Pactos Internacionales de 1966, pendientes de ratificación por parte de Cuba.

La sociedad y la economía como factores de cambio

Descartado el ansiado aperturismo por los cauces políticos a la vista del alineamiento del nuevo Presidente con su padrino, serán muy probablemente las vías sociales y económicas los que puedan moldear la Cuba actual a medio y largo plazo. En términos sociales, Cuba tiene ante sí un cambio generacional con el que lidiar. La población más joven no se contentará con tener a un dirigente no perteneciente a la generación histórica y deseará representantes políticos que se desmarquen de lo “ya conocido”. El distanciamiento y el desapego hacia el proyecto socialista puede terminar pasando factura si los dirigentes no se adaptan a los nuevos tiempos. Además, Cuba no puede permitirse un aislamiento total y las influencias procedentes del extranjero, se quiera o no, terminan permeando en la mentalidad de los jóvenes cubanos, que mirarán al exterior buscando aquello de lo que se ven privados en su tierra, fomentando el deseo de adquirir propiedades y bienes materiales sin limitaciones burocráticas.

Fruto de esa inquietud social, en 2013 se modificó la política migratoria. Las reformas en materia de inmigración introducidas por Castro buscaban una actualización del modelo socialista para hacerlo más efectivo dentro de un mundo en cambio. A ello contribuyó además el deshielo de las relaciones con Estados Unidos, cuando en 2009 Barack Obama levantó las restricciones a los viajes de familiares. Las reformas administrativas no solamente permitieron salir al extranjero a los cubanos de la isla, sino que aseguró el regreso de muchos exiliados que, por motivos políticos o económicos, abandonaron su país. Ante este panorama, Cuba ha dejado de ser una caja negra de la que no sale ni entra nada. Salir al exterior y contemplar modelos de vida alternativos es algo que terminará haciendo mella irremediablemente. El cuándo es otra cuestión.

El gran reto que tiene Díaz-Canel será empalmar los logros de la Revolución con una serie de reformas económicas más abiertas a la inversión y a la propiedad privada al tiempo que se preserva el modelo político imperante.

El otro gran pilar que puede consumar el cambio es la economía, piedra angular de todo Estado. Las conquistas de la Revolución son mucho más fáciles de mantener o ampliar si se hacen las reformas económicas adecuadas. De esta manera, una de las metas de los últimos años ha sido permitir ciertas formas de propiedad privada (reconocidas en la Constitución) que, junto con la flexibilización en materia migratoria, han conseguido taponar en parte el éxodo de jóvenes cubanos con estudios en busca de un futuro laboral más adecuado a su formación (abundan en la isla empleos con trabajadores sobrecualificados, con especial formación en áreas de medicina e ingeniería) y fomentar el retorno de exiliados, que han visto la posibilidad de abrir su propio negocio en la madre patria.

Al hilo de esto último, el gobierno cubano ha impulsado cierto “cuentapropismo” en forma de miniempresas y autoempleo, con aproximadamente medio millón de personas dedicadas a estas actividades, y el corporativismo agropecuario. Por su parte, se le ha dado un empujón al empleo y las exportaciones por medio de la Zona Especial de Desarrollo de Mariel, donde se ofrecen facilidades fiscales a los inversores extranjeros. La ampliación y gestión del aeropuerto de la capital por parte de dos empresas francesas es otro ejemplo de cómo se ha ido normalizando en Cuba la inversión de capital extranjero y las licitaciones a empresas foráneas en los últimos años.

Aun así, en el resto de la isla la inversión sigue encontrándose con una rígida legislación en forma de altos impuestos e imposiciones de contratación de mano de obra cubana, así como la existencia de distintos tipos de cambio en función del peso cubano que se utilice. Por último, la baja eficiencia de las empresas estatales, incapaces de resistir la competencia extranjera, es otra losa para el buen funcionamiento de le economía.

Todas estas reformas serán trascendentales para que la economía de la isla resista en la medida de lo posible cualquier tipo de contingencia que provenga de fuera, sea el colapso de un aliado clave en la importación de hidrocarburos como es Venezuela o el endurecimiento de las relaciones con Washington desde que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, lo que ha desembocado en un tope monetario de las remesas que se envían a Cuba, la limitación de viajes turísticos a la isla y la activación del título III de la Ley Helms-Burton, fuente de enormes distorsiones en la inversión de terceros.

Conclusiones

En definitiva, el gran reto que tiene por delante Díaz-Canel será empalmar los logros de la Revolución con una serie de reformas económicas más abiertas a la inversión y a la propiedad privada al tiempo que se preserva el modelo político imperante. Hoy no se puede afirmar con rotundidad que el hecho de no tener a un Castro a las riendas del país y estrenar una nueva Constitución maquillada con artículos sociales sean factores de peso para apreciar un cambio en las estructuras políticas de la isla. Tampoco se deduce nada parecido de las palabras y los hechos de Díaz-Canel. El gran interrogante vendrá en 2021, cuando se sepa quién sustituirá a Raúl Castro al frente del PCC. Hasta entonces, serán las pequeñas y puntuales reformas económicas las que flexibilicen el régimen y le den aire en caso de que los apoyos regionales colapsen y la actuación de Estados Unidos se endurezca. Y de fondo una población joven, instruida y con deseos de prosperar en su propio país será la que determine el futuro de un país caribeño lleno de historia y mitos revolucionarios.

ÁLVARO DÍAZ NAVARRO es licenciado en Traducción e Interpretación por la Universidad de Alicante y maestro en Relaciones Internacionales, Seguridad y Desarrollo por la Escuela de Negocios de España y por la Universidad Autónoma de Barcelona. Colaboró con la Associació Catalana per la Pau en temas de cooperación al desarrollo y Latinoamérica. Sígalo en Twitter en @Alvarodn94.

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