Bali: escenario de un G-20 más desunido que nunca

14 noviembre, 2022 • Artículos, Asuntos globales, Portada • Vistas: 791

BBC

logo fal N eneIvette Ordóñez Núñez

Noviembre 2022

Conocida comúnmente como la isla de los Dioses, Bali será el escenario del encuentro entre los líderes más poderosos del mundo el 15 y 16 de noviembre de 2022. El llamado Grupo de los Veinte (G-20) acude a su decimoséptima edición en un año lleno de tensiones geopolíticas y económicas desencadenadas a partir de la invasión bélica de Rusia en Ucrania el 24 de febrero de 2022. Este grupo que se reuniría por primera vez, de manera informal, en su modalidad de jefes de Estado y de gobierno en 2008 para concertar medidas financieras y económicas ante la primera gran crisis sistémica de unos mercados financieros globalizados, es hoy un grupo político asentado.

Representativos de un poder abrumador que se recoge en sus cifras, 85% del PIB mundial, 80% del comercio internacional y dos tercios de población del planeta, esta agrupación formada por diecinueve países, la Unión Europea y España como único invitado permanente, amalgama economías emergentes y desarrolladas. Precisamente, la novedad política que encarna el G-20 se advierte al constatarse que todos sus integrantes participan en igualdad de condiciones a la mesa de diálogo, consenso y decisión política.

Indonesia, un miembro que ostenta una joven democracia y que cuenta con el mayor volumen de población musulmana del mundo, es en 2022 el anfitrión de la Cumbre del G-20. Una clara muestra de que la globalización no solo ha llegado para quedarse, sino que su gestión es impostergable y ya no se constriñe tan solo a las viejas potencias de tintes occidentales reunidas en el G-7. Nuevas voces, nuevos bríos son hoy necesarios para el diseño de una agenda de gobernanza mundial.

La agenda de Indonesia para 2022

Bajo el lema “Recuperarse conjuntamente, recuperarse más fuerte”, Indonesia se ha dado a la tarea de diseñar una agenda que da continuidad ⸺como suele ser habitual⸺ a los compromisos acordados en 2021 y que además aporta un nuevo enfoque sobre cómo abordar los desafíos comunes. Con los estragos de una pandemia a sus espaldas y una guerra en Ucrania que se recrudece día a día, el gobierno de Indonesia ha articulado su agenda en tres ejes: arquitectura sanitaria mundial, transición de energía sostenible y transformación digital. Mediante ellos, la agenda intenta encausar la posibilidad de potenciar el acceso a las vacunas contra el covid-19, promover un desarrollo económico sostenible poniendo especialmente el acento en las pequeñas y medianas empresas, así como impulsar el desarrollo de una economía digital. Bien entendido, este nuevo enfoque elegido se suma a la acrecentada agenda que ha ido tejiendo el G-20 en casi 14 años, por lo que fueron organizadas 21 reuniones ministeriales,192 reuniones oficiales y aproximadamente 2 centenares de actividades paralelas, todas ellas abarcando temáticas habituales como la seguridad alimentaria, la lucha contra la corrupción, el impuesto mundial a las grandes empresas, la financiación a las infraestructuras, entre otras, sin olvidar, por supuesto, las reuniones de índole financiera.

Siguiendo las reglas de procedimiento no escritas del G-20, Indonesia ha decidido invitar en esta ocasión a Camboya, Emiratos Árabes Unidos, Fiji, Países Bajos, Ruanda, Senegal y Singapur, cumpliéndose así el acuerdo de 2010 de invitar al menos a dos países del continente africano con el fin de equilibrar mejor la mesa de diálogo global. Sin embargo, la asistencia a esta cumbre se ha convertido en una delicada cuestión como nunca antes vista. Las constantes tensiones entre Occidente y Rusia, así como la “imparcialidad” de China ante la escalada de la guerra en Ucrania han provocado que varios países hicieran la petición al anfitrión de no invitar a Rusia a la cumbre. Lo que es más, por primera vez en más de una década de vida del G-20, las cuatro reuniones de los ministros de Finanzas del G-20 realizadas en 2022 no han aportado ningún acuerdo ni han emitido ninguna declaración conjunta. La incomodidad de verse reunidos ha sido palpable al observarse que los responsables de las finanzas tanto de la Unión Europea como de Canadá, Estados Unidos y Francia se han levantado de sus sillas o apagado sus monitores al ver asistir al Ministro de Finanzas ruso, Antón Siluánov. Todo ello en señal de rechazo al gobierno de Vladimir Putin.

No obstante, ningún miembro del G-20 tiene la potestad de rechazar a ningún otro miembro. La cuestión de la membresía fue, en algún momento, una cuestión crucial en el proceso del G-20, por lo que sus miembros siempre se mostraron renuentes tanto a las futuras ampliaciones como a una posible modificación en el seno del grupo. Conviene recordar que el estatus de España ⸺como único invitado permanente⸺ fue fruto de intensas negociaciones diplomáticas encabezadas por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y el entonces rey de España Juan Carlos I. Si bien es cierto que el G-20 no cuenta con una carta fundacional ni con una secretaría permanente, sus reglas son tácitas y nadie puede cambiarlas por si solo. En esta tesitura, Indonesia ha optado por la neutralidad ante una situación nunca antes vivida en el seno del grupo, decidiendo mantener a lo largo del proceso a Rusia e invitar por primera vez a Ucrania a la cumbre de Bali. Pese a los vaivenes a lo largo de la presidencia del país asiático, Indonesia ha logrado en vísperas de la cumbre (el 12 de noviembre de 2022) un acuerdo para la creación de un fondo económico de 1400 millones de dólares con el fin de blindar el sistema sanitario contra futuras pandemias.

¿La guerra de Ucrania es la única responsable de las tensiones entre los miembros del G-20?

Indudablemente, el conflicto bélico en Ucrania ha ensombrecido el proceso del G-20 en 2022. La escasez y, por ende, el elevado costo de los carburantes, así como el alto precio de los granos y sus derivados (trigo, maíz, cebada, soya, aceite de girasol) ha tenido repercusiones económicas traduciéndose en una inflación en promedio de 10% en los países occidentales, además de un notable impacto en la seguridad alimentaria, sobre todo hacia los países de África. El propio anfitrión del G-20 ha sufrido serias consecuencias en el ámbito de las materias primas, ya que dicho país es el primer productor de aceite de palma del mundo y se ha visto obligado a prohibir a sus productores, por 3 meses, su exportación. Debido a la escasez del aceite de girasol (Ucrania y Rusia figuran entre los primeros productores), el aceite de palma se convirtió en un bien apreciado y bien pagado en el mercado internacional, una venta masiva podía derivar en problemas internos de índole alimentaria para Indonesia, por lo que decidiría asegurar su suministro. De manera similar, la India prohibiría la exportación del trigo. Cabe señalar que el empleo de los granos no solo es alimenticio, a título de ejemplo, el 50% del aceite de palma que importa la Unión Europea es destinado a biocombustibles.

 Las constantes tensiones entre Occidente y Rusia, así como la “imparcialidad” de China ante la escalada de la guerra en Ucrania han provocado que varios países hicieran la petición al anfitrión de no invitar a Rusia a la cumbre.

Sin embargo, la guerra de Ucrania no lo justifica todo. Las tensiones en el mercado internacional de granos ya se observaban desde 2021, cuando se registró un amento de 50% del precio del aceite de girasol, 20% del trigo, 30% del maíz e incluso 40% de la soya, según el CME Group, que agrupa a las bolsas de Chicago, Londres y Nueva York. Esto se debe principalmente a dos factores. Por un lado, es una consecuencia directa del cambio climático. Grandes países productores de granos del G-20, como Canadá, China, Estados Unidos, Rusia y Ucrania (no miembro del G-20) han sufrido serias sequías y heladas que han provocado una notable disminución de sus cosechas. Por otro lado, un cambio de índole político por parte de China sobre su soberanía alimentaria ha provocado desajustes notables. Después de la etapa cruda de la pandemia, Beijing decidió mantener en su poder los granos, una práctica distinta que se aleja de la habitual, la cual consiste en que los productores mantienen sus inventarios. Asimismo, China decidió emprender grandes programas de producción ganadera, especialmente porcina, por lo que requeriría cantidades ingentes de granos. Esta compra masiva por parte del gigante asiático provocó un serio desajuste entre la oferta y la demanda del mercado.

Por su parte, Rusia y su dominio geopolítico en el ámbito alimentario son también llamativos. A raíz de las sanciones por parte de la Unión Europea hacia Moscú en 2014 por la anexión injustificada de Crimea, el gobierno de Putin decidió invertir 52 000 millones de dólares en un programa dedicado al desarrollo agrícola y ganadero del país. Rusia pasó de ser el país que importaba 50% de sus alimentos en los albores del siglo XXI a convertirse en el mayor exportador de granos del mundo. Sus consecuencias no solo serían el autoabastecimiento, sino que Rusia ganaría nuevos clientes potenciales como Argelia, Egipto, Marruecos o Turquía, clientes que antaño eran de Francia. Una dinámica de influencia geopolítica nada despreciable y que se ha visto acentuada con la guerra de Ucrania, al entorpecerse ⸺por un tiempo⸺ la venta de granos y poniendo en peligro la seguridad alimentaria de países del norte de África.

El poder de las bambalinas del G-20

Los problemas acentuados por la guerra de Ucrania están ávidos de gestión global que pende de una verdadera voluntad política. Si el G-20 ha logrado asentarse en la escena internacional por años, es debido a que los mandatarios se sienten a gusto con la forma flexible y característica de este foro. Sin una maquinaria burocrática, los poderosos líderes pueden intentar llegar a consensuar grandes líneas de regulación en aras de una mejor gobernanza global. Mas allá de acordar la creación de un fondo para futuras pandemias, el G-20 necesita hoy aprovechar la ocasión que tiene para acercar posiciones en aras de una paz y de una mejor gestión de grandes desafíos como el cambio climático, la digitalización o la seguridad alimentaria. La ausencia a la Conferencia de las Partes (COP-27) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de Egipto por parte de los líderes y miembros del G-20, como Canadá, China, la India o Rusia, que figuran entre los grandes emisores de dióxido de carbono, no es un indicador alentador.

La cita de Bali resulta especialmente llamativa, no solo porque se intentará acercar posiciones sobre cómo enfrentar las consecuencias económicas y energéticas como resultado de la guerra, sino más bien por los encuentros que tienen lugar al margen de la cumbre. El mandatario chino Xi Jinping ya ha anunciado encuentros bilaterales con sus homólogos de Francia Emmanuel Macron, de Argentina Alberto Fernández, de Senegal Macky Sall y el tan esperado encuentro, por primera vez, con el mandatario estadounidense Joseph R. Biden. El cara a cara entre las dos potencias, China y Estados Unidos, es muy esperado, debido principalmente a las tensiones acrecentadas entre ambos desde el verano de 2022 cuando Nancy Pelosi, Presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, visitó oficialmente Taiwán, despertando el furor del gigante asiático, que ha interpretado la visita como una injerencia. No es casualidad que Pelosi visitara la isla donde se encuentra asentada la empresa TSMC (el mayor fabricante de semiconductores del mundo), sin embargo, la propia empresa en Taiwán encarna en sí misma una dependencia e interconexión en tiempo real con el mundo exterior, con Estados Unidos, Japón, entre otros, debido a su proceso de fabricación tan sofisticado. Una interdependencia que ejemplifica el mundo que se despliega ante nuestros ojos en el siglo XXI y que necesita líneas de entendimiento con todos los interlocutores. Una invasión por parte de China a Taiwán y en concreto a la empresa traería serias consecuencias para la industria tecnológica mundial. Biden ha anunciado que necesita dialogar sobre las líneas rojas que ambos tienen, por lo que la plataforma del G-20 ofrece la posibilidad de ese contacto humano, un encuentro que seguramente opacará la ausencia de Putin a la cumbre.

IVETTE ORDÓÑEZ NÚÑEZ es doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid. Es analista de política internacional enfocada al estudio de la gobernanza mundial, el G-20 y la Unión Europea. Es autora de El G-20 en la era Trump. El nacimiento de una nueva diplomacia mundial (Los Libros de La Catarata, 2017). Sígala en Twitter en @ordonez_ivette.

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