Achicar el conflicto

30 agosto, 2021 • Artículos, Medio Oriente, Portada • Vistas: 2598

¿Hacia un nuevo paradigma en el conflicto Israelí-Palestino?

La Noticia

Moshe Ben Hamo 

Agosto 2021

La última escalada militar entre Israel y Hamas fue el recordatorio más reciente de la persistencia del conflicto israelí-palestino. Durante la última década, la política israelí ante los palestinos, bajo el liderazgo de Benjamin Netanyahu, estuvo marcada por la administración del statu quo, el aceleramiento de la construcción de asentamientos y el estancamiento de las negociaciones de paz. Al respecto, el consenso en la comunidad internacional ha sido claro: mantener la situación como está impide el establecimiento de un Estado palestino viable. Incluso algunos críticos sugieren que, dados los hechos en el terreno, la solución de los dos Estados se encuentra prácticamente muerta. Sin embargo, en junio de 2021, una nueva coalición llegó al poder después de 12 años continuos de Netanyahu como Primer Ministro. Con su salida, hay quienes esperan un cambio en la aproximación israelí al conflicto.

No obstante, la conformación ideológica de la nueva coalición gobernante y su tenue mayoría en el Parlamento hacen casi imposible cualquier cambio sustantivo en temas sensibles, incluyendo las negociaciones de estatus final con los palestinos. El entendimiento tácito del acuerdo de coalición fue que, por lo pronto, se dejarían fuera los temas controversiales y que el gobierno se enfocaría en resolver temas de gobernanza interna. El nuevo gobierno está conformado por una coalición de ocho partidos que abarcan el espectro ideológico entero. Por un lado, a la derecha de la coalición está Yemina, partido liderado por Naftali Bennett, antiguo líder de la federación de asentamientos judíos en Cisjordania. Por el otro, partidos de izquierda, como Havoda o Meretz, que favorecen terminar la ocupación para lograr un acuerdo con los palestinos. Al centro está Yesh Atid, presidido por Yair Lapid, quien fungió como el arquitecto de la coalición. Y finalmente, por primera vez, un partido árabe forma parte de la coalición gobernante. En un principio, la coalición no tenía mucho en común, además de su convicción de reemplazar a Netanyahu. Sin embargo, en lo que se refiere al conflicto con la población palestina, hay indicios que sugieren que el gobierno en turno podría favorecer una aproximación encaminada a achicar el conflicto.

La apuesta

¿Qué significa en la práctica achicar el conflicto? ¿En qué se diferencia de los paradigmas anteriores? En esencia, achicar el conflicto significa tomar pasos pequeños —pero significativos— para reducir los puntos de fricción entre las dos partes. Es una política unilateral que rompe con el entendimiento tradicional, que el único objetivo deseable es alcanzar un acuerdo de estatus final con la contraparte palestina. Los proponentes de este paradigma argumentan que, si bien el conflicto no se resolvería en el corto plazo, se establecerían bases sólidas para una posible resolución en el largo plazo, tal vez en los próximos 20 o 30 años. Que estas acciones tendrían altas probabilidades de ser bien recibidas por los palestinos porque no comprometerían sus apuraciones nacionales. Y que, dado el estancamiento de las negociaciones de paz, es la única solución alternativa a la anexión de Cisjordania, que resultaría eventualmente en el establecimiento de un estado binacional con dos poblaciones en condiciones de desigualdad.

Históricamente, la solución para la derecha israelí ha sido administrar el conflicto para eventualmente anexar los territorios ocupados. Por su parte, la izquierda ha favorecido devolver los territorios ocupados en 1967 a cambio de un acuerdo de paz. Para la derecha, el cese de la ocupación representa una amenaza en términos de seguridad, mientras que para la izquierda la perpetua ocupación de los territorios palestinos significa una amenaza de igual calibre, pero en términos diplomáticos, demográficos y morales. El centro, que no representa una posición intermedia entre derecha e izquierda, sino que incluye posiciones de ambos campos, ha comprado las visiones catastrofistas tanto de la derecha como de la izquierda. Por ello, el centro lleva décadas paralizado sin una propuesta alternativa.

En esencia, achicar el conflicto significa tomar pasos pequeños —pero significativos— para reducir los puntos de fricción entre las dos partes.

Hay algunos indicios que apuntan a que la coalición podría adoptar una posición centrista en lo que se refiere al conflicto con los palestinos. Bennett, el derechista que ocupará el cargo de Primer Ministro la primera mitad del mandato de la coalición, ha repetido en numerosas ocasiones que favorece reducir el conflicto por medio de la integración económica, en lugar de ceder territorios a cambio de paz. De hecho, en uno de sus primeros discursos como Primer Ministro, Bennett hizo pública dicha intención. La posibilidad de anexar Cisjordania, que su partido y otros en la derecha israelí han promovido históricamente, por el momento está fuera de la discusión por un compromiso adoptado en los Acuerdos Abraham, que normalizaron las relaciones diplomáticas entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin. Lapid, quien funge como Ministro de Relaciones Exteriores y será primer ministro después de Bennett, ha declarado en foros internacionales que el achicamiento del conflicto es una solución que debe ser puesta sobre la mesa.

Cómo lograrlo

Las tres principales condiciones de una política para achicar el conflicto son, primero, que se aumente la soberanía palestina como resultado de la reducción del control israelí; segundo, que al llevarse a cabo el primer paso, no se afecte de forma significativa la seguridad del Estado de Israel y, tercero, que se separe a las partes del conflicto en lo político, pero se les integre en lo económico. Cualquier política que no cumpliera con dichos requisitos, no sería deseable bajo este paradigma. Eventualmente, se espera que la acumulación de un conjunto de pequeñas acciones genere cambios de gran envergadura.

El profesor Micah Goodman, uno de los principales promotores del paradigma, ha enunciado una serie posibles acciones encaminadas a achicar el conflicto. Goodman nos recuerda que para pensar en estos pasos primero hay que recordar dónde se encuentran las experiencias más dolorosas para los palestinos, las que más recuerdan la ocupación. Un ejemplo concreto es el transporte. Como resultado de la expansión de los asentamientos judíos, la autonomía palestina en Cisjordania no está conectada. En los hechos, funciona como una red de islas autónomas pero fragmentadas entre sí. Entre Ramala y Nablus, dos ciudades bajo el control de la Autoridad Palestina, está el área C, que, de facto, controla el ejército israelí. Para trasladarse de una ciudad a otra, la población palestina se topa con puntos de control israelí en los que encuentran un recordatorio diario, muchas veces humillante, de la ocupación militar. Hakol zorem (todo fluye) es un plan trazado hace años por el ejército israelí que propone conectar las ciudades palestinas a través de túneles, puentes y carreteras. El objetivo concreto de esta política sería aliviar de manera significativa la experiencia de vida palestina, agilizando los traslados diarios y al mismo tiempo minimizando el contacto con las fuerzas de seguridad israelíes.

Otra propuesta en el ámbito de la conectividad tiene que ver con los traslados internacionales. Actualmente, resulta difícil para los residentes de los territorios en disputa viajar al exterior ya que, por razones de seguridad, tienen prohibido utilizar el aeropuerto Ben Gurion en Israel. Su única opción es cruzar a Jordania por el paso fronterizo Allenby, traslado que puede resultar extremadamente complicado. Un paso para mejorar la experiencia palestina en este sentido sería modernizar el paso fronterizo a Jordania o proveer un servicio de transporte especializado que traslade a los palestinos de forma directa y segura al aeropuerto israelí.

Una política israelí que genera mucha controversia es la demolición de casas de familiares de palestinos que cometen actos de terrorismo. El gobierno israelí ha justificado las demoliciones por su potencial disuasivo, mientras que sus críticos las consideran como un castigo colectivo. Sin embargo, con el paso de los años ha quedado claro que el objetivo disuasivo no ha sido exitoso. Más bien, las demoliciones generan más humillación y resentimiento entre las familias afectadas. Terminar con esta práctica no afectaría de manera contundente la seguridad del Estado de Israel, pero en cambio, sería un paso positivo para aliviar la experiencia de vida palestina.

Aunque este paradigma no resolvería el núcleo del conflicto, al menos podría sentar bases sólidas que permitirían una eventual consolidación de la paz.

En lo económico, hay varias propuestas para interconectar la economía israelí con la palestina. Se contempla, por ejemplo, ampliar los permisos de construcción que actualmente son limitados incluso dentro de los propios territorios palestinos. Otra propuesta, conocida como Door to door, propone facilitar la exportación de productos palestinos mediante la cooperación administrativa con funcionarios de aduana del gobierno israelí.

Por supuesto, hay cuestionamientos a priori hacia cualquiera de las acciones, como las anteriormente enunciadas. Algunos críticos mantienen que, dada su naturaleza unilateral, no se toma en cuenta la opinión de los palestinos. Pero en tanto los palestinos no pongan orden en su propia vida política, no hay una posibilidad real de diálogo para negociar soluciones de largo aliento. Por un lado, no hay un liderazgo con la suficiente fuerza política para negociar. Recientemente se cancelaron las elecciones parlamentarias en las que Mahmoud Abbas tenía pocas probabilidades de salir victorioso. Además, con los eventos en Gaza, Hamás salió fortalecido como el legítimo defensor de la causa palestina. Por el otro, ninguno de los liderazgos actuales representa el sentimiento de la calle palestina, por lo que un posible acuerdo no tendría el respaldo amplio de la sociedad.

Dentro de la arena política israelí, tanto la izquierda como la derecha se oponen por motivos diferentes a estas acciones para achicar el conflicto. Para la izquierda, cualquier política que aligere la ocupación, la normaliza, lo cual es indeseable en términos morales. Para la derecha, cualquier modificación a la situación actual en Cisjordania compromete la seguridad nacional. Por ello, los proponentes de este paradigma consideran que debe ser el centro quien tome la iniciativa y adopte esta política como suya. También se argumenta que, a pesar de que algunas acciones serían más fáciles de llevar a cabo que otras, la gran mayoría de los obstáculos serían problemas técnicos, no políticos; y que hay soluciones tecnológicas que se pueden implementar para no afectar de manera significativa la seguridad de Israel.

Con voluntad política, un gobierno con tanta diversidad de ideologías como el actual sería capaz de generar los consensos necesarios para implementar esta serie de políticas. Finalmente, es importante mencionar que, aunque este paradigma no resolvería el núcleo del conflicto, al menos podría sentar bases sólidas que permitirían una eventual consolidación de la paz.

MOSHE BEN HAMO es doctorando en Ciencia Política en la University of Oxford. Es maestro en Ciencia Política por el Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra y licenciado en Relaciones Internacionales por el ITAM. Sígalo en Twitter en @moshelito.

 

 

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