A 20 años de los ataques del 11-S

24 octubre, 2021 • AMEI, Artículos, Asuntos globales, Portada • Vistas: 1666

De la guerra internacional contra el terrorismo al retiro de Afganistán

PSN Noticias

Alejandro Chanona Burguete

Octubre 2021

Una colaboración de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales

A 20 años de los atentados terroristas del 11-S, el contexto internacional y el cambio presidencial en Estados Unidos, bajo el gobierno de Joseph R. Biden, ameritan un balance de los cambios y las continuidades que se detonaron a partir de este “parteaguas” de las Relaciones Internacionales. Coincidentemente, a 20 años del 11-S y del inicio de la “guerra global contra el terrorismo” con la intervención en Afganistán, se da el retiro de Estados Unidos de este país y se reinstaura el régimen talibán. Hay un debate internacional entre diferentes círculos académicos y políticos sobre el significado de esta retirada. Para algunos observadores es “un nuevo Vietnam”, es decir una derrota para Estados Unidos y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

La decisión de retirar las tropas también puede entenderse a partir de sus efectos internos. No hay que perder de vista el apoyo que las encuestas mostraban para el retiro de tropas. Por ejemplo, la del Chicago Council on Global Affairs, realizada en julio de 2021, reveló que el 70% de las personas mostraba su apoyo a esta decisión. El debate se centra tanto en el retiro del país en un contexto de inestabilidad y regreso del régimen talibán, como en la forma en que se llevó adelante en un contexto de caos, en el que se generó la percepción de debilidad, de escasa información sobre el rápido avance talibán y de las fallas logísticas del retiro.

El contexto internacional

La realpolitik que nos acompaña en 2021 es muy diferente a la de 2001 cuando Estados Unidos se presentaba como la potencia hegemónica militar. Hoy la tendencia es hacia un mundo más multipolar, tanto en lo económico como en lo militar, en el que la incertidumbre y las zonas de conflicto grises parecen ser la constante. La emergencia de China y el “regreso” de Rusia a las relaciones de poder político, económico y militar a nivel mundial, dan un tono distinto a diversos asuntos de las Relaciones Internacionales contemporáneas, incluyendo el tema de Afganistán. Estamos frente a una nueva carrera armamentista, una mayor competencia geoestratégica y se configuran escenarios más complejos. La competencia y las nuevas formas de conflicto entre estos tres países se trasladan también al ciberespacio.

Las amenazas no tradicionales y transnacionales a la seguridad, como el terrorismo y la delincuencia organizada, así como su complejización e hibridación, implican nuevos retos y desafíos. El Estudio Mundial sobre el Homicidio de 2019, reveló que “la actividad delictiva causa muchas más muertes que los conflictos y el terrorismo combinados” (UNODC, 2019). Los conflictos internos-internacionalizados, las crisis humanitarias, las crisis migratoria y climática, la desigualdad y la seguridad sanitaria, a raíz de la pandemia de covid-19 son temas que también forman parte de la agenda de paz y seguridad y deben atenderse como prioridad.

El terrorismo

El terrorismo fue identificado como la principal amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos tras el 11-S. El ataque “quebró” los esquemas clásicos de la disuasión y la defensa exterior de Estados Unidos. Quedó claro que estas organizaciones no responden a la lógica tradicional de disuación del poder militar, por lo que su combate requiere nuevos referentes, incluyendo cambios en la política de defensa (Rumsfeld, 2002). Uno de los impactos inmediatos del 11-S fue la reorganización del sistema de seguridad y defensa de Estados Unidos.

La seguridad y la defensa interna (Homeland Security y Homeland Defense) se convirtieron en la prioridad. La protección y la garantía de la seguridad interna justificó incluso la restricción de las libertades públicas y la vigilancia masiva (recordemos los debates alrededor de la Ley Patriota). Se declaró entonces la “guerra global” contra el terrorismo.

El terrorismo se securitizó y se identificó como la principal amenaza para la seguridad internacional. Su combate se convirtió en el eje de todas las agendas bajo un esquema rígido, desplazando los grandes temas del desarrollo. La seguridad se militarizó. Las respuestas, desde entonces, han privilegiado el uso de la fuerza militar. La guerra de Afganistán, justificada a partir de la legítima defensa, y posteriormente la de Irak, dieron cuenta de ello.

A 20 años de estos hechos, se confirma que las soluciones unilaterales y centradas en “dislocar” y “terminar” con Al Qaeda y “cazar a Osama bin Laden” han tenido resultados limitados. Hoy hay más grupos terroristas operando en el mundo, no solo Al Qaeda y sus diversas “filiales”, sino también otros grupos como el Estado Islámico, Al Shabab o Boko Haram. El terrorismo se continuó recreando en las zonas de conflicto, pero también en otros espacios como el europeo. Primero fueron los atentados perpetrados por células de Al Qaeda en Madrid (2004) y Londres (2005); después vendrían los atentados reivindicados por el Estado Islámico, que fueron desde los más sofisticados, como el del Bataclán en París (2015), hasta los protagonizados por los llamados “lobos solitarios”.

Los conflictos internos-internacionalizados, las crisis humanitarias, las crisis migratoria y climática, la desigualdad y la seguridad sanitaria, a raíz de la pandemia de covid-19 son temas que también forman parte de la agenda de paz y seguridad y deben atenderse como prioridad.

En los últimos años ha habido menos víctimas por atentados terroristas, ya que estos han sido menos letales. De acuerdo con el Índice Global de Terrorismo 2020, las muertes por terrorismo continuaron con su tendencia a la baja, al alcanzar 13 823 víctimas en 2019. No obstante, continúan creciendo las expresiones de extremismo violento y la radicalización de las personas también se ha acrecentado y acelerado en el mundo.

A 20 años del 11-S, el terrorismo continúa posicionado dentro de las amenazas más importantes para la paz y la seguridad internacionales, pero ello no significa que haya un acuerdo sobre su conceptualización y sobre la forma de enfrentarlo. Si bien se reconoce la importancia de la cooperación internacional para hacer frente a esta amenaza, la comunidad internacional continúa dividida. Mientras tanto, el Estado Islámico y Al Qaeda han demostrado sus capacidades de sobrevivencia, adaptación, de atracción de adeptos y apropiación de nuevos espacios, incluyendo tácticas de radicalización y comunicación a través de las tecnologías de la información y comunicación.

La comprensión del fenómeno terrorista requiere de un mayor entendimiento de la evolución de los grupos radicales, pero también del análisis y el seguimiento de todas las formas de extremismo violento en el mundo. Además, hay que seguir insistiendo en que el terrorismo no puede ser una ecuación cultural, por lo que es indispensable rechazar los intentos de equiparar la religión con el terrorismo. Esta amenaza también se reproduce en sociedades occidentales, como quedó demostrado con los acontecimientos en Noruega el 22 de julio de 2011 o con los incidentes de “terrorismo interno” en Estados Unidos.

El retiro de Afganistán

La guerra de Afganistán cumple 20 años y ha sido altamente costosa en todos los aspectos (económicos, políticos y, por supuesto, en vidas humanas). La salida de Afganistán se previó desde el gobierno de Barack Obama (en 2011 se planteaba que sería gradual y concluiría en 2014), finalmente se pavimentó a partir de la negociación entre el gobierno de Trump y el talibán. El gobierno de Biden afirma que se cumplió el objetivo de “dislocar” a Al Qaeda y prevenir un nuevo ataque al interior de suelo estadounidense. Una victoria parcial, si consideramos que esta organización continúa operando y que el talibán está de regreso en el país. Además, se trataba de una guerra económicamente insostenible.

La otra cara de la moneda indicaría lo contrario: Estados Unidos aparentemente perdió la guerra. Las fuerzas aliadas no lograron nunca el control total del terreno frente a un enemigo que se rearticuló y continuó operando. Al Qaeda y otros grupos extremistas expandieron sus operaciones hacia otros países como Irak, Pakistán, Siria y Yemen. Hoy Afganistán está nuevamente en manos del régimen talibán y no hay garantías sobre el futuro. De hecho, el general Mark Milley, Jefe del Estado Mayor Conjunto, ha reconocido que la retirada de Afganistán fue un “fracaso estratégico”.

Frente a las críticas sobre el retiro de Afganistán y el claro fracaso de la reconstrucción posterior al conflicto de ese país, el presidente Biden ha argumentado que la misión era el combate al terrorismo y no la construcción nacional. Cierto es que la intervención se desplegó en octubre de 2001 con la finalidad de destruir a Al Qaeda y a Bin Laden, y que, en principio, se plantearon objetivos limitados centrados básicamente en el desarrollo de las fuerzas de seguridad.

Sin embargo, la narrativa y los objetivos planteados por el presidente George W. Bush, a partir de 2002, incluyeron la construcción nacional, lo que contrasta con lo que señala Biden sobre el tema. El 18 de marzo de 2002, en el Virginia Military Institute, el presidente Bush afirmaba: “La paz se logrará ayudando a Afganistán a desarrollar su propio gobierno estable. (…) Y la paz se logrará por medio de un sistema educativo para niños y niñas que funcione. (…) Y ayudamos al pueblo afgano a recuperarse del régimen talibán. (…) Al ayudar a construir un Afganistán que esté libre de este mal y sea un lugar mejor para vivir, estamos trabajando en las mejores tradiciones de George Marshall”.

En suma, la narrativa de los diferentes gobiernos que se ocuparon de Afganistán durante las últimas 2 décadas no es homogénea respecto a los alcances de la misión estadounidense en este país. Más allá del evidente fracaso de estos esfuerzos, no podemos perder de vista que el Acuerdo de Bonn de 2001 recogió el compromiso de apoyar al país para el desarrollo de sus policías y fuerzas armadas; así como la solicitud a la comunidad internacional para apoyar los esfuerzos de reconstrucción. Posteriormente, se puso en marcha la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad desplegada con autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y bajo mando de la OTAN.

Para fortalecer su posición sobre el retiro, Biden sostiene que los propios afganos no están dispuestos a defender su país, consecuentemente no veía razón por lo cual los soldados estadounidenses tuvieran que hacerlo. En “un conflicto que no conviene al interés nacional de Estados Unidos”. Los errores logísticos y la narrativa del retiro le han valido altos costos a la popularidad del Presidente de Estados Unidos. Algo más importante aún, es que han pasado factura a la imagen de Estados Unidos a nivel internacional.

Consideraciones finales

A 20 años del 11-S, el retiro de Afganistán desconcierta a algunos, y para otros es una crónica de un fracaso anunciado. El ejército de ocupación estadounidense mantuvo a raya a los talibanes, pero al final salieron derrotados. ¿Acaso no se reabre un espacio de incubación de futuros golpes terroristas o es tal la evolución y la complejización de esta amenaza que no necesariamente el nuevo régimen talibán se arriesgará a entrenar y patrocinar nuevas células de terroristas para atacar Occidente?

La crisis desatada por el 11-S está muy lejos de ser hoy el principal referente de las acciones y las transformaciones de la seguridad nacional, regional e internacional de nuestro tiempo. Hay que reconocer que, en su momento, los ataques terroristas calaron fuerte en la comunidad internacional. Sin embargo, las amenazas existenciales hoy van más allá del terrorismo y se refieren a otro grupo de amenazas que hay que tomar en serio.

Los 20 años del 11-S y la salida de Estados Unidos de Afganistán llegan en un momento clave para la sociedad internacional, que enfrentan los efectos de la pandemia de covid-19 en la seguridad humana, y en el que la seguridad sanitaria se coloca dentro de las prioridades de las agendas. Por ello, quizá hoy estamos en un momento diferente, de mayor relajación de ese proceso de securitización y vemos en el debate mundial otros temas también prioritarios para el futuro de la humanidad y del planeta, como el combate a la desigualdad o al cambio climático.

ALEJANDRO CHANONA BURGUETE es profesor titular de tiempo completo en el Centro de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Director del proyecto de investigación PAPIIT “Los regionalismos frente a los retos y la complejidad de las amenazas a la seguridad y defensa contemporáneas II”. Fue Presidente de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales (AMEI) en el bienio 2003-2005, y actualmente forma parte de su Consejo de Honor. Sígalo en Twitter en @achanonab.

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