La política del sida

1 junio, 2013 • Artículos, Asuntos globales, Portada, Sin categoría • Vistas: 5818

El compromiso de los activistas conservadores

  Holly Burkbalter

Junio 2013

El 1º de diciembre se celebró el Día Mundial de la lucha contra el SIDA. FAL recupera este clásico (vol. 4, núm. 2) para recordar el compromiso del activismo mundial en contra de esta enfermedad, especialmente, del conservador- sector que originalmente la estigmatizó como un castigo divino contra la promiscuidad- para recordar que  el sufrimiento humano  puede unir continentes, generaciones, sociedades e ideologías.

A 20 años ya de uno de los peores desastres de salud en la historia de la humanidad, la pandemia del SIDA sigue creciendo exponencialmente, dejando atrás los esfuerzos de prevención y los programas de tratamiento; cada día mata a 8 000 personas y contagia a 13 700. Aunque Estados Unidos ofrece la mitad de la ayuda internacional dedicada a la pandemia, la suma total ha sido lamentablemente insuficiente para frenar su avance o detener el número de muertes, por lo menos hasta ahora.

Gracias al reciente activismo de grupos políticos y religiosos conservadores, el SIDA por fin ha empezado a atraer una atención de la política exterior conmensurable con su sustantiva importancia. Aguijoneado por su base evangélica conservadora, el gobierno de Bush ha puesto el SIDA en el primer plano de su agenda internacional, apoyando incrementos sin precedentes al monto de la ayuda estadounidense para el tratamiento del SIDA en el extranjero y comenzando a abordar temas como el tráfico sexual y los peligros de transmisión del VIH mediante inyecciones no seguras y transfusiones sanguíneas.

Sin embargo, el futuro de la política global de Estados Unidos respecto del SIDA se verá complicado porque los grupos conservadores interesados en el problema tienen prioridades tácticas diferentes de las de sus homólogos liberales y del establishment médico más extenso. Tradicionalmente han sido hostiles a algunas estrategias importantes de prevención del sida, como son una educación sexual amplia y la distribución de condones, y muestran mucho más entusiasmo que otros por políticas como la promoción de la abstinencia.

Ahora que Estados Unidos por fin aumenta sus esfuerzos para atajar la crisis, sería una tragedia si su impacto se disipara por diferencias ideológicas entre circunscripciones electorales que son vitales para luchar contra el SIDA. Por tanto, ha llegado la hora de que todos los interesados en una política contra el SIDA se unan a fin de emprender una estrategia amplia para combatir la pandemia, una política que se base en prácticas más efectivas tanto de prevención como de tratamiento. No merecen menos las decenas, o posiblemente cientos, de millones de personas que están en riesgo.

EL DEBER DE ATENDER

Hasta hace poco, casi todos los programas contra el sida financiados desde el exterior en África, Asia y América Latina se habían dirigido hacia la prevención. Sean cuales fueren las justificaciones que pudieran tener para sostener un enfoque sólo de prevención ante la pandemia, ya se ha visto que esa estrategia no es sostenible desde los puntos de vista médico ni moral.

No atender el tratamiento del sida equivale a condenar a muerte a más de 30 millones de africanos, casi todos ellos en la flor de su vida, que padecen la enfermedad. Más aún, se calcula que 95% de africanos desconocen que son portadores del VIH, en parte porque el estigma asociado al SIDA no los alienta a participar en los programas de asesoría y de pruebas de la infección. Una población mejor informada podría contribuir con más eficacia al control de la diseminación de la enfermedad; pero, sin la posibilidad de obtener un tratamiento, la gente carece de incentivos para saber si tiene el virus o no.

Jim Kim, alto funcionario de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y uno de los principales expertos sobre el SIDA en el mundo, ha señalado que poner el tratamiento al alcance de los enfermos contribuiría de hecho a la prevención. Declaró ante el Senado de Estados Unidos que incluso en Uganda, donde los esfuerzos preventivos han sido de los más exitosos en África, la incidencia de la enfermedad parece resistente a disminuir por debajo de 8% cuando sólo se utilizan métodos preventivos. Por tanto, junto con la mayoría de los expertos en enfermedades infecciosas, promueve programas amplios que integren la prevención y el tratamiento en un paquete en el que se apoyen mutuamente.
Sin embargo, cuando han pasado siete años de que se desarrolló el «cóctel» de medicamentos cuyo uso está muy difundido en Occidente para tratar el SIDA, menos de 1% de los africanos subsaharianos y 5% de los asiáticos que lo necesitan tiene acceso a él. El impedimento individual más importante para el tratamiento universal es el costo exorbitante de la medicación. Las presiones impuestas por los activistas contra el SIDA han logrado que el precio del tratamiento se reduzca de miles a cientos de dólares al año. Sin embargo, incluso con estos precios los medicamentos genéricos siguen estando fuera del alcance de los pobres del mundo en vías de desarrollo; por tanto, es esencial una amplia ayuda extranjera para los programas de tratamiento.

En consecuencia, en 2001, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, anunció la creación del Fondo Global para combatir el SIDA y otras enfermedades infecciosas y solicitó a las naciones ricas que donaran entre 7000 y 10000 millones de dólares al año. En junio de ese año la Asamblea General de la ONU se reunió? en sesión especial y aprobó? un enfoque amplio para el manejo de la enfermedad, que incluía la prevención, el cuidado y el tratamiento. El presidente Bush ofreció? 200 millones de dólares al fondo de Annan y aumentó sus esfuerzos de asistencia bilateral, pero el financiamiento estadounidense para los programas contra el sida en el extranjero aun era menor que una quinta parte de lo que los activistas consideraban una participación apropiada en la carga global. Después, el apoyo para el tratamiento de personas con SIDA en los países más pobres creciendo poco a poco en el Congreso y entre las organizaciones no gubernamentales. Pero el verdadero cambio de actitud en la política estadounidense contra el SIDA se dio cuando los cristianos conservadores la adoptaron como causa.

LOS EVANGELISTAS ENTRAN EN ESCENA

En febrero de 2002, Franklin Graham, hijo de Billy Graham y fundador del Fondo del Samaritano, organización evangélica de caridad con sede en Carolina del Sur, convoco a la primera «conferencia internacional cristiana sobre el VIH/SIDA». Más de 800 líderes protestantes evangélicos y misioneros católicos ubicados en países asolados por el SIDA asistieron en Washington, D.C.la reunión llamada «Receta para la esperanza» y exigieron que los enfermos y los moribundos recibieran tratamiento. La enorme popularidad de Graham entre los evangélicos, las exposiciones visuales de alta tecnología y los coros de gospel de la conferencia, así? como los desgarradores testimonios de ministros religiosos africanos y trabajadores de la salud convencieron a los conservadores religiosos estadounidenses de que su deber moral era hacer algo acerca de la pandemia.

Lo más destacado de la conferencia ocurrió cuando el senador republicano por Carolina del Norte, Jesse Helms, de 81 años de edad, declaró: «Siento vergüenza por haber hecho tan poco» para ayudar a las víctimas del sida en África. Unos días más tarde, el senador publicó un editorial en The Washington Post, donde prometía obtener 500 millones de dólares para prevenir la transmisión de la enfermedad de madres a hijos. Al destacar el caso de las «víctimas inocentes» del SIDA, Helms hizo de conocimiento público el hecho de que en África la enfermedad se transmite en general por vía heterosexual, con lo cual llego a sectores de la población que antes consideraban que el contagio se daba sólo entre homosexuales o que era una especie de castigo divino.

El presidente Bush dio un paso más en su informe del Estado de la Unión en 2003, al anunciar un extraordinario compromiso por atajar la pandemia. En un discurso cuyo propósito era preparar al mundo para la guerra en Irak, el presidente anunció un «Plan de urgencia para el alivio del SIDA» y asignó 15000 millones de dólares para la causa en un plazo de cinco años. El plan prometía dar tratamiento a dos millones de personas y apoyo suficiente para prevenir siete millones de nuevas transmisiones de VIH en África y el Caribe. Aunque el proceso de ponerlo en marcha ha sido lento, el compromiso que hicieron los conservadores sobre la intención del presidente de proporcionar la terapéutica antirretroviral a millones de personas resolvió la controversia de una vez por todas.

PROBLEMAS DE TRANSMISIÓN

Los conservadores también han promovido acciones positivas en ayudar a reducir la transmisión del VIH/SIDA a través de agujas inseguras y transfusiones sanguíneas. De acuerdo con la OMS, la deficiente atención a la salud explica al menos 500 000 nuevas transmisiones de SIDA cada año y posiblemente muchas más. Sin embargo, reducir esta cifra no ha sido prioridad para el establishment de la salud internacional, que considera triviales esos números en comparación con la cantidad de personas infectadas a través de relaciones heterosexuales. Pero un importante senador conservador republicano, Jeff Sessions, de Alabama, se tomó a pecho el asunto.

Cuando a principios de 2003 se publicó un nuevo estudio que señalaba que las transmisiones debidas a una atención insegura a salud podían representar más de 7% a 10%de casos nuevos, como calcula la OMS , la noticia fue cubierta por The Washington Times y recuperada por grupos conservadores, y Sessions organizó dos audiencias sobre el tema. Algunos activistas contra el SIDA temieron que los conservadores religiosos utilizarían el tema para desacreditar y reducir los esfuerzos de prevención y justificarían desviar los fondos de la distribución de condones y los programas de salud reproductiva.

Pero la iniciativa de atención a la salud que presentó Sessions demostró? que se equivocaban. Aunque reclamaba realizar nuevos estudios que clarificaran la procedencia de la transmisión del sida, Sessions no refutó el papel de la transmisión sexual en la pandemia ni criticó los programas de sexo seguro. Hacia finales de 2003 había conseguido apoyo de ambos partidos para poner el tema de las inyecciones y la seguridad sanguínea entre las principales estrategias de prevención financiadas por Estados Unidos, con lo cual se revertían décadas de indiferencia y se brindaba apoyo considerable a la construcción de una adecuada infraestructura de salud en los países más pobres de África.

Entre tanto, otros conservadores en la Cámara de Representantes habían sacado a la luz otra fuente, pasada por alto pero de importancia, de transmisión del sida: la violenta explotación sexual derivada del trafico de mujeres y menores. No puede subestimarse el problema: el Departamento de Estado calcula que tan sólo en India hay unos 2.3 millones de mujeres y jovencitas que se ven obligadas a participar en la industria del sexo, y en África el SIDA alimenta una epidemia de depredación sexual contra mujeres adolescentes cada vez más jóvenes debido a que los varones mayores buscan parejas sexuales seguras. Asimismo, la pandemia está generando millones de huérfanos y niños de la calle en todo el mundo en vías de desarrollo que son especialmente vulnerables a la violación o a ser forzados a entrar en la industria del sexo comercial.

Las mujeres que son obligadas a prostituirse y los menores sometidos a explotación sexual no ejercen la «prostitución» ,sino que son víctimas de delitos penales, entre ellos violaciones múltiples diarias. Son particularmente vulnerables a la transmisión del SIDA pero sus necesidades no se enfrentan mediante programas preventivos convencionales, los cuales están destinados a quienes se dedican a la prostitución voluntaria y a alentar la asesoría, la atención a la salud y el acceso a condones.

Reducir el daño a las victimas del tráfico no sólo implica alentar la práctica del sexo seguro, sino sacarlas de la industria sexual y brindarles albergue, rehabilitación, consejos y cuidados médicos. Los depredadores que sostienen el comercio sexual forzado y la industria de la violación infantil (los traficantes, los propietarios de los prostíbulos, la policía cómplice de estos delitos y otras autoridades) deben ser castigados severamente con un periodo considerable de encarcelamiento. Sin embargo esto casi nunca sucede, y la mayoría de las mujeres y menores objeto de tráfico padecen la servidumbre sexual sin esperanza de ser liberados. Muchos de quienes proporcionan servicios de salud a los trabajadores sexuales consienten la explotación forzada de niños y mujeres en los prostíbulos donde trabajan porque no quieren poner en riesgo su acceso si delatan a los proxeneta y los propietarios de los burdeles. Varios de los grupos de servicio más prominentes en Tailandia, por ejemplo, se oponen tajantemente al rescate y la rehabilitación, y algunos centros de rehabilitación en India se niegan a aceptar a menores prostituidos que han sido rescatados.

Con la esperanza de desalentar el tráfico, Chris Smith, representante republicano por Nueva Jersey, católico conservador y líder de su cámara contra esa actividad, presentó una disposición a la iniciativa contra el sida que prohibía financiar cualquier organización que no se opusiera al tráfico y la prostitución desde una perspectiva más general. De acuerdo con uno de los ayudantes de Smith, la medida estaba dirigida hacia grupos proveedores de servicios que mostraban una actitud «más que indiferente hacia Sway Pak», famosa zona de tolerancia en Phnom Penh, la capital de Camboya, donde se ofrecen jovencitas vietnamitas a clientes occidentales. Smith y otros conservadores religiosos que comparten sus puntos de vista están consternados por el tráfico y la prostitución infantil y por la noción de que la prostitución pueda ser una elección voluntaria. Su perspectiva (que no se puede decir que esté limitada a la de- recha extrema) es que la prostitución siempre es una opción obligada, ya sea por la violencia o la indigencia, y que valerse del eufemismo de que es un «trabajo» trivializa el daño que causa a las mujeres que la ejercen.

Desde luego, es verdad que muchas personas en la industria del sexo comercial, sea por tráfico o no, quisieran abandonarlo y lo harían si dispusieran de otra opción laboral. Una encuesta de 1998 entre quienes viven de la prostitución en Turquía, Estados Unidos, Zambia, Sudáfrica y Tailandia, por ejemplo, indicaba que una amplia mayoría padecía violencia física y sexual y el desorden de estrés postraumático, y que casi todos quisieran dejar el oficio. Los niños de la calle etíopes sometidos a explotación sexual entrevistados por Save the Children [Salvemos a los Niños] manifestaron por abrumadora mayoría su aversión a la prostitución y que desearían escapar de ella. Todos los trabajadores sexuales están en un riesgo muy alto de contraer el sida, pero los niños y las mujeres objeto de tráfico son más vulnerables, ya que su oportunidad para negociar el uso del condón es prácticamente inexistente.

En vez de oponer los intereses de las víctimas de la prostitución forzada a los de quienes se dedican a ella en forma voluntaria, habría que implementar dos estrategias distintas para combatir la transmisión del sida. Deberían financiarse iniciativas de rescate, albergues y oportunidades de trabajo alternativas, así? como llevar a cabo reformas en la policía y el poder judicial, para ayudar a quienes quieren abandonar los prostíbulos. Debería promoverse la atención a la salud, la protección contra la violencia y la libertad de organizarse a quienes quieran permanecer en el comercio. Es esencial documentar y sacar a la luz la explotación sexual, pero para esta tarea son más adecuados un ombudsman o una unidad de combate a este trafico, con entrenamiento especial, que los trabajadores de la salud que intentan distribuir condones en los prostíbulos.

A la fecha, los programas que mejor han logrado defender los derechos de los trabajadores sexuales a la atención médica han sido proyectos de capacitación que los han ayudado a organizarse conforme a sus propias necesidades; un ejemplo es el programa Sonagachi en Calcuta, India. Se reconoce que Sonagachi ha elevado el uso del condón en barrios con prostíbulos organizados, de menos de 1% a mas de 80%, con lo cual se ha reducido la violencia policiaca hacia las prostitutas y se han dado servicios a sus hijos. Es verdad que Sonagachi y programas similares son desenfadadamente «proprostitución» en el sentido de que se proponen capacitar a las mujeres dedicadas al comercio sexual más que invitarlas a que lo abandonen, pero se tienen informes de que las prostitutas adultas del programa Sonagachi están al tanto de la presencia de menores en sus prostíbulos y se oponen a ella. A pesar de lo que puedan pensar las personas que están en uno u otro extremo de la controversia, no hay ninguna razón para negar que este esfuerzo pueda coexistir, y complementarse, con campañas bien diseñadas contra el tráfico de personas para actividades sexuales.

SOBRE BASES COMUNES

La magnitud de la pandemia del sida es casi inconcebible, y en la mayor parte de los países en vías de desarrollo aún se encuentra en sus primeras etapas. Estados Unidos, como la nación más rica, más poderosa y con mayores avances científicos, puede y debe ejercer un papel singularmente activo en el combate contra este flagelo.

La participación de los conservadores religiosos en la lucha ha contribuido a estimular la política contra el sida de Estados Unidos y propiciado que el tema sea acogido favorablemente en el Congreso y la Casa Blanca. Llevó la cuestión del tratamiento al primer plano político, y dirigió? la atención hacia ciertos temas injustamente omitidos, como el tráfico sexual y la transmisión a través de prácticas sanitarias inseguras. Hoy el reto es que todos los que están preocupados por el SIDA combatan la pandemia en todos sus frentes, previniendo la transmisión en el sitio donde ocurre y brindando tratamiento a quienes lo necesitan.

Independientemente de las perspectivas sobre otros temas, la comunidad de conservadores, liberales y médicos debe alcanzar un consenso sobre las prácticas más efectivas tanto de prevención como de tratamiento. La pandemia del SIDA no esperará mientras se cambia un programa exitoso de prevención por otro o se dilapidan recursos en enfoques de dudosa efectividad. Si la creación de un frente común se combina con un poco de sentido común, los resultados podrían ser impresionantes.

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