¿Pandemia o desglobalización?

23 septiembre, 2021 • Artículos, Asuntos globales, FEG Anáhuac, Portada • Vistas: 4839

Crisis en las cadenas globales de suministro

Municipio de Diamante

Juan Arellanes

Septiembre de 2021

Una colaboración de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México

Muchos creemos comprender cómo funciona el mundo, pero la realidad es que la complejidad global es inasible. Aunque la globalización depende de ideologías (como el liberalismo y el cosmopolitanismo), de voluntades políticas (como la firma de tratados de libre comercio y la formación de bloques económicos) y de instituciones (como los organismos financieros internacionales y los think tanks), el funcionamiento de la globalización descansa sobre una compleja y frágil red de innovaciones tecnológicas (como el contenedor multimodal) y flujos metabólicos. La globalización ha consistido, esencialmente, en el establecimiento de un patrón de flujos globales de materia y energía, pero también las innovaciones organizativas han desempeñado un papel importante.

El just in time domina al mundo

A partir de la década de 1980, empresas de todo el mundo comenzaron a imitar el sistema de producción de la japonesa Toyota: una revolución empresarial que permitió reducir costos por medio de bajas existencias en los inventarios. Ello se tradujo en un menor desperdicio de insumos, mayor eficiencia en la producción y, sobre todo, mayor flexibilidad. Para la década de 1990, el just in time (JIT) había dejado de ser una técnica de gestión y se había convertido en una filosofía organizativa. A finales del siglo XX, el JIT encontró a dos compañeros esenciales en la eficiencia de las operaciones: la gestión de la cadena de suministro y la gestión de la calidad. Esta triada se vinculó profundamente y llevó a las empresas globales a niveles inimaginables de desempeño. Eran “los felices 90’s”, plenos de especulación financiera sin grandes crisis. Eran tiempos en que los economistas creían que “el mundo es plano”.

El JIT empezó a tener una presencia cada vez más decisiva en las cadenas de suministro, pero todo esto se veía positivamente. El resultado final, se pensaba, sería una mayor satisfacción del cliente de uso final al proporcionar el producto deseado en el momento adecuado a un costo aceptable. Las empresas, operando en un “mundo plano”, comenzaron a actuar como si la fabricación y el envío estuvieran libres de contratiempos. No fue necesario esperar a la pandemia de covid-19 para descubrir que este diseño de sistema, concentrado en la máxima disminución de costos, provocaba un incremento de los riesgos.

Las cadenas de suministro se refugian en la resiliencia

A medida que las operaciones se volvían más dependientes de cadenas de suministro de alcance global, entregadas en el just in time, aumentaba la probabilidad de disrupciones. Las interrupciones que siguieron a los atentados del 11-S fueron un primer aviso de la enorme vulnerabilidad creada. Inundaciones, incendios, apagones y actos de sabotaje, comenzaron a identificarse como disruptores potenciales. El terremoto de Taiwán en 1999, el huracán Katrina en 2005, la erupción del volcán Eyjafjalla en Islandia en 2010, el tsunami en Japón en 2011, provocaron cierres de fábricas, cancelaciones de vuelos, desabasto y rompimientos de cadenas de suministro. Seguridad y resiliencia se convirtieron en palabras clave para combatir la vulnerabilidad y la fragilidad de las cadenas de suministro. Todo eso antes de la pandemia.

La construcción de resiliencia hace a los sistemas más robustos, lo que puede provocar aversión en una cultura empresarial obsesionada con la reducción de costos y con la eficiencia. Pero no es posible construir seguridad y resiliencia sin cierta redundancia. Hace unos días platicaba con un buen amigo, encargado de la logística de una gran empresa que produce bienes de primera necesidad, acerca de “la tormenta perfecta” que se está formando en las cadenas de suministro. Palabras más, palabras menos, me dijo: “Hemos logrado mantener nuestros precios a pesar de la elevación del precio de las materias primas. Nuestro mercado no nos permite hacer aumentos drásticos de precio. ¿Cómo nos hemos mantenido? Siempre tenemos grandes inventarios de materias primas. Como si fuéramos a hibernar: acumulamos para sobrevivir al invierno. Cuando se trata de materias primas, no creemos en el JIT. Esta crisis nos da la razón”.

La culpa es de la pandemia…

La propagación del covid-19 a escala mundial puso en jaque a las cadenas de suministro. El confinamiento sanitario, un auténtico coma inducido para la economía global, redujo la demanda de muchos bienes y servicios. Hace un año explicaba en Foreign Affairs Latinoamérica cómo la pandemia puede haber representado el tiro de gracia de la industria petrolera. La pandemia interrumpió actividades esenciales de estibadores y camioneros. Más recientemente, el importante puerto de Ningbo-Zhoushan, en el este de China, se detuvo por varias semanas debido a un brote de covid-19. Lo mismo ocurrió con el puerto de Yantian, al norte de Hong Kong. Ello disparó el precio de los fletes marítimos y generó retrasos en los envíos. Hay analistas que señalan que no llegarán a tiempo los regalos para Navidad. Las empresas atadas al método JIT dentro de cadenas de suministro globales fueron las primeras en sufrir. De hecho, la producción de ventiladores mecánicos y equipos de protección médica fue uno de los primeros sectores en verse afectado al inicio de la pandemia.

A medida que las operaciones se volvían más dependientes de cadenas de suministro de alcance global, entregadas en el just in time, aumentaba la probabilidad de disrupciones.

Una fuerte sequía en Taiwán, la rivalidad tecnológica entre China y Estados Unidos, y la caída de la demanda por la pandemia, llevaron al mundo a una escasez de chips. Las líneas de producción de automóviles se detuvieron en prácticamente todo el mundo. Pero pronto el mundo descubrió que también hacía falta madera, plásticos, vidrio, caucho y metales (desde cobre hasta aluminio, pasando por hierro laminado). La falta de envases de vidrio y metal llevó a que se tirase buena parte de la producción de tomates en Italia. La falta de un solo componente importado de una planta petroquímica de China ha detenido la producción de resinas especializadas en Estados Unidos, afectando a la industria de la construcción. La falta de tintes obligó a Coca-Cola a cambiar el clásico color rojo de sus latas. La cadena global de suministro parece estar fuera de control. Y ni siquiera he mencionado los efectos que todo lo anterior está teniendo en el precio global de alimentos.

Pero no es solo la pandemia

A inicios de 2021, las tormentas de invierno cerraron plantas petroquímicas en Texas y provocaron la escasez de productos clave, por no hablar de las interrupciones de las exportaciones de gas hacia México. Las “sucias” plantas de combustóleo de la Comisión Federal de Electricidad salvaron al norte de nuestro país de un apagón eléctrico. Poco después, un enorme buque se atascó en el canal de Suez. Se formó un trombo en una arteria del autómata global, del superorganismo, uno sin sentido, hambriento de energía y emisor de dióxido de carbono; un autómata global que nadie controla y que nos mantiene atrapados en una dinámica autodestructiva.

Hay una confluencia de fuerzas ejerciendo presión sobre las cadenas de suministro. Lo que pensamos que “siempre estaría ahí”, ha comenzado a escasear. El mundo de abundancia y diversidad prometido por la globalización comienza a verse frágil y vulnerable.

Los optimistas piensan que la causa principal es la pandemia, y que pronto regresaremos a la normalidad. Al principio se decía que la escasez de chips duraría algunos meses. Ahora se dice abiertamente que el problema se resolverá en 2022 o en 2023. Si algo debimos aprender en el último año y medio es que no debemos creer en las promesas de un regreso a la normalidad. Las cosas no volverán a ser iguales.

El problema es la caída de la producción de petróleo

A lo que pocos analistas apuntan es a la verdadera pistola humeante detrás de esta crisis: la caída de la producción global de petróleo, es decir, la sangre del superorganismo, la energía del autómata global. La globalización no puede funcionar con energías renovables: la globalización funciona con combustibles fósiles. Cuando escuche las palabras “transición energética” no piense únicamente en el paso de los vehículos de combustión a los vehículos eléctricos. Amplíe sus horizontes y trate de imaginar un modelo de producción, distribución y consumo que, casi con toda posibilidad, no podrá ser global.

Hace 12 años, Jeff Rubin auguraba que el mundo estaba a punto de volverse más pequeño. Aseguraba que, con el fin del petróleo barato, se rompería la globalización: “La economía global funciona con petróleo, porque consiste en trasladar cosas por todo el mundo. Y la razón de que la economía global haya puesto todos los huevos en la misma cesta es que no hay otra cesta. En estos momentos, todo —desde el salmón que tenemos en el plato hasta el modelo entero de una economía global— depende de que el petróleo siga fluyendo”.

Tim Morgan iba más lejos y auguraba una desglobalización acompañada de un decrecimiento generalizado. Los analistas del “pico del petróleo”, como Rubin, Morgan y otros más, se adelantaron demasiado: no contaban con que se inflaría la burbuja del fracking que daría a la industria petrolera (y a la globalización) una década más de vida. Pero que también nos robaría una década decisiva para enfrentar el cambio climático.

El caso es que, finalmente, siempre llega el día de ajustar cuentas. No estoy asegurando que ya haya llegado ese día, pero, tarde o temprano, sin petróleo, las cadenas globales de suministro no podrán mantenerse. Y ya será demasiado tarde para el just in time. Urge que nos pongamos a trabajar en serio. ¡Hay todo un mundo nuevo (aunque más pequeño) por inventar!

JUAN ARELLANES ARELLANES es profesor de Geopolítica, Coordinador Académico del Área de Estudios Regionales y Coordinador del Centro Anáhuac de Investigación en Relaciones Internacionales de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México, Campus Norte. Es miembro fundador del Grupo de Estudios Transdiciplinarios sobre Energía y Crisis Civilizatoria. Sígalo en Twitter en @JuanArellanes5.

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