No hubo golpe de Estado, pero nos faltan respuestas

12 enero, 2021 • Artículos, Norteamérica, Portada • Vistas: 4350

El asalto al Capitolio y la responsabilidad del Presidente

CQ Roll Call

Ethan D. Ayala

Enero 2021

Los violentos acontecimientos del miércoles 06 de enero de 2021 sorprendieron a mucha gente no acostumbrada a leer noticias similares provenientes de Estados Unidos. Sin embargo, estaríamos mintiendo si decimos que nunca ha habido violencia en la sede del poder legislativo de ese país, o que allí los resultados electorales siempre se han acatado de manera pacífica. No hay ejemplo más claro de un conflicto poselectoral violento en el país vecino que la elección presidencial de 1860, que provocó la secesión de los estados del sur un mes después de la jornada electoral y el estallido de la Guerra Civil días después de que tomara posesión el nuevo presidente Abraham Lincoln. Y, pese a ello, lo que vimos por parte de Donald Trump resulta inaceptable en cualquier democracia.

Ese sentido de alarma general ante unos acontecimientos inesperados ⸺aunque no del todo sorprendentes⸺ es lo que nos hace querer buscar la etiqueta adecuada para definir lo que vimos. Algunos columnistas de distintos medios de comunicación y algunas legisladoras y legisladores del Partido Demócrata lo han calificado como un intento de golpe de Estado o un autogolpe, ya fuera el mismo miércoles mientras se desarrollaban los eventos o en los días posteriores. Es importante que la conversación inicie por determinar qué vimos y qué implicaciones tiene. Usando la literatura académica como punto de partida trataré de explicar por qué considero que no hubo intento de golpe de Estado y por qué, con la información disponible hasta el momento, tampoco creo que haya sido un autogolpe.

Para conservar la democracia como sistema político es importante llamar a cada cosa por su nombre y medir adecuadamente las amenazas que enfrenta.

Los conceptos y las palabras importan. Importa cómo las usamos e importan las implicaciones que tienen en nuestro día a día. Los conceptos son indispensables como categorías de análisis para quienes estudian la realidad política y quienes estudiarán la historia de lo que sucedió ese día. Importan también para poder dimensionar adecuadamente las consecuencias que pueden traer los acontecimientos y, eventualmente, hallar soluciones a la tensión política que vive ese país, así como para obtener algunas lecciones a futuro. Para conservar la democracia como sistema político es importante llamar a cada cosa por su nombre y medir adecuadamente las amenazas que enfrenta.

Por qué no fue un intento de golpe de Estado

Entonces, ¿qué fue lo que vimos el 6 de enero? ¿Cómo podemos llamarle a ese conjunto de sucesos de violencia política? Más que repasar aquí los acontecimientos, considero importante comparar lo que pudimos ver en tiempo real, gracias a las televisoras y a las redes sociales, con los conceptos existentes. No hay una definición única en la Ciencia Política para el golpe de Estado, pero sí hay una serie de características comunes que permiten establecer parámetros sobre qué sí clasifica en esa categoría. En 2011, los politólogos Clayton Thyne y Jonathan Powell trabajaron para unificar las diferentes definiciones de “golpe de Estado” para poder contabilizarlos y estudiarlos. Para ellos, son “intentos ilegales y manifiestos de los militares o de otras élites dentro del aparato estatal de derrocar a quien detenta el poder ejecutivo”. Esa definición da tres elementos: quién lo hace, qué medios utiliza y con qué objetivos.

El ataque al Capitolio fue ilegal, sin duda, utilizando medios violentos para irrumpir en un recinto federal contra las indicaciones del cuerpo de seguridad encargado de su resguardo. Sin embargo, los acontecimientos carecen de los otros dos elementos de la definición: el objetivo no era derrocar al Presidente y las acciones no fueron llevadas a cabo por agentes del Estado. Es posible debatir que el ataque no era contra el Presidente en funciones, sino contra el que tomará posesión el 20 de enero de 2021, con la intención de impedir que se completara el proceso constitucional de ratificación de los resultados electorales. También se puede debatir que, si bien los actos no fueron realizados por agentes estatales, sí fueron alentados por el mismo Presidente, quien utilizó los altavoces a su alcance ⸺la misma investidura presidencial⸺ para polarizar, mentir y animar a sus seguidores a “defender” un inexistente triunfo electoral cuando cada una de las vías legales, locales y federales, les han reafirmado la derrota en las urnas sin evidencias de fraude.

Aun así, y sin negar la responsabilidad de Trump en esos graves acontecimientos que terminaron con varios lesionados y cinco personas fallecidas, no se ha presentado evidencia directa que apunte a un ataque ordenado desde el poder con el fin de remover al Presidente o modificar el resultado electoral. Ni el Presidente estuvo en peligro de ser retirado del cargo ilegalmente ni el resultado electoral estuvo en peligro real de modificarse. El orden constitucional en Estados Unidos no estuvo en riesgo de romperse. De nuevo, esto no quiere decir que no sea grave la toma del Capitolio o que la amenaza a la seguridad de los legisladores no haya sido considerable, simplemente no coincide con la definición de un golpe de Estado.

Lo que vimos fue una manifestación contra el Congreso salirse de control y tornarse violenta para tratar de interrumpir un proceso legislativo que, en cualquier otra circunstancia, hubiera sido un mero trámite y que no tendría posibilidad de alterar el resultado confirmado por el Colegio Electoral. Ese procedimiento se retomó el mismo día, una vez que los manifestantes fueron retirados del lugar. La violencia política que observamos parece más impulsiva que premeditada, por lo que el calificativo de “disturbios” o incluso “insurrección”, como le llamó Joseph R. Biden en su discurso del mismo miércoles, resulta más adecuado. Eso no descarta que entre los manifestantes no hubiera presencia de grupos organizados que desde el inicio tuvieran la intención de atacar la sede legislativa y forzar un cambio en el resultado, pero hasta ahora no hay evidencia de ello.

Pero tampoco un autogolpe

Habiendo descartado llamar golpe de Estado al ataque del Capitolio, también hubo quien lo llamó “autogolpe”, una versión menos estudiada y más complicada de definir en la literatura académica del tradicional golpe. Clayton y Thyne descartan que se trate del mismo fenómeno porque en un autogolpe no se busca derrocar a quien detenta el poder ejecutivo. Tradicionalmente, los autogolpes son llevados a cabo por la misma persona que ostenta la presidencia con el objetivo de disolver al legislativo, derogar la constitución o para conservar el poder ante la amenaza del vencimiento del plazo. Los ejemplos clásicos son el que dio Alberto Fujimori contra el Congreso peruano en 1992 o el que intentó dar Jorge Serrano en Guatemala un año después.

Volviendo a la definición, si la gran diferencia entre un golpe y autogolpe es justamente el objetivo, podemos tomar los otros elementos del concepto y aplicarlos a los autogolpes. Asumiendo que el objetivo fue mantenerse en el poder y sabiendo que los medios utilizados fueron “ilegales y manifiestos”, nos restaría responder al “quién lo hace”. Los tuits que Trump publicó antes y durante los disturbios podrían clasificar como una incitación desde el Estado. El uso del poder presidencial para alentar, en vez de desactivar las protestas, dará para mucho debate. También hay que tomar en cuenta el discurso que pronunció el Presidente esa misma mañana a quienes luego acabarían asaltando el Congreso. Les habló de protestar juntos fuera del Capitolio y darle “orgullo y audacia” a los legisladores para que hicieran “lo correcto”, en referencia a no certificar los resultados. También menciona varias veces al Vicepresidente, diciendo que esperaba que tuviera el valor de “hacer lo que debe”. Independientemente de cómo interpretemos sus palabras, no hay una incitación explícita a la violencia. Aunque eso no lo libra de culpa, las palabras importan, y cuando un líder le habla a una multitud de seguidores armados, debería ser extremadamente cuidadoso con la fuerza y el efecto que tiene la investidura presidencial.

Trump tiene responsabilidad por lo que dice y publica, pero no podemos equiparar esas acciones con un intento coordinado entre el Estado y los manifestantes para mantenerse en el poder por la fuerza.

Trump tiene responsabilidad por lo que dice y publica, pero no podemos equiparar esas acciones con un intento coordinado entre el Estado y los manifestantes para mantenerse en el poder por la fuerza. ¿Eso fue lo que vimos? La evidencia hasta el momento apunta a que no. Con los acontecimientos del miércoles 6 de enero resulta muy complicado pensar un escenario en el que la sola acción de civiles armados irrumpiendo en el Capitolio (animados por Trump o no) hubiera resultado en un cambio en el poder ejecutivo o un cambio en el resultado electoral. Aunque los legisladores hubieran sido obligados a cambiar su voto a punta de pistola, hubieran revertido la decisión en el momento en el que la amenaza cesara. Tendría que existir una amenaza continua sobre el Estado y sus instituciones para que Biden no asumiera la presidencia en los próximos días. Los manifestantes civiles desorganizados no podrían representar ese peligro. Es por eso que es tan común ver a los militares encabezando golpes de Estado. Es por eso que ningún golpe podría triunfar sin al menos la aquiescencia de las fuerzas armadas. Es por eso que lo acontecido el 6 de enero no fue un golpe ni un autogolpe.

En los siguientes días seguro saldrá a la luz pública más y mejor información. Será interesante conocer las órdenes que se hayan dado desde la Casa Blanca hacia las instituciones de seguridad, el gabinete y el círculo cercano de colaboradores del Presidente. Será incluso más interesante conocer qué órdenes se dejaron de dar y si se intentó retrasar o bloquear, como reportó The New York Times, la acción efectiva de la Guardia Nacional para recuperar el complejo. Otro elemento importante será determinar qué organizaciones civiles, o incluso paramilitares, participaron en la toma del Capitolio, si hubo una organización previa y premeditada para actuar con violencia y si existía un plan más allá de invadir el recinto o amenazar a los legisladores. Las respuestas a esas preguntas pueden cambiar radicalmente la valoración de este análisis y abrir los ojos a quienes dan la democracia por sentada.

ETHAN D. AYALA es licenciado en Relaciones Internacionales por el ITAM. Se ha desempeñado como asesor legislativo en el Senado de la República y actualmente labora en la Secretaría de Economía. Sígalo en Twitter en  @EthanAyalaH.

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