México y el reconocimiento internacional del triunfo electoral de Biden

9 noviembre, 2020 • Blogs, Natalia Saltalamacchia, Norteamérica, Opinión, Portada • Vistas: 7324

El Periódico/Crítica

Natalia Saltalamacchia Ziccardi

Entre blanco y negro

09 de noviembre de 2020

La negativa del presidente Andrés Manuel López Obrador a reconocer de manera temprana la victoria electoral de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos ha desatado una gran polémica en México. El hecho singulariza a nuestro país porque una gran cantidad de Estados han enviado la respectiva felicitación al candidato demócrata. La cascada de reconocimientos internacionales hace pensar que esta era una decisión natural y automática, pero lo cierto es que entraña dilemas políticos que vale la pena identificar.

El reconocimiento internacional de gobiernos extranjeros es un acto político unilateral que decide el Estado que lo concede con base en criterios propios. En general, existe una deferencia al principio de autodeterminación de los pueblos en cuanto se reconoce al gobierno emanado del procedimiento establecido por el país en cuestión, el cual puede o no ser democrático. En todo caso, el mundo espera a que la comunidad política en cuestión anuncie cuál es la nueva conformación del gobierno que tendrá la facultad legal de representar al Estado en sus relaciones internacionales. El problema surge cuando las señales son poco claras o ambiguas, como en el caso de los países democráticos que presentan elecciones cerradas o conflictos poselectorales. En estos casos, la posición de los gobiernos extranjeros cobra cierto peso porque el reconocimiento externo de un ganador o ganadora equivale a dotarlo de legitimidad y, por ende, en algo cambia la relación de fuerzas dentro del juego político interno. ¿Cómo deciden? Nuevamente: con base en sus propios criterios, que pueden ser institucionalistas (evaluando la parte procedimental de la elección) o francamente partisanos (evaluando qué resultado conviene más a sus propios intereses), pero en todos los casos se trata de una decisión eminentemente política.

En este sentido, la elección presidencial de Estados Unidos en 2020 presentó un dilema. Por un lado, el sábado 7 de noviembre por la mañana los medios de comunicación proyectaron que Biden obtendría la victoria en el estado de Pensilvania y con ello superaba la barrera de los 270 votos electorales para alzarse con la presidencia de su país. Por otro lado, el candidato rival, Donald Trump, desconoció (y desconoce hasta el momento) esos resultados; su equipo habían iniciado varios procedimientos legales y otros estados, como Wisconsin, se perfilaba un reconteo porque la ventaja de Biden es menor al 1% de los votos. Es decir, como bien establece Gabriel Guerra, el candidato demócrata era (y es) el virtual ganador de acuerdo con la información de los medios de comunicación basada en los votos contados, pero no era (ni es) legalmente el presidente electo. En el pasado esto habría bastado para que su oponente concediera la derrota: el juego político estaría cerrado y la parte legal sería una formalidad. Dado que Trump (o el Partido Republicano) no concedieron, existía (y existe por ahora) una ambigüedad política que se resolverá legalmente.

Lo que me interesa destacar es que la ola de reconocimientos internacionales iniciada (hasta donde alcanzó a ver) por el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, se produjo en ese espacio de ambigüedad. A partir de ahí, líderes europeos y latinoamericanos tuvieron la iniciativa de manifestar su reconocimiento en las primeras horas. Dado que no existía un resultado oficial (ni legal ni político) en los hechos contribuyeron a establecer un cerco a las veleidades y mentiras de Trump y a establecer el triunfo de Biden como un asunto consumado. Seamos claros: tomaron la decisión de influir en el proceso electoral de Estados Unidos todavía abierto. Cada país lo hizo con sus propios móviles: la defensa del sistema democrático ante un Trump con claras pulsiones autoritarias, el hartazgo por su actuar unilateral y su prepotencia, o el cálculo de que era mejor quedar bien con un nuevo gobierno de Biden (muerto el rey, viva el rey). La cuestión es que en una mezcla de principios e intereses se utilizó el arma del reconocimiento internacional como una manera de cargar los dados a favor de una opción.

En línea con el principio de no intervención, si en Estados Unidos no se ponen de acuerdo, México no tiene nada que hacer pronunciándose a favor de uno u otro candidato.

Esto nos lleva a la decisión del presidente López Obrador de no sumarse en la primera hora a tal tendencia (si se suma más adelante, ya será irrelevante). Desde el punto de vista formal, el Presidente puede tener razón: ¿cómo felicitar a un candidato que no tiene ni la sanción legal del Congreso ni el reconocimiento de su adversario? En línea con el principio de no intervención, si en Estados Unidos no se ponen de acuerdo, México no tiene nada que hacer pronunciándose a favor de uno u otro candidato. Y lo cierto es que, con la excepción del caso de Bolivia, este gobierno ha adoptado consistentemente posiciones de neutralidad por los asuntos políticos de otros países. López Obrador es un convencido soberanista.

Desde el punto de vista político, sin embargo, la cuestión es más compleja. La verdad es que los principios siempre se interpretan a la luz de los intereses. En un contexto en el que el triunfo de Biden parece irreversible y gran parte de la comunidad internacional así lo interpretó, el silencio de México se puede leer como una afrenta al campo demócrata y una preferencia por Trump. No es una buena manera de comenzar la relación con el virtual nuevo gobierno de Estados Unidos. Si se quería actuar a favor del interés nacional y desde una posición pragmática –como la que ha caracterizado a su gobierno frente a Estados Unidos– el gesto de la felicitación era lo más adecuado. El Presidente no lo interpretó así, ¿por qué?

Dejo a otros la eterna especulación de si López Obrador tiene afinidades populistas con Trump: puede tenerlas o no, pero sabe que perdió y es un hombre político. La principal clave de lectura la aportó él mismo: sus recuerdos de la disputada elección presidencial en 2006 influyeron de manera decidida en su posición. De ello se deriva que López Obrador no quiere dejar sentado el precedente de que se avala ningún tipo de influencia internacional –mucho menos de Estados Unidos– en los procesos electorales de otros países: este sería el principal interés nacional a resguardar, desde su perspectiva. En el camino, puede argumentar también que esto es lo mejor para México en la medida en la que Trump tiene por delante 2 meses potencialmente destructivos hasta que deje el cargo.

Aunque, sin duda, la defensa de la autonomía política de nuestro país es un valor crucial, en este caso la visión del Presidente se antoja estrecha: no se trata de la derrota de cualquier presidente, sino de Trump, quien ha sido una fuerza destructiva de todos los valores civilizatorios, un azote para México y para los paisanos que viven del otro lado de la frontera. Disociarse simbólicamente de él también habría sido una manera de defender el interés nacional.

Finalmente, aunque este sea un error político, tampoco provoca un daño irremontable a la relación bilateral. Los demócratas no están contentos y toman nota, el arranque con el gobierno de Biden será innecesariamente tirante. No obstante, la dinámica de la relación México-Estados Unidos depende de cosas mucho más estructurales que un gesto diplomático. Tendremos enfrente a un gobierno más institucional que el trumpista y a un inquilino de la Casa Blanca que no se guiará por su ego. Si la colaboración en los temas relevantes despega, los demócratas olvidarán muy pronto este capítulo.

NATALIA SALTALAMACCHIA ZICCARDI es profesora en el Departamento de Estudios Internacionales del ITAM. Sígala en Twitter en @NataliaSaltalam.

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One Response to México y el reconocimiento internacional del triunfo electoral de Biden

  1. Ana Pérez Luzuriaga dice:

    Me parece un excelente análisis. Comparto todos sus terminas. Siendo que conozco a su autora desde pequeña, me enorgullece su sensatez.

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