Los cinco cerditos de Agatha Christie versión Unión Europea

25 julio, 2019 • Artículos, Europa, PJ Comexi, Portada • Vistas: 3046

CC-BY-4.0. European Union 2019 – EP

Elena Curzio Vila

Julio 2019

Una colaboración del Programa de Jóvenes del Comexi

El contexto europeo, dominado por un brexit incierto y una grave crisis del sistema de partidos, presagiaba que la Unión Europea experimentaría grandes cambios. Los electores mandaron un mensaje claro en mayo de 2019, sin embargo, el tratamiento político del voto popular en las elecciones europeas ha demostrado que hay cosas que no cambian con rapidez a pesar de las tormentas circundantes. Los comicios dejaron al descubierto la resistencia al cambio de las principales fuerzas políticas que algunos llamarán resiliencia y otros una numantina resistencia de la arquitectura continental.

Los acontecimientos de los últimos años, como el brexit, la crisis migratoria, la complicada situación económica y la creciente preocupación por el cambio climático, han despertado del letargo a un gran número de votantes. Usualmente las elecciones europeas no despertaban pasiones, pero en esta ocasión se registró un cambio. Con la participación más alta de los últimos 20 años (50.5% de la población), adquirió un mayor perfil el debate sobre qué es y qué debe (o no debe) ser Europa, más allá de las pobres campañas de los eurodiputados. El tema tuvo eco entre un electorado cada vez más involucrado con el futuro de la Unión y cada vez más proclive a alejarse de los partidos políticos más tradicionales.

Una vez computados los votos, queda claro que dos fantasmas recorren Bruselas: el del declive de los partidos tradicionales y el del atrincheramiento de la eurocracia. Consideremos los números. Los resultados de la legislatura 2019-2024 del Parlamento Europeo sacudieron a la clase política pero la coalición gobernante ha logrado conservar buena parte de sus tradicionales cuotas de influencia.

Vale la pena considerar que la configuración del Parlamento Europeo no responde a una suma de las políticas nacionales. Es común ver disonancias en los resultados de elecciones a nivel nacional en cada uno de los veintiocho Estados miembros y también a nivel europeo, puesto que las reglas del juego no son las mismas. Los 751 asientos del pleno se reparten entre los Estados mediante un sistema de proporcionalidad. La distribución de escaños a nivel nacional se rige por la legislación de cada uno de los veintiocho. Vemos cada vez más resistente un multipartidismo que divide el poder y ha dado voz y peso a partidos que han ido ganando espacios.

Como es sabido, los partidos ganadores forjan alianzas entre aquellos que se consideran más afines. La más fuerte de estas familias subsiste a la derecha del espectro político y es la del Partido Popular Europeo (PPE), que pese a los oscuros presagios de algunos encuestadores se mantiene como la primera fuerza política del Parlamento Europeo. Los populares son testigos de lo que podría implicar perder presencia, como la ha perdido su némesis, la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas (S&D), segunda fuerza política. Los S&D pierden en estos comicios más de treinta asientos y son los grandes afectados.

Los acontecimientos de los últimos años, como el brexit, la crisis migratoria, la complicada situación económica y la creciente preocupación por el cambio climático, han despertado del letargo a un gran número de votantes.

Los dos grandes ganadores son la alianza de Los Verdes/Alianza Libre Europea, con 22 asientos más que en la anterior legislatura y control del 10% del Parlamento Europeo, y en segunda instancia los liberales y demócratas que, en la presente legislatura, se asocian con el partido de Emmanuel Macron y forman el grupo Renovar Europa. Esta familia obtiene casi 40 asientos más y se consolida con 108 escaños como la tercera fuerza política. Esto es un golpe brutal para los S&D a quien Renovar Europa y Los Verdes le ha comido una importante parte de su clientela.

Al otro extremo del espectro político, las urnas hicieron eco del gran apoyo que tiene hoy el movimiento de extrema derecha de Matteo Salvini en Italia y el de Marine Le Pen en Francia. Pese a no contar con el apoyo del partido brexit de Farage, conforman el grupo Identidad y Democracia con 73 de los 751 asientos. Esto es sintomático de un apoyo cada vez más extendido y consolidado a la disidencia del proyecto europeo y representa un dolor de muelas cada vez mayor para una clase política europea del que hoy son parte.

El número de eurodiputados que quedaron sin afiliación se triplicó. Forman este colectivo el movimiento italiano Cinque Stelle, cuyo aislamiento sorprende tras la inusitada popularidad que tuvieron al inicio del anterior quinquenio, los brexiteers y los asientos de los independentistas catalanes que queda por ver si podrán asumir sus cargos.

La repartición del pastel

El pastel europeo se corta en cinco grandes rebanadas: la Comisión, el Consejo Europeo, el Parlamento, el Banco Central y el Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. El Tratado de Lisboa de 2007 dio al Parlamento Europeo (única instancia elegida directamente por los ciudadanos) poder de decisión conjunta con el Consejo de la Unión Europea con el fin de crear candados que aseguraran transparencia, eficiencia y representatividad.

Pese a no haber regla escrita sobre el procedimiento de elección del presidente de la Comisión, todo parecía indicar que el precedente sentaría una práctica que, con el tiempo, se convertiría en costumbre: la del Spitzenkandidat. Para aquellos menos versados en la «sencillez» de la lingüística teutona -la traducción literal es «candidato favorito» -, en la jerga europea se entiende como el proceso mediante el cual cada familia política propone al Consejo su candidato. El Consejo, formado por los veintiocho jefes de Estado o de gobierno de los países miembros y, basándose teóricamente en los resultados de las elecciones, nomina a un candidato de la terna propuesta, mismo que deberá ser confirmado por el Parlamento Europeo.

El anuncio de Donald Tusk trae dos sorpresas: las propuestas de nombramientos y la muerte del sistema Spitzenkandidat. ¿Qué prima en Bruselas el sumar en la construcción de un proceso más democrático o tener la pericia suficiente para conseguir control del mismo? La pregunta es retórica, pues a pesar del fútil intento por incorporar nuevos conceptos al léxico político, el principio rector sigue siendo: realpolitik.

Manfred Weber (del PPE) figuraba como favorito y, a pesar de que no cumplía con algunos de los requisitos inherentes al cargo (dominio del francés), su partido es la primera fuerza del Parlamento Europeo. Ni su gran opositor, el socialista Frans Timmermans, ni la Spitzenkandidat de los liberales, Margaret Vesthager, parecían tener el músculo necesario para conseguir mayoría. Pero en la política europea, como en el póker, el truco es no verse al final de la partida en un bad beat.

El uso de la vieja sapiencia política para que no les coman su rebanada del pastel resultó en una redefinición casi cosmética de los equilibrios políticos.

Al prever un posible veto a Weber y al buscar a toda costa no quedar fuera de combate, la mancuerna de líderes del PPE en el Consejo (catorce de los veintiocho jefes de Estado), capitaneada por Angela Merkel, decide dar al traste con el sistema Spitzenkandidat y saca su as de la manga: Ursula von der Leyen. Pese a su falta de experiencia en la burbuja europea, Von der Leyen (que es la discípula más cercana a Merkel) se ha desempeñado como Ministra de tres carteras en Alemania, entre ellas la de Defensa. Su nominación a la presidencia de la Comisión fue apoyada por los líderes europeos, salvo por su propio país, que se abstuvo. Von der Leyen es un sólido miembro de la de la Unión Cristianodemócrata y no cuenta con el apoyo del partido con el que gobierna en coalición Merkel (Partido Socialdemócrata), por lo que se ha visto obligada a seguir la tradición de sapiencia alemana de ganar perdiendo: sin pronunciarse, pero con su candidata victoriosa. Su nombramiento fue ratificado en el Parlamento Europeo por el mínimo necesario. Inicia ahora la negociación de los nombramientos de comisarios (hay uno por cada país de la Unión) que formarán su gabinete.

A la cabeza del Consejo Europeo estará el belga Charles Michel, a quien no hay que perder de vista. Michel es cercano a Macron y figura como hombre discreto, europeísta convencido y partícipe de la estrategia planteada por el eje franco alemán de defender a toda costa el proyecto europeo. La elección de Michel encarna un punto de encuentro: los países más fuertes ven en el belga alguien con quien hacer tándem, y los más pequeños un cómplice abierto al diálogo, pues esperan que sea él quien vire el timón del barco.

La terna de la eurocúpula la completa Christine Lagarde, Exdirectora del Fondo Monetario Internacional, quien reemplazará a Mario Draghi a la cabeza del Banco Central Europeo, y Josep Borrell como Alto Representante. Bruselas tiene la confianza de que Lagarde, formada en Estados Unidos, sabrá lidiar con Donald Trump. Es sin duda una de las mujeres más influyentes del mundo, pero la sospecha es que la francesa quedará en el cargo hasta que se activen los motores de las campañas de candidaturas al Elíseo de París. Veremos.

Por su parte, la designación de Borrell responde a los compromisos alcanzados con los españoles. La prioridad absoluta para España es encapsular el catalanismo. Pedro Sánchez, que al cierre de esta redacción no había formado gobierno, es el gran líder socialista europeo y afianza su presencia con un peso pesado como Borrell. Con la pérdida de asientos de Labour a raíz de brexit, recae sobre Sánchez, de la mano de David Sassoli, quien preside el Parlamento Europeo y los alemanes (segundo bastión socialista) la articulación de la estrategia socialista europea. Europa manda al mundo una señal de habilidad y experiencia frente a un escenario internacional cada vez más convulso.

El segundo de los fantasmas itinerantes en la capital de Europa es el del atrincheramiento. A pesar de las sacudidas y de los bamboleos, Europa la gobiernan Alemania, España y Francia. El uso de la vieja sapiencia política para que no les coman su rebanada del pastel resultó en una redefinición casi cosmética de los equilibrios políticos. Con una cuota generacional e ideológica fuerte, pero con un atrincheramiento irrefutable. Es digno de mención ver paridad en términos de género. A reserva de la repartición de los demás altos cargos, en la cúpula hay equidad, algo que había sido, hasta hoy, inexistente.

La clase política europea lo consiguió nuevamente, pero queda por ver si esto será suficiente para darle impulso a la Unión Europea. El acontecer del futuro europeo es un misterio que dejaremos que lo resuelva el tiempo y si todo fracasa, sabemos que podemos dejarlo siempre en manos de Hércules Poirot.

ELENA CURZIO VILA es maestra en Geopolítica por el King’s College London y en Seguridad Internacional por la University of Warwick. Es licenciada en Relaciones Internacionales por la University of Essex. Es miembro del Servicio Exterior Mexicano y estuvo adscrita a las embajadas de México en los Países Bajos y Nueva Zelanda. Actualmente es agregada de prensa en la Misión de México ante la Unión Europea. Sígala en Twitter en @elenacurzio.

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