Batallas narrativas: ¿una expresión de la crisis de la democracia?

9 enero, 2020 • Artículos, Asuntos globales, Latinoamérica, Portada • Vistas: 7573

La Razón

Juan José Salgado Ávila

Enero 2020

Es casi un consenso mundial la idea de que la democracia atraviesa por uno de los momentos más complicados de su historia. Muchos identifican la raíz de la crisis en que, como sistema de elección de representantes, se ha convertido no solo en un mecanismo de legitimidad para las posiciones políticas más violentas e intolerantes; sino, además, porque empodera posiciones políticas que parecieran significar una amenaza para ella, sus instituciones y mecanismos. Es esto último la máxima expresión de la crisis. El éxito electoral de estas facciones, muchas de ellas ultranacionalistas, parece radicar en su capacidad para desarrollar e instaurar narrativas en la sociedad, creando valores, creencias y convicciones con ayuda de las herramientas tecnológicas y los nuevos canales de información.

El internet y las redes sociales se han convertido en parte fundamental del escenario en que se lleva a cabo la competencia democrática. Estas se han hecho el medio preferido para la transmisión de mensajes de forma masiva, la capacidad de emitir mensajes instantáneos sin ningún control ni verificación las convierten en las herramientas preferidas para intentar instalar narrativas. Esto sin la necesidad de generar consensos entre élites, ni acuerdos previos, ni una fuente exclusiva o institucionalizada de financiamiento, esperando tener réditos electorales, muchas de ellas exaltando las diferencias con el “otro”.

¿Qué es democracia?

Una primera aproximación es entenderla como el sistema por medio del cual se le da acceso al ejercicio del poder a ciudadanos integrantes de una sociedad por la vía de la competencia electoral y la estructura de instituciones físicas y normativas que se construyen para tal fin. Es decir, la democracia entendiéndola como un mecanismo de elección de representantes que no reivindica ni garantiza el éxito programático de estos en el gobierno.

Entonces si la democracia es toda la construcción de la estructura institucional por medio de la cual se garantiza el acceso ciudadano al poder, sin discriminación, para ser un gobierno democrático no solo se necesita salir victorioso en la competencia electoral, sino que, ya en el ejercicio del poder, muestre su compromiso con mantener vigente esa construcción institucional. Para ello, según Robert Dahl en La poliarquía, habría que responder a las preferencias de los ciudadanos sin establecer diferencias políticas entre ellos; asegurar la oportunidad de que formulen sus preferencias, de manifestarlas públicamente entre sus partidarios y ante el gobierno, individual o colectivamente, y, por último, garantizar que no discriminará a nadie por causa u origen de tales preferencias.

Con esa percepción de democracia en mente, es posible avanzar con otro aspecto relevante de su funcionamiento: su financiamiento. Si bien el Estado tiene una amplia responsabilidad en la mantención de la estructura democrática, existe un amplio debate sobre la participación de los privados en el financiamiento de los políticos o partidos con los que simpatizan o que ofrecen la implementación de política pública que satisfaga sus intereses.

La construcción narrativa es una estrategia utilizada por las élites nacionales e internacionales, económicas y políticas, para mantener su hegemonía en la estructura social.

La democracia representativa se convirtió en un mecanismo en el que las altas élites políticas y los grandes capitales imponen condiciones: construían narrativas y ejercían el poder a través de unas pocas personas que pasaban años estudiando teorías políticas y económicas en las mejores universidades del mundo occidental a las que se les había encargado la tarea de asignarle valor a ciertos símbolos, en occidente se fue más allá y se les llamó bienes públicos y luego bienes públicos globales. Ese pequeño grupo tenía el privilegio de crear y controlar absolutamente el imaginario político colectivo por medio de todos los medios disponibles.

La forma en que se transmitió la ideología estuvo concentrada en manos de dos actores principales: los empresarios dueños de los medios de comunicación y el Estado. Por más de un siglo, las élites han asegurado democráticamente la permanencia en el tiempo de la estructura social en la que, por supuesto, se encuentran en lo más alto, y tener el control de los medios de comunicación era fundamental para conseguirlo. Explotar el recurso mediático era la manera más redituable de implantar ideologías en la sociedad a partir de la transmisión, sin posibilidad de réplica, de narrativas construidas con anuncios, programación televisiva y de diarios, notas impresas, artículos de opinión de comentaristas relevantes, entre otros.

¿Cómo se construyen narrativas?

La construcción de narrativas es determinante para mantener vigentes hegemonías y ha sido utilizada por las élites gobernantes (políticas y económicas) a diestra y siniestra. La Guerra Fría fue su época dorada. Aquí es posible identificar varias de las características que tiene este proceso, teniendo en cuenta que el objetivo último es buscar el consentimiento social y, por supuesto, persuadir a la opinión pública de estar de su lado. El primer elemento es la definición del enemigo. Saber quién es el enemigo justifica el rumbo que se tiene que tomar (en el caso de la Guerra Fría, los enemigos eran, para la Unión Soviética, Estados Unidos, y viceversa). Después, es trascendental presentar símbolos y valores que definan el proyecto y que sean fácilmente asimilables para la masa: capitalismo, libertad individual, democracia, por un lado. Comunismo, solidaridad, liderazgos comunitarios, por el otro. Por último, la forma en que se representan y transmiten estos símbolos para masificarlos, desde lo enseñado educación básica, la construcción cultural por medio de la literatura, el cine, la música, el folclor, hasta las campañas de propaganda mediática mundialmente compartidas.

Entonces, la construcción narrativa es una estrategia utilizada por las élites nacionales e internacionales, económicas y políticas, para mantener su hegemonía en la estructura social. Además, intentan tener control total sobre el imaginario político colectivo construyéndolo a partir de identificar un enemigo, dar valor a ciertos símbolos y utilizando todos los medios a su disposición para representar y transmitirlos. Teniendo en cuenta que conseguir el poder ideológico y cultural es anterior a la consecución del poder político.

¿Cuál crisis?

Ahora, corresponde empezar a describir la crisis e identificar los elementos que la constituyen, además del papel que juegan los nuevos nacionalismos y otras expresiones extremistas en ella. Primero, ¿qué es lo que nos hace pensar, en la generalidad social, que la democracia está en crisis? Respuestas diversas se pueden encontrar entre la gente: algunos creen que es por la pérdida de confianza en la clase política o la pérdida de representatividad de los partidos políticos; considerando la relación inherente entre la democracia y los agentes económicos, la crisis puede verse interpretada en la pérdida de credibilidad en esos agentes; los resultados controvertidos alrededor del “mundo democrático”; entre otros.

La crisis de la democracia no pasa por quienes ganan las competencias electorales para ejercer el poder como sus representantes pues, como se mencionó, asegurar que todas las expresiones políticas tengan derecho de ser expresadas es parte de lo que hace democrático a un gobierno. La crisis radica en el riesgo que implican esos proyectos políticos para la permanencia de la democracia y de todas sus instituciones, como el mecanismo por medio del cual los ciudadanos pueden acceder al poder.

Es indispensable tener en cuenta que el escenario en el que se lleva a cabo la democracia ha cambiado significativamente en los años. Uno de los factores más disruptivos en el ambiente democrático es la relación que tiene la sociedad con la tecnología, la irrupción de la era digital y los cambios que suponen para la cotidianeidad social, especialmente en la forma en que obtiene y comunica información. La capacidad que existe en el ambiente digital para esparcir nuevas ideas y concepciones es infinita; se potencia el alcance de los mensajes y, por lo tanto, su posibilidad de arraigo entre la gente. Termina completamente con la exclusividad de las élites para generar narrativas o crear símbolos; se diversifican los actores con posibilidad de involucrarse en la creación de narrativas y, por último, no exige preparación alguna construir símbolos, ni para transmitir los símbolos de otros ni para nada.

Las redes sociales y otras herramientas digitales han conseguido asegurar la oportunidad de que los ciudadanos formulen sus preferencias, de manifestarlas públicamente entre sus partidarios y ante el gobierno, individual o colectivamente y garantizar que no discriminará a nadie por causa u origen de tales preferencias. En otras palabras, han democratizado la democracia y, aparentemente, no estaba preparada para tal fenómeno.

Las batallas narrativas

Las redes sociales son un campo de cultivo para sembrar ideas y fertilizarlas con información errónea, noticias falsas, datos interpretados a conveniencia. Se crean narrativas por medio de falsedades, algunas veces hasta ridículas, compartidas masivamente a través de ellas, se les asigna un valor a símbolos construidos sobre cimientos falsos, no razonables, sin capacidad argumentativa, etc. Tiene más valor un meme que un artículo académico y, por su alcance, será más determinante para tomar la decisión de por quién votar. Los memes, la edición de fotografías y de videos o su descontextualización, se han convertido en herramientas para comunicar, pero también en símbolos por sí mismos, que cada vez tienen más valor “informativo” y formativo para los receptores.

No todo es negativo para la democracia con la disrupción de las redes sociales y de otras herramientas, pues también permiten una comunicación directa de los ciudadanos con las élites, facilita la capacidad organizativa de la sociedad civil y magnifica la escala de los movimientos, les da la posibilidad de convertirse en globales en horas. Estas capacidades que gana la sociedad civil sirven para reforzar su poder para relacionarse con otras unidades de la estructura social y les ha permitido ocupar cada vez más espacios de la agenda global.

La democracia no está en crisis; la democracia, en los términos en que está planteada, es crisis.

Ahora bien, para encarar las batallas de narrativas es fundamental identificar a un enemigo, al otro. Es una estrategia utilizada frecuentemente en el escenario internacional y nacional, no obstante, en este último es particularmente arriesgado, pues en la construcción de la narrativa será inevitable generar polarización social. El caso brasileño es buen ejemplo: los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y de Dilma Rousseff, generaron un programa comunicacional que tenía como principal objetivo consolidar su proyecto político que veía por la generación de política pública en favor de los más pobres de Brasil. Con la consolidación de un proyecto en extremo contrario, como lo es el de Bolsonaro, no quiere decir que los brasileños pasaron de ser de izquierda a extrema derecha en unos años, sino que dejaron de sentirse representados por el proyecto del Partido de los Trabajadores (PT) y por los símbolos que enarbolaron.

La estrategia narrativa de Bolsonaro incluía el destrozo de los símbolos creados y fortalecidos durante 15 años por los gobiernos del PT, así que necesitaba una campaña mediática importante, quizá la más grande en la historia de Brasil. Necesitaba transmitir su mensaje y lo único con el alcance y rapidez necesaria para conseguirlo eran las herramientas digitales, explotar al máximo las redes sociales, y lo consiguió.

El escenario parecía perfecto. El enemigo era fácil de identificar: el proyecto petista y los gobiernos que lo encabezaron. Ya identificado, Bolsonaro no necesitó mucho más para empezar a encender su campaña, las fallas en los gobiernos de Lula da Silva y de Rousseff le daban material para construir una narrativa: etiquetó al PT y a la izquierda brasileña como corruptos, y les achacó la crisis política y económica. A partir de ahí, construyó sus propios símbolos para “revertir la época de decadencia en la que los había metido el PT”; utilizó la exaltación de los tiempos de dictadura para justificar políticas mano dura, el valor y la necesidad de la iniciativa privada, entre otros. Las ideas de Bolsonaro lo hicieron muy popular, sobre todo después del ataque que sufrió durante la campaña en Minas Gerais, que lo mantuvo fuera de los espacios públicos por unos días. Su proyecto político se disparó se convirtió una de las personas más seguidas en redes sociales de todo Brasil.

Más adelante, se identificó la creación de millones de datos falsos, redes de información bien armadas alojadas en servidores físicos y virtuales alrededor del mundo. Para difundir este tipo de información Whatsapp era la plataforma ideal, pues no tiene filtros, no está auditada por ninguna autoridad ni estatal ni privada y garantiza la privacidad de las personas que comparten información y de la información que está siendo compartida. Fue por medio de esta red social que se lanzó el mayor contenido falso. Era tan redituable que se especulaba que había empresarios comprando paquetes de mensajes para poder contribuir a través de este medio con el descredito del PT y de su proyecto incurriendo en prácticas que podrían violar la ley electoral brasileña.

Su campaña fue exitosa, la narrativa que construyó funcionó para desarraigar el legado petista de las personas en un número suficiente para conseguir un resultado electoral a su favor. Fue por medio de la democracia que un personaje con una narrativa que enarbola a las dictaduras militares con un sentido “corrector”, intolerante con las minorías y sus expresiones, que frecuentemente hace comentarios homofóbicos, claramente reivindicador de los derechos (privilegios) de las élites político-empresariales, llego al poder.

Conclusión

En resumen, no es que la democracia esté pasando por un momento especial de crisis, la democracia está cooptada y vive en una constante crisis inducida por las élites económicas y políticas más grandes del mundo, que, ante la amenaza que supone perder el monopolio de la generación de narrativas, han utilizado las herramientas más democratizadoras de la historia en su contra, generando conflictos narrativos cada vez más polarizadores y violentos. La democracia no está en crisis; la democracia, en los términos en que está planteada, es crisis.

JUAN JOSÉ SALGADO ÁVILA es licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y maestro en Estudios Internacionales por la Universidad de Chile. Es fundador de la asociación civil Nutrir para Vivir, A.C. y colaborador de la publicación digital Vociferante. Sígalo en Twitter en @juanjo9005.

Tags:, , ,

2 Responses to Batallas narrativas: ¿una expresión de la crisis de la democracia?

  1. Mary Delia dice:

    Que desolador…. El horizonte no promete un futuro esplendor…. Con la calidad de educacion que reciben nuestros hijos. Difícilmente podrán discernir y darle el verdadero peso, que tienen las campañas digitales…
    ¿Que contrapeso existe para contrarrestar mensajes malintencionados?….

  2. José Luis Martínez Mejía dice:

    Maestro Salgado, excelente reflexión, muy adecuada a lo que viven muchos países en la actualidad incluido el nuestro. ,muchas gracias por publicarla,

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Cargando…