Irak: el funeral de las identidades nacionales

1 junio, 2014 • Artículos, Medio Oriente, Portada, Sin categoría • Vistas: 6455

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Junio 2014

El Medio Oriente es el lugar al que va a morir el periodismo. Esta región desafía diagnósticos y prospectivas, e intentar comprender su complejidad por medio del reduccionismo e inmediatez de la prensa es labor de Sísifo.

Getty Images

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A lo anterior, deben añadirse dos factores que dificultan aún más el análisis. El primero, que las fuentes directas de los acontecimientos responden a sus propios intereses, lo que torna extremadamente difícil dilucidar qué sucede a ciencia cierta, problema incluso para los propios gobiernos de la zona. El segundo factor es que para un mismo hecho existen dos o más narrativas que no son excluyentes la una de otra: la guerra civil de unos son actos terroristas para otros, el Estado de derecho es en realidad un aparato ilegal de detenciones y tortura, las pugnas políticas son más bien recreaciones metafísicas de añejas discrepancias religiosas.

En el caso específico de Irak, si atendemos los medios de comunicación, a principios de junio un ejército de fundamentalistas proveniente de Siria invadió y sometió a la segunda ciudad más grande en su pretendida ruta triunfal hacia la capital. Pero una disección somera de este postulado no arroja sino asunciones simplistas.

Al-Alam

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No sobra comenzar con el argumento de que Irak, desde hace 40 años, es una zona de guerra. En este contexto de mera supervivencia, es comprensible que el gobernante en turno acapare el poder, los recursos y el monopolio de la violencia para servir a los suyos. El actual Primer Ministro, Nouri al-Maliki, desde el primer día de su ejercicio en 2006 (apenas en abril pasado fue reelecto para servir un tercer periodo, en medio de no pocas controversias), ha ejercido sistemáticamente todas las prerrogativas del buen tirano: corrupción, nepotismo, abuso de poder, represión y suficientes maniobras políticas poco o nada transparentes para ganarse el rechazo de todos los grupos políticos, excepto el suyo.

Apenas en diciembre de 2013, una serie de protestas pacíficas en la provincia de Anbar fueron calificadas, a la Assad, como «terrorismo extranjero» y aplastadas. Este torpe movimiento, quizá el momento en que al-Maliki perdió definitivamente las riendas del país, tornó en abismo la brecha política entre sunitas y chiitas, y terminó por inclinar a aquellos grupos opositores al gobierno central, que no lo habían hecho, a la vía armada.

Archivo

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En lo que respecta a la división entre sunitas y chiitas, esta refleja más el desequilibrio político y económico entre dichos grupos que diferencias teológicas insalvables. Tras fragmentarse el contrato social existente, llámese ciudadanía, burocracia secular o pertenencia al clan, tribu, etcétera, no es coincidencia que la religión emerja como una bandera de movilización.

Ahora, de entre los grupos opositores, el Estado Islámico de Irak y la Gran Siria (ISIS), sin ser el único ni el más articulado, y ciertamente no el más popular entre la población, destaca por su temeridad y brutalidad.

Este grupo, que en origen era un conjunto de milicias iraquíes que luego trasladaron su lucha a Siria para unirse al levantamiento en contra de Bashar al Assad, pregona la instauración de una quimera geográfica: un califato que abarque Irak y Siria y que, de acuerdo a sus estrategas, podría extenderse en cinco años hasta la India y Marruecos. Basado en un Islam fundamentalista, excluyente y anacrónico, busca purgar los territorios liberados de infieles (chiitas principalmente, pero también cristianos, sufíes, exfuncionarios de la burocracia de Sadam Hussein o cualquier otro sector opositor) y promover la virtud (obligatoriedad del Islam sunita, uso del hijab, etcétera) a la vez que, naturalmente, se apropian de los recursos naturales y el tejido económico.

Reuters / Ahmed Saad

Reuters / Ahmed Saad

Para contextualizar, es pertinente comparar las fuerzas del ISIS, acaso 10 000 combatientes, con otros grupos activos en Irak, como el Consejo Militar de Tribus, que agrupa alrededor de 80 tribus sunitas de las que se derivan al menos 40 grupos armados; o el Ejército de la Orden de Naqshbandi, que agrupa a simpatizantes y exmilitares, probablemente 10 000, del régimen de Hussein. Además de estos dos grupos se estima que hay al menos una docena más con distintos grados de competencia militar.

¿Por qué entonces el ISIS emerge como la facción más visible? El único motivo es el monumental vacío de poder en el que opera. En efecto, este grupo no ha encontrado mayores dificultades para tomar Mosul y otras poblaciones menores a lo largo de la frontera con Siria, pero es cierto también que, hasta el momento, no ha tenido un solo enfrentamiento con el ejército iraquí.

Reuters /  Yaser Al-Khodor

Reuters / Yaser Al-Khodor

Se ha comprobado también que su avance ha sido auxiliado por grupos militantes afines, y ya dentro de las ciudades, la población civil tampoco ha mostrado una resistencia activa. Su presencia es tolerada, como sucede en las áreas de Siria que se encuentran bajo su poder, siempre y cuando sean capaces de proveer seguridad y servicios públicos.

Pero es de esperarse que este precario equilibrio se pierda pronto, una vez que el gobierno central u otros grupos insurgentes, o ambos, decidan poner fin al protagonismo de ISIS. Y este es el verdadero peligro: el surgimiento de hostilidades entre diferentes grupos insurgentes y enfrentamientos con el ejército iraquí, escenario en el que la población civil terminará por llevarse la peor parte.

AP

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En concreto, las operaciones militares de ISIS no son un acto aislado de insurgencia, sino un síntoma más de una enfermedad mayor. La atención de los medios de comunicación en este grupo oscurece las verdaderas razones del caos político, económico y social en Irak, entre cuyas consecuencias, la más grave es la animadversión sectaria. No es accidental que en las elecciones de abril, ningún partido haya presentado una plataforma transversal que apelara a todas las confesiones religiosas o políticas.

Más allá de los acontecimientos actuales, si se atiende como referencia el proceder de los últimos años del gobierno solo resta esperar que empeoren. Asistimos hoy en Irak, al igual que en Libia o Siria, a la desaparición de las estructuras que mantienen la preeminencia del Estado y dan sentido a las fronteras políticas.

AP

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No solo es la aparición de nuevas geografías que responden a líneas étnicas, tribales o religiosas (mención aparte merece la apremiante cuestión kurda), sino también de nuevas identidades que se construyen en las cenizas de los esquemas tradicionales. Las aspiraciones panárabes, los regímenes seculares de Hussein o al Assad padre, e incluso las identidades nacionales, son ya historia. Y para este cambio sistémico, desafortunadamente, no hay líderes ni ideologías a la altura. Todo lo contrario, las únicas ofertas de recambio son indiscutiblemente pedestres y excluyentes, desde El Cairo hasta Bagdad.

Por lo pronto, la sociedad iraquí queda a merced del poco o nulo entendimiento entre un régimen dictatorial y grupos insurgentes, muchos de ellos extremistas. Si desde el punto de vista interno esta situación se antoja complicada, con todos los elementos para una conflagración armada prolongada y una eventual fragmentación del país, baste añadir a la ecuación los intereses y exigencias de los países vecinos y las potencias extraregionales. La prospectiva no es alentadora, y será fútil encontrar sus causas o sus posibles derroteros en la prensa.

RODRIGO AZAOLA es egresado de la UNAM y del Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México. Es miembro del Servicio Exterior Mexicano y cónsul de la Embajada de México en Nueva Zelanda. Así como profesor en la Universidad Victoria de Wellington.

 

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