Diez ideas equivocadas sobre el poder suave

23 noviembre, 2017 • Artículos, Asuntos globales, Portada • Vistas: 21604

Evevine

César Villanueva

Noviembre 2017

Hay un consenso general en la literatura internacional sobre los significados afirmativos del poder suave. La definición es ya un clásico en las Relaciones Internacionales: «la habilidad de un país de persuadir a otros de hacer lo que quiere o necesita, sin tener que acudir al uso de la fuerza o la coerción». Creo que ha habido ya un buen debate en torno a estos asuntos en foros especializados (Bially Mattern, 2005; Barnett & Duvall, 2005; Wilson III, 2008;) y en otros que no lo son tanto (Naim, 2015; Férnandez, 2015), en casi todas las lenguas importantes. El poder suave llegó a las ciencias sociales para quedarse, pues es una categoría pivote de las Relaciones Internacionales y de la Ciencia Política. Su universalidad es más clara que nunca. Es uno de los cinco conceptos más citados en las bases de datos académicas en ciencias sociales, uno de los más abundantes en las búsquedas algorítmicas predictivas de buscadores y navegadores digitales, así como una «categoría pilar» en las Relaciones Internacionales, de acuerdo a enciclopedias y diccionarios especializados. Joseph S. Nye Jr. está entre los principales académicos más referidos en la disciplina a la par de Robert Keohane, Alexander Wendt y Kenneth Waltz. En otras palabras, a todos los que nos interesan estos temas sabemos de qué hablamos y a quién nos referimos cuando mencionamos el poder suave.

Para no caer en el lugar común, quisiera aquí referirme precisamente a aquellas cosas que no son poder suave, para que por medio de un método inverso inspirado en Paul Feyerabend o la posición de «impensar las ciencias sociales» de Immanuel Wallerstein, lleguemos a un entendimiento de estos temas desde una óptica heterodoxa. Empezaré entonces por señalar en primer lugar que el poder suave no es una panacea de la política exterior, ni una varita mágica para solucionar malas imágenes y reputaciones de país, ni mucho menos un parche político para desviar la atención de problemas reales de un país. Hace algunos años, George W. Bush dijo en debates previos al inicio de su primer mandato como Presidente de Estados Unidos que: «somos un país que ama la libertad y si somos un país arrogante, nos verán de esa manera, pero si somos un país humilde, nos respetarán». Esta es una manera mecanicista de ver el uso del poder suave y de ninguna manera ayuda a entender lo que en realidad hace esta categoría. Puede haber países arrogantes frente a ciertos temas, que son de una enorme simpatía para la comunidad mundial, como el cambio climático, y eso formará una reputación y respeto en los demás. Se puede ser pusilánime en temas insustanciales, como la llegada de seres extraterrestres a nuestro planeta, y por supuesto, eso no acarreará mayores costos para nadie.

De eso deviene la segunda suposición: el poder suave no es de uso tan general como se piensa, ni aplica para todas los países de la misma forma. La manera como lo ha expuesto Joseph S. Nye Jr., el poder suave requiere de consideraciones muy precisas que no necesariamente ajustan a la mayoría de los Estados. En principio debe haber una legitimidad de acciones de política exterior, seguido de la presentación de valores admirables, para por último, referir a la capacidad de atracción de la cultura nacional. Uno no le puede pedir a países como Arabia Saudita, Francia, Guatemala o Nigeria, que la manera de hacer amigos es impulsar su poder suave de la forma en que lo hace Estados Unidos. El poder suave tiene que ver con la identidad nacional que sustenta una política exterior, con los valores que defiende y sus posibilidades de ser generalizables, por tanto opera de manera muy precisa en contextos nacionales específicos y situaciones bien estudiadas. Por ende, el poder suave no es un traje unitalla que se ajusta a todos los países.

Twitter de Alfonso Cuarón

En tercer lugar es importante hacer notar que el poder suave no se reduce a las industrias culturales o programas de entretenimiento únicamente. Hay personas que piensan en el poder suave como una categoría de la cultura popular y sobreestiman su capacidad para cambiar la imagen de un país. Alguna vez escuche decir a un profesor universitario que la mejor manera de cambiar la imagen de México en el exterior era impulsando las comedias televisivas, con sus historias y escenografías de ensueño tan populares en muchos países, y por supuesto, darle mayor visibilidad al campeón estrella de habla hispana, El Chavo del Ocho. ¡Vaya ocurrencia! Si bien, una fuente de poder suave puede ser el entretenimiento y la cultura, de ninguna manera se le puede dar la responsabilidad a programas o series televisivas del prestigio o reputación de un país en el exterior. Ni siquiera el Hollywood estadounidense tan influyente de las décadas de 1980 y 1990 hubiera producido los efectos simbólicos positivos para Estados Unidos en el exterior, sin las adecuadas acciones políticas del Departamento de Estado en los albores del mundo (Martell, 2011). Hubo que crear un discurso de corte cultural que construyera a Estados Unidos como el país locomotor que jalaba los vagones de la globalización.

La cuarta creencia equivocada que he escuchado en torno al poder suave es que basta con tener el dinero para ponerlo en marcha, con una buena campaña de medios internacionales, y la percepción del país cambiará radicalmente. En otras palabras, el dinero aplicado en grandes cantidades al poder suave cambia la imagen del país. Como acontece con las personas, las familias o los países, el dinero no compra prestigio y reputación. Puede producir fama inmediata, atención y reflectores, pero por sí mismo, no es garantía alguna de que la percepción de otros países cambiará positivamente. Hay muchos países, como Catar, China o Mónaco, quienes han invertido una buena cantidad de dinero en lo que han definido como su poder suave, y que apenas gozan de una aceptación o reconocimiento muy modestos entre los públicos de diversos países.

De esto mismo deriva una quinta falacia sobre el poder suave, y es la que afirma que esa estrategia de política exterior es una vil propaganda. Hay muchas maneras como el poder suave puede ser definido, pero en definitiva, la propaganda va más allá de cualquier estrategia operacional de política exterior. La propaganda se usa en momentos de mucha crispación y es la antesala directa a la guerra, o es la manera de continuar la guerra por medios simbólicos. El Reino Unido lanzó su campaña propagandística contra la Alemania del Tercer Reich en 1938, por medio del Ministerio de Información, específicamente establecido para contrarrestar mediante prensa, radio, posters, cine y libros, la campaña de denostación que había lanzado Adolfo Hitler contra los aliados. A estas acciones de propaganda contra la Alemania nazi se sumaron otros países, incluidos por cierto México, aunque de manera más modesta (Rankin, 2009).

Una sexta idea mal situada es aquella que afirma que el poder suave no es otra cosa sino el intervencionismo imperial de Estados Unidos. La crítica que se le hace al poder suave estadounidense se asocia a su visión del Destino Manifiesto y en el continente americano a la famosa Doctrina Monroe, que se ha interpretado como una especie de derecho de intervencionismo en la región (Krige, 2010). De la misma manera, en Latinoamérica existe una corriente «antiestadounidense» muy visible que basa sus argumentos en un antiimperialismo que data del siglo XIX y que se mantiene vigente en la actualidad. Sin embargo, el poder suave no es una visión ampliada del Destino Manifiesto ni un neoimperialismo estadounidense.

Una séptima noción es la que afirma que el poder suave es una estrategia de potencias ricas para ejercer un neocolonialismo en la era global. En esta posición encontramos un filón de crítica muy ideológica, semejante al punto anterior, que tiene esta vertiente basada en las relaciones de dominio y sujeción (Nisbett, 2016). Sin embargo, el poder suave es de hecho un enfoque anclado en la manera como se ve la política desde el mundo antiguo, específicamente con los griegos, quienes habían vislumbrado la importancia de la retórica y la poética en el campo de la filosofía. La Ciencia Política y los estudios sobre diplomacia contemporáneos hacen referencia a la capacidad argumentativa del poder. Desde una óptica discursiva, el poder suave puede enmascararse en posiciones neocoloniales y de supremacía occidental u oriental que se alejan del sentido más noble del término. Hoy en día, con los medios de comunicación tan avanzados que tenemos y la información de la que disponemos, es difícil atribuirle al poder suave la responsabilidad de ejercer un dominio cultural neocolonial.

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De la anterior deriva otra idea equivocada, la octava, que refiere al poder suave como una herramienta que no pueden usar países pequeños ni poseedores de un poder duro. Joseph Nye dedica un capítulo íntegro de su libro Soft Power a la discusión y refiere a múltiples actores que usan o han usado dicha estrategia con éxito, definiendo por ejemplo el poder suave del propio Vaticano, la pequeña Costa Rica o los países escandinavos, hasta referirse también a algunos actores no estatales de la época actual, como ciertas organizaciones no gubernamentales muy afamadas. Por supuesto que ayuda tener poder duro para instrumentar una política de influencia en el mundo, pero para Nye, esto no es una condición sine qua non.

La novena presunción equivocada es aquella que hace al poder suave equivalente con la diplomacia pública, definiendo ambos conceptos de forma semejante e intercambiable. A inicios de la década de 1960, Edward R. Murrow, entonces director de la Agencia de Información de Estados Unidos, definió la diplomacia pública como la comunicación dirigida no solo a los gobiernos extranjeros, sino principalmente a personas y organizaciones no gubernamentales. Ciertamente, por el desafortunado desliz de Edmund Guillion, mucha gente asocia a la diplomacia pública con la propaganda (Arndt 2008: 480). Sin embargo, lo que hemos visto en otros terrenos de la diplomacia pública británica, alemana o chilena, tienen connotaciones que son mucho más actuales e interesantes. En términos tradicionales, las tres áreas que trabaja la diplomacia pública son la comunicación cotidiana, después viene la comunicación estratégica y finalmente los contactos de largo aliento con actores clave en el exterior (Nye, 2010). Estas solo son parte de una estrategia de poder suave, que en general es una sombrilla que agrega otros elementos como la diplomacia binacional y multilateral, la cooperación internacional o incluso, estrategias como marca país.

La última y décima inferencia errónea es aquella que hace al poder suave un equivalente de la diplomacia cultural. De manera semejante a lo descrito anteriormente, la diplomacia cultural no es un concepto intercambiable con poder suave, ni es subsumible a la diplomacia pública. Yo he sido un defensor de una diplomacia cultural con un corte más cosmopolita (Villanueva, 2007) definiéndola de diversas formas: la diplomacia cultural es la forma como un país puede generar relaciones de confianza, reciprocidad y amistad con otras más, al colaborar y compartir intereses comunes, insistiendo en la relevancia de los valores nacionales propios, enmarcados en la relación con las personas por medio de intercambios educativos, artísticos y científicos, entre otros. En otras palabras, la diplomacia cultural tiene un fin generalmente más desinteresado y separado de las necesidades apremiantes de la política exterior y el poder suave, aunque sin perder de vista que este es un elemento de entendimiento muy valioso.

CÉSAR VILLANUEVA RIVAS es doctor en Ciencia Política con especialidad en Diplomacia y Cultura por la Universidad de Växjö-Linnaeus, Suecia. Su línea de investigación se centra en el estudio de las diplomacias pública y cultural, poder suave y la imagen de México en el mundo. Es profesor-investigador en la Universidad Iberoamericana, además de coordinador de la licenciatura en Relaciones Internacionales. Es editor de la serie «Governance, Development and Social Inclusion in Latin America», y miembro del Consejo para la serie «Public Global Diplomacy» de la University of Southern Califronia, de la editorial Palgrave MacMillan. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores Conacyt. Sígalo en Twitter en @diplomaciaibero.

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7 Responses to Diez ideas equivocadas sobre el poder suave

  1. Armando López Fernàndez dice:

    Extraordinario artículo. Felicidades al autor. Saludos

  2. Iskandar kjellberg dice:

    De los mejores análisis que he visto, de verdad es una explicación extraordinaria

  3. […] 10 Entendiendo como “poder suave” a la habilidad de un país de persuadir a otros países para lograr hacer lo que quiere o necesita, sin tener que acudir al uso de la fuerza o la coerción. En este caso sería de contrarrestar lo que el gobierno de EU dice en su contra. Para más información se sugiere consultar: https://revistafal.com/diez-ideas-equivocadas-sobre-el-poder-suave/ […]

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