No es el primero y, por fortuna, no será el último. Crece y se multiplica el acervo bibliográfico de las Relaciones Internacionales. En plena temporada de confinamiento, tres conocidos académicos de las Relaciones Internacionales en México —Rafael Velázquez, Jorge A. Schiavon y Dámaso Morales— emprendieron un proyecto editorial que se materializó en una obra colectiva y plural en más de un sentido: Los clásicos de las Relaciones Internacionales. Dividido en cuatro grandes partes (clásicos antiguos y posclásicos, primeros internacionalistas, los consolidadores de la disciplina y los contemporáneos), el proyecto reúne a 54 autores —incluidos los compiladores— que abordan a igual número de autores clásicos y contemporáneos de las Relaciones Internacionales siguiendo una misma estructura: una introducción, que proporciona las coordenadas históricas en las que se ubican los autores analizados; una reseña bibliográfica que recupera las obras más destacadas y ofrece un breve perfil del autor examinado; las principales aportaciones de los teóricos incluidos, que es la parte más sustantiva, y una reflexión final sobre la trascendencia del autor y su obra, y sobre su articulación con las Relaciones Internacionales. Todo en no más de cinco cuartillas.

Además de la pluralidad de los académicos que abordan a los clásicos de la disciplina, esta obra es plural también por las organizaciones e instituciones de educación superior públicas y privadas que concurren en su edición: la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales, el Centro de Investigación y Docencia Económicas y la Universidad Autónoma de Baja California. Un afortunado esfuerzo editorial colectivo que contribuye a llenar uno de esos vacíos en los estantes de la biblioteca nacional de Relaciones Internacionales, en la medida en que apuntala uno de los flancos más relevantes, pero por años poco atendidos, en la formación de los internacionalistas del país: la instrucción teórica. 

De entre los aciertos de esta obra se pueden destacar tres, por lo menos, no necesariamente en orden de importancia: 1) su vocación pedagógica, que se expresa de múltiples formas, como un libro escrito por maestros para sus alumnos; 2) su apuesta por lo que podemos denominar el canon teórico de las Relaciones Internacionales, es decir, un conjunto de autores y obras de lectura obligada, y 3) su énfasis teórico, que presenta las aportaciones de los autores como herramientas para entender y explicar el mundo. En la obra no solo se dan cita autores y teorías, sino épocas y circunstancias históricas, capítulos completos de la historia universal, infaltables, todos, en la cultura de los internacionalistas. Y no solo de ellos, porque este libro se dirige a todos los interesados en las circunstancias que les tocaron y en participar en la historia como ciudadanos del mundo que, como dijo Publio Terencio, definen su humanidad porque nada de lo humano les es ajeno.

Un libro, por último, que debe estar siempre presto, siempre a la mano, porque los clásicos son esos autores y esas obras infaltables que han desafiado y, en cierto sentido, han superado la tiranía del tiempo. En su capítulo sobre Antonio Gramsci, Francisco Fernández Buey escribe: “Un clásico es un autor que tiene derecho a no estar de moda nunca y a ser leído siempre”.