G. John Ikenberry
En este examen rápido de las tendencias geopolíticas y las situaciones críticas actuales se plantea una tesis llana: el mundo está convulsionado y la culpa es de la globalización. Los países se ensimisman, los pueblos se tribalizan, gana popularidad la idea de que solo se gana si el otro pierde y el proyecto de establecer un orden internacional abierto está fracasando. Ian Bremmer acepta que la globalización no ha sido del todo mala. Estimuló décadas de crecimiento económico y sacó de la pobreza a gran parte de la humanidad. Sin embargo -argumenta-, su impacto más profundo consiste en que ha generado inseguridad económica, ha menoscabado la solidaridad social y ha propiciado el advenimiento de una era de reacciones políticas violentas. El eje de los conflictos políticos ya no se extiende de izquierda a derecha ni está entre Occidente y «el resto»; ahora es entre las élites y los agraviados, individuos asustados que quieren que los protejan de los extranjeros, la competencia económica y el cambio tecnológico. La globalización ha cimbrado no solo a Estados Unidos y Europa, sino también al mundo en desarrollo, a economías como las de Brasil, México y Turquía. En la opinión de Bremmer, todos los países encaran una elección difícil: levantar muros o que ciudadanos y gobiernos renegocien para que las partes avancen en un mundo cada vez más interdependiente.