Andrew J. Nathan
La Revolución de los Tulipanes, que derrocó al presidente Askar Akayev en Kirguistán en 2005, entró al cuadro de honor de las «revoluciones de color». Pero Scott Radnitz argumenta que, en este caso, la sociedad civil no se rebeló espontáneamente para derrocar a una élite autoritaria. Por el contrario, las élites que no coincidían con el grupo gobernante movilizaron a sus clientes en las aldeas en un proceso que Radnitz ha denominado «clientelismo subversivo»: reemplazaron un régimen corrupto por algo que también resultó serlo y que, a su vez, fue destituido por nuevas protestas en 2010. Es irónico, pero las bases de esta revolución las establecieron las reformas políticas y económicas relativamente liberales del primer régimen kirguiso postsoviético, que permitió que las élites independientes echaran raíces en las aldeas. Radnitz escribe que en la vecina Uzbekistán, durante el gobierno de Islam Karímov, un régimen más estatista no permitía las élites autónomas. Cuando se produjeron las pro-testas populares en ese país, sobre todo en 2005, los movimientos permanecieron confinados y, en consecuencia, no lograron derrocar al gobierno.