Los golpes de Estado de entonces y los de ahora

4 julio, 2024 • Artículos, Asuntos globales, Latinoamérica, Portada • Vistas: 314

Rolling Stone

logo fal N eneEthan D. Ayala

Julio 2024

Una historia de entonces…

En noviembre de 1979, un Coronel del ejército boliviano se levantó en armas contra el presidente Walter Guevara, electo democráticamente. Aunque pareció que en un inicio Alberto Natusch se hizo del poder rápidamente, los golpistas no pudieron capturar al Presidente. Durante 16 días, estudiantes, obreros, campesinos y civiles resistieron a los militares golpistas por medio de una huelga general y de manifestaciones, bloqueos y actos de protesta. Con la Iglesia y el Congreso como mediadores, los militares llegaron a un acuerdo con la Central Obrera Boliviana (COB), que encabezaba la resistencia civil al golpe. Así, ni Natusch ni Guevara serían presidentes, pero se preservaría el orden constitucional nombrando en su lugar a la persona que presidía el Congreso, que era la siguiente en la cadena constitucional de mando. De un golpe violento, una buena noticia: Lidia Gueiler se convirtió en la primera Presidenta de Bolivia.

Durante la Guerra Fría, los golpes de Estado fueron un problema grave y generalizado para América Latina y el Caribe. Esta fue, con diferencia, la región en la que más golpes de Estado hubo, contando tanto exitosos como fallidos: 135 casos entre 1950 y 1989. Los datos provienen de la base de datos creada por los politólogos Jonathan Powell y Clayton Thyne. Dentro de ese grupo de países, Bolivia fue el más afectado, con 23 golpes en 40 años y una larga lista de militares deponiendo tanto a presidentes civiles, como a otros militares que antes que ellos tuvieron la misma tentación golpista.

En aquellos años de conflicto bipolar, llegar al poder de forma violenta e ilegal era muy común en el mundo ⸻y en particular en la región⸻, pues los incentivos estaban alineados para favorecer a gobiernos anticomunistas (incluso los golpistas) por encima de gobiernos democráticos (especialmente si olían a izquierda). El fantasma del comunismo que atentaba contra la tradición occidental y católica de Latinoamérica era el pretexto perfecto para que los militares quisieran salvar a su país y se impusieran sobre cualquier gobierno legítimo y uno que otro igualmente ilegítimo. Además, si eran eficientes, para cuando el resto del mundo se enterara al día siguiente del golpe de Estado, este sería ya un hecho consumado que no tendría vuelta atrás, dejando al resto del mundo sin otra alternativa que otorgarle su reconocimiento, dado el principio de no intervención o del uso extendido que tenía en la región la Doctrina Estrada, mal entendida muchas veces como una de “reconocimiento automático” de nuevos gobiernos.

Volviendo al caso de 1979, durante los 16 días en los que reinó la incertidumbre sobre quienes se impondrían finalmente, países como España, Estados Unidos o Venezuela decidieron posicionarse a favor de la democracia, mientras que únicamente Egipto reconoció al gobierno golpista. Natusch esperaba que sus vecinos lo apoyaran, pues la Bolivia de hace 45 años estaba rodeada de dictaduras militares: al sur, Augusto Pinochet en Chile y Jorge Rafael Videla en Argentina; al este, João Baptista Figueiredo en Brasil y Alfredo Stroessner en Paraguay, y al noroeste, Francisco Morales Bermúdez en Perú. Ni un solo civil. Ni un solo régimen que no hubiera sido impuesto por golpes de Estado. Pero ninguno se pronunció a tiempo, probablemente esperando al resultado final. Esa falta de apoyo internacional fue parte de lo que obligó al Coronel a sentarse a negociar su salida del poder, que en realidad nunca conquistó del todo.

Las circunstancias actuales

Hoy el mundo es diferente. El fin de la Guerra Fría es un hecho particularmente relevante para entender el fin del golpismo como estrategia política en Latinoamérica. Si en los 40 años transcurridos entre 1950 y 1989 hubo 135 casos, en los siguientes 35 años (1990-2024) solo han ocurrido 13, siendo los últimos los de Honduras en 2009, Bolivia en 2019 y Bolivia en 2024. El cambio es evidente a partir de la reconfiguración del sistema internacional sucedido entre 1989 y 1991 con la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética.

Pero la Guerra Fría no es el único factor a tener en cuenta. En otras regiones los golpes de Estado siguen ocurriendo con alta frecuencia. Solo en los últimos 5 años, de 2020 a 2024, se han dado 14 casos en África, por ejemplo. Entonces ¿qué otros factores entran en juego en Latinoamérica? En primer lugar, que ya no se consideran como una vía aceptable de llegar al poder. Aunque parezca mentira, la percepción regional compartida es importante para que los golpes de Estado triunfen o no. Así de frágiles siguen siendo las democracias. Por eso, muchos países han optado por incluir cláusulas democráticas en sus tratados internacionales o en las organizaciones regionales de las que forman parte. De ese modo, las instituciones políticas y la integración económica y comercial también ayudan a proteger la democracia. Esto llevó a que, por ejemplo, Honduras fuera suspendido como miembro de la Organización de los Estados Americanos tras el golpe de 2009 o que, luego del golpe de 2019, Uruguay solicitara la expulsión de Bolivia del Mercado Común del Sur.

Finalmente, otro elemento a considerar es el profundo impacto que dejaron en la región las masivas violaciones a derechos humanos perpetradas por las dictaduras golpistas en las décadas de 1960, 1970 y 1980. Para evitar que esos hechos volvieran a ocurrir, los países han procurado fortalecer conjuntamente el Sistema Interamericano de Derechos Humanos y han llevado individualmente procesos internos de justicia transicional, comisiones de la verdad y reformas para instaurar controles civiles sobre las fuerzas armadas. Todos estos elementos ayudan a explicar la reducción de golpes de Estado en el siglo XXI.

Los militares tienen hoy menos incentivos a dar golpes de Estado porque saben que ya no es aceptable llegar al poder usando la violencia.

Pero además de los cambios particulares de esta región, hay otros cambios mundiales que dificultan el éxito de los golpes de Estado. Curzio Malaparte decía hace casi 100 años que los golpes de Estado no eran un fenómeno ideológico, sino técnico. Para él no se trataba de si un político o un militar tenía un argumento válido para tomar el poder, sino de si era capaz de hacerlo. Por eso el éxito o el fracaso de un golpe dependían de si los perpetradores eran capaces de ejecutarlo de manera veloz y certera: capturando al ejecutivo, tomando las sedes de poder, anulando a las posibles resistencias y controlando los medios de comunicación (radio, televisión, teléfonos) y, por lo tanto, el mensaje.

Hoy, controlar los medios de comunicación se vuelve mucho más complicado por dos razones, que al final del día son innovaciones tecnológicas. La primera es que la ciudadanía tiene la capacidad de emitir sus propios mensajes por medio de las redes sociales, incluyendo imágenes y video. Esto lo vimos en 2019 en Bolivia –aunque hubiera quien negara la naturaleza golpista del ejército forzando al presidente Evo Morales a renunciar–, y en 2021 en Estados Unidos, cuando los seguidores de Donald Trump invadieron el Congreso. Los fenómenos de violencia política hoy se transmiten en tiempo real por medio de múltiples canales y los bandos utilizan las redes sociales para organizarse, buscar apoyos y difundir acontecimientos. La segunda razón es que es más difícil controlar el acceso de la población a internet, con lo que los militares ya no pueden solo ejecutar una operación táctica para tomar un canal de televisión, tumbar una antena de radio o cortar las líneas telefónicas. Esto ya lo vimos en 2016 cuando el golpe de Estado en Turquía contra Recep Tayyip Erdogan fracasó, entre otras razones, por el uso que el Presidente hizo de internet para pedirle a la población que resistiera al golpe, como bien capturó la BBC en su nota sobre cómo los celulares derrotaron a los tanques.

…y una historia de ahora

Cuando el 26 de junio de 2024 comenzaron a publicarse las noticias sobre lo que sucedía en Bolivia y el presidente Luis Arce Catacora alertó en su cuenta de Twitter sobre los movimientos militares no autorizados, se combinaron elementos de los golpes del siglo XX con las nuevas características del siglo XXI. Por un lado, como en 1979, parecía ser un clásico golpe de tanques en la calle listos para tomar el palacio presidencial donde el Presidente y su gabinete estaban reunidos. Pero como buen golpe del siglo XXI, vimos en tiempo real cómo los militares tomaron la Plaza Murillo, reventaron con un carro blindado la puerta del Palacio de Gobierno, ingresaron, se encararon con el Presidente, y después de un tiempo, finalmente, liberaron la plaza. Al igual que en 1979, hubo un componente importante de resistencia civil, donde otra vez la COB y otras organizaciones sindicales y sociales desempeñaron un papel importante y terminaron por arrebatar la Plaza Murillo a los militares, que pasaron de tirar gases lacrimógenos a correr de los civiles. Pero como buen golpe moderno, la reacción del gobierno fue rápida al enviar mensajes en redes sociales, transmitir en vivo el nombramiento de nuevas autoridades militares y mostrar al mundo la dignidad de un mandatario electo plantando cara a los golpistas.

En el ámbito internacional, los gobiernos latinoamericanos prendieron sus alarmas y comenzaron a condenar públicamente el golpe. Durante las horas de incertidumbre, los gobiernos de Brasil, Chile, Colombia, Cuba, España, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela se pronunciaron públicamente en contra del golpe de Estado y en favor del gobierno electo. Durante esas mismas horas, solo Argentina, Ecuador y El Salvador no se pronunciaron. La gran diferencia en el cambio de época que vive hoy Latinoamérica es que los gobiernos ya no esperan a saber el resultado de un golpe para posicionarse. Los gobiernos democráticos se defienden entre ellos a la velocidad a la que viajan las noticias. Y los silencios de otros también hablan.

¿Estos posicionamientos influyen realmente en el resultado de un golpe? Sí y no. Sí porque aíslan a los golpistas y rápidamente desactivan a otros militares que pudieran estar dudando entre apoyar o no el golpe. Además, la reacción del gobierno evidenció la falta de preparación de los golpistas, que primero dijeron a los medios de comunicación buscar cambios en el gabinete, luego dijeron que el golpe era para liberar a presos políticos (los golpistas de 2019 que también se pronunciaron contra el nuevo golpe), y finalmente afirmaron que se trataba de un golpe ordenado por el propio Presidente, lo que, en mi opinión, refleja más una serie de intentos fallidos por sumar aliados, que las verdaderas intenciones de los perpetradores. Sin embargo, esto no quiere decir que un golpe que hubiera tenido un mayor apoyo interno desde el inicio no hubiera podido triunfar, incluso pese al rechazo internacional.

Los militares tienen hoy menos incentivos a dar golpes de Estado porque saben que ya no es aceptable llegar al poder usando la violencia. Los esfuerzos regionales por convertir a la democracia en el “único juego del pueblo” rindieron sus frutos. Sin embargo, esto solo sirve en la medida en la que todos los países participen en el acuerdo colectivo. Una manera de mantenerlo es apelando a lo interconectadas que están nuestras sociedades a partir del comercio, los tratados regionales, la cooperación y la migración. Sin embargo, como nos muestran otras regiones y como vimos el 26 de junio de 2024, los golpes de Estado no son cosa del pasado. Hay que seguir defendiendo la democracia.

ETHAN D. AYALA es licenciado en Relaciones Internacionales por el ITAM y maestro en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Se ha desempeñado como servidor público en el Senado de la República y en la Secretaría de Economía de México. Actualmente es doctorando en Historia Contemporánea en la UCM. Sígalo en X en @EthanAyalaH.

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