Alemania: 30 años tras la caída del muro de Berlín

5 noviembre, 2019 • Artículos, Europa, Portada • Vistas: 13052

Verso Books

Alejandro Ramos y Sebastian Zutz

Noviembre 2019

En 2019 se cumplen 30 años de la caída del muro de Berlín, y en 2020, a su vez, 30 años de la reunificación, en medio de festejos y actos conmemorativos. Sin embargo, 3 décadas después de estos acontecimientos que cambiaron la historia alemana y europea de un modo vertiginoso, una mirada crítica permite constatar rastros de la división entre las dos Alemanias. Hoy, el país se halla ante un punto de inflexión tanto a nivel interno como por los retos que enfrenta en el plano internacional, en el que se ponen en entredicho algunos de los pilares que dieron sustento a su sistema político de posguerra.

Cielo dividido

Si bien estuvo precedido por una serie de señales y protestas callejeras en el marco de la “Revolución Pacífica”, que el 9 de noviembre de 1989 se viniera abajo el muro de Berlín, se debe mucho a un incidente fortuito. La tarde de ese día, un portavoz del politburó de la Alemania del Este anunció prematuramente, en una rueda de prensa, que habrían de levantarse, con efectos inmediatos, las restricciones para cruzar a Berlín Occidental. Habiendo escuchado la noticia en sus televisores, miles de ciudadanos de Berlín Oriental (capital de la hoy extinta República Democrática Alemana o RDA) se dieron a las calles y se congregaron en los cruces fronterizos exigiendo pasar del otro lado. Antes de la medianoche de esa histórica jornada, los guardias no tuvieron más opción que abrir de par en par la frontera. La barrera física que por casi 3 décadas partió a la ciudad en dos, comenzaba a desvanecerse.

La caída del muro supuso una fisura irreparable en la espesa herrumbre de la Cortina de Hierro que fraccionó la cartografía de Europa por más de 4 décadas (“desde Szczecin en el Báltico, hasta Trieste en el Adriático” como afirmó el entonces premier británico Winston Churchill, en 1946). En Berlín se vivió más intensamente la Guerra Fría que en ningún otro sitio. En pie por más de 28 años, el muro constituyó, evidentemente, más que la línea divisoria entre dos países: demarcaba también los lindes entre dos sistemas políticos y dos bloques de poder en pugna. En su novela El cielo dividido, Christa Wolf explora este aspecto cuando dos amantes que quedan separados por el muro tienen una conversación en la que el protagonista, quien se marcha a Berlín Occidental, le dice a su amada, quien decide quedarse en el Este: “Al menos no podrán dividir el cielo”, a lo que ella responde “¿El cielo? ¿Esa bóveda de esperanzas y anhelos, de amor y tristeza? No, eso es lo primero que dividen”. Berlín devino así en un campo de experimento social, en el que sus habitantes, pese a compartir el espacio geográfico y hablar el mismo idioma, eran incapaces de entenderse entre sí.

La mayor parte de la barrera entre Berlín Oriental y Occidental consistía en dos muros de hormigón. La zona entre ambos se conocía como la “franja de la muerte”, dotada de diferentes mecanismos para detener a quienes intentaran escapar, porque, a diferencia de otras vallas divisorias que ha habido en la historia, la de Berlín no tenía por objeto impedir la entrada a un enemigo externo, sino evitar la salida de quienes se hallaban dentro. Se estima que para 1961 —año en que se erigió—, cerca de 3.5 millones de personas (10% de la población y 15% de su fuerza de trabajo) habían abandonado la RDA en pos de mejores condiciones económicas en su vecina Occidental. Sin embargo, no se debe soslayar el argumento según el cual su construcción obedeció también a factores geoestratégicos que, en su conjunto, contribuyeron a que la Guerra Fría no se convirtiera en una “guerra caliente”.

Restos del muro

“¿Dónde está el muro?” Es común escuchar de los rebaños de turistas que inundan la vibrante capital alemana cada año, atraídos por la historia reciente de la ciudad y sus profundas transformaciones. Aún hoy pueden encontrarse trazas del muro. Se dice que, desde el cielo, es posible ver la división: el sistema de alumbrado público de la RDA, aún en funcionamiento, usaba lámparas de vapor de sodio que emiten un tono naranja, diferente al de Berlín Occidental. Asimismo, recorriendo sus calles un día cualquiera se puede uno tropezar —casi sin querer— con una hilera de adoquines empotrados en el suelo que sigue la ruta original del muro. Además, una importante parte de este se conservó y otra más se reconstruyó. Destacan la famosa East Side Gallery y el memorial en la Bernauer Straße. El objetivo: preservar la memoria y rescatarla del olvido.

Los restos no son solo físicos. Aunque puede afirmarse sin riesgo a equivocarse que, por lo general, el modelo alemán de reunificación se considera exitoso, el muro sigue presente, sin embargo, a juzgar por las diferencias que aún hoy se perciben entre los estados federados del Este y el Oeste del país. La barrera adquiere así una dimensión normativa, moral e imaginada, en la que confluyen diferentes niveles de experiencia.

La caída del muro supuso una fisura irreparable en la espesa herrumbre de la cortina de acero que fraccionó la cartografía de Europa por más de 4 décadas.

Basta con echar una mirada a los principales indicadores sociales y económicos para constatarlo. Si nos remitimos al PIB per cápita, por ejemplo, no obstante que, desde la reunificación, los cinco estados de la ex RDA han tenido un ritmo de crecimiento económico más acelerado que los otros once, es de destacar que aún están rezagados (con una media de 29.3 mil euros) respecto al resto del país (con una media de 43.6 mil euros). En cuanto al nivel salarial, los sueldos en el Este son 15% más bajos, aunque la brecha tiende a adelgazarse, y en algunas ciudades del Este hay menores tasas de desempleo que en el Oeste. Sin embargo, las diferencias en productividad son aún considerables (20% menores en el Este) y no parece haber una tendencia convergente. Por otro lado, solo 7% de las empresas mejor valuadas de Alemania tienen su sede en el Oriente.

No menos importante es pasar revista al sentimiento de descontento y frustración que, aún 30 años después de caído el muro, subsiste en amplios sectores de la población en los antiguos territorios de Alemania del Este. Esto plantea una paradoja. En el plano material, a los alemanes orientales les va mejor que nunca y, sin embargo, crece su insatisfacción. Reclaman una mayor participación política; se sienten olvidados por los partidos y políticos tradicionales. Un sondeo de opinión reciente arrojó que 57% de los ciudadanos de la ex RDA se sienten poco o nada satisfechos con la democracia (en contraste con 59% en el Oeste que se sienten algo o muy satisfechos). Por otro lado, dos tercios de la población en los estados de Sajonia y Turingia se sienten como “ciudadanos de segunda clase” respecto de sus compatriotas occidentales. Asimismo, 77% considera que la economía es dictada por el Oeste.

A ello hay que sumar la baja representación de los alemanes orientales en altos cargos ejecutivos a nivel nacional y estatal. Tomando como referencia el gabinete de la canciller Angela Merkel (en el cargo desde 2005), con excepción de ella misma y de la actual Ministra de la Familia, el resto de los máximos cargos en el gobierno federal son ocupados por políticos del Oeste. De acuerdo con un reciente artículo de The Economist, los alemanes del Este ocupan solo 4% de los principales cargos en las estructuras burocráticas de sus estados. Hace unas semanas, la propia Canciller pidió reconocer que “para mucha gente en los estados orientales de Alemania, la unificación no es únicamente una experiencia positiva”.

En consecuencia, no es de sorprender que en el Este se vote también diferente que en el Oeste. El partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), surgido en 2013, ha sabido interpretar estas señales y demandas sociales en Oriente —lo que algunos han bautizado como una especie de Ostalgie, es decir, nostalgia del pasado de la RDA—. AfD ha sacado provecho del descontento popular, con el tema migratorio como catalizador, conquistando espacios importantes en esa región del país. Ya en 2017 sonaron las primeras alarmas cuando resultó ganador en Sajonia en las elecciones parlamentarias generales. Hoy ha logrado ingresar a la totalidad de los dieciséis parlamentos regionales en Alemania, es ya el principal partido de oposición en el Parlamento Federal y recientemente obtuvo victorias electorales en Sajonia, Brandeburgo y Turingia (en todos estos estados de la ex RDA quedó segundo). En contrapartida, se ha producido también un importante repunte del partido Los Verdes en el Occidente del país, en especial en los polos urbanos.

Alemania enfrenta este cambiante entorno de descomposición del sistema heredado de 1945, con un lento pero profundo cambio en sus entrañas.

Todo ello ha ido en desmedro de los partidos tradicionales como la Unión Demócrata Cristiana con su filial bávara, la Unión Social Cristiana y el Partido Social Demócrata, los cuales conforman la “gran coalición” que da sustento al gobierno de la canciller Merkel. Si bien estos partidos llamados mayoritarios Volksparteien obtuvieron —aunque por escaso margen— mayoría absoluta en las elecciones generales de 2017 y aún conservan fuerza en diversos estados alemanes, han visto cómo en recientes comicios parlamentarios en todo el país la ultraderecha y los ecologistas les arrebatan una parte importante de sus electores. Ello se traduce en una creciente atomización del sistema de partidos, lo que exige una constante búsqueda de acuerdos y una mayor disposición a buscar consensos. El resultado: una transformación, a paso lento pero desenfadado, del tablero electoral alemán.

Alemania en el cambiante entorno regional e internacional

Alemania, según el clásico dictum, es “muy grande para Europa y muy pequeña para el mundo”. Esta concepción que tradicionalmente ha guiado la literatura académica sobre el país se ha traducido, primordialmente, en la necesidad de Alemania de comprometerse con el proyecto europeo de integración. No obstante, a pesar de que las circunstancias actuales e incluso algunos de sus socios europeos le exigen asumir un papel más asertivo, ha dado pocas señales de querer liderarlo (la nominación de la ex Ministra de Defensa alemana, Ursula von der Leyen, como Presidenta de la Comisión Europea podría dar cuenta de un cambio en ese sentido).

En 1993, luego de la reunificación, Klaus Kinkel, a la sazón Ministro de Exteriores y Vicecanciller alemán, consideraba que Alemania tenía una situación venturosa ante sí: aunque enfrentaba el reto de homologar los niveles de vida de sus ciudadanos, después de estar en la periferia de las esferas de influencia del orden bipolar, se hallaba de pronto nuevamente unificada, en el corazón de Europa y en paz con sus vecinos (comúnmente se pierde de vista que comparte frontera con nueve países). Además, como Kundnani afirmó en su obra La paradoja del poder alemán, tras la reunificación, los países de Europa central se convirtieron en la fuente de suministro para la economía alemana y los demás países europeos, en el mercado para sus productos de exportación.

La interrogante que surge es si es posible mantener esta situación, a la luz de la configuración de un nuevo orden mundial, cuyos signos están a la vista de todos. El multilateralismo recula, el dilatado brexit ha supuesto un signo de interrogación al proyecto de la Unión Europea, se han deteriorado las relaciones entre Occidente y Rusia, se tambalea la relación trasatlántica, China reclama un papel cada vez más preponderante en el tablero internacional y abunda el recrudecimiento de visiones nacionalistas y demagógicas por doquier. A su vez, Alemania enfrenta este cambiante entorno de descomposición del sistema heredado de 1945, con un lento pero profundo cambio en sus entrañas. Hay quienes señalan que Alemania ha entrado ya en el fin de la “era Merkel” (ella misma ha anunciado que se retirará de la vida política al terminar su actual mandato). Este periodo transicional se caracterizará por el trastrocamiento de los parámetros que durante décadas definieron su sistema político. Otros afirman incluso que este cambio de era vendrá aparejado de un relevo generacional y una mayor toma de conciencia de los retos aún pendientes de la reunificación, lo que quizás podría contribuir a superar el trauma de la posguerra.

ALEJANDRO RAMOS es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y maestro en Periodismo Político por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Es diplomático de carrera desde 2005 y miembro del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI). Sígalo en Twitter en @Alex_Ramos_C. SEBASTIAN ZUTZ es maestro en Ciencias Políticas, Filología Románica y Antropología Social por la Martin Luther Universität Halle-Wittenberg. Realizó estudios en Relaciones Públicas en la Academia de Periodismo de Hamburgo y ha colaborado en diversas representaciones diplomáticas latinoamericanas en Berlín. Es miembro del Consejo Alemán de Relaciones Internacionales (DGAP) y de la Asociación para la Política de Seguridad (GSP).

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2 Responses to Alemania: 30 años tras la caída del muro de Berlín

  1. ESTEBAN MARTINEZ MAYA dice:

    FELICIDADES …. QUE BUEN ARTICULO

  2. Eles também podem ser vetores dessas pragas.

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