México en el espejo de Alemania

20 octubre, 2021 • Artículos, Asuntos globales, FEG Anáhuac, Portada • Vistas: 2389

Dos culturas estratégicas en proceso de transformación

Gaceta UNAM

Alexis Herrera

Octubre 2021

Una colaboración de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México

En mayo de 2021, Ulrike Franke publicó en War on the Rocks un ensayo que, de modo insospechado, puede arrojar luz sobre nuestras circunstancias: “Una millennial considera el nuevo problema alemán tras 30 años de paz”. En su entrega, Franke decidió prestarle atención al modo en el que su generación se ha aproximado al desafío de imaginar el lugar de Alemania en el mundo del siglo XXI. Al hacerlo, buscó contrastar su posición con la de sus pares: esos jóvenes alemanes que en estos momentos están accediendo por primera vez a posiciones de responsabilidad al interior del aparato de Estado alemán.

Tras vivir fuera de Alemania por periodos prolongados, Franke cobró conciencia de lo extraño que resultaba en su país recurrir a consideraciones de orden geopolítico ligadas a una tradición de pensamiento estratégico como la que es posible encontrar en Francia o en el Reino Unido. “Esto —apunta— fue perfectamente resumido por un colega millennial alemán: ‘¡Geopolítica suena demasiado a movimiento de tropas!’, declaró”. Al respecto, Franke concluye:

Lo anterior resume en una sola declaración distintas creencias y convicciones que he encontrado frecuentemente entre mis pares alemanes: el escepticismo con relación a la geopolítica, la inhabilidad para pensar en términos de poder e interés, y el rechazo de lo militar como instrumento de la política. Los millennials alemanes piensan en la política internacional en términos de valores y emociones antes que en intereses.

Como alemanes, apuntó Franke, “hemos aprendido a rechazar completamente esa parte de la ecuación que corresponde a los intereses”. Curiosamente, la posición compartida por muchos de sus colegas no parece ser muy distinta de aquella que podría escucharse en Tlatelolco, ahí donde los consensos normativos del pasado todavía ejercen una perdurable influencia sobre el modo de concebir la política exterior de México.

El siglo XX en el espejo de dos experiencias históricas singulares

La tesis de que México carece de intereses concretos en la arena internacional fue repetida con insistencia a mediados del siglo XX. Así, al redactar la introducción de un tratado en torno a la posición de México frente al orden internacional de la época, Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa se limitó a señalar, en 1956, que el país no tenía intereses directos de carácter político, territorial o estratégico más allá de sus fronteras. La afirmación del eminente diplomático mexicano no carecía de mérito: al guardar silencio sobre el verdadero interés de su país, Castañeda tampoco reveló cuáles eran las vulnerabilidades estructurales de México en un mundo gobernado por las exigencias de las grandes potencias, permitiendo así que el interés nacional mexicano fuese preservado en el marco de las complejas circunstancias de la Guerra Fría. El hecho de que ese interés se confundiese por momentos con la seguridad del régimen autoritario que se consolidó en el país al término de la Revolución Mexicana solo confirma la compleja naturaleza de la experiencia histórica mexicana: en gran medida el llamado a preservar la soberanía nacional frente a la intervención extranjera resultó funcional para sellar al país ante cualquier crítica proveniente del exterior.

Así, razones de peso histórico explican la renuencia de ambas sociedades a considerar la posibilidad de recurrir abiertamente al ejercicio del poder político para preservar su interés en la arena internacional: en el caso de Alemania, el ascenso del totalitarismo —al igual que la trágica experiencia de la última guerra mundial— ha ejercido una larga sombra sobre muchas de las actitudes que posteriormente han determinado su comportamiento en el espacio comunitario europeo. De cierto modo, apunta Franke, la tendencia a privilegiar el Derecho Internacional por encima del poder político se convirtió en un criterio adecuado “para un país que sentía que no se le podía confiar el ejercicio del poder”. En contraste, las actitudes mexicanas con relación a este tema encuentran un punto de partida en la experiencia de la gran guerra civil que sacudió al país a partir de 1910: un conflicto que, en virtud de su naturaleza destructiva, ha sido comparado por Alan Knight con las guerras totales libradas en el corazón de Europa en la primera mitad del siglo XX.

Fue entonces cuando, en el marco de las más difíciles circunstancias, el gobierno del presidente Venustiano Carranza buscó hacer frente a las presiones geopolíticas que el México revolucionario de aquellos días recibía de ambos lados del Atlántico. Fundada en la conciencia de la asimetría de poder que definió la interlocución política de su país con las potencias que triunfaron en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, la Doctrina Carranza se erigió a partir de 1917 como una alternativa al orden internacional impulsado por el presidente Woodrow Wilson en la Conferencia de París. Partidario de una opción “civilista” capaz de poner fin a los desórdenes vividos en el país tras varios años de lucha armada, Carranza también creyó que el proceso electoral que el país habría de vivir en septiembre de 1920 sería el primer paso para consolidar el orden constitucional creado en Querétaro un par de años atrás.

El peso de un pasado autoritario en la conformación de la cultura estratégica mexicana

Para su desfortuna, Carranza fue derrocado en el verano de 1920 gracias a un alzamiento militar que le otorgó una coloración muy distinta al siglo XX mexicano. A la larga, el orden político que se consolidó tras la Rebelión de Agua Prieta condujo a un proceso que le otorgó a la formulación de la política exterior un espacio diferenciado frente al de aquellas tareas vinculadas con la seguridad nacional y la defensa. Todavía hoy, la separación de estas funciones de Estado es uno de los rasgos más notables del sistema político mexicano: desde un principio, el uso del instrumento militar fue destinado en México a propósitos que hoy se encuentran vinculadas con la preservación de la seguridad interior, mientras que la política exterior avanzó por un sendero aparentemente ajeno a tales circunstancias. A la larga, el divorcio que separó a la política exterior de la agenda de seguridad y defensa resultó contradictorio: en los grandes foros multilaterales del siglo pasado XX los diplomáticos mexicanos podían apelar a los valores del orden liberal internacional construido en la posguerra, aun cuando al interior de sus fronteras el aparato de seguridad del Estado mexicano era usado muchas veces para cumplir con tareas represivas propias de un régimen marcadamente autoritario.

Así, razones de peso histórico explican la renuencia de ambas sociedades a considerar la posibilidad de recurrir abiertamente al ejercicio del poder político para preservar su interés en la arena internacional.

Todo esto generó una cultura estratégica singular, es decir, un modo particular de entender la relación entre la experiencia histórica del país, sus valores políticos y el uso del instrumento militar para hacer posible la consecución de los propósitos del Estado. Puesto que las fuerzas armadas mexicanas fueron sustraídas desde una fecha temprana a un control civil efectivo, la sociedad civil nunca construyó un vocabulario propio para orientar el diálogo entre civiles y militares de un modo genuinamente democrático. La tesis de que México transitó definitivamente hacia el civilismo a partir de 1946, cuando Miguel Alemán Valdés asumió la presidencia de la república, debe ser cuestionada: después de todo se trató de un arreglo cupular entre civiles y militares que nunca desmanteló la lógica autoritaria del sistema político que lo hizo posible.

Cuando finalmente llegó la alternancia política a México, el país nunca vivió una “transición militar” equivalente, como aquellas que si vivieron otras sociedades en Europa y Sudamérica. Al mismo tiempo, las mismas circunstancias geopolíticas que condicionaron el comportamiento de México durante la Guerra Fría también le otorgaron al país condiciones de estabilidad nada despreciables. Como Alemania, durante mucho tiempo México pudo prescindir de toda consideración de orden geopolítico en la formulación de su política exterior en virtud de esa circunstancia.

Los desafíos del futuro inmediato: en busca de un nuevo vocabulario estratégico

En junio de 2021, Joseph R. Biden se reunió con Vladimir Putin en Ginebra para entregarle al mandatario ruso un mensaje contundente: la “America” que había hecho posible la construcción del orden internacional creado en los primeros años de la posguerra estaba de vuelta para honrar sus valores y —sobre todo— sus compromisos con la comunidad internacional. No obstante, en agosto de ese mismo año, la capital de la República Islámica de Afganistán cayó en manos de los insurgentes que Estados Unidos había combatido en el corazón de Asia Central desde el otoño de 2001.

Lo sucedido sobre el terreno en Kabul pronto generó efectos estratégicos insospechados: la que habría de ser una retirada ordenada se convirtió rápidamente en una derrota de orden simbólico que pareció minar la credibilidad de la primacía estadounidense a escala mundial. “La historia es un teatro fantástico: las derrotas se vuelven victorias, derrotas las victorias, los fantasmas ganan batallas”, escribió Octavio Paz en 1987, precisamente cuando el desenlace de la Guerra Fría se inclinaba gradualmente a favor de la hegemonía estadounidense. Poco más de 3 décadas después, la potencia que amenaza con ocupar el lugar que Estados Unidos jugó en el pasado como nación indispensable no es la Rusia de Putin, sino la China de Xi Jinping. ¿Estamos viviendo ya bajo el marco de una transición hegemónica que pondrá fin a la primacía estadounidense? Resulta aventurado afirmarlo, pero mientras tanto la erosión del orden internacional construido en el pasado parece avanzar aceleradamente ante nuestros ojos.

Señalar cuál puede ser la significación de ese proceso de erosión para el futuro de México es una tarea que no puede realizarse en solitario; se trata, en verdad, de un debate que atañe a la sociedad en su conjunto. No obstante, algo es seguro: históricamente México siempre dio por sentada la estabilidad política de Estados Unidos y su primacía en la arena internacional. Hasta hace poco, lo contario era usual bajo la perspectiva estadounidense: México fue concebido desde fecha temprana como una periferia insegura, un flanco vulnerable al sur del mundo Atlántico que, sin embargo, ha sido esencial para garantizar la seguridad de Norteamérica. En contraste, las aguas de la historia nos conducen hoy hacia escenarios que se antojan inéditos y no exentos de peligro para ambos países. Para transitar por esas aguas en los años que vienen será necesario recurrir a un nuevo vocabulario de carácter estratégico: uno que permita establecer una clara relación entre los fines que el país busca alcanzar en la arena internacional en el largo plazo y los recursos de poder nacional de los que dispone, entre los cuáles el instrumento militar ocupa un lugar destacado. Se trata de un lenguaje que debe descansar en valores democráticos; un lenguaje que por el momento se encuentra prácticamente ausente de nuestras discusiones, pero que hoy resulta más necesario que nunca.

ALEXIS HERRERA es catedrático de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac. Es doctorando en el Departamento de Estudios de Guerra de King’s College London, además de integrante del Centro de Gran Estrategia de dicha institución. Sígalo en Twitter en @alexis_herreram.

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One Response to México en el espejo de Alemania

  1. […] se juega su sobrevivencia. A esta circunstancia se suma un hecho adicional: el agotamiento de la “cultura estratégica” que México forjó a lo largo del siglo pasado a la sombra del régimen autoritario que emergió […]

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