Latinoamérica y los nuevos desafíos de Asia Pacífico

8 mayo, 2017 • Artículos, Latinoamérica, Portada • Vistas: 5965

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Ricardo Santana Friedli

Mayo 2017

Desde la victoria electoral de Donald Trump el 8 de noviembre de 2016, el devenir internacional ha entrado en una incertidumbre poco antes vista. El carácter de potencia mundial y de «policía del mundo» que sigue ostentando Estados Unidos nadie lo pone en duda, pero la elección del nuevo presidente estadounidense podría empezar a ponerlo en entredicho. Desde el fin de la Guerra Fría, la prosperidad, integración y estabilidad política en Asia han sido lideradas por los Estados Unidos. Sin embargo, su retiro del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP) da un giro en la política comercial de la región de Asia Pacífico.

Si bien durante la campaña electoral, tanto Donald Trump como Hillary Clinton habían rehusado continuar con el acuerdo multilateral, las declaraciones de Trump tenían un carácter mucho más crítico del tratado y del libre comercio en sí. Como consecuencia, y luego de la elección del nuevo presidente, el liderazgo estadounidense podría empezar a tambalearse. Es por esto que todos los ojos estuvieron atentos a la última gira por Asia del Secretario de Estado, Rex Tillerson, la cual tuvo a China como estratégico destino final. La visita, que se enmarcó en discursos más moderados, puso paños fríos a una relación bilateral que había escalado en desacuerdos alrededor de Corea del Norte, Taiwán y el comercio internacional.

China dejó claro en el pasado Foro Económico Mundial realizado en Davos que se ha convertido en el nuevo defensor del libre comercio y, con el TPP prácticamente muerto, el gigante asiático pareciera tener en sus manos una de las oportunidades más prometedoras para fortalecer un nuevo orden económico en Asia Pacífico. Sin lugar a duda, la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) compuesta por Australia, China, Corea del Sur, India, Nueva Zelanda y los diez miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) es el acuerdo más ambicioso para seguir avanzando en materia de integración y en la consolidación de nuevas normas comerciales. El acuerdo, al igual que el TPP, cubre el acceso a mercados de bienes, inversión y servicios, así como reglas de origen y medidas para la facilitación comercial. Es un instrumento alternativo con proyección hacia aquellos países que busquen adherirse a las dinámicas económicas de Asia Pacífico.

No obstante, el acuerdo asiático (a diferencia del liderado por Estados Unidos) tiene una estructura interna distinta que dificulta la presión de los países más grandes sobre el resto de los miembros. La estructura de negociación y la base del acuerdo fueron desarrollados sobre los tratados de libre comercio ya existentes entre los países de ASEAN y algunos miembros del RCEP, lo cual se traduce en negociaciones por consenso. Este tipo de negociaciones solo se realizan en los países que componen ASEAN y, como consecuencia, la presión de China sobre las negociaciones en el RCEP es limitada por la propia estructura del acuerdo. No obstante, esto no quiere decir que el gigante asiático no vea con preocupación lo que se desarrolla en cada una de las rondas. Con el conflicto limítrofe en el mar de China Meridional, el cual mantiene el Estado chino con el resto de los países del sudeste asiático, China sigue con mucha atención las decisiones que son tomadas en esa zona. Lo anterior, puesto que de escalar el conflicto de uno bilateral a uno asiático el asunto podría salirse de control para Beijing.

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En este sentido, y adaptándose al nuevo escenario internacional que ha dejado el fracaso del TPP y donde el paradigma del libre comercio se encuentra en entredicho, los países del bloque de la Alianza del Pacífico impulsaron el 14 y 15 de marzo de 2017 en la ciudad de Viña del Mar el Dialogo de Alto Nivel en Iniciativas de Integración de Asia Pacífico. Liderados por la presidencia pro tempore de Chile, los países de la Alianza miran a ASEAN como ejemplo a seguir y han decidido actuar de forma proactiva desde el otro lado del Pacífico. En el diálogo que agrupó al 52% del comercio global de bienes y servicios, participaron los países firmantes del TPP, China, Colombia y Corea del Sur, para dar una fuerte señal de continuidad al impulso del libre comercio. Los anfitriones ofrecieron, además, la oportunidad de rescatar algunos elementos de las negociaciones del TPP, en el cual se invirtió un importante capital político.

Sin embargo, desde la entrada de Estados Unidos a las negociaciones, el TPP se concibió como un acuerdo que conectaría a las economías dentro del eje económico de Estados Unidos. Sin la participación del país norteamericano, ya no existen los mismos incentivos por parte del resto de los países para continuarlo, como dejó en claro el primer ministro japonés, Shinzo Abe, tras anunciar Donald Trump que Estados Unidos se retiraba del acuerdo. «El TPP sin Estados Unidos no tiene sentido» declaró. La Cumbre de Viña del Mar culminó así como una instancia de dialogo y reflexión, donde los países intercambiaron opiniones sobre las iniciativas de integración económica dentro de la región de Asia Pacífico para así contribuir a un nuevo comercio internacional con normativas acordes al siglo XXI y en beneficio de todos.

Si bien la cumbre terminó sin grandes anuncios concretos, se puso de manifiesto que el camino para la integración de los países de la cuenca del Pacífico será con base en una mayor apertura comercial. La gran victoriosa del encuentro fue el bloque de la Alianza del Pacífico, dirigida por la diplomacia chilena, que transmitió una imagen integradora, de liderazgo e iniciativa internacional. El bloque con miras al Atlántico obtuvo un espaldarazo que llevó consigo a la histórica reunión de alto nivel con el Mercado Común del Sur (Mercosur) del 7 de abril de 2017 en Buenos Aires.

La reunión, un esfuerzo de años basado en la política de «convergencia en la diversidad» impulsada por el canciller chileno Heraldo Muñoz, tuvo su primer resultado prometedor luego del estancamiento en materia de cooperación regional. La pregunta en torno a si dos modelos de desarrollo distintos son capaces de integrarse en pro de un objetivo común, tuvo una segunda oportunidad de ser zanjada tras el diálogo de alto nivel desarrollado a finales de 2014 en Santiago de Chile. Fue ahí donde con el mismo objetivo, pero con un contexto diferente, finalizó la discusión sin reales avances. Ahora la coyuntura regional ha cambiado y la expectación es otra.

El diálogo, que ocurrió en un momento de convulsión social tras las reformas llevadas a cabo por el gobierno de Mauricio Macri, finalizó con el compromiso de organizar reuniones periódicas entre el Grupo de Alto Nivel de la Alianza del Pacífico y el Grupo Mercado Común del Mercosur, para identificar y avanzar en temas relevantes para  ambos bloques. Para ello, se ha establecido una hoja de ruta de seis puntos. Además, se acordó la realización del seminario Mercosur-Alianza Pacífico: Una Agenda Positiva para la Integración durante el primer semestre de 2017 y el trabajar en conjunto para la realización de la decimoprimera Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio a realizarse en Buenos Aires a finales de 2017. Todo esto habla del real interés por la complementación y acercamiento entre ambos bloques.

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Pareciera ser que el proteccionismo de Trump ofreció un último empujón para promover el acercamiento de Latinoamérica. Tras la decisión de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), México, la principal economía de la Alianza, ofreció el visto bueno para acercarse al bloque del Atlántico en su búsqueda de abrirse a nuevos mercados, un objetivo que comparten también los países del Mercosur.

De esta forma, ambos bloques subregionales se adelantan a la plataforma de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), mecanismo intergubernamental de diálogo y concertación política compuesta por todos los países americanos a excepción de Canadá y Estados Unidos. La CELAC, la cual cobró importancia tras la intención de China (uno de los principales socios comerciales que tiene la región) de acercarse de forma multilateral, es un foro que agrupa por primera vez a los países fuera del eje norteamericano. No obstante, su objetivo final se ha distorsionado en lograr una visión cohesionada de la región hacia el exterior.

Las discusiones en temas domésticos han bloqueado cualquier real intención de generar una mirada única hacia el exterior, y China lo ha resentido. En el último informe sobre las políticas para la región americana de noviembre de 2016, el país asiático se ha abierto a la posibilidad de mantener, además de las líneas de negociación multilateral, vías bilaterales. Esto, sin embargo, mientras evita cometer el mismo error de focalizarse solo en la búsqueda de diálogo con los países que ofrecían una mayor afinidad política, como lo fueron Argentina, Brasil y Venezuela (que han sido fuertemente cuestionados por la forma de implementar sus políticas económicas). Brasil, en particular, ha sido una lamentable decepción para Beijing tras 3 años de crecimiento negativo y escandalosos casos de corrupción que lo han convertido en un lastre para el bloque de los BRICS.

Si bien China necesita de la región para cubrir su creciente consumo interno, la incapacidad de proponer un diálogo conjunto hace correr el riesgo de una reducción del espacio político que Xi Jinping había ofrecido a una zona de por sí apartada, en desmedro de otras de mayor relevancia directa. La tensión en la península coreana y las demandas marítimas en el mar de China Meridional suponen un mayor interés inmediato, por el riesgo que posan para el equilibrio regional. Además, las amenazas de una guerra comercial por parte del nuevo presidente estadounidense (quedan por ver las consecuencias de la reunión en Mar-a-Lago) y la importancia de mantener una buena relación con la Unión Europea (su principal socio comercial) dejan a Latinoamérica aislada de las decisiones del principal comprador asiático. Asimismo, y para rematar, Latinoamérica ya ha quedado excluida del principal proyecto de inversión en infraestructura y conectividad del mundo, el cual pretende generar un gran impulso a la economía internacional. Se trata del proyecto One Belt, One Road, símbolo de la actual estrategia en política exterior del gobierno chino. La idea del proyecto es buscar que «todos los caminos lleven a China». Involucra a 45 países y pretende enlazar a China con Europa a través de Asia Central y del Oeste, además de vincular con una ruta marítima segura por el estrecho de Malaca que llegue a la India, Medio Oriente y África. Algunos de sus resultados inmediatos han sido una importante presencia de inversiones chinas en el exterior, constantes visitas de líderes chinos a los países que componen el proyecto, la continua recepción de delegaciones empresariales a China y la inauguración de nuevos trayectos aéreos entre 60 capitales provinciales chinas y capitales de otros países. Con el proyecto chino en juego, quizá la última esperanza para la región sea la incipiente cooperación entre Mercosur y la Alianza del Pacífico.

RICARDO SANTANA FRIEDLI es magíster en Estrategia Internacional y Política Comercial por la Universidad de Chile. Es investigador adjunto del Centro de Estudios Latinoamericanos sobre China de la Universidad Andrés Bello, colaborador de la revista Diplomacia de la Academia de Diplomacia de Chile y miembro de la Asociación Chilena de Especialistas Internacionales. Sígalo en Twitter en @ri_sanfri.

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