Latinoamérica, tierra de caudillos

9 septiembre, 2019 • Latinoamérica, Opinión, Portada • Vistas: 20473

El surgimiento de los nuevos redentores de la patria

PanamPost

Jorge Talavera

Septiembre 2019

La única criatura mítica que ha producido la América Latina es el dictador militar de fines del siglo pasado y principios del actual. Muchos de ellos, por cierto, caudillos liberales que terminaron convertidos en tiranos bárbaros.

Gabriel García Márquez

Latinoamérica es más que una zona geográfica en el mapa mundial; es un conjunto de creencias y culturas que han sido forjadas en gran medida por similares procesos y periodos históricos que hoy marcan el presente y el futuro de estos países. En el prefacio de la construcción de estos nacionalismos se forjaron los cimientos de una cultura basada en un sentimiento antiibérico y antiestadounidense, mismo que se alienta desde la educación básica con el objeto de crear un enemigo exterior que permita el fortalecimiento y la unión nacional.

Por ello, nuestros libros de historia son en gran medida la biografía de nuestros redentores, libertadores y hombres de convicciones absolutas que lucharon contra los poderosos por la redención de sus pueblos. Hombres que, al final de cuentas, se convierten en los padres de la patria ante quienes no existe juicio alguno en contra, ya que han consolidado su lugar en los anaqueles de la historia por medio de interpretaciones románticas que rayan en la religiosidad. Por ello decía el poeta cubano José Martí: «Estos tres hombres son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martín, del Río de la Plata; Hidalgo, de México. Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas».

Ante la nulidad de un juicio serio e imparcial histórico, nuestro destino se traza sobre la vida de mártires, caudillos, traidores y héroes, en donde poco importa tener una visión progresista si esta no se cimienta en la alabanza de nuestros próceres, quienes no solamente marcan nuestro pasado sino también nuestro futuro. Ante esta realidad innegable, surgen nuevos redentores que monopolizan el discurso público para presentarse como la rencarnación de los grandes «héroes» de la patria, ante quienes las masas deben rendirse y apoyar para conseguir la tan anhelada emancipación.

Estas circunstancias históricas generan tierra fértil para el caudillismo, esa práctica política común de nuestros países, en donde surgen de las bases populares personajes carismáticos identificados con el pueblo quienes prometen un futuro prometedor, pero sobre todo la esperanza de una verdadera justicia social. El caudillo por naturaleza es un hábil orador, sabe utilizar palabras digeribles para las bases sociales, incendia el escenario político y promete justicia a los desposeídos. Esta perversa combinación da como resultado el apoyo generalizado de la población que se vuelca a las calles para aplaudir a su héroe. Cuando el pueblo se engancha con su nuevo libertador, deja a un lado el juicio mental individual para entregarse por completo a las emociones colectivas que, con el paso del tiempo, comienzan a radicalizarse dejando el camino libre para que el caudillo se convierta en el hombre-Estado.

Al caudillo le importa la justicia más que la ley; por supuesto, hablamos de la justicia a su modo y conveniencia que se justifica en el apoyo popular.

Al caudillo le importa la justicia más que la ley; por supuesto, hablamos de la justicia a su modo y conveniencia que se justifica en el apoyo popular. Por ende, a los nuevos «emancipadores» no les interesan las instituciones, ya que estas a la larga se convertirán en un contrapeso importante que pueden limitar su control político. Por ello, la constante latinoamericana de reconstruir nuestras instituciones a gusto y media del hombre-Estado.

Esta debilidad institucional impulsada desde la política fomenta la dependencia a un solo hombre que, con su «sabiduría», guía los destinos de su pueblo sorteando los males internos, pero sobre todo protegiendo al país de aquellos enemigos históricos demonizados como los creadores de todos los males nacionales. Así pues, el pueblo y sus instituciones rinden pleitesía a su salvador, aquel que encuentra en una falsa «moral y honestidad» armas letales para eliminar a los enemigos políticos, a quienes siempre estigmatiza y señala como los enemigos del pueblo. Así, cuando las instituciones pierden su fuerza, la justicia abandona la razón para ser aplicada por consenso popular. Con ello, el Estado de derecho y el justo proceso pasan a segundo término, ya que lo que importa es ganar la plaza pública por medio del linchamiento popular, el cual muestra a los opositores cuál es el precio que se debe pagar al ir en contra del discurso oficial.

Entre la violencia y la desesperanza

Esta falta de Estado de derecho termina por generar grupos de poder que, de manera violenta, irrumpen en la escena nacional ante la falta de autoridades que puedan frenarlos. Estos grupos que inmediatamente ocupan los vacíos de poder, se adueñan de zonas geográficas importantes en donde crean un gobierno paralelo que se beneficia con cobros de piso, actividades delictivas, protección a crimínales, etc. Al concientizarse de su poder territorial, estos grupos violentos generan cacicazgos, carteles, guerrillas, autodefensas e inclusive, grupos políticos. Por ello, no debe sorprendernos que para los latinoamericanos, la vida sea un ir y venir entre la violencia y la desesperanza.

La violencia desatada en la región, así como el auge de grupos crimínales, ha generado el surgimiento de un nuevo redentor, «el caudillo criminal». Estos personajes se presentan como capos de carteles y, de manera particular, como personificaciones modernas de Robin Hood, los cuales por medio de la música y las series de televisión fortalecen su leyenda personal enalteciendo así al «caudillo criminal» como un personaje surgido de las clases populares que, por medio de sus habilidades en los negocios y la violencia, logró controlar a aquellos que lastimaban al pueblo convirtiéndose en su protector y justiciero.

Esta triste realidad ha creado un escenario dantesco, que tiene como principal elemento la violencia creada, en gran medida, por los jóvenes que anhelan convertirse en grandes crimínales y así poder encontrar el futuro anhelado dentro de la estructura criminal de algún grupo delictivo. Pero no solo eso, los jóvenes buscan de manera inconsciente convertirse en ese «caudillo criminal» admirado por su pueblo, a quien siempre lo recordarán como el gran benefactor social, creando así un mito, un ídolo de piedra que difícilmente saldrá del subconsciente social. Ante esto el escritor italiano Umberto Eco decía: «Sabiduría no es destruir ídolos, sino no crearlos nunca». No debe sorprendernos entonces, que la mitología histórica, así como la conciencia popular, se encuentren colmadas de individuos sobrenaturales creados por medio de un realismo mágico en donde la rebeldía contra el orden establecido se convierte en el elemento común de nuestros caudillos y, por lo tanto, también del discurso constante y perpetuo regional.

El discurso como arma

El arma principal del caudillo es el discurso, que utiliza para destruir instituciones así como para señalar enemigos. Este discurso se robustece con el ataque a las clases «privilegiadas» o la «oligarquía». Aquellos que siempre son minoría y a quienes el subconsciente social reconoce como los explotadores del pueblo. Por ello, el caudillo siempre revive el discurso antiguo para evitar que cierre la herida del pasado, de igual manera reinterpreta la historia añadiendo pasajes que avivan las llamas de la lucha de clases. Por ende, no le importa resolver los problemas que generan confrontación, lo que le importa es que esos problemas sigan vigentes y poder negociar con el odio de las masas sobre la oligarquía.

Ante toda esta vorágine política, Latinoamérica se queda rezagada en el concierto internacional, convirtiéndose en una zona estancada que poco pesa en la economía mundial y, por si fuera poco, estos países siguen dependientes a las potencias económicas que miden sus fuerzas en la región y que utilizan su territorio como válvula de escape para sus presiones militares y económicas. Siendo esta la razón constante del enfrentamiento entre los países latinoamericanos que no han comprendido que el único camino viable es la unión de todos bajo los valores de la educación, el perdón, la superación histórica, el Estado de derecho y la implementación de instituciones supranacionales adaptadas a las realidades locales que impidan el surgimiento de caudillos que tanto daño han hecho a la región.

 La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos solo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios.

Gabriel García Márquez

JORGE TALAVERA es licenciado en Derecho por la Universidad Quetzalcóatl, México. Es maestrante en Derecho Constitucional y Amparo por la Universidad Iberoamericana. Es colaborador en distintas revistas a nivel nacional y se desempeña como abogado postulante en materia laboral. Sígalo en Twitter en @JorgeTalavera_g.

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One Response to Latinoamérica, tierra de caudillos

  1. Luis Sánchez Herrera dice:

    Acabo de leer su articulo, y en lo particular me resulta muy acertado. La historia latinoamericana es un tema de mi interés total y considero que el caudillismo es un tema crucial que debe de abordarse tal cual fue, sin maquillaje. Agradezco infinitamente su aporte, tengo una nueva perspectiva y además las frases que utiliza del famoso escritos Gabriel García Márquez lo complementa en gran manera.

    Saludos

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