¿Fin de los combustibles fósiles, fin de la globalización?

17 junio, 2020 • Artículos, Asuntos globales, FEG Anáhuac, Portada • Vistas: 16691

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 Juan Arellanes

Junio 2020

Una colaboración de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México

El petróleo crudo convencional ha sido la sustancia más importante y decisiva en la evolución de la civilización humana. Ningún otro recurso posee tal densidad energética por unidad de masa y volumen; ningún otro es tan versátil y continuo ni tan fácilmente transportable y almacenable: un litro de diésel contiene suficiente energía para mover un camión de 40 toneladas a lo largo de tres kilómetros. Ninguna batería eléctrica podría hacerlo.

Mover buques-contenedores y aviones sin energías fósiles implica reconvertir la electricidad producida por fuentes renovables en combustibles líquidos, lo cual es energéticamente ineficiente. No sabemos cómo producir electricidad de fuentes renovables a escala industrial sin recurrir a las máquinas movidas por energías fósiles. Las redes eléctricas abastecidas por energía de fuentes renovables son intermitentes y no funcionan sin el respaldo de la electricidad producida de forma estable por fuentes fósiles. La idea de que estamos abandonando los combustibles fósiles y transitando a un mundo de energías renovables es una ilusión.

La energía es la economía: no hay producción de bienes o prestación de servicios que no implique consumo de energía fósil. El PIB es proporcional al consumo de petróleo. La globalización no hubiera sido posible sin la potencia energética del petróleo crudo convencional. La economía industrial moderna, de escala global, no puede funcionar sin el suministro de hidrocarburos que mantienen en movimiento a miles de millones de turbinas de combustión y motores diésel. Quien hable del fin de la era de los combustibles fósiles está hablando, lo sepa o no, del fin de la globalización. Sin petróleo no hay globalización.

Quien hable del fin de la era de los combustibles fósiles está hablando, lo sepa o no, del fin de la globalización. Sin petróleo no hay globalización.

Los derivados de petróleo son insultantemente baratos: un litro de diésel cuesta menos de un dólar (promedio mundial): ¡más barato que una taza de café! Si la potencia de un galón de diésel (que cuesta menos de 4 dólares) tuviera que ser generada por trabajo humano (pagado con el salario mínimo estadounidense) costaría hasta 835 dólares. ¿Cómo puede una riqueza energética tan gigantesca como la del petróleo y sus derivados costar tan poco? Mientras escribo este artículo, el West Texas Intermediate (WTI) se mantiene por debajo de los 40 dólares. Pese a ello, los analistas hablan, como si se tratara de cualquier cosa, del fin de la era de los combustibles fósiles. ¿Cómo puede la economía global abandonar la sustancia más importante y decisiva en la historia de la civilización si aquella es tan barata? ¡Por supuesto! “Nuestra conciencia sobre el cambio climático es tan grande que hemos decidido abandonarla voluntariamente”.

Si ha puesto atención a los cuatro párrafos anteriores, nada parece tener sentido. Pero lo tiene.

El precio de petróleo es cada vez más bajo

Pero su costo de producción es cada vez más alto. A medida que se agota el petróleo convencional accesible, la industria petrolera intenta extraer petróleo convencional inaccesible, debajo del Ártico o en zonas de conflicto; petróleos no convencionales (petróleo de esquisto, arenas bituminosas, petróleo extrapesado); otros combustibles líquidos (líquidos de gas natural, biocombustibles), o intenta contabilizar cambios de volumen en la refinación como aumentos de la producción (ganancias del proceso de refinación). Todo ello permite dar la apariencia de una producción creciente. Y lo es, en términos de volumen. Pero lo importante del petróleo no es cuántos barriles llene, sino cuánto trabajo o potencia genere. Esos líquidos, que no sirven para lo mismo que el petróleo convencional, saturan los mercados y generan la ilusión de una sobreabundancia.

Los petróleos no convencionales representan la producción de más rápido crecimiento en los últimos años, pero solo pueden venderse a precios reducidos por su baja calidad. Un barril (unidad de volumen) de petróleo saudita tiene un rendimiento energético neto, expresado en unidades de trabajo (julios) o de potencia (vatios), muy superior al de un barril de petróleo sintético obtenido de arenas petrolíferas de Alberta, Canadá, o al de un barril de petróleo de esquisto obtenido por medio de la fracturación hidráulica (fracking) en Eagle Ford, Texas. La diferencia es tan grande como la que hay entre una onza de café exprés y una onza de café americano. La diferencia de calidad es tan abrumadora que, en palabras de Andrew Leach: “Casi cualquier refinería puede procesar crudo de Arabia Saudita, pero solo una fraternidad de élite de las refinerías más complejas del mundo puede convertir el alquitrán de Alberta en gasolina”.

La industria petrolera ya estaba contra las cuerdas desde hace varios años

Durante los primeros años del siglo XXI, las grandes empresas petroleras invertían cada vez más dinero y producían menos petróleo. Esto pudo sostenerse durante algún tiempo porque la economía global podía pagar precios de casi 150 dólares por barril hasta el verano de 2008. Estos precios altos permitieron entrar al mercado a los costosos petróleos no convencionales. Incluso, después del colapso financiero del otoño de 2008, los precios se mantuvieron en una banda de 90 a 130 dólares por barril entre 2011 y 2014. Entonces, los precios empezaron a caer y comenzó la espiral: una volatilidad alternada de precios bajos (que destruyen oferta) y precios altos (que destruyen demanda).

Como al final han predominado los precios bajos, las petroleras han acumulado deuda y récords negativos de flujo de caja. Aún así, los “precios bajos” son “tan altos”, desde el punto de vista de los consumidores, que la demanda ha caído. Hay un límite al precio que la economía puede pagar por el petróleo antes de entrar en recesión. Si la economía paga una factura petrolera muy alta, entonces los consumidores tienden a reducir la compra de bienes discrecionales y la economía se estanca.

El “coma inducido” de la economía global puede haber sido el “tiro de gracia” para la industria petrolera, y las consecuencias serán revolucionarias.

La industria del fracking ha estado endeudada de forma constante en la última década. La caída del precio redujo sus ingresos y las deudas debieron refinanciarse, lo cual no hubiera sido posible sin las tasas de interés que la Reserva Federal ha reducido sistemáticamente. El fracking es una burbuja financiera que funciona con la misma lógica que las hipotecas de alto riesgo.

Pero no solo el petróleo no convencional estaba en problemas. Con crecientes costos de producción y un entorno de precios bajos, la inversión de capital en exploración y producción de la industria petrolera global cayó en 2015 y 2016. Ante la gravedad de la situación, la Agencia Internacional de Energía (IEA) señaló que la oferta mundial de petróleo no podría satisfacer a la demanda en 2020 a menos que aumentaran las inversiones. Una ligera recuperación en los años siguientes no impidió que la inversión en 2019 fuera 36% menor que en 2014.

Entonces, llegó la pandemia de covid-19

La industria petrolera mundial está experimentando un impacto como ningún otro en su historia. La IEA estima que, a finales de 2020, la inversión será un tercio menor que en 2019. Sin inversión, la producción caerá y no habrá petróleo disponible cuando la economía empiece a demandarlo nuevamente. Si el petróleo convencional está sufriendo, el fracking está colapsando. Chesapeake Energy Corporation, considerada una pionera del sector, anunció que podría solicitar la protección por bancarrota. Y los despidos en la industria petrolera están a la orden del día.

En abril de 2020, la Organización de Países Exportadores de Petróleo llegó a un acuerdo con otros productores para reducir los niveles de producción en más de 20% durante mayo y junio. Muchos países exportadores de petróleo van a enfrentar un gran sufrimiento por la reducción de su gasto público. Los más débiles pueden enfrentar una “bancarrota petrolífera”: una situación de inestabilidad y violencia política derivada de una drástica reducción de su ingreso petrolero.

¿“Nueva normalidad”?

La pandemia de covid-19 está actuando como el mayor disruptor de la historia, golpeando a un sistema ya en crisis. El “coma inducido” de la economía global puede haber sido el “tiro de gracia” para la industria petrolera, y las consecuencias serán revolucionarias. La globalización, que tiene una dimensión metabólica ineludible, ha consistido, esencialmente, en el establecimiento de un patrón de flujos globales de materia y energía. Sin tal patrón de flujos, la globalización no es posible, sin importar intenciones políticas, deseos de consumidores, planes de inversión de empresas o geoestrategias de grandes potencias. Una interrupción prolongada del flujo puede derivar en una falla sincrónica a escala global.

Esto no es una apología del petróleo. Estoy convencido de que el cambio climático en curso (junto con los otros límites planetarios) puede hacernos cruzar, en pocas décadas, el umbral hacia un planeta invernadero, incompatible con la civilización humana. Debemos abandonar los combustibles fósiles y refugiarnos en las energías renovables pese a todas sus limitaciones. Pero conforme disminuya la oferta petrolera global, la economía se irá desglobalizando. Y si el proceso es caótico, puede ser violento. El vínculo energía-economía es tan estrecho que las consecuencias económicas de la pandemia ya están provocando un incremento en la violencia, que ya estaba en curso antes de que el elefante se metiera a la cristalería.

El problema no es la pandemia. El problema es que alcanzamos los límites de la producción de energía neta y de la biocapacidad del planeta. Nuestro problema se llama crisis civilizatoria. Para sobrevivir debemos reinventar todo: la forma de producir alimentos, de construir asentamientos, de abrigarnos, de desplazarnos, de relacionarnos con la naturaleza y, lo más importante, la forma de relacionarnos entre nosotros.

JUAN ARELLANES ARELLANES es profesor de Geopolítica, Coordinador Académico del área de Estudios Regionales y Coordinador del Centro Anáhuac de Investigación en Relaciones Internacionales de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México, Campus Norte. Es miembro fundador del Grupo de Estudios Transdiciplinarios en Energía y Crisis Civilizatoria. Sígalo en Twitter en @JuanArellanes5.

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4 Responses to ¿Fin de los combustibles fósiles, fin de la globalización?

  1. Maria dice:

    Es un estudio muy interesante, que me da más miedo del que ya tenía.

  2. No dudo que el Petroleo es importante y se ha convertido últimmente mas competitivo frente a las energias renovables viables hoy. Su principal problema actual es su alta contaminación, sin embargo, puede ser que la tecnología ofrezca en el futuro a mediano plazo, descubrimientos que contribuyan a equiparar el Poder energético por unidad y costo de las energias renovables competitivas. Asi, al petroleo se le debe ver además de fuente energética, como materia primas para unos 10 mil productos e insumos industriales incluyendo fibras, medicinas, alimentos etc. y esta ventaja puede constituir el nuevo mercado para este producto. El mundo encontrará un equilibrio en el consumo industrial del petroleo como energia y como materia prima para otros usos industtriales en procesos menos contaminantes. Es un problema de futuro y tecnológico. LIC. ROBERTO LOPEZ PORRAS. GUATEMALA.

  3. […] para la economía global, redujo la demanda de muchos bienes y servicios. Hace un año explicaba en Foreign Affairs Latinoamérica cómo la pandemia puede haber representado el tiro de gracia de la industria […]

  4. Gabriel dice:

    Buen resumen de la situación global. El «COVID, guerra Rusa/Ucrania y lo que venga: planificados hace años» serán intentos interesantes para una desglobalización y decrecimiento controlado.

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