¿Qué puede esperar Latinoamérica de Joe Biden?

24 octubre, 2020 • Artículos, Latinoamérica, Norteamérica, Portada • Vistas: 4609

Las elecciones presidenciales ante el legado de Trump

Al Jazeera

Álvaro Díaz Navarro

Octubre 2020

El martes 3 de noviembre de 2020 se celebrarán las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Como de costumbre, los comicios se seguirán con especial atención en todo el mundo debido al peso económico, político y militar del gigante estadounidense y las consecuencias, directas o indirectas, que ello supone para el resto del planeta, en especial para Latinoamérica.

Una hipotética victoria de Joe Biden y su compañera de fórmula, Kamala Harris, llevaría a volver a reconstruir los puentes que Donald Trump ha echado abajo durante sus 4 años de presidencia, cargados de heterodoxia, proteccionismo y polémica. En Latinoamérica, considerado tradicionalmente como “el patio trasero” de Estados Unidos, no será menos.

Desde el inicio de la legislatura en 2017, el enfoque del gobierno Trump en la región se ha caracterizado en esencia por dos factores: por un lado, una ruptura con el gobierno de Barack Obama, deshaciendo varias de sus líneas estratégicas y endureciendo el tono y las formas de manera considerable; por el otro, un distanciamiento de la diplomacia tradicional y una enorme torpeza geopolítica que ha llevado a otros actores, como China o Rusia, a ocupar los huecos abandonados por los estadounidenses.

Una política regional agresiva

En consonancia con su carácter, Trump ha ejercido una política exterior agresiva hacia sus pares continentales, con una agenda basada en “premios y castigos”. Tal es el caso de sus relaciones con Cuba. El deshielo iniciado por Obama fue un paso adelante en la histórica relación entre ambos Estados, lo que permitió una flexibilización migratoria y una bocanada de aire para la maltrecha economía cubana, en la que el turismo tiene un peso considerable. Con la imposición de un tope monetario para las remesas, las nuevas sanciones, la limitación de los viajes turísticos a la isla y la activación del título III de la Ley Helms-Burton, el actual gobierno buscaba el voto de las comunidades cubanas, clave en estados como Florida.

Después de Cuba, fue el turno de Venezuela. Con Nicolás Maduro enrocado en Miraflores y Juan Guaidó actuando como punta de lanza, Washington y el opositor venezolano entraron en un proceso de retroalimentación en el que el apoyo financiero del primero se compensaba con un “altavoz” de los intereses estadounidenses en el corazón del país. Aunque Guaidó ha perdido fuerza desde su autoproclamación, el respaldo estadounidense ha sido considerable estos 2 años: financiación de sus políticas, duras sanciones hacia altos cargos chavistas e incluso la aceptación de su representante en la Organización de los Estados Americanos (OEA). Se llegó incluso a sopesar una intervención armada con la activación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca en el organismo regional, pero el inicio de un conflicto armado es una línea roja para la Casa Blanca.

En materia económica, Trump cumplió lo prometido: renegociar o abandonar tratados de libre comercio. Del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, del que también forman parte México y Perú, se retiró definitivamente. Con la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, cinceló un acuerdo a su medida, el Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), con el que se aseguraba una menor movilidad de fábricas hacia México, la revisión del mismo cada 6 años y la introducción de modificaciones en capítulos dedicados a la corrupción o el medio ambiente.

En consonancia con su carácter, Trump ha ejercido una política exterior agresiva hacia sus pares continentales, con una agenda basada en “premios y castigos”. Tal es el caso de sus relaciones con Cuba.

La migración ha sido otro de los objetivos de Trump. Gracias a la criminalización de los inmigrantes, con independencia de su estatus legal, se ha servido de esta como arma electoral y polarizante. En concreto, chantajeó a Andrés Manuel López Obrador con una subida de las tarifas arancelarias si no detenía las cadenas migrantes procedentes de Centroamérica. Con ello se aseguraba la externalización del control migratorio y el desplazamiento de la frontera miles de kilómetros al sur del río Grande. Asimismo, y en contra de la legislación internacional, devolvió a los solicitantes de asilo guatemaltecos, hondureños y salvadoreños a sus países alegando que podían considerarse “terceros países seguros”.

Por último, la presión diplomática ha sido clave para posicionar al frente de organismos regionales a personas alineadas con los intereses del país. Es el caso de la reelección de Luis Almagro como Secretario General de la OEA, al que se le ha criticado por su falta de ecuanimidad y sus excesos sobre Venezuela, al tiempo que se mostraba laxo en torno a asuntos como el trato migratorio en Estados Unidos o la abrupta salida de Evo Morales de Bolivia. Controvertida ha sido también la designación de su exasesor Mauricio Claver-Carone al frente del Banco Interamericano de Desarrollo, con la que se ha roto un pacto tácito de décadas según el cual la presidencia de este organismo debería ser ocupada por un latinoamericano. Con este puesto, Trump se asegura un aliado en la institución encargada de financiar los grandes proyectos de desarrollo económico y social en la región.

El enfoque demócrata

La Latinoamérica que se encontraría Biden sería una región totalmente devastada por la pandemia de coronavirus. De acuerdo a Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, no se espera una recuperación en los próximos años. La caída del PIB latinoamericano en lo que va de 2020 alcanza el 9.1%, mientras que el número de personas en la pobreza aumentará en 45.5 millones hasta llegar a los 230.9 millones –el 37.3% de la población total– en 2020.

Con semejante panorama, la principal amenaza para Estados Unidos es el aumento de la influencia de China y, en menor medida, de Rusia, en el hemisferio. La necesidad de financiación, sumada a la búsqueda voraz de materias primas por parte del gigante asiático, obligaría a los demócratas a impulsar un enorme ejercicio de multilateralismo, diplomacia y financiamiento para ser la opción más atractiva de cara al futuro.

Algo similar ocurre con Cuba y Venezuela, que seguirán siendo temas prioritarios con independencia del ganador. Con respecto a Cuba, Biden ha dejado claro que quiere retomar la política de acercamiento de Obama y restablecer las relaciones económicas. Lo contrario sería un recrudecimiento conducente a lo que fue Cuba el siglo XX: un Estado satélite de potencias extranjeras y a pocos kilómetros de Miami.

En el caso de Venezuela, Biden ha tildado a Maduro de “dictador” y ha apoyado públicamente a Guaidó, lo que hace pensar que su proceder no se alejará demasiado del de Trump. Es probable que su tendencia al multilateralismo lo lleve a apoyar e involucrarse de manera más activa en las acciones del Grupo de Lima, el Grupo Internacional de Contacto y los diálogos de paz que impulsó, sin éxito, Noruega. Más allá de eso, la condena al régimen chavista y las sanciones se mantendrían, pero sin la amenaza del uso de la fuerza, como indicó Harris.

Lo relativo a la inmigración es otro tema. La solución no es sencilla y tampoco llegaría a corto plazo, en tanto que echa raíces en terceros países y en factores socioeconómicos crónicos. Por lo pronto, se podría mejor la certidumbre legal mediante el mantenimiento del programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) para los dreamers y la extensión del Estatus de Protección Temporal a los inmigrantes venezolanos si los escaños en el Senado acompañan al ejecutivo. De la misma manera, se podrían modificar ciertas prácticas llevadas a cabo por el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas en todo lo concerniente al trato en los centros de detención y la caza indiscriminada de personas irregulares para no incurrir en violaciones de derechos humanos.

En el caso de Venezuela, Biden ha tildado a Maduro de “dictador” y ha apoyado públicamente a Guaidó, lo que hace pensar que su proceder no se alejará demasiado del de Trump.

Más allá de sus fronteras, Washington deberá cooperar y apoyar a los Estados emisores mediante cauces diplomáticos y multilaterales en lugar de utilizarlos como cárceles externalizadas a golpe de amenaza. Biden y Harris anunciaron un plan de inyección de 4000 millones de dólares para Centroamérica con el fin de mejorar su situación socioeconómica. En paralelo, su programa electoral recoge la construcción de infraestructuras y la promoción de la inversión extranjera como solución para mejorar el desarrollo económico en el Triángulo Norte, así como combatir la corrupción, reducir la inseguridad y garantizar el acceso a la justicia.

Algo similar se espera de las relaciones bilaterales con México. El discurso sería mucho más tibio, sin amenazas ni chantajes, y la cooperación más profunda, pero también más heterogénea, dando especial importancia a la parte laboral y medioambiental. Si bien el T-MEC no parece amenazado ante un cambio en la Casa Blanca, los demócratas exprimirían los capítulos laborales para terminar con los abusos sindicales en el país y pedir explicaciones por la cancelación de contratos en materia energética con empresas estadounidenses. Aquí los caminos divergen considerablemente: Biden propone un plan para apoyar las energías limpias, mientras que López Obrador busca la autosuficiencia energética mediante la producción de hidrocarburos. El rescate de Petróleos Mexicanos, la mejora de seis refinerías y la construcción de una nueva en Dos Bocas, así como el aumento de exploraciones apuntan a ello y podrían ocasionar más de un roce con la nueva presidencia.

No perdamos de vista también que en lo que queda de 2020 y durante 2021 se celebrarán comicios en prácticamente todos los países de la región si la pandemia lo permite. Serán generales (Bolivia, Chile, Ecuador, Honduras, Nicaragua y Perú), parlamentarias (Argentina, México y Venezuela) e incluso se realizará un referendo constitucional en Chile. Las urnas decidirán si Latinoamérica inicia un nuevo viraje hacia la izquierda, como sucedió 2 décadas atrás o si, por el contrario, se mantienen las presidencias conservadoras de las que se ha beneficiado en gran medida el gobierno de Trump.

En cualquier caso, Biden no debería perder de vista la enorme influencia de China en muchos de estos Estados, y más en tiempos de necesidad económica y países financiadores dispuestos a hacer negocios. De ahí que una hipotética victoria demócrata busque reformular las relaciones con sus vecinos del sur y genere nuevas oportunidades en un escenario de reconstrucción pospandemia más allá de las simpatías personales o las ideologías imperantes.

Tal y como apuntaba Robert Kaplan, Estados Unidos vive hoy un momento posimperial. Cualquier presidencia estadounidense con pretensiones de liderar el nuevo orden internacional –y Biden aspira a ello en contraste con el repliegue de Trump– habrá de distanciarse de la hegemonía tradicional en su política exterior, pero sin caer en la indiferencia. Impulsar un multilateralismo en horas bajas, pero sin diluirse en una multipolaridad creciente. En definitiva, seguir manteniendo su influencia en Latinoamérica, pero saber adaptarse a las nuevas circunstancias políticas y económicas que vienen marcadas, en parte, por otras potencias. Los resultados son inciertos. Se abren las apuestas.

ÁLVARO DÍAZ NAVARRO es maestro en Relaciones Internacionales, Seguridad y Sesarrollo por la EAE Business School y la Universidad Autónoma de Barcelona. Con un especial interés en Latinoamérica, ha publicado en diversas revistas especializadas y ha cooperado en organizaciones no gubernamentales de ayuda al desarrollo. Sígalo en Twitter en @alvarodn94.

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One Response to ¿Qué puede esperar Latinoamérica de Joe Biden?

  1. Evelyn Obregon dice:

    Excelente enfoque del entorno Latinoamericano, me parece que ya Chile realizó recientemente el plebiscito para la creación de una nueva constitución y hacia allí van la mayoría de los países en Latinoamérica con el fin de cambiar y renovar la perspectiva política.

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