Nadie extraña a Sèvres, excepto los kurdos

17 julio, 2020 • Artículos, Medio Oriente, Portada • Vistas: 4857

A 100 años del efímero Tratado de Sèvres

Icslatam

Ornela Fabani y Nicolás Alesso

Julio 2020

Con la derrota de las potencias aliadas y la consecuente caída del Imperio otomano, que tuvo lugar tras la Primera Guerra Mundial, el Medio Oriente vio el surgimiento nuevos Estados, muchos de ellos arbitrariamente delimitados. De esta forma, pueblos con una historia, una lengua y una cultura en común se vieron fragmentados, formando parte de las nuevas entidades políticas recientemente constituidas, con las cuales, en algunas oportunidades, poco tenían en común. Entre los pueblos referidos podemos citar el caso de los kurdos.

Al respecto, agosto de 2020 es una fecha que adquiere relevancia dado que marca el centenario de la firma del Tratado de Sèvres. Este documento, elaborado una vez culminada la Gran Guerra, en el marco de la Conferencia de París y firmado entre las potencias vencedoras en la contienda (a excepción de Estados Unidos y la Unión Soviética) y el Imperio otomano, definía la suerte de gran parte de los territorios que hasta el momento habían estado bajo control de este último, que desaparecía luego de más de 6 siglos de existencia.

En esta línea, entre los puntos abordados por el Tratado se estipulaba la creación de un Estado autónomo para los kurdos, algo que nunca llegó a concretarse. En efecto, el citado instrumento jurídico nunca fue ratificado y su contenido fue revisado por el Tratado de Lausana, de 1923, que procedió a un reparto del territorio del Kurdistán en cinco espacios, que estarían bajo control de Irak, Irán, Siria y Turquía. En tanto, un porcentaje muy menor del mismo quedó en manos de la Unión Soviética.

En la actualidad se estima que los kurdos son unos treinta millones, repartidos de la siguiente forma: Turquía alberga en torno a la mitad de los mismos (representando aproximadamente un 19% de su población total), Irán cobija a un 24% de los kurdos (convertidos en un 10% de la población de la República Islámica), Irak posee otro 24% de la población kurda en su territorio (cristalizando en un 10% del total de sus súbditos), mientras que Siria alberga cerca de un 8% de los kurdos (correspondiéndose con un 5% de los iraquíes). En definitiva, lejos de las promesas que quedaron plasmadas en Sèvres vemos que el pueblo kurdo se ha visto fragmentado convirtiéndose en el mayor pueblo del mundo sin un Estado propio.

Lejos de las promesas que quedaron plasmadas en Sèvres vemos que el pueblo kurdo se ha visto fragmentado convirtiéndose en el mayor pueblo del mundo sin un Estado propio.

Ahora bien, haciendo historia, es menester destacar que con el correr de los años existieron algunos intentos de crear Estados kurdos independientes. El primero fue el Reino de Kurdistán, erigido en 1922 en lo que hoy es Irak, y que se sostuvo apenas poco más de un año, hasta 1924, cuando fue desmantelado por la acción del Reino Unido. Tiempo después, en 1927, un levantamiento en el sudeste de Turquía culminó con la proclamación de la República Kurda de Ararat, vencida 3 años después por el ejército turco. Finalmente, en 1946, los kurdos iraníes, con el respaldo de la Unión Soviética, y en territorio iraní, proclamaron la independencia de la República del Kurdistán que tendría su capital en Mahabad. Esta última solo subsistiría unos meses y en diciembre del mismo año volvería a integrarse a Irán como consecuencia de las divisiones internas entre los kurdos, la escasa ayuda soviética y la presión de los países occidentales en los albores de la Guerra Fría.

La historia de este pueblo está marcada por el abuso y el sometimiento que han padecido al convertirse en una minoría más al interior de los Estados que los hospedan, los cuales, sin excepción, han optado por una negación tanto de sus derechos como de sus demandas de participación política, siempre consideradas ilegítimas, y las cuales generalmente fueron acalladas mediante el uso de la fuerza.

Así, a menudo, el pueblo kurdo ha sido conceptualizado como minoría víctima de persecución por parte de los gobiernos de los países en los cuales habita (O’Shea, 2004). No obstante, si bien este pueblo ha vivenciado momentos de violencia y matanzas de espectacular crueldad, desde finales del siglo XX, y especialmente en los últimos años, puede observarse un empoderamiento por parte de este actor dentro de la coyuntura del Medio Oriente. Este ascenso se da particularmente tras la guerra de Irak en 2003 y el conflicto en Siria iniciado en 2011.

El otro Irak

“¿Has visto el otro Irak? Es espectacular. Es pacífico. […] Menos de doscientos soldados estadounidenses están estacionados aquí. Árabes, kurdos y occidentales vacacionan juntos. ¡Bienvenidos al Kurdistán iraquí!” Estas palabras son parte de la campaña de promoción que el Gobierno Regional de Kurdistán lanzó hace más de una década para atraer visitantes y, especialmente, inversiones. Hoy, esta región goza de una realidad considerablemente distinta al resto del país al que pertenece.

Esta realidad mutó notablemente tras la invasión estadounidense. En efecto, este grupo étnico, que desde 1991 gozaba de cierta autonomía, cobró impensado protagonismo con la caída de Saddam Hussein. Tal es así que, en las elecciones de enero de 2005, la Lista de Coalición del Kurdistán obtuvo un segundo puesto secundando a la Alianza Unida Iraquí que no llegó a obtener los votos necesarios para formar gobierno. A raíz de esta situación, ambos partidos se vieron en la necesidad de negociar, lo que le permitió a los kurdos granjearse un espacio de relevancia en la arena política del país pudiendo ejercer influencia en el contenido de la nueva Constitución. Vale destacar que este instrumento jurídico reconoce al idioma kurdo como una de las dos lenguas oficiales, a Irak como un Estado multiétnico y multirreligioso, y a la Región del Kurdistán como una región federal. Por otra parte, tampoco puede dejar de destacarse la asunción del primer presidente kurdo de Irak, Jalal Talabani, otro hito en la historia del pueblo kurdo en Irak. En este sentido, el estatus que lograron obtener los kurdos iraquíes prácticamente resulta un sueño inalcanzable para los kurdos de Irán, Siria y Turquía, y, al mismo tiempo, un factor extremadamente irritante para Ankara, Damasco y Teherán.

Por otro lado, la situación económica en esta región es mucho más estable que en el resto de Irak. Producción agropecuaria, turismo y, por supuesto, explotación de hidrocarburos son las actividades que mayor cantidad de inversión extranjera e interna reciben desde 2005. Estas inversiones alcanzaron un total de 44 000 millones de dólares para 2018, y si bien el mayor porcentaje tiene orígenes locales, las extranjeras provienen principalmente de los Emiratos Árabes Unidos, Turquía, Líbano, Egipto y Estados Unidos.

De cualquier forma, los ingresos de la región continuamente generan conflicto con Bagdad, que reclama mayor participación en la toma de decisiones acerca de las inversiones en el territorio, así como en la coparticipación de las ventas de petróleo y gas. Estos desencuentros entre la región autónoma y el gobierno nacional llevaron a un importante recorte presupuestario entre 2014 y 2017. Sumado a la caída del precio del barril de petróleo en esos años, la lucha contra Estado Islámico y la llegada de decenas de miles de refugiados sirios provocaron el desencadenamiento de una crisis económica en la región.

En 2017, la cúpula del Kurdistán –formada por el presidente Masoud Barzani y su sobrino y yerno, el primer ministro Nechirvan Barzani–anunció un referendo por la independencia de la región. El resultado arrojó que una abrumadora mayoría, el 92%, votó a favor del “sí”. No obstante, Esta cifra fue puesta en duda debido a irregularidades constatadas por observadores internacionales, como el hecho de permitirse el voto a refugiados kurdos de Siria, al igual que a kurdos residentes en Bagdad, sumado a sospechas de presiones realizadas sobre árabes, turcomanos o asirios, etnias minoritarias dentro de la región. Aun así, los resultados fueron contundentes, y parecía que los anuncios públicos del Presidente podían volverse realidad: “Este Irak ya está terminado. Los kurdos tendremos un Estado”.

Sin embargo, las razones de agitar el sentimiento nacionalista por meses y el posterior referendo pueden adjudicarse a las fuertes críticas dirigidas al tándem Barzani por el mal manejo de la crisis económica previamente referida y a supuestos casos de corrupción. De hecho, el mandato constitucional del Presidente había culminado 4 años antes, y su perpetración en el poder mostraba serios signos de desgaste.

Lejos de la independencia, el referendo causó el avance del ejército iraquí –respaldado por Irán y Turquía– sobre el Gobierno Regional del Kurdistán, que tuvo apoyo saudí, lo que llevó a la pérdida de la región de Kirkuk, una de las más ricas en cuanto a yacimientos hidrocarburíferos, disputada por Bagdad y Erbil desde 2014. Barzani renunció un mes después y, tras 2 años sin presidente, el cargo fue ocupado por Nechirvan, y Masrour Barzani –su primo y cuñado– fue electo como primer ministro.

La realidad del Kurdistán iraquí ayuda a entender la realidad de Irak. En este sentido, la constante lucha del Estado nacional con una región subnacional por mayor injerencia en la toma de ciertas decisiones, las regalías de los hidrocarburos e, incluso, por el gobierno en zonas disputadas demuestra que existen dos centros de poder (a los que se suman las intervenciones de Estados Unidos, Irán y Turquía) en un Estado que aún no termina de reconstruirse tras la invasión estadounidense de 2003.

Los kurdos en Siria: intereses, autonomía y supervivencia en un Estado implosionado

En otro orden, el inicio de los levantamientos en Siria y, a posteriori, la expansión del Estado Islámico en aquel país, supusieron para los kurdos la apertura de una nueva ventana de oportunidad. Particularmente, tras las múltiples vejaciones sufridas por este pueblo, entre las cuales se destaca el hecho de que la población kurda en Siria no posee ciudadanía y es clasificada como extranjera, negación que no ha tenido demasiados cambios desde su instauración en 1960. En este marco, en 2012, los kurdos ubicados en el noreste de este país aprovecharon el vacío de poder reinante y, a la par que combatían con las fuerzas de la referida organización terrorista, impulsaron en pocos meses un proyecto de autogobierno proclamando una entidad federativa autónoma, conocida como Rojavá, que en kurdo significa “el oeste”, en referencia a su lugar dentro del proyecto del Gran Kurdistán.

Con el ingreso de Estados Unidos al conflicto en 2014, Rojavá y las milicias kurdas encontraron, por un lado, un aliado en la lucha contra el Estado Islámico en su región; por el otro, un apoyo en sus aspiraciones autonomistas frente a la oposición de Damasco. Sin embargo, los intereses de Washington no tenían el respaldo a las milicias kurdas –autodenominadas Fuerzas Democráticas Sirias– y el principal partido político involucrado, el Partido de la Unión Democrática (PYD), como un fin en sí mismo. En agosto de 2019, Donaldo Trump y Recep Tayyip Erdogan acordaron una zona de seguridad dentro del territorio sirio –a pesar de las denuncias de Damasco–, ubicada en la frontera entre Rojavá y Turquía. En octubre, Estados Unidos anunció que se retiraría del norte sirio ante la decisión de Turquía de desplegar la Operación Primavera de Paz. Esta ofensiva militar tuvo como fin erradicar de las zonas fronterizas a las milicias kurdas y al Estado Islámico, tomar el control de localidades importantes y lograr la repatriación de refugiados sirios establecidos en Turquía. Ese mismo mes, una segunda zona de seguridad fue establecida en un acuerdo ahora entre Erdogan y Vladimir Putin.

Ante el avance de las tropas turcas en el territorio sirio, pero controlado por Rojavá, el PYD recurrió al gobierno de Bashar al Assad para solicitar asistencia militar, permitiendo el ingreso del ejército sirio a territorio kurdo para contener al turco. De esta manera, la élite kurda cedió autonomía a cambio de seguridad, una autonomía cada vez más erosionada debido al avance turco-ruso al norte y al ingreso del ejército nacional a su territorio, que continúa siendo adversario. Esta especie de tregua se dio por una amenaza mayor: el retiro de Estados Unidos de la contienda, la crisis humanitaria y la voluntad de la comunidad internacional involucrada en el conflicto de que Siria se reconstruya con las mismas fronteras.

Actualmente, luego de meses de avanzadas, retiradas, fricciones y choques por parte de las tropas conjuntas de Rusia y Turquía, el ejército sirio, el personal militar de Estados Unidos que aún queda en la zona y las tropas de las Fuerzas Democráticas Sirias han profundizado un conflicto que no termina y una reconstrucción que aún no comienza. Así, esta nueva etapa empeoró la crisis humanitaria, provocando la mayor cantidad de desplazados internos desde el comienzo de la guerra según la Organización de las Naciones Unidas: casi 200 000 mil personas en el primer mes de la operación turca y más de un millón desde diciembre de 2019. Además, produjo mayor emigración de kurdos al Kurdistán iraquí e imposibilidad de cualquier garantía de seguridad para el retorno de refugiados. Incluso, aún hay células del Estado Islámico operativas que chocan contra distintas tropas y otras organizaciones como Hezbolá. Todo esto sin mencionar la emergencia sanitaria causada por la pandemia de covid-19, que amenaza con tener consecuencias devastadoras en un país con un sistema de salud casi inexistente.

La imposibilidad de un Kurdistán independiente

Más allá del empoderamiento al que se hizo referencia es menester destacar que los vínculos políticos entre regiones kurdas suelen ser escasos, o bien suelen caracterizarse por las rispideces entre las mismas. Esto a excepción de algunos casos puntuales como ocurre con las relaciones entre el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) y sus filiales en Siria, el PYD, e Irán, el Partido por una Vida Libre del Kurdistán.

Dicho esto, a las fuerzas profundas que originaron las ideas y los proyectos de un Kurdistán independiente, en la actualidad se le suman otras variables intervinientes. Sin ir más lejos, los Estados hospedantes ven comprometida su integridad territorial, así como otros intereses, ante un reclamo con elementos irredentistas e independentistas fronteras adentro. Sin embargo, los países involucrados utilizan a su favor las dificultades del otro. Tal es el caso de Turquía que, mientras protagoniza un conflicto con el PKK desde hace más de 3 décadas, es socio estratégico del Kurdistán iraquí –con sólidos vínculos comerciales y militares que incluyen operaciones turcas en territorio de Irak sin permiso de Bagdad–, a la vez que se erige como la mayor amenaza para el Kurdistán sirio.

Poniendo el foco en el Gobierno Regional del Kurdistán y Rojavá, a pesar de la construcción de la idea de una patria unida presente en los discursos de las élites políticas kurdas y las manifestaciones populares sucedidas por décadas, hay asintonías entre las élites políticas debido a cuestiones culturales, comunitarias, regionales, económicas y políticas. Estas asintonías se muestran especialmente en las áreas donde hay mayor autonomía. La ineficacia de los acuerdos, sumado al contexto, provoca inferir que, en el siglo XXI, hay un cambio evidente en los objetivos de las mismas, donde cada región pretende en mayor medida encontrar vías por las cuales conectar con la realidad política en la que se encuentran, mientras mantienen o amplían su autonomía, más que la consecución de un Estado independiente, lo que puede plantearse como la búsqueda de construir fronteras dentro de las fronteras.

Más allá de los logros alcanzados, el pueblo kurdo al interior de Irak y Siria, la realidad es que lejos se encuentra de poder concretar la idea de conformar un único Estado kurdo soberano.

La realidad se ilustra con dos ejemplos. Cuando la región kurda del noreste de Siria se autoproclama autónoma bajo el nombre de Rojavá, surge de un acuerdo entre los dos principales partidos políticos. En 2012, el PYD y el Consejo Nacional Kurdo (KNC) formaron el Comité Supremo Kurdo para gobernar la región mediante una copresidencia confirmada por un hombre y una mujer. Sin embargo, el KNC se distanció del PYD criticándolo por ejercer un monopolio del gobierno (todas las duplas a cargo de la copresidencia han pertenecido al PYD) y de las fuerzas armadas, así como por oprimir a los opositores, en tanto se juzgó que sus objetivos de autonomía son funcionales al gobierno de Al Assad.

Por su parte, en Irak, tras los conflictos constantes entre el Partido Demócrata del Kurdistán y la Unión Patriótica del Kurdistán, durante las década de 1980 y 1990, se acercaron momentáneamente en 2003 ante la invasión de Irak. Hoy, ambos partidos continúan con sus rispideces, y mientras el primero ha gobernado la región kurda desde 2005, del segundo han surgido todos los presidentes electos de Irak.

En virtud de lo hasta aquí expuesto, y más allá de los logros alcanzados, el pueblo kurdo al interior de Irak y Siria, la realidad es que lejos se encuentra de poder concretar la idea de conformar un único Estado kurdo soberano. Por este motivo, como sostiene Ofra Bengio, el Tratado de Sèvres se encuentra, para todas sus intenciones y propósitos “muerto y enterrado”, excepto para la memoria del nacionalismo kurdo y su proyecto de una nación independiente. Nunca en la historia moderna del mundo, el mayor pueblo sin Estado propio estuvo tan cerca de conseguirlo. Hoy, aún en las regiones que alcanzaron mayor autonomía, el proyecto parece más lejano que en otras épocas, y no solo se debe a las fuerzas externas y a la oposición de los Estados que habitan. Las disidencias y los choques entre élites políticas hacen imposible arribar a consensos que se dirijan a construir acuerdos a largo plazo que habiliten su reclamo histórico, el cual, según muestra la realidad, está presente en libros, documentos y discursos, pero lejos de los objetivos últimos de las élites políticas actuales.

ORNELA FABANI es doctora en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y magíster en Integración y Cooperación Internacional por el Centro de Estudios en Relaciones Internacionales de Rosario (CERIR). Fue becaria doctoral y posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Es docente de la cátedra Política Internacional de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR y miembro del CERIR y del Departamento de Medio Oriente del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI) de la Universidad Nacional de La Plata. Sígala en Twitter en @OrnelaFabani. NICOLÁS ALESSO es licenciado y maestrando en Relaciones Internacionales por la Universidad Católica de Santa Fe. Está adscripto a la Cátedra Política Internacional de la licenciatura en Relaciones Internacionales de la UNR. Es miembro del Centro de Investigaciones en Política y Economía Internacional (CIPEI) de la misma Universidad y del Grupo de Jóvenes Investigadores del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata. Sígalo en Twitter en @AlessoNicolas.

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