La «revolución silenciosa» amenaza la estructura de poder en China

16 agosto, 2018 • Artículos, Asia/Pacífico, Portada • Vistas: 8344

World Journal

Matías Mongan

Agosto 2018

Las principales escuelas teóricas de las Relaciones Internacionales siempre presentaron una visión pesimista del orden internacional. El «estado de naturaleza» y la ausencia de una autoridad supranacional que garantice un bienestar común llevaron a que los Estados convivan en una suerte de anarquía en donde el conflicto siempre es un peligro latente.

En este marco, para el realismo clásico de Hans Morgenthau el ser humano se caracterizaba por ser espontáneo y agresivo por naturaleza. Ante esta situación, los Estados-nación (actores por excelencia del sistema internacional contemporáneo) siempre debían esperar lo peor de sus contrapartes. Por eso tenían que estar listos para llevar adelante una política externa racional y exenta de todo tipo de moralismo. El principal objetivo de la misma debía ser garantizar su propia supervivencia por medio de la promoción del interés nacional, siendo indispensable la constante acumulación de poder tanto en un ámbito cuantitativo como cualitativo (sobre todo en el plano militar).

El neorrealismo también dio a la anarquía un papel central en el orden internacional, pero a diferencia del realismo esta teoría centró más su foco en las características estructurales del sistema y no tanto en las unidades que lo componen. «Según Kenneth Waltz el comportamiento de las unidades del sistema (Estados) se explica más en los constreñimientos estructurales del sistema que en los atributos o características de cada una de ellas» (Mónica Salomón, 2001). Los neorrealistas buscaron responder a las críticas planteados desde el neoliberalismo y argumentaron que era posible alcanzar escenarios de cooperación, pero que no podían mantenerse en el tiempo debido al temor a que otros países fortalezcan sus posiciones de forma excesiva en el marco de una estructura que distribuía las capacidades de poder de forma asimétrica. Los neoliberales, por su parte, aunque compartían la visión sobre el carácter anárquico de la estructura, consideraban que los regímenes y las instituciones multilaterales podían mitigar los efectos constreñidores que dificultan la cooperación entre Estados.

Las denominadas teorías «reflectivistas» pusieron en tela de juicio el consenso que existía en las teorías «racionalistas» respecto al intrínseco carácter anárquico de la estructura internacional. Aunque respaldaba esa visión pesimista del mundo, desde el constructivismo Alexander Wendt buscó dejar en evidencia que esa definición era una construcción social y no una realidad científica como sostienen las mainstream de las Relaciones Internacionales. «No hay una lógica de la anarquía aparte de las prácticas que crean y que representan una estructura de identidades e intereses concreta en lugar de representar otra; la estructura no tiene ni existencia ni fuerza causal separada del proceso. La autoayuda y la política de poder son instituciones, no características esenciales de la anarquía. La anarquía es lo que los estados hacen de ella» (Wendt, 2005).

Para tener un conocimiento sobre el funcionamiento de la estructura, señala el autor, es necesario conocer no solo la dimensión material de la dinámica de poder sino también la ideacional, donde se crean las identidades con base a las cuales los Estados definen sus intereses en el plano internacional. A diferencia del neorrealismo, que hacía hincapié en las relaciones causales, el constructivismo subraya que el significado en torno al cual se organiza la acción surge de la interacción social entre los Estados. «La interacción refuerza determinadas ideas sobre el otro y hace rechazar otras. Si el proceso se repite durante el tiempo suficiente, las «tipificaciones recíprocas» (estructuras) crearan conceptos relativamente estables del yo y del otro sobre el objetivo de la interacción» (Wendt, 2005). El constructivismo de esta forma concuerda con el neoliberalismo en la posibilidad de mitigar los impactos de la anarquía por medio de los organismos internacionales, los cuales serían los encargados de establecer parámetros de confianza mínimos que permitan reducir el nivel de conflictividad.

Dentro de esta óptica, las percepciones ocupan un papel central en el proceso de toma de decisiones, entendidas como el sistema de integración cognitivo mediante el cual los tomadores de decisiones interpretan la «realidad operativa» con base a una serie de imágenes, ideas e informaciones que los actores construyen en el marco de las relaciones que establecen en el plano nacional, bilateral e internacional (Rubén Herrero, 2006). A continuación se analizará hasta qué punto las percepciones y el poder ideacional influyeron en el diseño de la política exterior de la República Popular China. A su vez, se buscará determinar si el nuevo estatus económico alcanzado por amplios sectores sociales, sobre todo la clase media, puede generar expectativas reformistas que amenacen la estructura de poder imperante.

Xi Jinping busca limitar el impacto social y ambiental del auge económico chino

Luego del triunfo militar sobre el bando nacionalista en la guerra civil, Mao Zedong consolidó su poder y llevó adelante su particular visión del marxismo-leninismo, que hacía hincapié en el campesinado como actor central del proceso revolucionario. En este primer periodo, el proceso de toma de decisiones era extremadamente vertical y los miembros del Partido Comunista de China (PCCh) solo se encargaban de aplicar las políticas diseñadas por el líder. A pesar de que Mao era el responsable de delinear el perfil ideológico y político del gobierno, dentro del gobierno existía un ala «reformista» (encabezada por dirigentes como Zhou Enlai, Deng Xiaoping, Liu Shaoqi) que planteaba por lo bajo la necesidad de poner fin a la colectivización de la tierra y de impulsar fórmulas económicas mixtas para incentivar la producción.

Las denominadas teorías «reflectivistas» pusieron en tela de juicio el consenso que existía en las teorías «racionalistas» respecto al intrínseco carácter anárquico de la estructura internacional.

Mientras la escuela realista suele presentar al interés nacional como un proceso homogéneo y monolítico, el constructivismo resalta que este es un proceso dinámico en el que entran en juego un sinfín de interés y actores que luchan por hacerse con el control del discurso. «Tanto por razones psicológicas como por razones sistémicas, las expectativas y los acuerdos intersubjetivos pueden tener una característica de autoperpetuación, creando senderos de dependencia que las nuevas ideas sobre el yo y el otro deben superar. Esto no cambia el hecho de que mediante la práctica los agentes estén continuamente produciendo y reproduciendo identidades e intereses, continuamente eligiendo las preferencias que tendrán después» (Wendt, 2005). Esta dinámica que plantea Wendt tuvo lugar durante los 10 primeros años de la república, más allá de que el liderazgo de Mao no se impugnaba, los sectores reformistas ya estaban trabajando en pos de construir una nueva identidad nacional que se encuadre con su decisión de llevar adelante un socialismo con características chinas.

Luego del fracaso del Gran Salto Adelante, el sector reformista aprovechó la oportunidad para desplazar a Mao del poder e impulsó una serie de medidas que rompieron con el monopolio del Estado en la economía: desmantelación de las comunas populares, desarrollo de microeprendimientos agrícolas, etcétera. Pero estas políticas, que combinaban herramientas del capitalismo y el socialismo, finalmente quedaron truncas a raíz de la irrupción de la Revolución Cultural que restableció el poder absoluto de Mao.

A medida que el fervor revolucionario  se fue desvaneciendo, al dirigente no le quedó otra opción que ceder a las presiones del sector reformista y aceptar un acercamiento con Occidente. Este proceso fue profundizado durante el gobierno de Deng Xiaoping, quien restableció las relaciones diplomáticas con Estados Unidos e impulsó la modernización de los cuatro sectores claves de la economía: la agricultura, la industria, la tecnología y la defensa.

Por medio del principio «una nación, dos sistemas», el nuevo líder supremo no solo logró recuperar de forma pacífica enclaves extraterritoriales claves para el interés nacional (Hong Kong, Macao) sino que construyó las bases de un sistema de gobernanza en la China continental totalmente acorde a los intereses del PCCh. Mientras se reservó el monopolio del proceso de toma de decisiones en el campo político, en el plano comercial se decidió liberalizar paulatinamente la economía para favorecer el desarrollo del mercado.

Muchos se preguntan, argumenta Rosie Blau, cómo el PCCh pudo sobrevivir después de la fuerte represión contra los manifestantes «prodemocracia» en la plaza Tiananmén en 1989. «La solución fue hacer rica a la gente. Desde 1990 el vertiginoso crecimiento económico se convirtió en la principal fuente de legitimidad del partido y le permitió asegurar su principal prioridad: la estabilidad institucional. Durante un tiempo ese sistema satisfizo los intereses del partido como de las personas, por medio de un acuerdo secreto el pueblo podía enriquecerse mientras no intentara acumular algún tipo de poder político» (Blau, 2016).

El principal beneficiado por este sistema fue la burguesía comercial, quien aprovechó el acercamiento comercial con Occidente y el respaldo activo brindado por el Estado para amasar fortunas exorbitantes. A tal punto que la riqueza combinada de los 568 mayores multimillonarios que hoy posee China es equivalente al PIB de Australia: 1.4 billones de dólares. «Se predica con frecuencia que el desarrollo del capitalismo y el crecimiento de la burguesía en China conducirán a un proceso de evolución política democrática. Pero resulta improbable que una burguesía que es creación del Estado comunista, que permanece tan dependiente de ese Estado y que en muchos aspectos aún está ligada material y psicológicamente al aparato del Estado-partido, tienda a limitar el poder de un Estado del que tanto se beneficia. No se trata tanto de que la nueva burguesía china sea políticamente tímida, sino de que sus intereses económicos están bien protegidos por el Estado que la creó» (Meisner, 2013).

La paulatina consolidación de la racionalidad neoliberal llevó a que el mercado se convierta en el factor estructurante de la sociedad. El consumo se convirtió en símbolo de estatus social, la lógica individualista se impuso por sobre los valores colectivos y familiares (sobre todo en los estratos económicos más altos) lo que ha generado cambios drásticos al interior de la sociedad. El gobierno chino siempre priorizó el desarrollo de la burguesía al momento de ejecutar su política comercial pro libre mercado, a tal punto que tradicionalmente ha sido acusado por otros países de utilizar prácticas desleales con tal de favorecer a su empresariado. Esta tarea ocupa un papel central en el interés nacional y es uno de los principales orgullos del gobierno comunista, la principal razón por la cual China debe ocupar un papel de preponderancia en el sistema internacional.

El gobierno chino siempre priorizó el desarrollo de la burguesía al momento de ejecutar su política comercial pro libre mercado.

Los fuerdái (como comúnmente se conoce a la segunda generación de millonarios) desarrollan su producción mayoritariamente en China, pero buena parte de ellos no reside allí. En los últimos 14 años, afirma el periodista de BBC Marcelo Justo, unos 91 000 millonarios chinos se radicaron en el extranjero. Aunque muchos asocian esto con la desaceleración económica que está viviendo el gigante asiático, lo cierto es que los empresarios deciden irse a vivir a lugares como Australia, Canadá, Estados Unidos o el Reino Unido para intentar conseguir una mejor calidad de vida para sus familias, y así poder garantizarse un mejor acceso a la educación y a un ambiente saludable.

El reclamo por un mayor cuidado del medio ambiente es justamente la principal demanda de la clase media, un sector social que ha crecido de forma notable en esta última década. «En 2000, 5 millones de hogares tenían ingresos entre 11 500 y 43 000 dólares reales; en 2016 ese número aumentó hasta 225 millones y en 2020 se estima que la clase media china va a superar en cantidad a la europea» (The Economist, 2016).

A diferencia de los fuerdái, ellos deben lidiar todos los días con las consecuencias de vivir en un ambiente altamente contaminado producto de la explotación indiscriminada de los recursos naturales promovida en las últimas décadas. Según un estudio realizado por el Colegio del Medio Ambiente de la Universidad de Nanjing, publicado en noviembre de 2016, la contaminación sería la responsable de casi un tercio de las muertes que se producen anualmente en China (sobre todo en la zona de Beijing-Tianjin-Hebei, la más contaminada del país), convirtiéndose así en la principal amenaza para la salud publica junto al consumo de tabaco.

A pesar de que no responsabilizó directamente al gobierno por esta situación, la clase media ha venido realizando manifestaciones y presentaciones ante la justicia (algo impensado tiempo atrás) para exigir el cierre de las empresas contaminantes y para demandar nuevas regulaciones que protejan el medio ambiente. Estos reclamos provocaron un «cimbronazo político» y generaron cambios en el proceso de toma de decisiones del gobierno comunista, tanto en el plano interno como externo.

A nivel estatal, las autoridades decidieron modificar la matriz energética del país, la cual dejó de centrarse en el carbón para fomentar la utilización de fuentes alternativas como el gas natural y las energías renovables. En el plano internacional Beijing, por su parte, aprovechó su flamante cruzada ambientalista para posicionarse como el nuevo referente mundial en la lucha contra el cambio climático, un compromiso que se acentúo aún más luego de la decisión de Donald Trump de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París.

El gobierno chino es consciente que los cambios introducidos en el modelo económico van a repercutir en su aparato productivo, pero está dispuesto a resignar su performance cuantitativa en pos de una obtener una mayor «calidad» en el crecimiento. Estas posiciones a favor de una economía más innovadora que permita mejorar la calidad de vida de las personas quedaron en evidencia durante el XIX Congreso Nacional del PCCh, así como en la última Conferencia Central de Trabajo Económico realizada en diciembre de 2017. De esta forma el gobierno no solo busca fortalecer la imagen de China como una economía de mercado moderna, sino también cumplir con las expectativas reformistas de la clase media. Aún resta por saber si disfrutar de un ambiente más saludable será suficiente para este grupo social o si esto va a dar el pie a la formulación de nuevas demandas, tales como una mayor movilidad social y un mejor acceso al conjunto de bienes capitalistas que hoy disfrutan los fuerdái.

El escenario que atraviesa China es complejo, tanto en el plano externo (desaceleramiento económico e intensificación de la guerra comercial con Estados Unidos) como interno. Ante este panorama desafiante, el PCCh decidió fortalecer el poder de Xi Jinping y su control sobre el proceso de toma de decisiones con la ilusión de que este dirigente se convierta en el timonel que guíe al socialismo con características chinas en esta nueva era.

MATÍAS MONGAN es licenciado en Comunicación Social y maestro en Relaciones Internacionales por la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Ha trabajado en distintos medios periodísticos, tanto escritos como radiofónicos. Actualmente realiza la maestría en Derechos Humanos, Interculturalidad y Desarrollo por la Universidad Pablo de Olavide (UPO) en Sevilla, España. Sígalo en Twitter en @matiasmonganm.

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