El racismo en México y la hispanidad

22 diciembre, 2019 • Artículos, Latinoamérica, Portada • Vistas: 18402

Una vieja polémica reactivada

Lifeder

Grecia Monroy Sánchez y Cristian Márquez Romo 

Diciembre 2019

En marzo de 2019, entre España y México se reactivó una polémica que yace latente en ambos países al menos desde hace 2 siglos: la existencia o no de una deuda histórica del país europeo con el que fuera uno de sus virreinatos por cerca de 3 siglos. La discusión se desató a raíz de la noticia sobre la carta que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador envió a la Corona Española y al Vaticano, solicitando que “se haga un relato de agravios y se pida perdón a los pueblos originarios por las violaciones a lo que ahora se conoce como derechos humanos”. En ambos lados del Atlántico no se hizo esperar la avalancha de reacciones y opiniones, las más de las veces enfrentadas entre sí. En algunos casos, se destacó el Tratado Definitivo de Paz y Amistad firmado en 1836 por México y la reina Isabel II como evidencia del fin de esta larga disputa. Otros argumentaron la importancia que tuvo para el triunfo de la conquista española el apoyo de los pueblos originarios sometidos por los mexicas; otros más, la contradicción que implica que la solicitud la haya realizado alguien con ascendencia española y que, además, preside un país con una deuda histórica hacia los pueblos originarios que persistió tras el fin del periodo colonial y llega hasta la actualidad. Estas opiniones y varias más que no se citan reflejan la complejidad de un tema que, lejos de representar un relato homogéneo, sigue siendo expresión de aspectos no resueltos en la historia compartida entre ambos países.

A este respecto, una de las reacciones más comunes fue la de asumir que el de la conquista y el pasado virreinal de México es un tema zanjado y que su reivindicación no es sino una provocación o un anacronismo. Entre otras cuestiones, se argumenta que, si seguimos esa lógica del perdón, la historia de la humanidad se convertiría en una cadena infinita de disculpas que no alteran lo ya sucedido. También se dice que no se puede juzgar el pasado a la luz de consideraciones contemporáneas. De hecho, esa es la máxima que ha sostenido el gobierno español en un comunicado, en consonancia con el pensamiento de historiadores como Alfredo Ávila, Tirado Mejía o Jesús Bustamante García. Pero si la historia no es nunca maniquea, la memoria y los relatos que reivindicamos en el tiempo tampoco son neutrales. De hecho, el argumento de que el pasado no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas implica la aceptación de que se cometieron abusos. Por lo tanto, llama la atención que el día conocido en México como “Día de la Raza”, en Uruguay como “Día de las Américas” y en Argentina como el “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”, en España se celebre con un gran desfile militar que invita a la ciudadanía a “conmemorar el sentimiento de unidad de los españoles en torno a los símbolos”, sin alusión alguna al reconocimiento de las víctimas.

El de la conquista es un tema que, lejos de representar un relato homogéneo, sigue siendo expresión de aspectos no resueltos en la historia compartida entre ambos países.

Como sostiene el periodista español David Jiménez, más que perdón, comisiones de la verdad o reparaciones materiales, sería asequible ofrecer a América una mayor honestidad histórica, incorporando en el relato los abusos y onerosos expolios llevados a cabo en el continente, sin que esto implique trasladar la culpa a las generaciones actuales, que nada tuvieron que ver con ellos. Entender los acontecimientos en la especificidad de su contexto histórico no nos impide reconocer, desde el horizonte de nuestro presente, la existencia de abusos llevados a cabo por parte tanto de los europeos como de las poblaciones originarias que habitaban el continente. Este aparentemente simple reconocimiento simbólico sería útil para acabar paulatinamente con el chauvinismo de aquellos sectores que en pleno siglo XXI se niegan incluso a reconocer la presencia española en América como colonialismo. En el caso de los países latinoamericanos, ha pasado tiempo suficiente y se cuenta ya con un caudal importante de reflexión crítica al respecto para reconocer la complejidad e implicaciones, negativas y positivas, de los procesos de colonización. A casi 500 años de la caída de la ciudad capital del Imperio azteca, y en una sociedad tan heterogénea como es la mexicana, hablar de “vencedores” y “vencidos” o de “malos” y “buenos” puede no ser ya útil ni explicativo, como ha señalado el historiador peruano José Antonio del Busto. Sin embargo, traer a cuento aquella coyuntura histórica puede permitirnos reconocer y explicar desigualdades estructurales que siguen vigentes actualmente.

Ahora bien, es claro que esta comprensión no se dará del mismo modo para el que fuera el país-Imperio que para los virreinatos y colonias. En el caso de España, la invisibilización de las víctimas de los procesos de colonización es una de las condiciones que siguen haciendo posible la celebración por parte de los vencedores, así como la asociación del inicio del proceso colonizador con la esencia misma de la nación. En España, el 12 de octubre, día del llamado “Descubrimiento de América”, fue instaurado oficialmente en 1987 como fiesta nacional que conmemora el inicio para este país de “un periodo de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos’’. Es sabido que el fundamento de todo nacionalismo es “imaginado” y, en ese sentido, arbitrario, por lo que no se trata de exigir de España un fundamento nacionalista que haga justicia a toda su complejidad histórica —¿qué país lo tiene?—. Sin embargo, acaso el valor de “la mirada americana” —como enunció Susana Rotker a propósito de la crítica que en el siglo XIX hizo el mexicano Fray Servando Teresa de Mier a las civilizaciones imperiales europeas— radique precisamente en el intentar ver el otro lado, los cómos y los porqués, de aquella “proyección lingüística y cultural”. El reconocimiento en algunos sectores de la sociedad española de que se cometieron abusos en todo el continente y que las motivaciones de la conquista fueron en gran medida económicas (y no civilizatorias) es una agenda no resuelta que llega hasta el presente.

Todo lo anterior de ningún modo exime a México de su propia responsabilidad ante su historia y su presente. La pregunta es cómo asumir esa responsabilidad. La solicitud de disculpa aludida al comienzo, la cual fue leída por algunos incautos como la búsqueda de un enemigo externo a manera de chivo expiatorio, puede ser aprovechada más bien para pensar anticipadamente en las conmemoraciones que en 2021 pondrá sobre la mesa: los 500 años de la caída de Tenochtitlan y los 200 años de la consumación de la independencia política de España. ¿Cuál es la continuidad que hay entre estos dos sucesos y nuestro presente? Sin duda, una respuesta a esto nos lleva a hablar del que es uno de los enemigos internos que más permean en nuestra sociedad: el racismo.

México: la conquista en el presente

A diferencia de Europa, en donde la clase social ocupó un papel clave en el proceso de estratificación social, en Latinoamérica el factor principal fue la raza. De acuerdo con Federico Navarrete, esta estratificación social y el fenómeno del racismo tienen sus orígenes en el proceso de conquista y en el sistema virreinal de castas que forjó las bases del México actual. En esta misma línea, Aníbal Quijano señala cómo, pese a que el concepto de “raza” es una categoría mental que no existía previamente a la conquista de América, fue utilizada como un instrumento de clasificación social que con el tiempo derivó en el surgimiento de jerarquías en apariencia “naturales”.

Esta introyectada naturalidad de las jerarquías no ha dejado de estar vigente en México. Como han evidenciado Guillermo Trejo y Melina Altamirano, a 200 años de la independencia el color de piel sigue siendo un factor determinante de las oportunidades de movilidad social en nuestro país. En The Mexican Color Hierarchy: How Race and Skin Tone Still Define Life Chances 200 Years After Independence, tras observar cómo la pobreza y las desigualdades sociales han persistido en México luego de la implementación de distintos regímenes económicos y políticos, los autores se preguntan si más allá de los modelos económicos y políticos tradicionales, la pobreza y las desigualdades se encuentran enraizadas en factores estructurales de discriminación sistémica contra ciertos individuos, con base en su lengua, prácticas culturales o características fenotípicas, que serían expresión de la supuesta “raza”. En este sentido, si bien el clasismo ha sido en México una forma de discriminación ampliamente reconocida, cada vez hay más evidencia sobre cómo las diferencias étnicas, lingüísticas y fenotípicas explican también las desigualdades sociales, en factores que van desde el bienestar individual, el acceso a servicios públicos, hasta la posibilidad de participación política.

Esto necesariamente nos lleva a la cuestión de quiénes se benefician, consciente o inconscientemente, de este racismo. Autoras como Alice Krozer han analizado el racismo actual por medio de la percepción que tienen las propias élites al interior de la jerarquía social, demostrando que mientras más del 60% de las personas blancas se ubican en el quintil más rico del país, las personas indígenas con tonos de piel oscuros tienen cuatro veces más probabilidades de vivir en pobreza y una probabilidad casi seis veces menor de alcanzar la educación superior. Del mismo modo, Patricio Solís reafirma mediante casos paradigmáticos cómo la discriminación en México es un fenómeno estructural, generalizado y sistemático que priva a ciertos grupos de derechos y reproduce las desigualdades vigentes.

El racismo sigue siendo en México un tema poco discutido, pese a que en la práctica la apariencia física y el color de piel condicionan de manera importante las interacciones sociales, tanto en el ámbito público como en el privado.

Estos hallazgos van en consonancia, a su vez, del reciente estudio publicado por El Colegio de México, en el marco del proyecto ‘‘Discriminación étnico-racial en México’’, que da cuenta sobre cómo la discriminación racial es un fenómeno cotidiano que refuerza las desigualdades estructurales: quienes pertenecen a pueblos indígenas, hablan una lengua indígena o tienen tonos de piel oscuros, poseen menores probabilidades de ingresar a la educación superior, alcanzar altos niveles de riqueza o experimentar movilidad ocupacional ascendente.

Paradójicamente, el racismo sigue siendo en México un tema poco discutido, pese a que en la práctica la apariencia física y el color de piel condicionan de manera importante las interacciones sociales, tanto en el ámbito público como en el privado. Buscar salidas a este problema debe trascender la preocupación habitual por las diferencias de clase: es necesario ir a la raíz de la persistente discriminación racial a partir de una discusión pública que ha tenido lugar en otros países de la región, tales como Bolivia, Brasil o Colombia.

Al final, la conmemoración de los 500 años de la caída de Tenochtitlan y los 200 años de la consumación de la independencia política de España podría ser una coyuntura clave para enriquecer la discusión sobre las responsabilidades históricas, no para alimentar efímeras y enardecidas opiniones en redes sociales, sino para poner bajo la luz la manera en que el proceso colonial sigue haciéndose presente estructuralmente en la vida del país.

GRECIA MONROY SÁNCHEZ es maestra en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca y doctorante en Literatura Hispánica en El Colegio de San Luis. CRISTIAN MÁRQUEZ ROMO es maestro en Estudios Latinoamericanos y doctorante en Estado de Derecho y Gobernanza Global por la Universidad de Salamanca.

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5 Responses to El racismo en México y la hispanidad

  1. Jorge dice:

    Excelente artículo que invita a reflexionar objetivamente, sin apasionamientos y a aceptar responsabilidades. Excelente articulación de contenidos. Muchas felicidades a los Autores!!!

  2. Salvador dice:

    Excelente artículo, sin duda el racismo es un tema que se tiene que llevar a la autorreflexión para romper con las estructuras que siguen presentes en el día a día de los mexicanos y de los latinoamericanos en general.

  3. Emmanuel de Jesús Camarillo Vázquez dice:

    Un artículo muy bien estructurado, de fácil lectura y comprensión, con buenas referencias bibliográficas.

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